Ahora
que muchos aprovechan para hacer leña del árbol caído, vaya por delante mi
respeto y afecto por Esperanza Aguirre, aunque sea crítico con ella. Hay dos
cosas que nunca le ha perdonado la izquierda: ser liberal y haberles ganado una
y otra vez en las urnas.
Por ello, la dimisión de Esperanza Aguirre como
Portavoz del PP en el Ayuntamiento de Madrid está sirviendo de válvula de
escape para la inquina, la bilis, el revanchismo y las miserias de toda clase
de gente, dentro y, sobre todo, fuera del PP. Yo lo palpo muy cerca. Pero es inevitable, majaderos y miserables abundan.
Con sus luces y sus sombras en su
gestión pública, Aguirre representaba el éxito de haber situado a la Comunidad
de Madrid a la cabeza económica de todas las comunidades autónomas;
representaba un matizado liberalismo que levantaba sarpullidos en la izquierda
y en algunos ámbitos del propio Partido Popular y, sobre todo, representaba
para muchos un modo de hacer política claro, directo y sin complejos ante una
izquierdona tan rancia como sectaria. Se pregunta hoy “Monseñor” Iñaki
Gabilondo en su sermón de El País ¿por qué ha dimitido en el fondo Esperanza
Aguirre? ¿Dónde está el listón o cuantos códigos éticos pululan en el PP para
que Esperanza Aguirre tenga que dimitir no estando imputada en ninguna causa y
otros líderes nacionales no tengan que
hacerlo? Buenas preguntas. Y, a bote pronto, da la impresión de que Esperanza
Aguirre, consciente de lo que representaba y habiéndolo sido casi todo en política,
ha decidido no someterse al linchamiento mediático que le estaban preparando,
depurar su responsabilidad política por sus errores en sus tareas “in eligendo
e in vigilando” y, de paso, prestar un último servicio a su partido marcando,
por cierto, el camino que deberían seguir muchos otros.
Esperanza
Aguirre era desde hace tiempo una nota discordante en un partido monolítico,
absolutamente incapacitado para percibir, no ya las demandas de la calle, sino
las de su propia militancia. Muchas de sus ideas y propuestas lanzadas desde
hace 4 años no sólo fueron despreciadas por la guardia pretoriana rajoyana de
Génova sino que irritaron profundamente. Y, sin embargo, esas propuestas iban
en la buena dirección. En febrero de 2013 habló de la necesidad de que quien
vaya a ocupar un cargo público haya cotizado previamente a la seguridad social,
es decir, que sepa lo que es ganarse la vida por su cuenta, sin el paraguas del
partido. No le faltaba razón, aunque su entorno se nutría de gente que nunca lo
había hecho. En mayo del mismo año, Esperanza Aguirre manifestó que "con elecciones internas para encontrar
a los dirigentes, los militantes de base se sentirían mucho más involucrados en
la vida del partido". Nada más sensato ni más lleno de sentido común
que esa reflexión. Y en septiembre manifestó que “ha llegado la hora de remover las aguas demasiado quietas de la vida
interna de los partidos" y, reclamó implantar un sistema electoral con listas
abiertas y primarias para designar candidatos. En definitiva que
aportaba algunas reflexiones que podrían haber permitido contribuir en algo a
que el sistema político se regenerase.
Sin
embargo se equivocó a la hora de conformar sus equipos porque usando el mismo
sistema de designación cuya reforma proponía no supo elegir, no supo vigilar y
no supo escuchar lo que eran algo más que rumores. Cuando alguien tiene la facultad de realizar cientos de nombramientos puede equivocarse, pero se ha de pagar por ello. ¿Cuántos políticos se han equivocado igual? ¿Quién puede poner la mano en el fuego por alguien al que designa directamente a un cargo, aunque sólo pueda nombrar a uno?
Pero
¿sirve de algo esta dimisión al PP? Tal y como están las cosas parece que no.
El Partido Popular es una especie de tortuga, desesperadamente lenta en sus
movimientos regeneradores, tremendamente asustadiza que esconde la cabeza a la
mínima y prácticamente ciega. Es una tortuga incapaz de aprender de los errores
y que marcha lenta pero inexorablemente hacia el precipicio.
Buena
prueba de ello es lo que está ocurriendo en Valencia donde Génova trata de
impedir o dificultar la concurrencia de varias listas a la Presidencia
provincial (así lo ha hecho saber Maíllo el amigo de Aida Nízar) o en Alicante,
sin ir más lejos, donde gente como José Ciscar, Presidente Provincial de
Alicante, responsable del mayor desastre electoral del PP en la Provincia, se presenta a la reelección sin que surja ninguna
candidatura alternativa, pese a ser público y notorio que es un declarado
enemigo de la transparencia, de la democracia interna y de la regeneración
democrática al igual que su mano derecha el diputado José Juan Zaplana.
El
actual PP ha sepultado ideológicamente al centro derecha. Se ha conformado con
convertirse en un partido refugio para el voto del miedo al grito de “que llega
Podemos” y con ello ha abandonado la idea de una profunda regeneración, de la
asunción real y a todos los niveles de responsabilidades políticas, del
desarrollo de iniciativas políticas de calado y del cumplimiento de su propio
programa electoral. Siempre hay una excusa. Antes que lo prioritario era
arreglar el desastre económico heredado. Ahora la insuficiencia parlamentaria.
Y uno no puede, por menos, que preguntarse y para qué quieres gobernar si no
puedes ni tan siquiera cumplir con un mandato europeo como en el caso de los
estibadores portuarios.
El
PP ha vuelto a perder un referente ideológico o, al menos, un referente
dinamizador del debate interno, algo tolerado exclusivamente a personas con
relevancia interna como Esperanza Aguirre. Eso sí, el PP ha ganado con esta
dimisión más pax rajoyana, más uniformidad discursiva y más encefalograma
plano. Cuando el PP sea desconectado de los sistemas de soporte vital, las
administraciones públicas, tendrá serias dificultades para sobrevivir. Y si no,
al tiempo.
Santiago
de Munck Loyola