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sábado, 4 de febrero de 2012

Gana Rubalcaba y pierde Pajín.

Despejada la incógnita después de tantas semanas de pugna interna por el liderazgo del PSOE: Alfredo Pérez Rubalcaba ha sido elegido por un estrecho margen de votos nuevo Secretario general del partido, derrotando a su contrincante Carmen Chacón. Poco más del 51 % de los delegados socialistas ha dado su respaldo a Rubalcaba para suceder a Rodríguez Zapatero lo que quiere decir que de salida no cuenta con el apoyo de casi la mitad del partido. No cabe la menor duda de que su primera tarea deberá ser gestionar con inteligencia esa falta de apoyos para evitar que puedan consolidarse en una rémora a la nueva etapa que quiere poner en marcha. Los habituales y consabidos mensajes de todo ganador apelando a la unidad y a la integración deberán transformarse en realidades concretas para evitar fracturas que a medio plazo podrán poner en peligro su recién iniciado liderazgo.

No son pocos los analistas políticos que traducen la victoria de Rubalcaba como el fin del zapaterismo y como una vuelta al socialismo de los años 80 en los que el recién estrenado líder socialista empezó a desarrollar su carrera política. Flaco favor hacen al Sr. Rubalcaba si identifican su victoria como el entierro del zapaterismo, como el final de una estrategia política y el inicio de una diferente. Esta interpretación conlleva la consideración del triunfo de Rubalcaba como la aparición de una figura política nueva, desvinculada o enfrentada a la última etapa del Partido Socialista. Es evidente que no es así. Pérez Rubalcaba ha sido uno de los pilares básicos del zapaterismo, de una determinada forma de entender y desarrollar el proyecto socialista que ha imperado durante la última década. Presentarlo hoy como algo diferente, como una alternativa al proyecto político del que ha formado parte es tanto como una estatua impávida que, aunque estuvo en los Gobiernos de Zapatero, ni participaba del proyecto, ni de las políticas desarrolladas o que fingía la sintonía política suficiente con el ex Presidente aunque no comulgase lo más mínimo con él. Y no era sí.  Rubalcaba era y es parte del zapaterismo y la notable ausencia de críticas a la gestión política, económica y social que durante la última década ha protagonizado el socialismo español sólo puede interpretarse como una complacencia con el fracasado proyecto zapaterista. Con Rubalcaba el zapaterismo sobrevive y lo seguirá haciendo debajo de todos los retoques cosméticos que seguramente se producirán hasta que el socialismo español inicie un verdadero proceso interno de regeneración y renovación ideológica.

De igual modo, el zapaterismo habría sobrevivido, aunque de forma más evidente, si el congreso lo hubiese ganado Carmen Chacón. En todo caso, la derrota de esta última es la derrota de la inconsistencia intelectual, de la primacía de la imagen sobre el contenido y de la incongruencia política, rasgos, por otra parte, más que identitarios del zapaterismo más puro. Cuando se formulan expresiones como la de “el concepto de nación es discutido y discutible” sin aportar ninguna reflexión adicional es fácil ser nacionalista catalana y después nacionalista española. Se puede aplaudir a los que ofenden a los españoles y después enrollarse en la bandera española y pretender ser, algún día, presidenta del Gobierno de la Nación española sin despeinarse lo más mínimo y sin ofrecer una explicación de tan fulgurante cambio ideológico.

Ha perdido Chacón y, de paso, ha perdido el socialismo alicantino representado por Pajín, Elena Martín y Ana Barceló. Con esa especial inteligencia que le permite vislumbrar conjunciones de liderazgos planetarios, Leyre Pajín y sus amigas han apostado por el caballo perdedor. Pronto se verá la traducción que esa fallida apuesta tiene para el fragmentado y desorientado socialismo alicantino.

Santiago de Munck Loyola

viernes, 3 de febrero de 2012

El 38 congreso del PSOE.

A punto de iniciarse el Congreso del PSOE en Sevilla, todas las noticias e informaciones de las últimas semanas parecen indicar que poco o nada sustancial va a cambiar en el principal partido de la oposición. Tras dos derrotas electorales consecutivas, fracasos electorales en toda regla, lo lógico habría sido que en el seno del Partido Socialista se hubiese abierto un período de autocrítica y una profunda reflexión para poner en pie un nuevo proyecto político. Pero no ha sido así, el debate interno se ha centrado en el cambio de liderazgo, en la sustitución del Secretario General por otro, dando por buenas las políticas y orientaciones que han conducido al estrepitoso fracaso en las urnas.



El zapaterismo no ha terminado con la retirada de José Luis Rodríguez Zapatero por la sencilla razón de que quienes aspiran a sucederle han sido coautores y partícipes de las líneas políticas que han inspirado el modelo socialista durante los últimos doce años. Tanto Alfredo Pérez Rubalcaba como Carmen Chacón han sido ejecutores e impulsores de las mismas políticas y la ausencia de autocrítica en sus discursos y propuestas desgranadas en las primarias socialistas sólo puede interpretarse como un movimiento continuista, como una prolongación de un programa y un modelo político ampliamente rechazado por la inmensa mayoría de los electores.



El zapaterismo nació por sorpresa tras un duro castigo electoral y lo hizo sin hacer tampoco una autocrítica de la trayectoria del partido, sin cuadros de peso y sin un claro proyecto político. Tanto en la etapa inicial de oposición como en la posterior fase de gobierno, la falta de un proyecto político coherente se tradujo en un alto grado de improvisación, de oportunismo coyuntural sin sustento intelectual y programático que sirvió inicialmente para incrementar la base electoral pero que demostró una manifiesta incapacidad para ofrecer soluciones a los diferentes problemas que iban surgiendo. Mucha pancarta pero pocas soluciones, mucha propaganda pero poco contenido. Notas distintivas y caracterizadoras del zapaterismo han sido el sectarismo y la exclusión política que se pusieron de manifiesto con el famoso pacto del Tinell y el llamado cordón sanitario como fórmulas de marginación del principal partido de la oposición y, por ende, de media España; el espíritu “guerracivilista”  como fórmula de aglutinación sentimental para satisfacer antiguas ansias de revanchismo que parecían haber sido superadas con el consenso de la transición y la ausencia de “sentido de estado” abriendo un peligroso campo revisionista del estado autonómico, no en aras de un perfeccionamiento del mismo, sino como tributos territoriales para compensar debilidades parlamentarias. Todo ello acompañado de la sumisión o el doblegamiento, en su caso, de todos los resortes públicos al servicio de un proyecto de partido de corte personalista, intentando penetrar hasta en diferentes esferas de la sociedad civil para controlarlas y someterlas. La cualificación de los altos cargos del Gobierno y de los pertenecientes a la mayoría de las instituciones del estado ha ido en paralelo, salvo honrosas excepciones, a la talla intelectual del propio Presidente del Gobierno que, por razones obvias, no es preciso medir.



La autocomplacencia de los candidatos a dirigir el PSOE con el zapaterismo es lógica y evidente y no presagia nada bueno para el futuro del partido socialista. Si se da por válida la afirmación del Sr. Ibarra de que la candidata Carmen Chacón es “lo mismo que Zapatero, pero con faldas”, no queda más remedio que concluir que el candidato Pérez Rubalcaba es “lo mismo que Zapatero pero calvo y amargado”. La falta de autocrítica socialista no es sólo un problema para los socialistas, es también un problema para todos los españoles que necesitan una alternativa de gobierno seria, sólida y creíble. Y con esas faldas y esos pelos no la van a tener de momento.



Santiago de Munck Loyola