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viernes, 23 de julio de 2021

La irresponsable agenda sanchista.

En períodos de crisis agudos como el que en estos momentos se vive en España constituye un ejercicio de responsabilidad política por parte de quienes dirigen el Estado intentar encontrar puntos de encuentro lo más abiertos e integradores posibles para aunar el máximo de voluntades políticas que puedan contribuir a superar los graves problemas que afectan al conjunto de la sociedad. Es indudable que en estos momentos coinciden a la vez graves problemas económicos, sanitarios, sociales, políticos e institucionales cuya solución podrá ser más o menos rápida en función de la capacidad del Gobierno, de la Oposición y de los agentes sociales para alcanzar acuerdos de estado. Y, para lograrlo, es indudable que quien gobierna debe actuar con cierta grandeza de espíritu abriendo campos para el diálogo y para el acuerdo que cuenten con el mayor respaldo ciudadano posible, es decir, que sumen el mayor respaldo parlamentario. Y, para ello, lo más inteligente y eficaz es acotar la agenda del debate a la solución de los problemas más graves para la inmensa mayoría de los ciudadanos y aparcar temporalmente cualquier cuestión que ideológicamente suponga barreras de difícil superación para los interlocutores. 

 

Es evidente que la gestión de la pandemia habría sido muy diferente si el Gobierno desde el primer día hubiese intentado implicar en las medidas a adoptar y en la gestión sanitaria a todas las fuerzas políticas, si hubiese actuado con absoluta transparencia y si hubiese, por tanto, corresponsabilizado al conjunto de las administraciones y de las fuerzas políticas y sociales en el rumbo a seguir para minimizar el impacto de la misma. Unir a la sociedad para la consecución de grandes objetivos colectivos es un imperativo político de un Gobierno que aspire realmente a ejercer el poder con responsabilidad. Los cambios profundos no se consolidan si vienen respaldados por una mayoría parlamentaria frágil y precaria.

 

Salir más fuertes de la pandemia no se consigue por proclamarlo propagandísticamente. Se consigue abordando cambios profundos que fortalezcan la cohesión social, que consoliden un Estado lo suficientemente fuerte para poder enfrentar cualquier emergencia sanitaria de forma unitaria; se logra removiendo los obstáculos que nos dificultan un mercado interior único incluyendo también una reforma educativa duradera y nacional, una política energética transparente sin concesiones a la demagogia, una política fiscal incentivadora de la creación de empleo, cuya destrucción es ahora más que nunca un auténtico drama, una política exterior alineada, sin concesión alguna al populismo, con los países referentes en progreso y libertad; y se logra reformando aquellos aspectos institucionales que lastran nuestra convivencia democrática como la debilidad de la independencia judicial o la desigualdad de los derechos y obligaciones de los ciudadanos en función del territorio de residencia. Se sale más fuerte abordando de forma conjunta estos asuntos y despejando la agenda del debate político de aquellos otros que ni figuran en las preocupaciones de los ciudadanos, ni facilitan el entendimiento entre los partidos políticos.

 

Y en este sentido, no parece muy razonable, ni muy acuciante para la mayoría de los españoles sacar a la palestra el proyecto de Ley de Memoria Democrática. No sólo no es un tema prioritario, sino que además es un tema que sólo va a servir en estos momentos para reducir el campo de encuentro y de diálogo entre los grandes partidos para abordar en profundidad las reformas que nuestro país necesita para salir lo antes posible de la profunda crisis económica, política y social que atravesamos y para sentar unas bases sólidas de convivencia para las próximas décadas.

 

Los ciudadanos, la inmensa mayoría, queremos que se resuelvan los problemas de desempleo, que el precio de la electricidad sea asequible y que la factura de la luz deje de ser un instrumento de saqueo fiscal, queremos unas fronteras seguras y que nuestro país sea respetado, queremos que nuestros pensionistas reciban unas pensiones dignas y que se aseguren para las próximas décadas, queremos que nuestro sistema sanitario sea reforzado, queremos poder usar nuestro idioma en cualquier territorio español, queremos un pacto educativo y no reformas del modelo cada que hay un cambio de gobierno, queremos que los gobiernos no metan la mano ni en la caja pública, ni en la justicia ni en los medios de comunicación. 

 

Se equivocan y mucho quienes piensan que lo prioritario es imponer ese insulto a la lengua española que es el mal llamado lenguaje inclusivo o la mal llamada memoria democrática. Eso no es abrir ámbitos de diálogo, ni abordar los problemas más graves que a diario sufrimos los ciudadanos. Es simplemente irresponsabilidad ideológica. Es puro sanchismo.

 

Santiago de Munck Loyola

jueves, 15 de julio de 2021

Con la libertad de los cubanos, sí o sí.

Vamos a ver, algo está fallando aquí. Resulta que de todos es sabido que Cuba padece, desde mi punto de vista, o disfruta, desde el punto de vista de los izquierdistas, de un régimen comunista. Y el régimen comunista cubano cumple perfectamente con lo que se espera de un régimen comunista, es decir, con lo que establecen los cánones comunistas: partido único, ausencia de libertad de expresión, de libertad de prensa, de libertad de asociación, de libertad de manifestación, de libertad de movimientos o de libertad económica y todo ello aderezado con la oportuna represión fulminando los derechos humanos más elementales. O sea, comunismo de libro. El régimen cubano es una dictadura “del proletariado”, sí, dictadura marxista y que ha seguido al pie de la letra las ideas de Engels “el partido victorioso (en la revolución) si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por el terror que sus armas inspiran a los reaccionarios”.

 

Y algo está fallando en España cuando los políticos comunistas, podemitas y socialistas no se atreven a decir claramente que Cuba es una dictadura, que lo que hoy y desde hace 62 años disfrutan o padecen los cubanos es una dictadura del proletariado de manual marxista, una dictadura comunista con los deberes bien hechos imponiendo el terror “engueliano” a todos los reaccionarios, o sea, a todos los que no sean comunistas. Porque lo quieran o no comunismo y dictadura son sinónimos. Ser comunista de manual, ortodoxo, implica ser enemigo radical de las libertades públicas, del libre ejercicio de los derechos humanos más elementales.

 

Durante décadas los comunistas y asimilados se han esforzado mucho en presentarse como demócratas y como defensores de la libertad. Políticos, intelectuales y periodistas han construido una inmensa mentira, una mentira global que ha ido penetrando en muchas capas de la sociedad para tapar su verdadera naturaleza, el verdadero significado de su ideología y las trágicas y genocidas consecuencias de la aplicación del comunismo allí donde ha alcanzado el poder. Sin ir más lejos, los comunistas y buena parte de los socialistas no combatieron en nuestra guerra civil para defender las libertades “burguesas” que tanto odiaban, sino para imponer una dictadura del proletariado en España. Las hemerotecas lo evidencian. Los comunistas que fueron tomando el poder en media Europa tras la segunda guerra mundial lo hacían también en nombre de la libertad que, en seguida, se convertía en su primera víctima. Eso sí, siempre parecían hacerlo con cierta vergüenza o con una gran dosis publicitaria pues, una vez instaurado el régimen comunista, la dictadura del proletariado pasaba a denominarse como “democracia popular”. También el régimen franquista se autodefinió como “democracia orgánica”, pero no por ello dejó de ser una dictadura. Sea por eso o por pura ignorancia no resulta extraño que los podemitas afirmen con rotundidad que Cuba no es una dictadura, claro, es una “democracia popular” con su partido único, su censura, persecución, tortura y asesinato de disidentes, etc. y con una élite, la vanguardia revolucionaria, forrada hasta las cejas. Un “completo” comunista.

 

Estamos asistiendo a una protesta, a un levantamiento de buena parte del pueblo cubano que tras 62 años de dictadura comunista, de democracia popular, está saliendo a las calles para decir ¡Basta! Ante cualquier clase de vulneración de los derechos humanos no vale la táctica de la avestruz, no puede haber equidistancias y no pueden prevalecer las conveniencias económicas. Es incomprensible que, mientras el Gobierno español aplaude sin reservas cualquier medida que la UE adopte contra Hungría o Polonia por supuestas vulneraciones de los derechos del colectivo homosexual, sin embargo, mire hacia otro lado cuando todo un pueblo especialmente cercano al español como el cubano sufre una constante vulneración de sus derechos humanos. No hay excusa que valga, ni valen las razones diplomáticas, ni las de oportunidad para no decir las cosas claras, para no llamar a las cosas por su nombre. 

 

El pueblo cubano es prisionero de una terrible dictadura y ningún demócrata puede mirar hacia otro lado, ni tratar de enmascarar la condenable situación de los cubanos. Y si tras la miserable actitud de tibieza del Gobierno de España solo se esconde su fragilidad y su dependencia de fuerzas políticas que defienden la vulneración de los derechos humanos perpetrada por sus afines ideológicos en Cuba es que nuestros propios derechos humanos y nuestra democracia también está en peligro.

 

Santiago de Munck Loyola

jueves, 17 de junio de 2021

La autonomía para Alicante es posible y deseable.


Que Alicante es una provincia discriminada en los presupuestos de la Comunidad Valenciana o en los del Estado no lo puede negar nadie, ni en la izquierda ni en la derecha, y de hecho cuando sus adversarios políticos gobiernan en una u otra administración los políticos alicantinos se atreven a decirlo. Hoy, los políticos alicantinos de derechas lo dicen mientras que los de izquierdas se callan. Justo lo contrario de lo que ocurría cuando era la derecha quien gobernaba en el Estado o en la Comunidad Valenciana. Pero si en algo coinciden unos y otros es en que, salvo criticar esa situación injusta e incumplir sus promesas de rectificación, ni unos ni otros han propuesto jamás una alternativa constitucional para acabar con esa situación y devolver a Alicante la dignidad que le corresponde.

 

La Constitución de 1978 estructuró parte de la organización del Estado en Comunidades Autónomas tratando de descentralizarse y de acercar el poder de las administraciones a los ciudadanos. Sin embargo, el mapa autonómico no se estableció sobre la base de la distribución regional hasta entonces existente y aparecieron nuevas Comunidades Autónomas hasta entonces inexistentes o se crearon otras con escaso arraigo histórico. Madrid, Cantabria, La Rioja, Castilla La Mancha o Murcia. No se tocó la división provincial diseñada por el Ministro de Fomento Javier De Burgos y aprobada el 30 de noviembre de 1833. En este contexto nace en 1982 la Generalidad Valenciana como gobierno de la Comunidad Valenciana. El antecedente histórico remoto fue la Diputación del General, surgida en el siglo XIV como una comisión de las Cortes del Reino de Valencia para administrar un impuesto denominado generalidades.
Sin arraigo histórico real, ni arraigo popular se creó en 1982 una administración ex novo que, además, ignoró las peculiaridades históricas de la Provincia de Alicante que, por cierto, durante siglos mantuvo una administración autónoma dentro del Reino de Valencia como lo era la Gobernación General de Orihuela creada en 1366 y cuya demarcación ocupaba gran parte de la actual Provincia de Alicante.

 

Es evidente que el sistema autonómico, junto a grandes ventajas, arrastra también muchas carencias y defectos que casi nadie se atreve a abordar seriamente. La clase política se encuentra inmersa en el problema independentista y lleva muchos años olvidándose de mejorar y perfeccionar un sistema territorial cuyos defectos afectan a todos los españoles, no solo a los catalanes. Y no se trata sólo de su financiación. Sin ir muy lejos, hemos podido comprobar que el estado autonómico ha sido muy ineficiente para gestionar la pandemia: comunidades autónomas compitiendo entre sí en los mercados internacionales para adquirir material sanitario, multiplicidad de normas contradictorias, ausencia de una dirección nacional para una emergencia nacional, etc. Pero es que, además, el estado autonómico no garantiza entre los ciudadanos el principio constitucional de la igualdad de derechos en materias tan básicas como la educación, la sanidad o los derechos sociales. Ya hace años se cuantificó en 40.000 millones de euros el coste para las empresas españoles que implica la ruptura del mercado único en el territorio nacional.

 

Hay quien, como VOX, plantea como solución, en lugar de la reforma del sistema autonómico para evitar duplicidades o para garantizar la igualdad de derechos y obligaciones entre los españoles, la simple ruptura del estado autonómico y su sustitución por un estado centralizado. Aventurar que esta propuesta es la mejor es complicado por dos razones: primero porque requeriría una profunda reforma Constitucional muy complicada de sacar adelante y, segundo, porque se agravarían las tensiones territoriales. La evolución histórica y el posibilismo político indican que la mejor alternativa es la reforma gradual del estado autonómico, paso a paso, con un horizonte lejano bien definido. Se trata de palabras mayores, de diseñar un objetivo nacional que compete, fundamentalmente, a los partidos de ámbito nacional quienes, entre otras cosas, deberían pactar entre ellos y liberarse de una vez de los chantajes de los partidos nacionalistas para gobernar.

 

Es en este complejo contexto en el que hay que situar la injusta situación de la Provincia de Alicante encuadrada en una Comunidad Autónoma centralista, una Administración Pública, la Generalidad Valenciana, que ha fracasado en la convergencia social de los habitantes de su territorio, es decir, que en sus años de existencia ha agrandado la brecha entre la renta valenciana y la alicantina en favor de la primera, una Administración que no respeta la singularidad alicantina que no es uniforme, sino plural, un Gobierno Regional empeñado en imponer una lengua extraña para la mayoría de los alicantinos y, en definitiva, un Gobierno Autonómico que actúa como freno para el desarrollo de las inmensas potencialidades de progreso que Alicante tiene. No hay ninguna razón lógica que justifique que Valencia decida cuándo deben o no abrir los comercios alicantinos, ni para imponer un idioma extraño para quienes tienen unas raíces castellanas, ni para decidir qué infraestructuras son o no necesarias en Alicante.

 

Alicante puede, si sus ciudadanos así lo deciden, seguir como hasta ahora y perpetuar esta situación o decir ¡basta ya! e intentar un nuevo camino. Alicante tiene historia propia, población y recursos suficientes como para reclamar un estatus distinto: el de Comunidad Autónoma Uniprovincial, como Madrid, Murcia, Cantabria, Asturias, La Rioja o Navarra. Y no, no es ninguna locura porque el mapa autonómico no está definido en la Constitución (no hay que tocarla) y porque la historia reciente no puede ser condicionante ni del presente ni del futuro ¿Quién decide qué punto de la historia nos vincula a una Generalidad que no se corresponde con la actual? ¿Por qué no se busca el arraigo en la Gobernación General de Orihuela? ¿O en el Reino de Tudmir? Construir una nueva Comunidad no es ser “independentista”, es ser autonomista y es serlo para reforzar la unidad de España. No se trata de construir una Comunidad Uniprovincial al uso, sino diferente. Una Comunidad solo con las competencias realmente útiles y convenientes para, de una parte, administrar los intereses alicantinos desde Alicante, no desde Valencia, y de otra fortalecer la cohesión nacional dejando al Estado las competencias que garantizan la igualdad de derechos y obligaciones entre los españoles. Se trata también de economizar recursos, de no tener que sostener con los impuestos a cinco administraciones, al Ayuntamiento, a la Diputación, al Gobierno Regional, al Estado y a las Instituciones Europeas, sino a cuatro fundiendo en una a la Diputación Provincial y al Gobierno Regional.

 

Ésta es la única alternativa para que la Provincia de Alicante pueda despegar, pueda escapar del centralismo y de la voracidad de Valencia. Es la única vía para que Alicante tenga voz propia ante el Estado y deje de estar filtrada y condicionada por los intereses de Valencia y la influencia del anexionismo de los independentistas catalanes. No, no es una locura iniciar esta andadura, la locura es no hacer nada y limitarnos a quejarnos anualmente de que nos roban.


Santiago de Munck Loyola

 

 

 

 

miércoles, 26 de mayo de 2021

Sr. Sánchez, métase los indultos por donde le quepan.



Pedro Sánchez ya ha empezado a sacar la patita. Por fin, lo que muchos pensábamos se empieza a hacer realidad. Pedro Sánchez se dispone a pagar a los enemigos de España el precio por haberle hecho Presidente. El PSOE del indigno Sánchez se prepara a indultar a los delincuentes golpistas catalanes y, para ello, toda la batería mediática progre empieza a inundarnos con falsos mensajes y argumentos falaces sobre la bondad de semejante disparate y traición a la Constitución y a España.

 

Lo primero que hay que subrayar es que en España no hay ningún preso político, aunque lo diga el mismo Papa. Nadie está en la cárcel por sus ideas políticas. Lo que hay son políticos presos por haber cometido no uno, sino muchos delitos contra el estado, contra la hacienda pública y contra la pacífica convivencia entre los españoles. Sus delitos son gravísimos pues pretendían quebrar lo más sagrado para cualquier demócrata, la soberanía nacional, el derecho a decidir de todos españoles, no de unos pocos, y la unidad nacional cuya defensa en última instancia habría supuesto la quiebra de la pacífica convivencia y su aseguramiento finalmente mediante el uso de las armas.


No hay otra posibilidad. Hay miles de españoles en las cárceles condenados por delitos mucho menos graves y menos trascendentes y no se escucha a ningún político, ni a ningún comunicador andar pidiendo indultos, ni amnistías. Y muchos de estos ciudadanos están en la cárcel por haber quebrantado la ley para simplemente sostener a sus familias. Los indultos supondrían ante todo la quiebra de uno de los principios básicos de la Constitución, el de la igualdad de los españoles ante la Ley. Resulta paradójico que la izquierda, la misma que se llena la boca hablando de igualdad, se pase por el arco del triunfo esa sacrosanta igualdad: si cometes delitos por muy graves que sean, malversar fondos, prevaricar, rebelión, etc. con una excusa política ya puedes ser indultado. Y a los que no tengan un móvil supuestamente político, que les den.

 

En segundo lugar, el Sr. Sánchez y sus voceros deberían ahorrarse sus supuestas justificaciones. No nos las tragamos. Los indultos nada tienen que ver con la búsqueda de una solución para el problema de Cataluña, son simplemente el pago del precio por seguir en el gobierno. Nada más. Los indultos no sólo no van a suponer la desaparición de un problema ya que los separatistas y golpistas condenados han manifestado por activa y por pasiva no sólo que no están arrepentidos, sino que van a volver a hacer lo mismo en cuanto tengan otra ocasión, es decir, que en cuanto puedan van a intentar forzar nuevamente el enfrentamiento civil y el derramamiento de sangre si es necesario, con el añadido, además, de que van a suponer un incremento de la tensión política a nivel nacional entre los defensores de la Constitución y de la unidad de España con los defensores de la mercantilización de la Justicia.

 

Y en tercer lugar si hay algo especialmente repugnante es el uso de la Constitución para amparar y justificar una medida absolutamente inaceptable para cualquier persona con un mínimo de decencia. Es llamativo el hecho de que se intente justificar unos indultos apelando a la inexistencia de valores constitucionales como la venganza o la revancha. Pues claro que no son valores constitucionales, como tampoco lo son el amor o la abnegación. ¿Y qué? Pero la justicia y la igualdad ante la ley sí son valores constitucionales. Es más, son exigencias irrenunciables. Y unos hipotéticos indultos pisotearían ambos principios. Un presidente del gobierno serio y decente no puede "comprar" el discurso de los golpistas y asumir que las condenas de los golpistas y su cumplimiento conforme a la ley son actos de “venganza o de revancha” porque de hacerlo estaría deslegitimando a las más altas instancias de la Justicia del Estado, es decir, de hacerlo estaría promoviendo un auténtico golpe de estado judicial. Y tan llamativo como apelar a valores no recogidos en la Constitución es hacer lo mismo con la utilización de la palabra concordia. Sí, la Constitución de 1978 fue definida como la Constitución de la Concordia porque por primera vez España se dotaba de una Constitución apoyada por la inmensa mayoría de las fuerzas políticas de izquierdas y derechas, porque fue el fruto de un pacto de estado entre los herederos de los vencedores y de los vencidos en la guerra civil intentando así cerrar y olvidar los episodios más siniestros de nuestra reciente historia. Sí, concordia, término que significa conformidad y unión. Hay que tener cuajo y desfachatez para relacionar, como hace Sánchez, concordia con indultos a los delincuentes golpistas. ¿Dónde está la conformidad y con quién? ¿Dónde la unión?

 

Los indultos son un instrumento legal, pero en este caso no están ni política, ni jurídica, ni éticamente justificados. No cuentan ni con el aval de la Fiscalía, ni con el del Tribunal Supremo. Que no nos hablen del sufrimiento de los presos y de sus familias porque ese sufrimiento es común a todos los que delinquen. Que no nos hablen de venganza o revancha porque saben que en España hay Justicia. Que no nos hablen de los valores constitucionales porque conforme a dichos valores se han dictado las sentencias. Y, sobre todo, que no nos intenten engañar apelando a una concordia que los independentistas odian. El Presidente Sánchez puede, por una vez y sin que sirva de precedente, hacer caso al Sr. Junqueras y meterse los indultos “por donde le quepan” y todos sabemos que por ahí le caben muchos.

 

Santiago de Munck Loyola

lunes, 24 de mayo de 2021

¿Valencianista y alicantinista?



Pronto se va a celebrar el Congreso del Partido Popular de la Comunidad Valenciana en el que los compromisarios elegirán al nuevo Presidente del PPCV y que será, sin ninguna duda, el candidato ungido por el dedazo de Génova, es decir, al actual Presidente del PP de Alicante y Presidente de la Diputación, Carlos Mazón. 


Desde una perspectiva estrictamente personal poco puede ser más grato que una persona como Carlos Mazón, un alicantino profundo conocedor de la cosa pública, con una amplia experiencia política, pase a presidir el Partido más importante de la Comunidad Valenciana. Sin embargo, el hecho de que un alicantino presida el PP de la Comunidad Valenciana y que de ahí pueda presidir el propio Gobierno de la Generalidad, no es en si mismo ninguna garantía de que el peso de nuestra provincia, su relevancia y su tratamiento mejore en un futuro próximo. Ya en 1995, otro político alicantino, aunque nacido en Cartagena, Eduardo Zaplana presidió el PPCV y logró hacerse con la Presidencia de la Comunidad Valenciana durante siete años. Y esta circunstancia no supuso un cambio significativo en la política y, por tanto, en las inversiones territoriales de la Generalidad Valenciana. Las inversiones en Alicante no mejoraron, la cohesión territorial de la Comunidad Valenciana tampoco y la brecha de la renta entre alicantinos y valencianos siguió ensanchándose. Una administración pública como la Generalidad Valenciana que no ha logrado en toda su historia reducir la brecha económica entre los ciudadanos de sus distintos territorios es una administración fallida. Gobierne la izquierda o lo haga la derecha los alicantinos siempre han perdido.

 


En este sentido, es especialmente significativa la reciente declaración de Carlos Mazón señalando que "El Partido Popular debe crecer por el centro y ser valencianista". Si se piensa que esta frase encierra algo más que un simple tópico de carácter protocolario de quien aspira a gobernar toda la Comunidad Valenciana y que es, por tanto, una verdadera declaración programática se disparan las señales de alarma. No por la intención de ensanchar la base electoral del PP por el centro, sino por la aspiración de convertirlo en un partido valencianista.

 


¿Qué significa exactamente que el PP deba ser un partido valencianista? El valencianismo puede ser de carácter regionalista o nacionalista. El valencianismo de carácter regional es una corriente política que promueve la recuperación de la identidad propia de la Comunidad Valenciana, una Comunidad con 39 años de historia. Sin embargo, el valencianismo ignora o pretende ignorar la inexistencia de una identidad cultural e histórica uniforme en todo su territorio y especialmente en nuestra provincia. Por su parte, el valencianismo nacionalista aspira al autogobierno de la actual Comunidad Valenciana incluyendo el derecho a la autodeterminación de su territorio y normalmente asume que la Comunidad Valenciana forma parte culturalmente de los llamados Países Catalanes.

 


Asumiendo de antemano que el candidato Carlos Mazón se refiere al valencianismo regionalista, su pretensión de convertir al Partido Popular de la Comunidad Valenciana en un partido valencianista no es una buena noticia para el conjunto de los alicantinos. Es precisamente el carácter uniformador y centralista del valencianismo el que, al negar la existencia de una identidad plural en su territorio, ha venido perjudicando no sólo al desarrollo económico de Alicante sino también al libre ejercicio de libertades individuales tan elementales como las relacionadas con el uso del idioma mayoritario de nuestra Provincia, el español.

 

No se puede ser a la vez valencianista y alicantinista, como no se puede ser a la vez del Hércules y del Elche o comunista y demócrata. Es perfectamente legítimo apuntarse al valencianismo, pero hay que asumir que ello conlleva indefectiblemente un abandono de las justas reivindicaciones de los alicantinos frente al maltrato, a las discriminaciones permanentes y a la colonización cultural de la Generalidad Valenciana de una provincia tan plural y tan española como la nuestra.

 

Santiago de Munck Loyola

 

 

viernes, 14 de mayo de 2021

HASTA LAS NARICES DE ROCÍO CARRASCO.

ESTOY HASTA LAS NARICES DE ROCÍO CARRASCO Y DE SU DOCUDRAMA.

LO SIENTO, ROCIO, PERO NO TE CREO.

VENDER POR DOS MILLONES DE EUROS HASTA LA INTIMIDAD DE TUS HIJOS CUANDO ERAN MENORES TE RESTA CREDIBILIDAD.

ERES UNA PÉSIMA ACTRIZ.

SOBREACTÚAS Y TU AFECTACIÓN NO PUEDE PARECER MÁS FALSA.

MENUDO NEGOCIO HABÉIS ORGANIZADO TÚ Y TELECINCO.

CIAO.

jueves, 13 de mayo de 2021

El Gobierno de España sigue la linde, aunque se ha acabado.


Es muy probable que, a lo largo de la historia de nuestra democracia, sea ésta la primera vez en que el Gobierno del Estado se ha constituido como oposición de un Gobierno regional, el de Madrid. Es una realidad que ha venido desarrollándose y creciendo desde el inicio de la pandemia, que parecía haber llegado a su culmen en la campaña electoral de las elecciones autonómicas madrileñas del 4 de mayo pero que, lejos de ello, hemos visto cómo ayer mismo se ha consolidado con los ataques de varios Ministros a la Presidente Ayuso y al conjunto de los madrileños. 


Se trata de una auténtica anomalía democrática, de un atropello institucional de la parte más fuerte del Estado contra una de sus propias administraciones, de un desprecio al mandato de cooperación y colaboración interadministrativa y, sobre todo, de un uso torticero de la administración pública contra una parte muy importante de su población que puede responder a varias consideraciones.

 


Los socialistas de Sánchez confunden claramente el partido con el Estado y tratan, de forma permanente, de usarlo en beneficio propio. Ya hace casi un año, el Delegado del Gobierno de España en la Comunidad de Madrid y a la vez Secretario General de los socialistas madrileños, el Sr. Franco, usaba la Delegación del Gobierno para conspirar con los alcaldes socialistas contra el Gobierno Regional. Algo nunca desmentido y, por supuesto, nunca visto. No es de recibo que un Delegado del Gobierno, pagado por todos los contribuyentes, dedicase los recursos públicos para intentar desestabilizar al Gobierno Regional de todos los madrileños. Esta confusión entre estado y partido es un claro síntoma de ausencia de cultura democrática y un perfecto embrión de totalitarismo y de corrupción.

 

Pero es que, además, las interferencias partidistas desde la administración del Estado para desarrollar una labor de oposición contra un Gobierno regional esconden la propia debilidad de los socialistas de Madrid para ejercer el mandato conferido por las urnas. Es decir, la incapacidad de los socialistas madrileños para desarrollar una labor eficaz de oposición controlando y proponiendo alternativas del Gobierno de Ayuso es la razón por la que tienen que acudir al “primo de Zumosol”, al Gobierno de España para que desde el mismo se intente desgastar a cualquier precio al Gobierno Madrileño. 



Y para conseguirlo no han reparado en medios, divulgación de bulos, actuando irresponsablemente en el control de las vías de acceso del virus, obstruyendo y dificultando la distribución de vacunas, despreciando las inversiones sanitarias madrileñas para luchas contra la pandemia, imponiendo cierres de la Comunidad en contra de los criterios sanitarios madrileños, etc. Y a ello hay que sumar, además, el uso partidista en plena campaña electoral de los recursos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) para divulgar encuestas manipuladas con el fin de influir en favor de la izquierda las tendencias de voto. Eso sí, el socialista Tezanos ha conseguido transferir su escaso prestigio intelectual al propio CIS cuyo crédito profesional es ahora nulo. Que el máximo responsables del CIS califique a los votantes de derechas de “tabernarios” es más que suficiente como para que en cualquier país democrático hubiera sido cesado de forma fulminante.

 


Y en este ámbito, el de la confusión entre Estado y partido socialista, es especialmente grave el uso del Ministerio del Interior con fines puramente electorales. Los socialistas han traspasado una importante línea roja al poner al servicio de su partido el Ministerio que debe garantizar la seguridad e integridad de los ciudadanos. Un Ministerio del Interior que conoce los llamamientos previos de la ultraizquierda a boicotear un acto electoral de Vox en Vallecas, que no adopta las medidas de seguridad necesarias para evitarlo poniendo en riesgo la seguridad de muchas familias y que oculta a la opinión pública la detención, en los incidentes violentos surgidos, de los escoltas, de los matones contratados por el ex vicepresidente del Gobierno y ex coleta Sr. Iglesias, no es un Ministerio del Interior, es un chiringuito privado y abyecto. Y para qué hablar del numerito de las supuestas amenazas, de los sobres con balas o con navajas. Todo un circo en el que, además, destaca el hecho de que una Ministra del Gobierno de España, la Sra. Maroto, comparezca ante la prensa acusando falsamente  y sin prueba alguna a Vox de la autoría de la supuesta amenaza.

 

Y la última consideración que puede subrayarse es la falta de aceptación de la voluntad de los votantes por parte de los socialistas y, en consecuencia, del Gobierno de España. Sin entrar a fondo en la falta de autocrítica por parte de la mayor parte de la izquierda madrileña y en sus sorprendentes valoraciones de los resultados insultando y descalificando, algo inaudito, a los votantes madrileños, léase al jeta de Monedero, a la inculta Carmen Calvo o al propio Tezanos, lo cierto es que la constatación de que el hecho de que nunca individuos con tan baja preparación intelectual hubieran llegado tan alto implica, necesariamente, la persistencia en los errores. 



Dicen que "cuando un tonto coge una linde, la linde se acaba y el tonto sigue". El talante antidemocrático de esta colección de “tontos” tan altamente situados en la esfera del poder es sumamente peligroso para la convivencia y para la estabilidad de las instituciones. Han comprobado que seguir la linde del enfrentamiento, de la confrontación y de la deslealtad institucional se ha acabado y que no les ha proporcionado réditos electorales y, sin embargo, ellos siguen y siguen. Esta estrategia, se acaba de comprobar, es electoralmente suicida. Y desde la perspectiva electoral puede ser muy buena para la derecha, pero no lo es para el conjunto de los ciudadanos.

 

Los ciudadanos de la Comunidad de Madrid y el conjunto de los españoles no se merecen un Gobierno del Estado al servicio exclusivo de las estrategias cortoplacistas de un partido cuyas señas de identidad se difuminan cada vez más con las de los enemigos de la Nación española.

 

Santiago de Munck Loyola

 

viernes, 7 de mayo de 2021

Nadie da duros a pesetas.

 

Cuando uno no se lee la letra pequeña de un contrato es muy probable que se termine llevando una sorpresa. Y eso es, precisamente, lo que a muchos les está pasando al ir conociendo poco a poco los planes fiscales del gobierno social-comunista de España. No, los 140.000 millones de euros que España va a recibir de la Unión Europea para intentar salir de la catástrofe económica provocada por la gestión del Covid19 no son gratis, no son una ayuda desinteresada. La mitad de esa cantidad, es decir, 70.000 millones de euros vienen en forma de préstamo y, por tanto, hay que devolverlos. Un pequeño detalle omitido por el Presidente del Gobierno en todas y cada una de sus intervenciones públicas autolaudatorias. 

 

Poco a poco, con anuncios, rectificaciones, matizaciones, negativas, excusas y contradicciones ya vamos sabiendo cómo piensa el gobierno social-comunista ajustar las cuentas públicas para conseguir los 70.000 millones que hay que devolver y así se lo ha comunicado a la Unión Europea, por cierto, antes que al Parlamento y al conjunto de los españoles. 

 

Cuando el dinero de la caja no alcanza para pagar todas las obligaciones que uno tiene solo tiene tres opciones: la primera, reorganizar sus prioridades y eliminar todos los gastos superfluos y los prescindibles hasta equilibrar ingresos y gastos. La segunda, aumentar los ingresos hasta alcanzar el nivel de gasto comprometido y aquí también hay dos vías cuando hablamos de la caja pública, bajar la presión fiscal para reactivar la economía y terminar recaudando más o bien aumentarla directamente lo que supondrá un notable incremento inicial con una caída de recaudación posterior. Y la tercera opción es combinar las dos vías anteriores.

 

Según los planes remitidos a Bruselas por el Gobierno la vía escogida por el Gobierno es la más sencilla: aumentar los impuestos especialmente a las clases media y baja, exprimirnos fiscalmente. No sólo se prevé una subida de las contribuciones en el ámbito laboral y especialmente en las cotizaciones a la seguridad social, sino que se pretende recaudar más aumentando el impuesto de sucesiones con la excusa de la armonización territorial, incrementando el impuesto sobre el Patrimonio con la misma excusa, aumentando la fiscalidad al diésel combustible empleado por los transportistas y por los ciudadanos menos pudientes o creando un nuevo impuesto por circular por la carreteras que ya hemos pagado con la excusa de contribuir al mantenimiento de la red viaria.

 

Los apologetas del gobierno siempre justifican estas decisiones aludiendo a la necesidad de homologarnos con Europa y tratan así de vestirlas con un aura de modernidad que no se compadece con la realidad. Puestos a homologarnos ¿Por qué no lo hacemos con los sueldos o las pensiones de alemanes, belgas o franceses?

 

La realidad es bien distinta. En la UE, casi la mitad de sus miembros no tienen ningún impuesto de sucesiones. Junto a España, lo mantienen Francia, Bélgica, Alemania, Dinamarca, Croacia, Italia, Lituania, Polonia, Hungría y Eslovenia.

 

En cuanto al impuesto sobre el patrimonio no existe ninguna posibilidad de homologación porque España es la excepción en la UE, ya que es el único país en el que aún se aplica. Francia ya lo suprimió a partir del 1 de enero del 2018 y lo reemplazó por un gravamen sobre las viviendas con un valor superior a 1,3 millones de euros, excluyendo los bienes no inmobiliarios. Muchos países nunca han tenido un impuesto sobre el patrimonio (entre otros, Italia, Grecia, Portugal, la República Checa, Hungría o el Reino Unido), mientras que otros Estados lo han ido eliminando en las últimas décadas.

 

Lo que es evidente es que el Gobierno no contempla ni un solo recorte en el gasto. Tendremos que devolver 70.000 millones de euros a Europa, pero nuestras administraciones seguirán viviendo como si fueran ricas. No se plantean acabar con las administraciones duplicadas, con los cientos de organismos-chiringuitos inútiles, con los cientos de millones de euros anuales destinados a subvencionar a Partidos Políticos y a las 3.284 franquicias de patronal y sindicatos, con los regalos millonarios a empresas en quiebra técnica como la compañía aérea chavista “Plus Ultra”, con los cientos de millones anuales destinados a televisiones estatales y autonómicas deficitarias, con las pensiones privilegiadas de la clase política, con el despilfarro en asesores en todas las administraciones públicas, con los regalos en material militar a nuestros queridos vecinos del sur, con la reforma de la caja de pensiones para evitar su uso para quienes nunca han contribuido a la misma, en definitiva, el Gobierno no se plantea en modo alguno hacer las profundas reformas que el Estado de una sociedad avanzada necesita.

 

Apostar por más hachazos fiscales será aplicar una simple tirita a una herida profunda, un parche que momentáneamente podrá funcionar, pero que inevitablemente terminará en una terrible hemorragia. ¿Por qué será que da la sensación de que estamos en manos de indolentes, perezosos, dogmáticos, manirrotos e irresponsables? ¿Por qué tienen tan poca empatía con los ciudadanos más vulnerables? Y, sobre todo, ¿por qué nos mienten tanto?

 

Santiago de Munck Loyola

 

 

miércoles, 5 de mayo de 2021

Se va el caimán pero sus crías se quedan.


Una semana después de haber comprometido su palabra ante Ferreras y ante los telespectadores del programa ”Al rojo vivo” de la Secta, afirmando que "pase lo que pase" en las elecciones autonómicas de Madrid seguiría liderando Podemos y que “yo estaré allí donde me coloquen los ciudadanos", Pablo Iglesias ha dimitido, no tomará posesión del escaño en el que los madrileños le han colocado y ha cogido las de Villadiego para esconderse, según algunos medios, bajo las faldas del independentista Roures con su pensión de 5.316 € al mes. 


Pablo Iglesias, alias Pablenin, el Rata, el Chepas o el Marqués de Galapagar no podía acabar su carrera política de otra forma que no fuera mintiendo porque todo en él ha sido, desde el principio hasta el final, una pura farsa.

 

Fue muy hábil para subirse a la ola del 15M de 2011 surgida a causa de la indignación que el bipartidismo y las políticas del Gobierno de Zapatero provocaban en amplias capas de la población. Y supo apropiarse en gran parte de ese discurso y capitalizar a su favor ese descontento impulsando así la entrada de Podemos en las instituciones.

 

Durante años, al amparo de una financiación más que sospechosa y con la colaboración de algunos medios de comunicación, se dedicó a pontificar, laicamente se entiende, urbi et orbi, a dar lecciones de ética y moral, a fustigar y a condenar a sus adversarios políticos encuadrándoles además en la llamada “casta”. Nadie se libró de su lengua viperina. Descalificó a diestro y siniestro. Sólo él y los suyos eran ángeles bondadosos, desinteresados, ejemplares y casi, casi virginales.

 

Sin embargo, poco a poco fue quedando al descubierto su discurso falsario. En cuanto la moqueta le fue proporcionando seguridad política su verdadero rostro fue quedando al descubierto y su verdadero discurso afloró. Los comunistas en la oposición siempre han hablado en nombre de la democracia, cuando lo cierto es que en su estrategia la democracia solo era un instrumento para implantar la dictadura del proletariado, que en realidad era la dictadura de la élite del partido que nunca había pisado una fábrica. Y Pablo Iglesias siempre ha sido un comunista, con todo lo peyorativo que ello implica. Un comunista amigo de los filoetarras, de los asesinos etarras, de los violentos antisistema, un compañero de viaje de los independentistas de izquierdas, de los enemigos de España, un aliado  y embajador de la narcodictadura venezolana, un enemigo de las libertades, en especial de la libertad de información, un experto en manipulación, un mediocre actor lacrimógeno, un chuleta político obsesionado con las referencias sexuales (el macho alfa, el protector de mujeres indefensas, el subyugado por la violencia viril,..) y, ya en campaña electoral, ha exhibido como nunca su discurso de odio y división, su reconocimiento hacia la violencia contra el adversario político, sus descaradas y hasta infantiles mentiras como la del taxi al debate o la ocultación de la detención de sus escoltas que agredieron en Vallecas a los Policías dirigidos por el Gobierno del que su propia compañera forma parte.

 

Pablo Iglesias se va, se marcha de la política, lo hace bien forrado y seguramente por una puerta giratoria. Se va un personaje siniestro, un provocador que ha puesto en riesgo la convivencia pacífica, que ha propagado el odio, el rencor y el enfrentamiento, que no cree en la democracia partidista, ni en la reconciliación entre los españoles construida en la transición. Sin embargo, la alegría que esta noticia debe provocar en cualquier demócrata no puede, en modo alguno, hacernos olvidar que ha dejado plantada su semilla. La ultraizquierda tiene ahora dos cabezas en Madrid, la de Podemos en franca descomposición  y la de Más Madrid que no es otra cosa que una versión camuflada, más estética pero tan peligrosa para las libertades y la pacífica convivencia como la de Podemos. Y si no, al tiempo. Lo veremos. El Caimán se va para Barranquilla, pero sus crías ya chapotean por el Manzanares.

 

Santiago de Munck Loyola

domingo, 25 de abril de 2021

Las balas o el clavo ardiendo.

La campaña electoral madrileña se ha calentado de forma realmente curiosa a raíz del anuncio hecho por Pablo Iglesias de que había sido objeto de amenazas a través de un sobre recibido con cuatro balas antiguas dentro acompañando a un ridículo anónimo amenazante. Ha tenido mucha suerte, otros, además de amenazas, han sido objeto de agresiones.

Los anónimos son siempre la válvula de escape de los cobardes. Y si además los anónimos son amenazantes lo son de los cobardes descerebrados. Amenazar con matar a alguien o con darle “dos leches” es inadmisible sobre todo en el ámbito del debate político que debería ser exclusivamente el ámbito de la discusión serena y del contraste ordenado de pareceres. Las amenazas, las coacciones y la violencia para que alguien concurra a unas elecciones, para impedir que se exprese libremente o para que realice un acto político en donde le dé la gana alejan a nuestra democracia de los niveles altos de calidad que son exigibles a un estado como el nuestro. La imposición de vetos, la exclusión, las amenazas, las agresiones o los cordones sanitarios demuestran la escasa confianza y la propia incapacidad de sus promotores para el diálogo y para la convicción a través de la razón.

Pablo Iglesias no ha sido el único amenazado. Durante décadas miles de ciudadanos han sido objeto de amenazas de muerte de la ultraizquierda separatista y cientos de dichas amenazas se cumplieron. También políticos como Rita Barberá o Javier Arenas recibieron sobres con balas dentro en 2015, remitidos presuntamente por la ultraizquierda. ¿Alguien escuchó de Pablo Iglesias algún tipo de condena o alguna muestra de solidaridad con los afectados? Yo no.

Y ahora no solo Pablo Iglesias ha recibido sobres con amenazas, también parece que el Ministro del Interior Marlaska y la Directora General de la Guardia Civil han sido destinatarios de sobre similares pero su reacción ha distado mucho de la teatralidad y el histrionismo del mendaz podemita.


Cuesta creer que los servicios de Correos sean tan incompetentes como para no detectar unas balas de cetme en unos sobres. Sinceramente, cuesta mucho, máxime cuando está en vigor el nivel 4 del estado de alarma antiterrorista. En cualquier caso, creer o no la veracidad del relato del Sr. Iglesias es un acto de libertad intelectual que no puede ser impuesto por nadie. Pablo Iglesias es un farsante. Cualquiera con un mínimo de objetividad puede deducirlo comparando simplemente lo que decía hace unos años y lo que ha hecho en cuanto se ha convertido en miembro de lo que él llamaba casta: no cobraría nunca determinados sueldos, no cobraría una pensión de exministro, afeaba que ministros se compraran viviendas de 600.000 €, Ana Botella era Alcaldesa por ser “esposa de…” e Irene Montero es Ministra por méritos propios, si un día él llegase al Gobierno no dejaría su barrio y luego resulta que Vallecas no era el lugar adecuado para desarrollar su proyecto vital, finge usar el taxi en el debate electoral y se descubre que era mentira, miente según la UME sobre la desinfección de las residencias de mayores… En fin, que es evidente que el Sr. Iglesias es poco creíble en sus afirmaciones y promesas. Cada cual es libre de creerle o no.

Pero es que, además, el Sr. Iglesias no está legitimado para pedir, además, solidaridad o condenas a los demás por esas supuestas amenazas. No olvidemos que estamos hablando de amenazas, no de agresiones. ¿Alguna vez ha condenado las amenazas de la ETA a Santiago Abascal o a cualquier otra persona? ¿Condenó Pablo Iglesias los sobres con balas dirigidos a Rita Barberá? 

Es más, subiendo un escalón, pasando de las amenazas a la violencia, a las agresiones, ¿Ha condenado él personalmente alguna vez las agresiones a los Guardias Civiles de Alsasua? ¿Con quién se reunió él, con las familias de las víctimas o de los agresores? ¿Condenó la agresión a la parlamentaria Roció de Meer? Al contrario, su portavoz Echenique se burló de ella hablando de kétchup, blanqueando como siempre la violencia de sus conmilitones de la ultraizquierda batasuna.

¿Cómo puede tener tanta cara dura como para exigir a los demás lo que él y los suyos nunca han hecho ni han estado dispuestos a hacer? Pablo Iglesias y los suyos han coqueteado con el uso de la violencia como arma política en numerosas ocasiones y han aplaudido y jaleado a los violentos sea en Barcelona o en Madrid. 


Ahora, ante unas expectativas electorales negativas para la izquierda en su conjunto y en especial para la ultraizquierda podemita a la que el PSOE no se cansa de blanquear, nada más oportuno que aparecer como una pobre víctima, nada mejor que montar numeritos abandonando debates, sin cerrar la puerta por cierto, porque no le creen, porque hay quien le devuelve la misma moneda que él ha usado con los demás, nada más llamativo que comparecer ante los medios lloriqueante, al estilo Rociíto, porque le llaman Chepas, Rata o coletas en las redes sociales, cuando hace tan solo unos meses él mismo decía que había que naturalizar el insulto a los periodistas. Sr. Iglesias, a la política se viene llorado del casoplón.

¡Venga ya! ¡Pablo, que no cuela! ¡Yo no te creo! Y, si te creyese, aún condenando cualquier tipo de amenaza o de agresión, tampoco me solidarizaría contigo, porque no te lo mereces. Do ut des.


Santiago de Munck Loyola