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jueves, 8 de junio de 2017

Occidente morirá de éxito (1).

Nos han declarado la guerra y parece que no hemos terminado de enterarnos. Cada atentado terrorista que se produce en nuestras ciudades es un acto de guerra y, sin embargo, nuestra respuesta como sociedad, como cultura y modo de vida, ni es unánime, ni es eficaz. Ésta no es una guerra convencional, una lucha entre ejércitos y entre estados. Es una guerra declarada expresamente por musulmanes radicales contra cualquier ciudadano inocente. El objetivo de los terroristas no es necesariamente las fuerzas armadas o de seguridad de un estado concreto, sino el ciudadano de a pie, usted o yo, que somos culpables por el simple hecho de estar en un momento dado en el lugar inadecuado. No importa la profesión, la religión, el sexo o la edad de las víctimas.


Después de cada atentado próximo geográfica o culturalmente, porque parece que los que a diario se producen en Irak, Irán o Afganistán nos afectan menos, se enciende una momentánea indignación casi generalizada que se adormece al cabo de una o dos semanas. Indignación, rabia y dolor que nos impulsan a realizar gestos de solidaridad con las víctimas o que provocan que se alcen voces con propuestas radicales para acabar con el terrorismo y poco más. A más dolor más radicalidad.

Imposición de la Sharia en Londres.


Da igual la justificación que los terroristas utilicen en cada caso. No deberíamos ni molestarnos en escucharlas ni en difundirlas porque solo encubren un fanatismo de carácter religioso y cultural. Hoy dicen que nos castigan por Siria, pero antes fue por Afganistán, por Irak, por caricaturizar a su profeta, por ser infieles o por lo que se les antoje en el momento. Y, de igual modo que sus justificaciones deberían ser pasadas por alto, tampoco habría que dar pábulo a quienes entre nosotros tratan de justificar o de encontrar explicaciones sociológicas o políticas detrás de cada atentado terrorista. Nos dicen que en una gran parte de los casos, los terroristas que en estos tiempos siembran el terror pertenecen a la segunda generación de emigrantes musulmanes, criada en guetos, entre falta de oportunidades y marginación, que se han radicalizado y que cargan su odio y frustración contra la sociedad que acogió a sus padres. De los cientos de miles de Españoles hijos de nuestros emigrantes, nacidos en Francia, Bélgica o Alemania, ¿Cuántos se han criado en guetos? ¿Cuántos no se han integrado en la cultura del país de acogida? ¿Cuántos se dedican a cometer atentados? Ninguno ¿por qué? Porque nuestras raíces culturales eran comunes y no necesitaban autoexcluirse en guetos para preservar identidades incompatibles con las sociedades de acogida.

El problema del terrorismo actual es extremadamente complejo y ni hay explicaciones absolutas ni soluciones fáciles. El principal caldo de cultivo del terrorista no está en las condiciones socioeconómicas de su entorno, como se nos quiere hacer creer desde una interpretación materialista, sino en el poso cultural y religioso que les convierte en potenciales receptores de la radicalidad y del fanatismo. La multiculturalidad en las sociedades occidentales es un mito inalcanzable cuando no se sustenta en principios y valores compartidos.

Las sociedades occidentales, abiertas y tolerantes, son el resultado de una larga y dura evolución que atravesó dos momentos cruciales, el renacimiento y la ilustración. Ambos fenómenos supusieron un cambio de los principios y valores que nos permitieron gradualmente construir sociedades y Estados sustentados en un común denominador ideológico aglutinador de la mayoría de los ciudadanos. De la religión común impuesta pasamos a la tolerancia, a la libertad religiosa y desembocamos en la primacía de la Ley civil, inspirada en gran medida en los valores cristianos, sobre la conciencia religiosa. Del soberano ungido por Dios pasamos a la soberanía nacional. De los privilegios de los estamentos pasamos a la igualdad de derechos. De la primacía del varón a la igualdad de sexos. Y así sucesivamente hasta conformar un sustrato común que nos permite nuestro actual modo de vida. Sin embargo, el mayor obstáculo con el mundo musulmán es que éste no ha evolucionado como el mundo de origen judeocristiano. Ni han pasado por un período como el Renacimiento, ni mucho menos como el de la Ilustración. No hay un sustrato común compartido con las sociedades occidentales y, por ello, es francamente difícil que puedan aceptar y, menos aún, defender nuestro modo de vida abierto y tolerante.




Si hay algo que tenemos que tener claro los occidentales es que con la actual evolución demográfica en nuestros países y con la defensa a ultranza del principio democrático, nuestra apertura y tolerancia van a acabar con nuestra sociedad. Nuestros valores y principios pronto serán minoritarios y consiguientemente erradicados por la mayoría que impondrá a sangre y fuego los suyos. Vamos a morir de éxito si no somos capaces de afrontar con decisión soluciones, para algunos, políticamente incorrectas.

Santiago de Munck Loyola

https://santiagodemunck.blogspot.com.es




domingo, 8 de febrero de 2015

Los yihadistas españoles están de enhorabuena.


Entre el “buenismo” pseudoprogresista  del PSOE y el acomplejamiento bobalicón del Partido Popular, los españoles lo tenemos claro. Y ello sin mencionar al resto de los partidos políticos más preocupados en mirarse su ombligo que en garantizar la seguridad de los españoles. PP y PSOE han parido la semana pasada, con tanta solemnidad como inutilidad, un pacto para luchar contra el yihadismo, el terrorismo islamista, y entre los complejos de unos y el tontismo de otros han parido un bodrio. Muchas de las medidas pactadas, vendidas como novedades, ya existían en la legislación y, por el contrario, otras medidas que ya aplican británicos o franceses han sido intencionadamente excluidas del parto, perdón, el pacto. Y a diferencia de los franceses ni una mención a cuánto dinero se pone encima de la mesa para luchar contra esta plaga en ciernes.

Es el caso, por ejemplo, de la posibilidad de retirar la nacionalidad española a los condenados por actividades ligadas al yihadismo. Los franceses ya lo hacen y los británicos no se esperan para hacerlo ni siquiera a la existencia de una condena. Dicen los expertos policiales, que de esto deben saber algo más que los políticos, que se trata de una de las medidas más importantes para combatir el terrorismo islámico “la retirada de la nacionalidad sí es algo que considerábamos eficaz puesto que conlleva en muchos casos la pérdida del empleo y dificultades para seguir residiendo en España con los mismos derechos que siendo español”. Los socialistas se oponen porque según ellos “Las leyes españolas son de las más garantistas y hay que tener en cuenta que retirar a alguien la nacionalidad no solo perjudica al individuo afectado, sino a toda su familia, algo que consideramos injusto”. ¡Hay que fastidiarse! Y ¿meter en la cárcel a un delincuente no perjudica a su familia? Tanta simpleza y tanta demagogia, la verdad es que aburre.

Pues nada, lo dicho, gracias a socialistas y populares, con la complicidad silenciosa de los demás partidos, más de cien españoles de origen fundamentalmente magrebí que actualmente se adiestran o combaten en los territorios controlados por los yihadistas y que se perfeccionan en las técnicas más salvajes e inhumanas de muerte y tortura podrán regresar a España, el país que los acogió y otorgó en su día la nacionalidad española, para, si no los atrapan, poder aplicar aquí sus sanguinarias técnicas aprendidas en los territorios controlados por los execrables islamistas del llamado estado islámico. Y lo podrán hacer como ciudadanos españoles de pleno derecho. ¡Faltaría más!

Mucho han cambiado las cosas. El tontismo buenista y los complejines tratan de anestesiar a la sociedad española y de poner sordina al ruido de un peligro latente que terminará por causar profundos daños y mucho dolor. En la década de los 80, un ciudadano comunitario, criado en España e hijo de española, tenía que sufrir un largo proceso administrativo de varios años para adquirir la nacionalidad española en el que debía demostrar con documentos y testigos su arraigo, su integración y su aceptación de los valores y legalidad de la sociedad española. Hoy da la sensación de que todas esas exigencias, sobre todo cuando se comprueba el nivel de “españolidad” de muchos de estos nuevos españoles, parece que han desaparecido. Algunos deberían asumir que alguien que cree que sus normas religiosas deben ser impuestas a través de la legislación civil, que es lícito y normal concertar el matrimonio de sus hijas menores de edad, que la mujer es inferior al hombre y que no puede gozar de los mismos derechos, que la violencia, hasta la ejercida en el seno de la familia, es lícita y exigible o que la libertad de expresión debe ser reprimida, no está integrado, no participa de los principios y valores constitucionales y que, por tanto, no puede ni adquirir ni conservar la nacionalidad española.

Dice el Artículo 25 del Código Civil que “1. Los españoles que no lo sean de origen perderán la nacionalidad:
b) Cuando entren voluntariamente al servicio de las armas o ejerzan cargo político en un Estado extranjero contra la prohibición expresa del Gobierno”. ¿Tan difícil es, si hace falta, retocar ligeramente este artículo para proteger mejor a los ciudadanos?

Santiago de Munck Loyola