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lunes, 11 de mayo de 2020

Un gatillazo sin paliativos.



Iniciamos una nueva semana caracterizada por la peculiar desescalada del confinamiento que ha puesto en marcha el gobierno tras el debate del pasado 6 de mayo en el Congreso sobre la prórroga del estado de alarma y la posterior votación. En ese debate se produjo una intervención especialmente llamativa, la del líder del Partido Popular, Pablo Casado. Pronunció un excelente discurso en el que hizo una profunda y dura crítica a la acción del Gobierno frente a la pandemia y propuso una alternativa a la prórroga del estado de alarma con el uso de otros mecanismos legales tales como la ley general de sanidad, la ley de cohesión y calidad del sistema nacional de salud, la ley general de salud pública, el reglamento de enfermedades infecciosas o la ley de Protección Civil y la Ley de Seguridad Nacional. Mecanismos legales que permitirían al Gobierno mantener el Mando único y la limitación de desplazamientos y actividades. Una alternativa que además se adecúa mejor a las recomendaciones de la Unión Europea en el sentido de limitar el uso de estados excepcionales que restrinjan derechos. Casado subrayó los errores del Gobierno, la falta de autocrítica de éste y la falta de honestidad política al usar falazmente a los parados y autónomos como rehenes del estado de alarma para que no pierdan las ayudas económicas. 

En definitiva, este discurso crítico, duro y a la vez ofreciendo alternativas legales al abuso gubernamental del estado de alarma sólo podía conducir a una postura lógica y coherente que era la de votar no a la prórroga. Y más aún cuando el Gobierno que pedía el voto a la oposición no solo no se había molestado en negociar o dialogar con ella sobre esta prórroga, sino que, además, con una chulería y una desvergüenza más propia de cuatreros que de hombres de estado, se había permitido el lujo de proclamar que quien no votase a favor sería el culpable de los muertos que se produjeran. Pues bien, lo asombroso fue que con ese sólido discurso y con esos antecedentes el Partido Popular se abstuvo en lugar de votar no. Ninguna coherencia por tanto entre el discurso y el sentido del voto posterior. Una decisión que no aquietó al gobierno social-comunista cuyos tentáculos mediáticos y sus dirigentes redoblaron sus esfuerzos para seguir acosando y criminalizando a los responsables autonómicos populares y que, simultáneamente, supuso una gran decepción para muchos votantes populares.

Este peculiar posicionamiento del Partido Popular ha sido interpretado de muy diversas formas por los medios de comunicación y los analistas políticos. Hay quienes lo interpretan como un deseo de diferenciarse de la nítida posición de Vox al respecto, otros como una cesión al deseo de los barones regionales del PP quienes acosados en sus tareas de gobierno por los tentáculos del gobierno social-comunista confiarían, cándidamente, en que una abstención rebajaría la tensión, algo que evidentemente no ha ocurrido, todo lo contrario, y otros finalmente interpretan, con elevadas dosis de simplismo, la abstención como un guiño a las posiciones más centristas del partido y de los votantes. Sea como fuere lo que sí son evidentes son las consecuencias. El votante popular, en su mayoría y tras escuchar los argumentos del discurso, se han quedado un tanto descolocados. Ha sido un gatillazo en toda regla. Mucho ladrido y poco mordisco. Pero los ladridos han molestado mucho a la feligresía socialpodemita, profundamente refractaría a cualquier crítica y especialmente vengativa. Realmente resulta muy difícil desde un punto de vista político encontrar un solo beneficio en esta abstención. Quizás los haya y ojalá así sea, pero este humilde servidor no lo encuentra de momento.

Santiago de Munck Loyola