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lunes, 18 de febrero de 2013

Los Premios Goya o la exhibición anual de la descortesía.



Uno pensaba que una regla de elemental cortesía y signo de buena educación era ser amable y considerado con el invitado que uno lleva a su casa. Sin embargo, a la vista del tratamiento que los actores y presuntos artistas dispensan a sus invitados debe ser un error o quizás sean ellos los que desconocen las elementales reglas de la buena educación y cortesía. Cada vez que tienen ocasión y siempre que sus invitados sean del Partido Popular, los promotores de la entrega de los premios Goya se comportan como el anfitrión que invita a cenar a un amigo musulmán y le ofrece un buen plato de jamón serrano, buen vino y se dedica a insultar y a criticar a Mahoma.

Y así ha vuelto a ser el pasado domingo en la gala de la entrega de los Premios Goya. El Ministro Wert aguantó como pudo la perorata de simplezas de algunos de los intervinientes, más preocupados de estampar su pose política que de realizar la más mínima autocrítica para conocer las causas de la razón por la cual los consumidores nos decantamos por los productos cinematográficos extranjeros que por las “obras maestras” de la farándula patria.

La propia presentadora del evento, Eva Hache, fue la primera en evidenciar su concepto sobre la buena educación con esa mezcla de humor escatológico y pretendida naturalidad que tanta gracia hace a algunos, eso sí, siempre que se trate de dar palos al PP. No se libraron tampoco de las simplezas de la presentadora ni el Rey, ni su familia. La verdad es que la presentadora fue poco original y bastante grosera.

El discurso del presidente de la Academia del Cine, Enrique González Macho, se centró en los recortes, en la subida del IVA y en la supuesta independencia del Cine Español. Podía haber hablado de los responsables últimos de los recortes de hoy, de los que durante años han despilfarrado el dinero público, pero no lo hizo y con ello perdían legitimidad y fuerza sus críticas. No obstante, cuando una actividad depende para su subsistencia de las subvenciones públicas parece que las reivindicaciones de independencia son más bien brindis al sol que un reflejo de la realidad.

Ahora bien la que se llevó la palma al mérito demagógico fue la ganadora del Goya a la mejor actriz, Candela Peña. La galardonada dijo: Hace tres años que no trabajaba. En estos tres años he visto morir a mi padre en un hospital público donde no había mantas para taparlo y le teníamos que llevar el agua. En estos tres años ha nacido un hijo de mis entrañas y no sé qué educación pública la espera. En estos tres años ha visto gente sin trabajo que se mata por no tener casas. Esta alegría no me la amarga nadie y os pido trabajo. Tengo un niño que alimentar. Muchos la criticarán por usar la plataforma del premio como atril político y de ser, por lo tanto, inoportuna, tal vez. Habrá a quien le parezca perfecto usar esta plataforma pública para pedir trabajo y de paso para hacer demagogia usando hasta la muerte del propio padre, a mi no. Hoy ha salido a la palestra el Director del Hospital público catalán, por cierto, en el que falleció el padre de la actriz negando que en dicho hospital no hubiese ni mantas ni agua para los enfermos, pero sobre todo poniendo en conocimiento de todo el mundo que ni la actriz, ni ningún allegado, presentó en su momento escrito o reclamación alguna denunciando algo tan grave. ¿Quién no presentaría una queja formal si a un enfermo en un hospital público no se le proporcionase manta y agua? Hay cosas que, por falsas y exageradas, no se deberían decir y menos aún cuando se usa la muerte de un ser querido simplemente para hacer política y de la mala. No cabe ninguna duda de que hay carencias en la sanidad y, sobre todo, en la sanidad catalana tras el paso del tripartito por la Generalidad de Cataluña, pero de ahí a lo que denuncia esta actriz hay un verdadero abismo.

Todos podemos ejercer la crítica política, pero cuando los miembros del mundo artístico se posicionan colectivamente y siempre en la misma dirección pierden credibilidad. Ni todos los artistas piensan igual ni están representados por las voces que siempre se arrogan la exclusividad de su representación. Pero, lamentablemente, ésa es la imagen que transmiten a la sociedad española. La beligerancia partidista de este colectivo es manifiesta, su sectarismo ideológico patente y su incapacidad para ganarse el favor del público en lo suyo, en la producción artística, también. Quizás necesitarían menos subvenciones y profundizar más en los males de fondo que atañen a su profesión en lugar de jugar a la política con minúscula y de hacer de palmeros de quienes no soportan perder las elecciones frente al Partido Popular.

Santiago de Munck Loyola

domingo, 1 de abril de 2012

Nunca digas de esta agua no beberé…

Hace unos días, un amigo, Valentín, comentaba un enlace relacionado con el nuevo presupuesto y recordaba lo que decía la Vicepresidenta a propósito de la reforma laboral del PSOE de 2010 para concluir subrayando lo falsos que son los políticos. Sin llegar a generalizar sobre todos los políticos, hay que admitir que no es ociosa esta afirmación sobre una buena parte de la clase política.

No cabe duda que los políticos no tienen una buena imagen entre la mayoría de los ciudadanos y que la causa de ello se encuentra, con toda seguridad, en sus propios comportamientos y actitudes. El desprestigio de la clase política es responsabilidad casi exclusiva de la propia clase política y, quizás, de parte de los medios de comunicación. Por cierto, digan lo que digan algunos tertulianos políticos, denunciar los comportamientos inmorales de algunos políticos no supone ni desprestigiar al sistema democrático, ni poner en peligros la vigencia de los valores sobre los que se asienta. Todo lo contrario, es y debería ser un deber inexcusable para lograr la regeneración del sistema democrático. La vitalidad y enraizamiento de un sistema político entre los ciudadanos depende se su capacidad de regeneración permanente.

El éxito de cualquier profesional depende, en gran medida, del crédito que tenga, de la credibilidad sobre su capacidad que pueda ofrecer a quienes, en un momento dado, deseen usar sus servicios. Y los políticos no son excepciones, es más, su éxito depende fundamentalmente de su credibilidad. Y esas credibilidad se extiende a muchas facetas de su vida, incluso, a las que deberían pertenecer a la esfera privada. La armonía entre lo que dijeron y lo que ahora dicen, entre lo que dicen y lo que hacen es fundamental. Sin embargo, no nos tienen acostumbrados a eso. Parece que todo vale con tal de justificar sus cambios y sus contradicciones.

Parte del problema radica en esa necesidad que algunos tienen de pronunciarse siempre sobre cualquier tema de debate político y de hacerlo, además, sobre posiciones perfectamente previsibles en función de dónde se encuentren, de si están en el Gobierno o en la Oposición. Y, además, lo hacen trasladándonos a los ciudadanos mensajes simplistas y maniqueos como si no fuésemos capaces de distinguir matices o precisiones que puedan modular los análisis que realizan. Nos suelen tratar como a niños a los que no hay que dar demasiadas explicaciones. Lo vemos cada vez que hay una campaña electoral o cada vez que les ponen un micrófono delante. Ni es necesario que opinen sobre todo, ni es preciso que lo hagan en términos de blanco o negro.

Lo acabamos de ver respecto al debate sobre la reforma laboral y lo volvemos a ver sobre el debate de la mal llamada “amnistía fiscal” (legalmente prohibidas) incluida en el proyecto de presupuesto. Resulta inconcebible que una regularización fiscal fuera absolutamente inaceptable en 2010 cuando la propuso el PSOE y que ahora resulte que es el único camino encontrado para ingresar 2.500 millones de euros y poder así eludir una subida del IVA. Es cierto que las circunstancias económicas han empeorado desde entonces pero ¿tanto? Si política y moralmente era inaceptable en 2010 ¿no lo será ahora también? Y si ahora, para el PSOE, esta nueva regularización fiscal resulta inaceptable porque significa “premiar a los defraudadores” ¿no lo era también en 1984, en 1991 y en 2010? ¿Cómo es posible que el Sr. Rubalcaba descalifique tan rotundamente una medida que él mismo aprobó en el pasado? ¿Son malas las regularizaciones fiscales cuando las propone el PSOE y buenas cuando lo hace el PP? ¿Son una maravilla, hasta el punto de hacer tres, cuando las impulsa el PSOE y un pecado cuando lo hace el PP?

Son situaciones como éstas las que ponen en evidencia la inteligencia de algunos políticos y el escaso respeto que manifiestan hacia los votantes que nos inducen a generalizar sobre la mala imagen de la clase política. La aplicación de la Ley del embudo como norma transversal, las descalificaciones simplistas y categóricas y la ausencia absoluta de autocrítica no contribuyen a mejorar la credibilidad de la mayoría de los políticos. Deberían recordar aquello de “nunca digas de este agua no beberé y este cura no es mi padre”.

Santiago de Munck Loyola