No
me voy a andar con paños calientes. Durante décadas una mafia como ETA ha
regado de sangre de hombres, mujeres y niños las calles de España para doblegar
al Estado y conseguir la independencia del País Vasco e implantar allí una
dictadura marxista leninista. No nos confundamos, los etarras ni eran, ni son
unos fascistas, son unos asesinos, unos delincuentes de la más baja estofa,
unos terroristas de ultraizquierda marxista leninista y punto. Y lo más
delirante de estas últimas décadas es que no han estado solos. No me refiero ya
a la famosa frase del páter Arzallus “ETA mueve el árbol y nosotros recogemos
los frutos”, sino a decenas de miles de personas, hombres y mujeres
aparentemente normales, que votaban y votan a la rama política etarra, se llame
Batasuna, Sortu o Bildu, sin que la foto de un niño con el cráneo destrozado o
la de una mujer embarazada de siete meses asesinada, les conmoviera lo más
mínimo y les mueva a cuestionarse lo más mínimo la moral de esos crímenes.
Había urnas pero preferían y prefieren las bombas, la extorsión, los secuestros
y la bala en la nuca. Me resulta imposible comprender que una persona normal y
corriente no se conmueva lo más mínimo ante las matanzas de inocentes y que
encuentre toda clase de justificaciones para explicar que, a pesar de tanto
dolor, se puede votar y defender a los representantes de los asesinos.
Más
fácil de comprender es que una parte de los partidos políticos de la izquierda
hayan mostrado en muchas ocasiones una gran complacencia y tolerancia con los
representantes políticos de los asesinos. Incluso el PSOE en más de una
institución ha sido capaz de llegar a acuerdos con esa chusma por una alcaldía
o una diputación. Y para qué vamos a hablar de Izquierda Unida o de Podemos
siempre prestos a ir de la mano con los bildutarras para una investidura o una
moción de censura.
Hoy
afortunadamente la ETA está vencida policialmente pero no políticamente y no lo
está gracias a siete cobardes “magistrados” del Tribunal Constitucional que
legalizaron a Bildu, la casa común de terroristas, filoterroristas y toda clase
de cómplices con la violencia y el horror.
Si
algo puede cimentar sólidamente la paz y la convivencia en una sociedad es la
necesidad de que se haga justicia con los asesinos y con las víctimas. Y aún no
se ha llegado a ello. Prueba de ello son los más de 300 asesinatos de ETA sin
resolver. Prueba de ello también es el empeño de los amigos de los terroristas
en borrar el rastro y la memoria de las víctimas arrancando las placas que las
recuerdan en las calles. Y prueba de ello, por último, es toda la piara de
políticos, artistas y seudointelectuales que esporádicamente reclaman el
acercamiento de los asesinos al País Vasco pero nunca han dicho ni dirán una
sola palabra en favor de las víctimas.
Pero
vivimos en un país donde las libertades sobreviven a pesar de la violencia
indiscriminada ejercida por la ETA para acabar con ellas. Y estas libertades
permiten que quienes defienden o se identifican con los asesinos puedan
expresar su simpatía con ellos. La línea roja que debe delimitar el espacio y
la relación con los filoetarras queda para la gente decente.
Ellos
tienen libertad para expresar pacíficamente sus simpatías y pueden pedir lo que
quieran o reclamar el acercamiento de los presos a su tierra y los demás
tenemos la misma libertad para trazar esa línea roja y no querer saber nada de
ellos. Y con la misma libertad que disfrutamos todos, pese a ETA, los ciudadanos
podemos promover cualquier boicot contra cualquier partido, empresa o persona
que colabore con los amigos de ETA. Se trata de promover cordones sanitarios
para que algunos comprendan que la violencia no es justificable y que no habrá
reconciliación sin justicia para todas y cada una de las víctimas, algo que aún
no se ha alcanzado.
Por
ello, me he sumado con gusto al boicot a la serie “La casa de papel” emitida en
Antena 3 en la que una de sus protagonistas Itziar Ituño, defendió en un vídeo
el acercamiento de los presos de la ETA al País Vasco y en marzo de 2016 fue
una de las convocantes del acto de apoyo a la escoria humana llamada Arnaldo
Otegui en el Velódromo de Anoeta, en San Sebastián. Es una cuestión de libertad,
de conciencia y de compromiso con la justicia y la paz. Itziar Ituño es muy
libre y no precisamente gracias a la ETA para expresar su simpatía con los
asesinos y yo soy tan libre como ella como para decidir no ver su jeta en el
televisor de mi casa. Así de simple y fácil. Y no quiero acabar estas líneas
sin recordar a los accionistas de Antena 3 y La Secta que existe una línea roja
de la decencia, que no todo vale por dinero y que su cuenta de resultados no
debería estar manchada con la sangre del recuerdo de las víctimas de ETA.
Santiago
de Munck Loyola