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lunes, 19 de febrero de 2024

Galicia señala el camino.

 

La fakencuesta del CIS.

Mala noche la del 18 de febrero de 2024 para la progresía en general y para los partidos que componen el Gobierno de España, PSOE y Sumar. Y mira que lo han intentado todo, desde resucitar la catástrofe del Prestige hasta manipular, como suele ser habitual, las encuestas del CIS, pasando por promesas de inversiones millonarias o difundiendo el bulo de un posible vuelco electoral en las elecciones gallegas. Nada les ha funcionado, el PP ha mantenido su mayoría absoluta a pesar de perder dos escaños en una competición electoral en la que se había convertido en la pieza a batir por todos, desde VOX hasta Podemos. 

 

Pero como suele ocurrir después de cada cita electoral, parece que a la hora de escuchar las valoraciones nadie ha perdido y, por supuesto, al contrario de lo que suele ocurrir en las democracias europeas, aquí nadie asume responsabilidades, no dimite nadie por malo que haya sido su resultado. Siempre hay una excusa por muy grande que sea el batacazo electoral. Y es que no se puede calificar de otra manera el resultado de los dos partidos que conforman el Gobierno de España, PSOE y Sumar. Los mismos partidos que señalaban las elecciones gallegas como una reválida para cuestionar el liderazgo de Feijóo, dicen ahora, a la vista de sus vergonzosos resultados, que los comicios gallegos no pueden interpretarse en clave nacional, ¡claro! Si el PP hubiese perdido la mayoría absoluta, entonces nos estarían contando justamente lo contrario: que habría perdido la derecha extrema y que habrían triunfado las políticas vergonzantes, las claudicaciones permanentes del Gobierno de España ante los golpistas separatistas y filoetarras.

 

Los partidos del Gobierno, PSOE y Sumar, obtuvieron el pasado mes de julio en Galicia el 41,1 % de los votos. Tras la formación del gobierno y la consumación de la estafa electoral promoviendo un amnistía para los delincuentes independentistas que negaban horas antes de cerrar las urnas, han cosechado en Galicia, tan solo siete meses después, un ridículo 15,9 % de los votos (el PSOE un 14 % y Sumar un 1,9 %). Han pasado de 664.000 votos en julio de 2023, a 235.000 votos el 18 de febrero. Un “hostión” de los que hacen época. Una debacle sin paliativos, por mucho que ahora quieran justificarlo algunos en la falta de tiempo originada por el adelanto electoral provocado por la convocatoria adelantada de estos comicios, como si las elecciones de julio pasado, celebradas además en plenas vacaciones, no se hubiesen debido también a un adelanto electoral. Por mucho que se empeñen, estas elecciones sí que tienen una lectura nacional, por eso el 65% de los votantes del PSOE y Sumar de julio de 2023 no les ha vuelto a votar en estas elecciones y ha transferido su voto al BNG. Y es muy probable que la pérdida de más del 50 % de los votantes de Vox, alineado en el “todos contra el PP”, se deba también a la misma causa.

 

Y si nos centramos en una lectura gallega, es evidente, le pese a quien le pese, que el PP conecta mejor que ningún otro partido con el galleguismo moderado e integrador, con el galleguismo constitucionalista y profundamente español, avalado por una larga trayectoria en el poder sustentada en una gestión bastante eficiente, aunque con un desequilibrio territorial como lo evidencia el crecimiento de Democracia Ourensana, un partido provincial que ha sabido recoger el legítimo deseo de buena parte de los orensanos de mejorar la financiación de la Xunta en su Provincia e influir en favor de una mejor distribución de los recursos públicos.
Igualmente hay que destacar que los gallegos, inmunes a la permanente campaña para promocionar su imagen, conocen mejor que nadie a la líder de Sumar, una consumada chaquetera, hábil en el manejo del puñal e intelectualmente escueta, Yolanda Díaz, lo que justifica sobradamente el vergonzoso resultado de su “chulísimo” partido que, ni sumando los escasos votos obtenidos por los agonizantes podemitas, supera a Vox.

 

Galicia demuestra que solo la concentración del voto liberal conservador en el Partido Popular puede desalojar al PSOE y sus satélites de la Moncloa. Y ello exige una amplitud de miras y una gran generosidad por parte de los dirigentes populares, que hasta ahora no han mostrado, para integrar en su organización a las distintas sensibilidades que componen el centro derecha. No hay otro camino que el de la unidad, pero para lograrla tienen que hacer un gran esfuerzo para adecuar su organización y su programa a una realidad que no es monolítica. Mientras eso llega, solo cabe felicitar al PP por su rotundo triunfo, a los gallegos por su sensata elección y a los demás por la esperanza que todo ello supone.

 

Santiago de Munck Loyola

 

 

miércoles, 6 de abril de 2022

¿Feijoy?

Tras la enorme decepción producida por Pablo Casado y su entorno no solo ya entre los votantes sino entre la propia militancia popular, este fin de semana los compromisarios del Partido Popular han elegido a Alberto Núñez Feijóo  como nuevo Presidente de dicha formación política casi por aclamación, “Presidente subito”. Todo parece indicar que Núñez Feijóo tiene claro cómo quiere dirigir el PP, cómo tiene qué marcar el territorio electoral de los populares y cuáles son sus prioridades para llegar a la Moncloa.

 

Sin embargo, da la sensación de que quiere hacer tabla rasa con el pasado y que ni tan siquiera se plantea corregir algunos errores de enorme calado. No habría que olvidar que en 2011 Mariano Rajoy logró una amplia mayoría electoral que se tradujo en 186 diputados en el Congreso, es decir, una holgada mayoría absoluta. Sin embargo, el PP pasó en cuatro años de 186 diputados a 123 en la siguiente cita electoral, es decir, que se dejó en el camino 63 escaños, casi un tercio. La era Rajoy fundó la fragmentación del centro derecha español. En 2015, buena parte de los votantes del PP votaron a Ciudadanos y a partir de 2019 la fuga de votantes populares se escindió en dos, hacia Ciudadanos y hacia Vox. En 2011, Rajoy heredó una España arruinada y su prioridad fue la recuperación económica. El Partido Popular centró sus esfuerzos en la economía y dejó a un lado muchos compromisos electorales y demandas políticas de su electorado tales como la regeneración democrática, el Plan Hidrológico Nacional, la derogación de la Ley de Memoria Histórica, de la de la Ley de Violencia de Género y de tantos y tantos asuntos de calado ideológico que imposibilitaban a muchos votantes tradicionales identificarse con la acción de su gobierno. A lo que hay que añadir una incompetente respuesta a la corrupción. Es más, cualquier discrepancia interna respecto a la política de su gobierno fue respondida con una amable invitación a salir del PP. Era como si para el PP existiese una imposibilidad de hacer política y de gestionar la crisis económica a la vez.

 

Los datos electorales están ahí:


ELECCIONES GENERALES.

 

 

2011

2015

2016

2019 Abril

2019 Nov.

PP

44,63 %

28,71 %

33,01 %

16,69 %

20,81 %

C’s

 

12,67 %

13,06 %

15,86 %

6,80 %

Vox

 

0,23 %

 

10,26 %

15,08 %

Total centro derecha

44,63 %

41,61 %

46,07 %

42,81 %

42,70 + 0,41 de NS = 43,10 %

 

En 2011 el PP aglutinaba todo el voto del centro derecha con el 44 % de los votos y en 4 años de gobierno perdió, a pesar de los buenos resultados económicos, un 16 % de los votos que fueron a parar en su mayoría a Ciudadanos, un partido que representaba una voluntad regeneradora y una voluntad clara y decidida de enfrentarse al desafío separatista catalán. En 2016 el centro derecha cosechó los mejores resultados de su historia con un 46 % de los votos y, sin embargo, la división del voto impidió que la suma de PP y C’s alcanzase la sobrada mayoría absoluta que habrían alcanzado de haber concurrido en coalición electoral. Y a partir de 2019 se inicia una nueva etapa con la división del centro derecha en tres opciones obteniendo el PP los peores resultados de su historia. No obstante, el voto del centro derecha sigue oscilando desde 2011 en una horquilla que va desde el 41,61 % al 46,07 %, es decir, que tiene a su alcance la posibilidad de lograr una mayoría suficiente para apartar del poder a la actual, compuesta por socialista, comunistas, separatistas y herederos de la ETA. Y para ello es imprescindible recuperar la unidad de acción electoral, es decir concurrir juntos a las elecciones generales. Esa debería ser la prioridad de los líderes del PP, Vox, y Ciudadanos. Es una cuestión de generosidad y, por supuesto, de patriotismo.

 

Sin embargo, parece que Feijóo está dispuesto a encarar su asalto a La Moncloa con la misma estrategia que Rajoy llevó a cabo con su gobierno: centrarse en la recuperación económica y olvidarse de los que el Congreso recientemente celebrado ha calificado como “política líquida” y “debates vacíos”, es lo que él mismo define como “política para adultos”. Señalan que el Partido Popular no va a perder en tiempo en cuestiones ideológicas de género, tipos de familia, "falso patriotismo" o sobre un modelo de Estado fijado por la Constitución lo que significa que este PP va a dejar ese terreno libre para Vox lo que constituye, a mi entender, un craso error. Un político de raza, un hombre de estado debe ser capaz de conjugar en su acción de gobierno la gestión de la crisis económica con la política ideológica, con la batalla cultural. De lo contrario, el PP no va a ser capaz de despegar electoralmente porque sus antiguos votantes no se van a identificar con un proyecto político carente de principios y valores ideológicos, aunque esté cargado de excelentes gestores. España es mucho más que una maltrecha economía. España es además razón, sentimiento y corazón.

 

Si el PP quiere volver al poder debe asumir que tiene que hacerlo acompañado mientras siga renunciando a hacer política de verdad. Gobernar no es solo gestionar, gobernar es liderar a la sociedad, es hacer política y guiarla hacia objetivos mucho más profundos y duraderos. Asumir la estrategia de Gobierno de Rajoy de 2011 es un tremendo error que solo puede augurar la consolidación de la fragmentación del centro derecha y, por tanto, la permanencia del sanchismo en la Moncloa.

 

Santiago de Munck Loyola