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domingo, 18 de septiembre de 2011

En Cabo Roig con mi nieto.

Hoy, después de 8 años, he vuelto a bucear en Cabo Roig con mi nieto Pablo que tiene ya diecinueve años. Empezamos a veranear en aquella zona en 1996, cuando Pablo tenía sólo cinco años. Mientras su hermana Luz, que entonces tenía un año, se quedaba en la playa al cuidado de la abuela, Pablete y yo recorríamos el Cabo de un extremo a otro, de piedra en piedra, sorteando las olas a veces y recogíamos bígaros y algún que otro cangrejo. Eran días largos de sol y de mar en los que juntos registrábamos hasta el último rincón de cada cala y de cada hueco entre las piedras del cabo. Era un niño nervioso e inquieto y había que estar pendiente de él cada minuto, cada segundo.

Al año siguiente, compramos una pequeña Zodiac y empezamos a recorrer la zona. Enseguida se aficionó a bucear conmigo y juntos aprendimos a coger pulpos. Pablo no quería ni aletas ni tuba para respirar. Nadaba siempre junto a mi y de vez en cuando se sujetaba a la boya para descansar o me daba un susto cuando avistaba algo interesante y me pegaba un tirón de la cuerda con el oportuno grito “abuelo, aquí”. Terminaba cada verano con la espalda negra de tanto sol y tanta agua.

Y así, año tras año, prácticamente hasta el 2004 que dejamos de ir a la zona. Pulpos, conchas, estrellas de mar, algún resto de ánfora y muchas fotos y películas han sido nuestros trofeos de esas inolvidables vacaciones que los cuatro hemos disfrutado durante los meses de agosto en Alicante. Pero las largas horas de pesca y de buceo con Pablo han sido especiales.

Hoy, después de muchos años, hemos vuelto a bucear juntos. Pero hoy, que el mar estaba un poco agitado y golpeaba con cierta fuerza las rocas, era un poco difícil meterse en el agua. Ha sido entonces cuando Pablo me ha dado la mano y me ha dicho “abuelo, agárrate que te ayudo a entrar, no te caigas”. Hoy yo ya no cuidaba de mi nieto, era él el que cuidaba de mí. Y me ha emocionado.

Santiago de Munck Loyola