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miércoles, 31 de agosto de 2011

Una reforma constitucional legal, pero con déficit de legitimidad.

Esta mañana, algunas tertulias radiofónicas se hacían eco de la innecesaria reforma constitucional puesta en marcha para intentar frenar el gasto de nuestras administraciones públicas. Y, al igual que en algunos periódicos, los intervinientes debatían sobre la legalidad y la legitimidad de esta reforma de la Constitución. Así, se argumentaba que la reforma era legal puesto que se hacía respetando al pie de la letra el mecanismo de reforma previsto en la carta Magna y legítima pues estaba respaldada, además, por más del 80 % de los representantes de la soberanía popular, los diputados socialistas y populares.

No es ésta la primera vez que puede observarse como, en los medios de comunicación, se usa el concepto de legitimidad política con tanta ligereza, como desconocimiento. Ya hace tiempo que, a propósito de la formación del primer gobierno de Rodríguez Zapatero, el periodista Jiménez Losantos, afirmaba con su rotundidad habitual que “este gobierno es legal y, por tanto, es legítimo”. Con ello, parecía asimilar el concepto de legalidad con el de legitimidad, error muy frecuente. Los gobiernos del dictador Fidel Castro serán muy legales porque se habrán constituido conforme a la legalidad cubana vigente, pero no son legítimos porque ni las leyes que los producen están elaboradas con criterios de legitimidad, ni dichos gobiernos cuentan con el respaldo democrático necesario. Es práctica frecuente también obviar la distinción, clásica en la ciencia política, entre la legitimidad de origen y la legitimidad de ejercicio.

Volviendo a la reforma constitucional hay algunos aspectos que merece la pena ser considerados. Es cierto que la reforma es legal pues se está haciendo mediante el sistema constitucionalmente previsto. Como también lo es que los parlamentarios son los legítimos representantes de la soberanía popular. Pero también es un hecho cierto que cuando los partidos políticos presentaron sus programas electorales en la elecciones generales de 2008 no propusieron a los votantes reformar la Constitución en el sentido en que lo van a hacer. Los electores no respaldaron con su voto, no otorgaron mandato a los parlamentarios electos para que procediesen a reformar la constitución. Es decir que la soberanía popular no se pronunció en el año 2008 sobre este punto. El mandato y la representatividad de los parlamentarios, su legitimidad, se sustenta en esa relación de confianza que se puede resumir en “yo te voto para que hagas lo que me has propuesto en tu programa”. Por tanto, los parlamentarios socialistas y populares no tienen mandato alguno de los ciudadanos para emprender esta reforma, no cuentan con la legitimidad suficiente para realizar una reforma de tanto calado de la norma superior del estado, la norma que regula la convivencia y organización de la nación. Esto es un hecho evidente.

Subrayada la ausencia de mandato para reformar la constitución y la inexistencia de pronunciamiento de la soberanía popular sobre el asunto, resulta aún más llamativo que esta reforma se haga sin un referéndum, mecanismo legalmente no exigible, o que se haga sin esperar al resultado de las próximas elecciones generales en cuya campaña los partidos políticos tendrían una ocasión de oro para proponer y explicar a los votantes la necesidad y el alcance de esta reforma constitucional y de obtener así el mandato necesario de la soberanía popular para modificar la Constitución.

El déficit de legitimidad para realizar esta reforma constitucional es evidente por mucho que editorialicen en contrario determinados medios de comunicación. Podrán poner el énfasis sobre la legitimidad de esta decisión pero, por mucho que lo hagan, no podrán soslayar el hecho de que esta reforma se hace, pudiendo hacerlo, sin contar con el pueblo soberano.

Santiago de Munck Loyola

lunes, 29 de agosto de 2011

Rivas: Un grano integrista en el Partido Popular.

El Partido Popular siempre ha aspirado a consolidar una posición centrista y reformista que poco a poco ha ido avanzando en cada uno de sus Congresos nacionales y que es percibida como tal por una gran parte del electorado, aunque no por todo. Dicen que desde el centro es desde donde se ganan las elecciones en España. El centrismo no es una ideología sino más bien una posición electoral estratégica modulada por determinados mensajes, programa y estilo de hacer política. La búsqueda y permanencia en la centralidad política no depende sólo de la voluntad propia, sino que también influye como un factor determinante el posicionamiento del conjunto de las fuerzas políticas que participan en la contienda electoral.

El talante centrista no está reñido con el mantenimiento de unos principios y valores que conforman la ideología de un partido. El Partido Popular se define a si mismo a través del Art. 2 de sus Estatutos Nacionales que proclama lo siguiente: El Partido Popular se define como una formación política de centro reformista al servicio de los intereses generales de España, que tiene a la persona como eje de su acción política y el progreso social como uno de sus objetivos. Con clara vocación europea e inspirado en los valores de la libertad, la democracia, la tolerancia y el humanismo cristiano de tradición occidental, defiende la dignidad del ser humano y los derechos y libertades que le son inherentes; propugna la democracia y el Estado de Derecho…

La carga ideológica del Partido Popular está recogida en este artículo. Se trata de un Partido interclasista, aconfesional, de ámbito nacional, europeista y en el que, entre otras cosas, tienen cabida liberales, demócrata cristianos, agnósticos o ateos. La inspiración en los valores propios del humanismo cristiano no supone, en modo alguno, un signo de exclusión de carácter religioso. Se anteponen a éstos valores los de la libertad, la democracia y la tolerancia.

Ya en los años setenta, la Conferencia Episcopal Española señaló su rechazo a su identificación con cualquier partido demócrata cristiano. La fórmula de los Partidos demócrata cristianos, nacida a finales del S. XIX y fortalecida con la encíclica Rerum Novarum, hoy no tiene mucha vigencia en las democracias occidentales.

Sin embargo, desde el aterrizaje de la PParaca Dª Inmaculada Sánchez Ramos en Rivas-Vaciamadrid, detractora habitual de Mariano Rajoy, parece que se está produciendo un progresivo abandono de las posiciones centristas y liberales de la organización local hacia posiciones claramente confesionales y excluyentes. Desde entonces, los foros de Internet están plagados de intervenciones “estelares” que evidencian posicionamientos políticos radicalizados y cargados de connotaciones y referencias religiosas, sin que la Dirección Local haya hecho nada por desmarcarse públicamente de las mismas. Y, lo que es peor, dichas intervenciones se realizan mezclando política y religión y con un estilo francamente reprobable. Referencias constantes a la situación de la Iglesia católica, acusaciones injuriosas y calumniosas hacia los rivales políticos y ofensas a todo aquél que se atreva a llevar la contraria están proyectando una imagen de intolerancia, de prepotencia y soberbia muy alejada de lo que significa hoy militar en el partido Popular y, desde luego, del espíritu Evangélico.

“Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22, 21), no debería ser muy difícil de entender y de practicar por parte de estos fustigadores de los foros que, incluso, se permiten escribir mensajes del estilo “rezo por ti” o “que Dios te perdone” por tener el atrevimiento de discrepar de sus dogmas políticos caseros. Incluso, en estos casos, si rezan por alguien, también deberían aplicarse lo de que “no sepa tu mano izquierda la que hace tu mano derecha, para que sea tu limosna un secreto; y tu padre que te ve en lo secreto te recompensara en publico" (Mateo 6. 3-4).

Estos nuevos inquisidores del Partido Popular de Rivas en las redes sociales se equivocan si creen que con estas actitudes, con esta saturación de mala propaganda político-religiosa van a conseguir “evangelizar” al electorado ripense. Sencillamente, producen vergüenza ajena y hasta náuseas. De no ser porque se sabe que son un simple y esporádico grano en el conjunto de una gran organización como el Partido Popular, uno se avergonzaría de compartir siglas.

Santiago de Munck Loyola

viernes, 26 de agosto de 2011

La confusión ideológica y la pérdida de identidades.


Cuando se examina la trayectoria del PSOE durante estos últimos años y la naturaleza de muchas de las iniciativas y medidas políticas que ha ido poniendo en marcha su gobierno es difícil encontrar cierta coherencia ideológica y una identidad clara respecto a lo que implica su teórico posicionamiento político y social. De un partido socialdemócrata o simplemente de izquierdas se esperan acciones de gobierno que respondan a esas etiquetas. Sin embargo, no ha sido siempre así durante el mandato del Sr. Rodríguez Zapatero. Habrá quien lo intente justificar aludiendo a los estrechos márgenes de actuación que una economía globalizada y dependiente imponen pero lo cierto es que, aún dentro de esos márgenes, cabía esperar la adopción de signos y medidas que respondiesen a una identidad ideológica concreta. Bien es cierto que, en determinados aspectos políticos, sí se ha producido esa esperada coherencia, pero en lo relativo al desarrollo de la cohesión social o a la consecución de una mayor justicia social no ha sido así.
Olvidado ya el internacionalismo proletario y sustituido por el imperialismo bancario, se ha renunciado a la propia cohesión jurídica y social nacional para afianzarse en el particularismo aldeano. Hoy, los ciudadanos españoles no gozan de iguales derechos, pese al mandato constitucional, en los diferentes territorios que componen la nación. Esto es perfectamente constatable en los derechos a determinadas prestaciones sanitarias que varían en función de cada autonomía.
El Art. 31.1 de la Constitución, constantemente ignorado en las diferentes decisiones tributarias que se han venido adoptando, señala que “todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio”. Es evidente que el principio de igualdad ha desaparecido desde el momento en que los ciudadanos tributamos en diferente cuantía según nuestra Comunidad Autónoma. Pero lo que más llama la atención es que el principio de progresividad, es decir, una mayor tributación según la mayor  capacidad de pago, ha sido constantemente ignorado por un Gobierno y un partido de izquierdas. El concepto de progresividad fiscal, tan denostado por los ultraliberales, no es un capricho, es un mandato constitucional cuya inclusión en los debates constitucionales se promovió desde la izquierda.
Un ejemplo de la ignorancia de este principio lo acaba de proporcionar el Gobierno con la reducción del IVA en la adquisición de viviendas nuevas. La medida adoptada consiste en rebajar de un 8 a un 4 % el IVA que hay que pagar el comprar una nueva vivienda independientemente de la capacidad del contribuyente. Hay quien afirma que esta medida ha sido un nuevo favor a los bancos cuyo excedente de viviendas ha aumentado en exceso como consecuencia de la crisis. El Gobierno socialista ha pensado, una vez más, en los bancos y no en las necesidades de los ciudadanos. Es un problema, al parecer, que los bancos en el año 2010 hayan obtenido un beneficio neto de solo  14.940 millones de euros. No lo es tanto que muchos millones de españoles no tengan vivienda en propiedad, especialmente los que tienen edades comprendidas entre los 26 y los 45 años. La bajada del IVA beneficia a los bancos y a todos los españoles que quieran comprar una nueva vivienda, pero sin distinciones. Es decir que el beneficio es igual para todos, ya se trate de comprar la primera vivienda o una segunda, tercera o décima vivienda. Pensar en resolver el problema del stock de viviendas de los bancos, reactivar el sector de la construcción y ayudar simultáneamente a quienes necesitan comprar su primera vivienda debería haber llevado, desde la óptica de la progresividad, a una medida diferente. Por ejemplo, rebajar el IVA al tipo marginal para quien quiera comprar su primera vivienda y aumentar el IVA a los que quieran ir aumentando su patrimonio con las compra de más viviendas.
No es este el único caso de la ausencia de progresividad o de justicia social. Dar un cheque-bebé a todo el mundo por igual, independientemente de que el perceptor esté en el paro o posea una fortuna, fue tremendamente injusto. Ahora no hay dinero ni para unos ni para otros. Como injusto y anti social fue la decisión parlamentaria de situarse a favor de los bancos y no de los ciudadanos en el tema de la dación en pago de las viviendas en los litigios hipotecarios. Y al igual que estos casos, se podría ir desgranando todo un rosario de decisiones políticas y sociales que no responden, ni tan siquiera, a los principios rectores de nuestra Constitución. O bien no la conocen, o bien han desaparecido los principios ideológicos o bien los mercados y las encuestas han acabado con la identidad ideológica de nuestros gobernantes.
Santiago de Munck Loyola

miércoles, 24 de agosto de 2011

Una reforma constitucional innecesaria e inútil.

Es más que curioso que los dos grandes partidos parlamentarios, el PSOE y el PP, sólo sean capaces de alcanzar un acuerdo para realizar una reforma de la Constitución absolutamente inútil: la limitación del gasto de las administraciones públicas.
PP y PSOE han demostrado hasta la saciedad su incapacidad negociadora para encontrar puntos de encuentro en temas absolutamente trascendentales como pueden ser las reformas de estatutos de autonomía, la renovación del Tribunal Constitucional, la reforma laboral o, en muchas ocasiones, la política antiterrorista. Y, sin embargo, logran un acuerdo, quizás obedeciendo instrucciones del eje franco-alemán, para realizar una reforma constitucional innecesaria e inútil. ¿Para qué entonces se planea esta reforma? Todo parece indicar que se trata de una operación estética, un gesto encaminado a tranquilizar a los nuevos jefes de las políticas económicas, los mercados.
Esta reforma constitucional es innecesaria porque ya existen mecanismos legales suficientes para limitar el techo del gasto de las administraciones públicas. Ahí tenemos el Tratado de Maastricht suscrito por España que fijó el déficit permitido a los Estados de la Unión Europea en el 3 % del PIB y que merced al artículo 96 de la Constitución Española forma parte del ordenamiento jurídico español, para bien y para mal. Es decir, que la limitación del déficit ya está regulada en nuestro ordenamiento jurídico. Y si de lo que se trata es de establecer nuevas o diferentes obligaciones financieras, basta con volver a usar el Art. 94, 1, d) de la propia Constitución que establece que  la prestación del consentimiento del Estado para obligarse por medio de Tratados o convenios requerirá la previa autorización de las Cortes Generales, en los siguientes casos: d) Tratados o convenios que impliquen obligaciones financieras para la Hacienda Pública.
El enorme y creciente déficit de las Comunidades Autónomas constituye uno de los principales problemas de nuestras cuentas públicas y la necesidad imperiosa de su control es invocada por los promotores de esta reforma constitucional como justificación de la misma. Sin embargo, se trata, una vez más, de un argumento absolutamente erróneo. Es posible, además de necesario, controlar el déficit de las Comunidades Autónomas sin necesidad de reformar la Constitución. Basta con aplicar las previsiones constitucionales existentes. El Art. 149.1. 13)  de la C.E. establece como competencia exclusiva del Estado las bases y coordinación de la planificación general de la actividad económica. El Art. 150.3 de la Carta Magna señala que el Estado podrá dictar Leyes que establezcan los principios necesarios para armonizar las disposiciones normativas de las Comunidades Autónomas, aun en el caso de materias atribuidas a la competencia de éstas, cuando así lo exija el interés general. Corresponde a las Cortes Generales, por mayoría absoluta de cada Cámara, la apreciación de esta necesidad. Y, finalmente, el Art. 155.1 dispone que Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras Leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general.
Como puede apreciarse nuestro Ordenamiento Jurídico no sólo tiene ya establecido un límite del gasto que, posiblemente, deba ser articulado en función de las actuales circunstancias, sino que, además, cuenta con los mecanismos legales necesarios para imponer, si fuere preciso, más límites y controles a favor del interés general sin necesidad alguna de reformar la Constitución.
Esta anunciada reforma es, además de innecesaria, inútil. Da igual lo que disponga el tratado de Maastricht o la propia Constitución si no existe una voluntad política decidida y clara para frenar el gasto de las administraciones públicas. Es inútil cualquier pretensión legal en este sentido si no está respaldada por decisiones coherentes y valientes. Y, hasta el día de hoy, es evidente que los discursos de unos no han venido seguidos por sus obras y que las pretensiones de otros se han escondido tras propuestas de reforma hasta ahora no aceptadas.
¿Por qué no reforman la Constitución para establecer la exigencia de  responsabilidades a los gobernantes incompetentes e irresponsables?
Santiago de Munck loyola

martes, 23 de agosto de 2011

Diputaciones, políticos y asesores.

La propuesta electoral del candidato socialista Alfredo Pérez Rubalcaba de eliminar las Diputaciones provinciales ha abierto un amplio debate político sobre la conveniencia o no de esta medida. Parece que la propuesta está ya haciendo aguas por la reacción nada entusiasta de su propio partido molesto por el “ninguneo” al que el candidato le ha sometido en este tema.

La propuesta de Rubalcaba nació desde el primer momento con muy poca credibilidad porque no hace más de un año que el candidato socialista se opuso firmemente a una medida similar y la toma ahora como propia, justo después de que los socialistas hayan perdido el control de la mayoría de las Diputaciones provinciales. Pero es que, además, Rubalcaba y su equipo tratan de justificar esta propuesta esgrimiendo cifras que superan los 1.000 millones de euros de supuesto ahorro con la eliminación que se produciría de cargos políticos (cerca de 1.000), asesores y demás gastos vinculados con la dirección de estas instituciones. Si se examinan los presupuestos de las Diputaciones Provinciales es fácil observar que los números no cuadran y que constituye una falsedad absoluta que el coste de los cargos políticos y cargos de confianza suponga casi el 15 % del total de los presupuestos de las Diputaciones, unos 7.000 millones de euros al año. Si se toma el caso de la Diputación de Alicante, una de las Diputaciones con más cargos políticos y puestos de confianza, el coste en nóminas y gasto corriente asociado a estos cargos ronda el 2,90 % del presupuesto anual, porcentaje muy alejado del manejado por Rubalcaba. Es más, si la cifra y el correspondiente porcentaje de supuesto ahorro señalado por el candidato socialista fuera cierto y creíble constituiría un verdadero escándalo en el que habrían participado todos los partidos políticos, es decir, una práctica habitual que es de suponer sería extensible a todas las demás administraciones públicas.

Dicho esto, lo positivo de esta propuesta es haber abierto un interesante debate sobre el papel, el futuro y las posibilidades de reforma de las Diputaciones Provinciales y, necesariamente, de las demás administraciones públicas. Es indudable que las administraciones públicas vienen siendo, desde hace muchos años, un botín que los Partidos Políticos reparten entre los suyos cuando se hacen con el poder de las mismas, ya se trate de Ayuntamientos, de Diputaciones, de Comunidades Autónomas o del Estado. El abuso que supone la proliferación de cargos de confianza (asesores, comunicadores, etc.), la asignación de elevados sueldos de los cargos políticos y el uso indiscriminado de bienes públicos y prebendas es mucho más relevante y significativo en tiempos de crisis como los actuales en los que se imponen continuos sacrificios a la población, sobre todo, a la más débil económicamente. Se han dado casos, como en la Diputación de Alicante, en los que hay más asesores que Diputados Provinciales. ¿Es normal? ¿Es admisible? ¿Es lógico que hasta para hacer oposición los grupos políticos tengan asesores? Parece que no, parece que el sentido común señala que si los Señores Diputados no saben hacer su trabajo y necesitan asesores para ello es mejor que se dediquen a otra cosa. Y esta consideración es extensible en gran medida a las demás administraciones públicas.

La proliferación de cargos de confianza no se debe a una desconfianza del político hacia los funcionarios, entre los que hay grandes profesionales, ni a su propia incompetencia personal que exija tan gran número de asesores, sino que obedece más bien a ese reparto del botín público en el pago de favores tan frecuente en las organizaciones políticas.

Hoy las Diputaciones Provinciales siguen prestando un apoyo fundamental a los pequeños municipios lo que justifica sobradamente su existencia. Sin embargo, el desarrollo de las administraciones autonómicas ha supuesto, en muchos ámbitos, una duplicidad de funciones insostenible. Posiblemente, la solución pase por una redefinición del papel de las Diputaciones en coordinación con la estructura autonómica. Las Diputaciones deberían incrementar su capacidad de apoyo y asesoramiento a los pequeños municipios cuya viabilidad también es cuestionable en estos momentos y dejar en manos de las administraciones autonómicas muchas funciones que, además, competencialmente les corresponden. Igualmente, su reforma debería pasar por una revisión profunda de su representatividad democrática y del estatuto económico de sus cargos públicos. Muchos ven en las Diputaciones un contrapeso político a la tendencia neocentralizadora de las Comunidades Autónomas y esta consideración se ha venido reflejando en un crecimiento mimético de las Diputaciones que hoy no las hace viables. No se puede  solucionar un problema creando otro.

Santiago de Munck Loyola

sábado, 20 de agosto de 2011

JMJ 2011: Un éxito.

No cabe la menor duda de que el desarrollo de las Jornadas Mundiales de la Juventud está siendo un verdadero éxito de sus organizadores y, como no, de los participantes en las mismas.  Más de un millón de jóvenes peregrinos, cientos de miles en todo caso, venidos de todos los rincones del mundo, inundan estos días las calles de Madrid soportando un calor asfixiante y algún que otro incidente promovidos por los intolerantes de siempre.
La noticia está ahí, en la participación y presencia de estos cientos de miles de peregrinos que en uso de su libertad de conciencia han acudido a la llamada de la Iglesia para desarrollar un encuentro de compromiso y de Fe. Los jóvenes católicos lo están haciendo en un clima de alegría desbordante, de simpatía, de valentía, de amistad y de camaradería que para si quisieran muchas otras organizaciones.
La noticia está también en el enorme poder de convocatoria de la Iglesia y en la indiscutible capacidad de movilización y en la incomparable capacidad de organización de la misma, sustentada sin ningún género de dudas en las aportaciones voluntarias materiales y humanas de los miembros de la Iglesia Católica. Decenas de actos desarrollados tras meses de preparación y ejecutados con una precisión asombrosa ponen de manifiesto una excelente planificación y una coordinación difícil de igualar.

Las JMJ han convertido a Madrid y a España, durante estos días, en el centro informativo de todo el Mundo, trasladando una imagen una imagen positiva de nuestra sociedad tan solo empañada por la actitud de los intolerantes que, a pesar de haber intentado convertirse en noticia, tan sólo han logrado ser anécdotas en un acontecimiento tan importante.

Estos cientos de miles de jóvenes de peregrinos que han pagado por inscribirse en las Jornadas entre 30 y 210 € son, con su mochila pagada que no regalada, un ejemplo de civismo y de comportamiento envidiables. Han sufrido insultos, vejaciones, agresiones y descalificaciones por el simple hecho de reunirse a compartir unos días y de ejercer uno de los derechos más elementales y básicos del ser humano, la libertad religiosa. Y han venido a hacerlo a una nación cuyo Estado garantiza constitucionalmente ese derecho y  cuya población está compuesta según señala el CIS en su última encuesta por un 72 % de ciudadanos que se declaran católicos. Es decir que han venido a una Nación cuyo Estado se sostiene principalmente con los tributos que los que se declaran Católicos pagan.

Quedan pocas horas para que las Jornadas Mundiales de la Juventud del año 2011 terminen y estas horas finales constituirán seguramente un broche de oro para este gran acontecimiento. Y para todos los organizadores y los participantes en las mismas mis mejores deseos y mi modesta gratitud por su ejemplaridad.

Santiago de Munck Loyola.

lunes, 15 de agosto de 2011

El estado se come a la sociedad del bienestar.

El Diario El Mundo, en su edición de ayer 14 de agosto de 2011, se hacía eco de las drásticas reformas emprendidas en Italia con el fin de adelgazar sus administraciones públicas. De paso, subrayaba tres cuestiones: primera, que nuestro Estado es insostenible en las actuales circunstancias; segunda, que los dos Partidos mayoritarios coinciden en la necesidad de acometer reformas para reorganizar nuestras administraciones públicas y adaptarlas a la coyuntura actual y, tercera, que sorprendentemente ni el PP ni el PSOE se atreven a plantear soluciones programáticas concretas para conseguirlo.

Una vez más, esta situación pone de manifiesto la estrechez de miras, la cobardía política o la falta de sinceridad de los dirigentes de nuestra clase política a la hora de plantear soluciones, que son más que urgentes, ante una cita electoral cercana. Lo más probable es que los electores lleguemos al 20 N sin saber exactamente qué propone cada partido político para solucionar un problema que todos coinciden en diagnosticar: la inviabilidad de nuestra estructura política, de nuestro Estado. Lo que en tiempos de las vacas gordas podía funcionar a pesar del despilfarro permanente al que nos habíamos acostumbrado, hoy es una pesada losa que hace peligrar la sociedad del bienestar en la que vivimos.

El incremento paulatino y constante de las prestaciones sociales producido en las últimas décadas ha venido acompañado de un crecimiento proporcionalmente muy superior de las administraciones públicas encargadas de gestionarlas. La universalización y mejora de la educación, la sanidad, la justicia, las pensiones o las prestaciones por desempleo han conllevado un sustancial incremento de los aparatos administrativos y burocráticos que eran sostenibles mientras la economía se mantenía en sendas de crecimiento. Los ingresos públicos permitían sin grandes problemas afrontar los gastos generados. Sin embargo, la caída de los ingresos ha puesto en evidencia la imposibilidad de seguir así.

Simultáneamente, la descentralización política y administrativa desarrollada por el Estado de las autonomías no ha supuesto una racionalización de los gastos de la burocracia política y administrativa. Al contrario, todas las administraciones han crecido vertiginosamente. No se aplica el principio de a una competencia, una administración, sino que, en muchas ocasiones, nos encontramos hasta con cuatro administraciones para desarrollar lo que antes hacía una sola. Resulta cuando menos llamativo que esta explosión burocrática se ha producido en el mismo período en que se desarrollaban e implantaban las nuevas tecnologías, aquellas que precisamente iban a permitir mejorar e incrementar la productividad, la eficacia y la operatividad de sus usuarios.

Hoy más que nunca peligra la sociedad del bienestar porque los recursos necesarios para su sostenimiento se los está comiendo el Estado, también del bienestar. No es posible seguir así. Los ciudadanos debemos reflexionar y plantearnos cuáles son nuestras prioridades porque vamos a tener que poner en la balanza muchas opciones y decidir cuáles queremos conservar. Todo a la vez no se puede. ¿Queremos educación universal y gratuita? ¿Queremos una sanidad pública de calidad y gratis? ¿Queremos unas pensiones dignas? ¿Queremos en definitiva unas prestaciones sociales de calidad? O por el contrario ¿Queremos seguir triplicando competencias administrativas y, por tanto, multiplicando el número de funcionarios? ¿Preferimos mantener miles de Ayuntamientos minúsculos con escasa capacidad? ¿Queremos seguir financiando a Partidos Políticos, a Sindicatos y Patronales con el dinero que se quita a los pensionistas? ¿Queremos seguir manteniendo unas Fuerzas Armadas profesionalizadas? ¿Queremos mantener unas Diputaciones inoperantes e innecesarias? ¿Queremos seguir manteniendo 17 parlamentos, 17 gobiernos, miles de asesores y miles de coches oficiales? ¿Queremos seguir manteniendo los injustificables e inmorales privilegios fiscales y sociales de nuestra clase política?

Éstas son las disyuntivas o una cosa o la otra. Hoy por hoy, no cabe todo a la vez. O sociedad de bienestar o Estado de bienestar, pero las dos cosas juntas se han vuelto incompatibles. Y si nuestra clase política no quiere verlo, los ciudadanos tenemos que hacer que lo vea.

Santiago de Munck Loyola

lunes, 1 de agosto de 2011

El idioma como arma arrojadiza.

Dígase lo que se diga, lo cierto es que los conflictos lingüísticos han estado a la orden del día durante los últimos años. Una gran parte de la clase política ha venido negando reiteradamente la existencia de problema alguno en torno al uso de los diferentes idiomas que coexisten en nuestra nación. Colaboradores necesarios en esta tarea de proclamar una absoluta calma en este tema han venido siendo una gran parte de los medios de comunicación. Y si en alguna extraña ocasión ha sido noticia que se multe a alguien por rotular en español en Barcelona o por no poder educar a sus hijos en su lengua materna o por no ser atendido adecuadamente en su idioma por parte de una administración, se ha considerado como un caso aislado, como una excepción en el inexistente oasis de la tolerancia de algunas autonomías.

El idioma propio, su uso, su potenciación y su imposición ha sido siempre un instrumento de los políticos nacionalistas y de sus imitadores. El credo nacionalista se sustenta fundamentalmente en la exaltación de lo particular, de lo propio como signo diferenciador y como elemento de autoafirmación frente a lo considerado extraño. Basta ver lo que está ocurriendo en Bélgica donde el francés está siendo laminado en Flandes para ser sustituido por el inglés en la enseñanza obligatoria. Décadas de un enriquecedor bilingüismo y, en muchos casos, trilingüismo están siendo arrinconadas por un más que rancio y estrecho nacionalismo.

En nuestro país, este afán nacionalista termina por tratar de eliminar y excluir del entorno social a cualquier elemento considerado extraño, ajeno, sean los toros, las castañuelas o el español. Por ello, lamentablemente, la necesaria revitalización de las lenguas vernáculas cuando es emprendida por los nacionalistas lleva aparejada un empobrecimiento de la educación y formación de quienes sufren sus imposiciones, es decir, una pérdida progresiva en el manejo de una de las lenguas más importantes del mundo, el español.

La coexistencia en condiciones de igualdad del español con las demás lenguas españolas debería ser un principio básico y perfectamente garantizado por todos los poderes públicos y no lo es. Al igual que debería garantizarse por Ley la libertad de elección de la lengua, sin discriminación alguna, en las relaciones que los ciudadanos podamos mantener con las diferentes administraciones. Sin embargo, la realidad, pese a los silencios de cierta prensa y los deseos de algunos políticos, dista mucho de una situación pacífica y exenta de conflictos. La realidad nos muestra que en algunos municipios de Alicante, hay padres con dificultades para poder escolarizar a sus hijos en español. La realidad nos muestra que, en algunas administraciones, tiene más valor para acceder a una plaza de médico saber catalán que los propios conocimientos en medicina. La realidad es que no se rotula en los dos idiomas, español y valenciano, en todas partes: podemos ver carteles sólo en español o sólo en valenciano. Hace poco, el Sindic de Greuges, Sr. Cholbi, acaba de recriminar al Ayuntamiento de Alicante por no rotular en valenciano también un cartel del nuevo centro comunitario del Garbinet. Y lo mismo vale para los vehículos del Tram, Sr. Cholbi, que sólo están rotulados en valenciano y no en español.

Va siendo hora de poder enfocar el uso de los idiomas fuera de la perspectiva política y al margen de las pretensiones de los nacionalistas. El conocimiento y el uso de diferentes idiomas sólo pueden concebirse como un elemento más del enriquecimiento cultural y de la dignificación de la persona. Si los nacionalistas quieren caer en el mismo error de los franquistas persiguiendo un idioma, allá ellos, pero los demás deberíamos hacer un serio esfuerzo por apostar por la tolerancia y la diversidad cultural.

Santiago de Munck Loyola