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miércoles, 30 de agosto de 2017

Atentados de Barcelona ¿Unidad frente al terrorismo?

Tras la enorme convulsión social generada por los atentados islamistas de Barcelona del 17 de agosto y sus consecuencias, polémicas incluidas, cualquier persona normal pensaría que el primer acto del Congreso de los Diputados, tras las vacaciones estivales, sería un debate, tal y como lo está haciendo la sociedad, sobre dichos atentados, sobre la actividad terrorista y su prevención. Pero no, no va a ser así, Podemos y Socialistas, han decidido que hoy el Congreso se dedique a hablar sobre la Gürtel a ver si pueden sacar algún rédito político del desgaste que supuestamente esperan generar al Presidente del Gobierno. Es evidente que la agenda de la clase política no coincide con la de los ciudadanos. Ellos a lo suyo.

Mientras tanto, las informaciones, las polémicas y los debates sobre los atentados terroristas continúan en los medios de comunicación y en las redes sociales. Y hay para todos los gustos, salvo para quienes hubiesen preferido, a parte de una condena unánime del terrorismo islamista y de una demostración de solidaridad generalizada con las víctimas, un poco más de reflexión y sosiego. Acontecimientos tan dolorosos como éstos tienen la virtualidad de sacar fuera lo mejor y lo peor de cada uno. Los ánimos de encrespan y las reacciones viscerales y emocionales sustituyen con rapidez a necesidad de sostener una visión analítica y reflexiva. Si a ellos añadimos la actuación y las declaraciones de determinados políticos ávidos de aprovechar la sangre de inocentes, como en el 11M, para buscar beneficios electorales o reivindicar sus causas sectarias tenemos un cóctel perfecto para ofrecer la imagen de una sociedad dividida y desarmada frente al terrorismo. Mientras nos peleamos, discutimos, denunciamos públicamente nuestros errores policiales o políticos, ellos, los terroristas toman buena nota de nuestra debilidad y se fortalecen para el siguiente golpe.

Algunos se han dedicado a proclamar consignas señalando a culpables, sin fundamento alguno que las sustente, y miles de ciudadanos se han dedicado a propagarlas y a usarlas como armas dialécticas en las redes socian muy sorprendentes los intentos de desviar la atenci
ales, generando aún más fractura social. Resultón sobre la culpabilidad de los atentados incluso rebuscando en el pasado.

Y los culpables son los que en un momento determinado de sus vidas deciden acabar violentamente con la vida de personas inocentes. Poco importan, a la hora de determinar la culpabilidad, las causas o la finalidad de su decisión. En este caso los culpables, los autores de la matanza, son inmigrantes musulmanes acogidos e integrados en la sociedad española. Y punto. Éso es lo relevante.
Los motivos o las causas pueden ayudar a explicar lo sucedido e incluso a intentar prevenir nuevos atentados. Pero no pueden servir para diluir la culpabilidad teorizando sobre otros niveles de culpabilidad indirecta.

Se trata de un fenómeno de terrorismo religioso y concretamente de terrorismo islamista que responde a una interpretación estricta, para algunos incorrecta, del Islam. Algunos dispuestos a sacar tajada de los cadáveres han puesto la lupa sobre, nada menos, que el Rey y el Gobierno por vender armas a Estados Islámicos. Seamos serios, por favor. El Rey no vende nada, el Rey no gobierna, sus actos están impulsados y refrendados por el Gobierno que, lo que hace, es allanar el camino a las empresas que comercian con otros países. Y si queremos rizar el rizo, hagámoslo. Si admitimos esta tesis, habrá que subrayar que si los países islámicos compran armas que acaban en manos de terroristas es porque tienen dinero, y si tienen dinero es por que les compramos petróleo, y si les compramos petróleo es porque usted y yo consumimos energía bien con el coche, con el transporte público o encendiendo la luz de casa. O sea que podemos llegar al absurdo de que usted y yo y los jetas que sujetaban esos carteles somos financiadores del terrorismo internacional. Lo que hay que oír y leer.

Otros buscan culpables en la foto de las Azores y sacan a pasear a Aznar y al imperialismo yanqui, el ruso en Afganistán no ¡por Dios! Pero cuando se habla de terrorismo islamista no hay que detenerse en Al Quaeda o en ISIS hay que ir más atrás en el tiempo para saber que no es una novedad generada a raíz de la foto de las Azores. Sin irnos demasiado tiempo atrás, los islamistas degollaron a decenas de miles de civiles en Argelia en los años 80 y 90 del siglo pasado por pecar votando. Sí, por pecar votando. El vicepresidente del FIS Ali Belhadj, en febrero de 1989 dijo en un discurso que “No hay democracia porque la única fuente de poder es Alá a través del Coran, y no el pueblo. Si el pueblo vota contra la ley de Dios, no es nada más que blasfemia. En este caso es necesario matar a los no-creyentes por la buena razón de que desean sustituir la autoridad de Dios por la suya propia”. ¿Las Azores? ¿Felipe VI? ¿El Gobierno Español?

O podemos recordar a los 18 asesinados y 82 heridos por una potente bomba el 12 de abril de 1985 en el restaurante "El Descanso", cerca de Madrid. Fue reivindicado por un grupo de la Yihad islámica. El principal sospechoso como autor de este atentado, Mustafá Setmarian, pudo incluso haber tenido conexiones con los terroristas islamistas del 11M. ¿Las Azores? ¿Felipe VI? ¿El Gobierno Español?


Hay por otro lado quienes buscan culpables en el conjunto de la sociedad, ésta vez no por comprar petróleo a los países árabes, sino por mantener una estructura de clases capitalista que termina por empujar a los marginados musulmanes hacia la radicalización. Y a pesar de que el marxismo ha demostrado sobradamente su incapacidad para explicar la historia y de ofrecer soluciones se empecinan en ello. Sin embargo, no son capaces de ofrecer una sola explicación plausible para saber por qué de los millones de marginados existentes tan sólo una pequeña parte, y además musulmana, se convierte en terrorista. ¿Las Azores? ¿Felipe VI? ¿El Gobierno Español?

Es muy significativo que al amparo de esas interesadas interpretaciones en la manifestación celebrada en Barcelona el pasado 26 de agosto no hubiese pancartas de condena al terrorismo islamista y, por el contrario, floreciesen carteles de condena al Rey, al Gobierno o a la islamofobia. 


La solidaridad con las víctimas pasó desapercibida y la utilización de la manifestación para exhibir símbolos independentistas estuvo perfectamente orquestada por los mismos que no condenan el terrorismo de forma expresa. Claro, que no es posible olvidar que quienes hoy encabezan el golpe de estado a cámara lenta son los mismos que en 2004 pactaron con la banda asesina ETA que no matase en Cataluña.

De todo ello estarán tomando buena nota los terroristas. Nuestra debilidad como Nación es el reflejo de nuestra debilidad como sociedad, fruto de una progresiva pérdida de valores y principios religiosos y éticos, y que nos sitúa como blanco fácil para estos sujetos. ¿Unidad frente al terrorismo? Lamentablemente, con algunos, es imposible.

Santiago de Munck Loyola.
https://santiagodemunck.blogspot.com.es

jueves, 8 de junio de 2017

Occidente morirá de éxito (1).

Nos han declarado la guerra y parece que no hemos terminado de enterarnos. Cada atentado terrorista que se produce en nuestras ciudades es un acto de guerra y, sin embargo, nuestra respuesta como sociedad, como cultura y modo de vida, ni es unánime, ni es eficaz. Ésta no es una guerra convencional, una lucha entre ejércitos y entre estados. Es una guerra declarada expresamente por musulmanes radicales contra cualquier ciudadano inocente. El objetivo de los terroristas no es necesariamente las fuerzas armadas o de seguridad de un estado concreto, sino el ciudadano de a pie, usted o yo, que somos culpables por el simple hecho de estar en un momento dado en el lugar inadecuado. No importa la profesión, la religión, el sexo o la edad de las víctimas.


Después de cada atentado próximo geográfica o culturalmente, porque parece que los que a diario se producen en Irak, Irán o Afganistán nos afectan menos, se enciende una momentánea indignación casi generalizada que se adormece al cabo de una o dos semanas. Indignación, rabia y dolor que nos impulsan a realizar gestos de solidaridad con las víctimas o que provocan que se alcen voces con propuestas radicales para acabar con el terrorismo y poco más. A más dolor más radicalidad.

Imposición de la Sharia en Londres.


Da igual la justificación que los terroristas utilicen en cada caso. No deberíamos ni molestarnos en escucharlas ni en difundirlas porque solo encubren un fanatismo de carácter religioso y cultural. Hoy dicen que nos castigan por Siria, pero antes fue por Afganistán, por Irak, por caricaturizar a su profeta, por ser infieles o por lo que se les antoje en el momento. Y, de igual modo que sus justificaciones deberían ser pasadas por alto, tampoco habría que dar pábulo a quienes entre nosotros tratan de justificar o de encontrar explicaciones sociológicas o políticas detrás de cada atentado terrorista. Nos dicen que en una gran parte de los casos, los terroristas que en estos tiempos siembran el terror pertenecen a la segunda generación de emigrantes musulmanes, criada en guetos, entre falta de oportunidades y marginación, que se han radicalizado y que cargan su odio y frustración contra la sociedad que acogió a sus padres. De los cientos de miles de Españoles hijos de nuestros emigrantes, nacidos en Francia, Bélgica o Alemania, ¿Cuántos se han criado en guetos? ¿Cuántos no se han integrado en la cultura del país de acogida? ¿Cuántos se dedican a cometer atentados? Ninguno ¿por qué? Porque nuestras raíces culturales eran comunes y no necesitaban autoexcluirse en guetos para preservar identidades incompatibles con las sociedades de acogida.

El problema del terrorismo actual es extremadamente complejo y ni hay explicaciones absolutas ni soluciones fáciles. El principal caldo de cultivo del terrorista no está en las condiciones socioeconómicas de su entorno, como se nos quiere hacer creer desde una interpretación materialista, sino en el poso cultural y religioso que les convierte en potenciales receptores de la radicalidad y del fanatismo. La multiculturalidad en las sociedades occidentales es un mito inalcanzable cuando no se sustenta en principios y valores compartidos.

Las sociedades occidentales, abiertas y tolerantes, son el resultado de una larga y dura evolución que atravesó dos momentos cruciales, el renacimiento y la ilustración. Ambos fenómenos supusieron un cambio de los principios y valores que nos permitieron gradualmente construir sociedades y Estados sustentados en un común denominador ideológico aglutinador de la mayoría de los ciudadanos. De la religión común impuesta pasamos a la tolerancia, a la libertad religiosa y desembocamos en la primacía de la Ley civil, inspirada en gran medida en los valores cristianos, sobre la conciencia religiosa. Del soberano ungido por Dios pasamos a la soberanía nacional. De los privilegios de los estamentos pasamos a la igualdad de derechos. De la primacía del varón a la igualdad de sexos. Y así sucesivamente hasta conformar un sustrato común que nos permite nuestro actual modo de vida. Sin embargo, el mayor obstáculo con el mundo musulmán es que éste no ha evolucionado como el mundo de origen judeocristiano. Ni han pasado por un período como el Renacimiento, ni mucho menos como el de la Ilustración. No hay un sustrato común compartido con las sociedades occidentales y, por ello, es francamente difícil que puedan aceptar y, menos aún, defender nuestro modo de vida abierto y tolerante.




Si hay algo que tenemos que tener claro los occidentales es que con la actual evolución demográfica en nuestros países y con la defensa a ultranza del principio democrático, nuestra apertura y tolerancia van a acabar con nuestra sociedad. Nuestros valores y principios pronto serán minoritarios y consiguientemente erradicados por la mayoría que impondrá a sangre y fuego los suyos. Vamos a morir de éxito si no somos capaces de afrontar con decisión soluciones, para algunos, políticamente incorrectas.

Santiago de Munck Loyola

https://santiagodemunck.blogspot.com.es




viernes, 9 de enero de 2015

Charlie Hebdo: hay que despertar.


El brutal asesinato de doce personas en París cometido por unos fanáticos islamistas ha conmocionado a toda la opinión pública occidental. Diez empleados de la revista satírica “Charlie Hebdo” y dos agentes de policía fueron asesinados ayer fríamente por dos ciudadanos franceses musulmanes de origen argelino. Las imágenes del atentado en las que se puede apreciar la frialdad y precisión de los terroristas al rematar en el suelo a uno de los policías herido han dado la vuelta al mundo. 


Hoy se han celebrado concentraciones de repulsa en las principales ciudades europeas a las que se han sumado cientos de miles de ciudadanos.

Nuestra querida y vieja Europa está enferma, muy enferma. Nuestra sociedad occidental tan satisfecha de si misma padece un serio proceso degenerativo y las reacciones a este brutal atentado son una buena prueba de ello. No me refiero a las reacciones de gentuza como los filoterroristas de Bildu que hoy han impedido en el Parlamento Vasco la aprobación de una declaración de condena pactada entre todos los demás grupos políticos, ni a la reacción de sujetos tan despreciables como Willi Toledo y otros más siempre dispuestos a buscar explicaciones o justificaciones a lo que solo puede merecer la condena y repulsa de cualquier persona decente. No, no me refiero a esos, sino al conjunto de nuestra sociedad. Una sociedad que de forma prácticamente unánime se solidariza con estas víctimas, con sus familias, sus amigos y compañeros de los medios de comunicación, una sociedad que se moviliza para expresar su condena, su rechazo y su dolor ante la brutal muerte de estas doce personas, una sociedad cuyos gobiernos se movilizan para perseguir a los culpables y para prevenir policialmente nuevas posibles acciones de los terroristas musulmanes. Pero se trata de la misma sociedad que prácticamente no se altera por el brutal genocidio que a estas mismas horas están padeciendo las comunidades cristianas en Siria, Irak o Pakistán. Es la misma sociedad que permanece pasiva ante el diario asesinato de decenas de personas, hombres, mujeres y niños, en estos países, la misma sociedad que permite la difusión de los repugnantes videos de esas ejecuciones que los salvajes asesinos graban para enaltecer sus atrocidades cometidas en nombre del Islam y seguir reclutando más asesinos en nuestros países, en nuestras ciudades, en nuestras calles. Porque los tenemos aquí. Les estamos dando todo para que un día nos arrebaten la libertad o la vida. Nos conmocionamos por “nuestros” muertos, por los atentados en “nuestra” casa y, al mismo tiempo, ignoramos a los de “allí”.

Una parte del Islam nos ha declarado la guerra. Pero nuestra querida y vieja Europa está enferma, débil moralmente, instalada en lo políticamente correcto e incapacitada para reconocer el origen del problema y, por tanto, para adoptar las soluciones necesarias para erradicarlo. Poco a poco hemos ido cediendo nuestras conquistas políticas y morales a la presión de quienes, por convicciones religiosas, son enemigos e incompatibles con las libertades y derechos fundamentales que inspiran nuestras sociedades. Hemos abierto nuestras puertas y ni tan siquiera hemos sido capaces de exigir algo tan básico y justo como el principio de reciprocidad. Los islamistas radicales, los yihadistas, son una expresión concreta del Islam. Son musulmanes extremistas para los que todo lo que sea occidental es intrínsecamente perverso. A los europeos nos ha costado siglos alcanzar unos estados más o menos laicos en los que la religión ha sido reconducida al ámbito de la vida privada. Y esa laicidad es inaceptable para gran parte de los musulmanes. 

Es una auténtica paradoja que en la Francia laica por excelencia se introduzcan las prescripciones religiosas islámicas hasta el punto de habilitar piscinas públicas para el uso exclusivo de mujeres, todo ello en nombre de una supuesta multiculturalidad, una errónea concepción de la tolerancia religiosa y una fraudulenta idea de coexistencia que no es otra cosa que cesión y traición a la proclamada laicidad del estado francés.

El Islam es incompatible con los derechos y libertades fundamentales sobre los que se basan nuestras sociedades occidentales y cuanto antes lo reconozcamos, antes podremos seguir progresando como sociedades de ciudadanos libres. Intentar exportar nuestros derechos y libertades o nuestros sistemas democráticos a los países islámicos es una utopía. Tolerar la expansión de sus normas en nuestras sociedades occidentales, un suicidio. Basta leer libros como “las prohibiciones del Islam” de la profesora francesa Anne-Marie Delcambre o como “la fuerza de la razón” de la fallecida periodista italiana Oriana Fallaci para darnos cuenta de ello.

Nuestra sociedad debe despertar. No basta con que nuestros gobiernos activen todas las capacidades policiales preventivas, es preciso que empiecen a establecer rígidos límites a todos cuantos cuestionan los fundamentos más básicos y elementales que nos han permitido construir tras siglos de sufrimiento un espacio tan preciado de libertades individuales y colectivas y que ninguna fe puede poner en cuestión. Aquí no.

Santiago de Munck Loyola


jueves, 20 de septiembre de 2012

"Nihil novum sub sole".




Nada nuevo bajo el sol. ¡Qué gran verdad! Basta con observar el agitado panorama mundial en torno al video que caricaturiza a Mahoma para comprobar la veracidad de este dicho. De ello puede dar buena cuenta el escritor británico Salman Rhusdie, autor entre otras de la obra Los versos satánicos y condenado a muerte por ello por el Imán Jomeini mediante una fatwa, un edicto religioso. La publicación de Los versos satánicos en 1988, provocó la ira inmediata en el mundo musulmán al entender que se trataba de forma irreverente a la figura del profeta Mahoma. Rápidamente países como la India, Sudáfrica, Pakistán, Arabia Saudita, Egipto, Somalia, Bangladés, Sudán,  Malasia, Indonesia y Catar prohibieron el libro el 5 de octubre, y Sudáfrica el 24 de noviembre. La violencia se desató en algunos países musulmanes y murieron decenas de personas. Editores o traductores fueron agredidos o asesinados en algunos países occidentales a manos de los musulmanes. Los iraníes ofrecieron una recompensa de tres millones de dólares por la cabeza del escritor británico quien durante muchos años ha tenido que vivir bajo protección policial.

En 2005 el periódico con mayor tirada de Dinamarca convocó a los dibujantes daneses a caricaturizar a Mahoma. Se recibieron en el periódico doce caricaturas algunas de las cuales vinculaban al Islam con el terrorismo y se publicaron. Los líderes musulmanes daneses y los embajadores de varios países musulmanes en Dinamarca intentaron, sin éxito, presionar al Primer Ministro danés para que interviniese. Éste se negó a ello alegando que se debía respetar la libertad de prensa y ofreciendo los musulmanes la vía judicial para que defendiesen sus posiciones. Un periódico noruego reprodujo las mismas caricaturas en solidaridad por los ataques a la libertad de expresión de sus colegas daneses. Periódicos franceses y alemanes actuaron igualmente. Y la histeria y la violencia volvieron a extenderse por la mayoría de los países musulmanes. Otra vez manifestaciones, asaltos y pillaje contra embajadas y empresas occidentales, muertos en distintos países,… El mismo y siniestro ritual que con Salman Rhusdie. Esta vez, algunos dirigentes occidentales empezaron a criticar la libertad de expresión y a tachar de imprudentes y de incitadores al odio religioso a los medios de comunicación que habían desencadenado esta espiral de violencia.

Ahora, 24 años después del inicio del calvario del escritor británico la historia se repite. El detonante en esta ocasión es un video de corta duración en que se ridiculiza, al parecer, a Mahoma. El panorama sigue exactamente igual: manifestaciones violentas de protesta en el mundo musulmán, violencia contra los intereses occidentales, asesinatos, etc. La respuesta de los musulmanes que en su inmensa mayoría no habrán podido tener acceso al video que sólo circula por Internet es la misma que en ocasiones anteriores. Y es evidente que esta respuesta obedece a la incitación  de sus líderes religiosos y políticos.

Hace pocas horas el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, ha pedido que no se abuse de la libertad de expresión, ya que es un derecho que no debería servir "para provocar y humillar los valores y las creencias" de otros pueblos. Quizá debería haber sido más preciso y decir en lugar de “otros pueblos”, del pueblo musulmán porque cuando se han hecho públicas obras supuestamente artísticas que ridiculizaban a Jesucristo o a los budistas de la ONU no ha salido el más mínimo comunicado. Por tanto, parece evidente que la reacción de este organismo y de muchos dirigentes occidentales que estos días están criticando con dureza a los autores de estas sátiras no obedece a un sincero convencimiento de la necesidad de defender las creencias religiosas del individuo o de los pueblos, sino al miedo y a la cobardía ante la violencia de los musulmanes.

Desde luego, sería mucho más gratificante para no poca gente escuchar de los líderes mundiales referencias a la carta de Derechos Humanos y en concreto de dos Artículos de la misma. El Artículo 18: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.” Y el Artículo 19: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.”

Santiago de Munck Loyola

lunes, 27 de septiembre de 2010

Islamofobia.

Hay temas de actualidad de los que resulta difícil opinar con absoluta libertad sin despertar recelos o animadversiones furibundas. Lo políticamente correcto constituye una protección perfecta para eludir la polémica y permanecer a salvo de las críticas pero, en definitiva, es una soga idónea para estrangular la libertad de pensamiento y la libertad de expresión. El Islam y las repercusiones de su presencia y expansión en las sociedades occidentales es uno de esos temas de actualidad que se trata, con honrosas excepciones, con delicadas pinzas. La reciente decisión francesa de prohibir el uso del burka en lugares públicos ha desatado multitud de comentarios en los que, de una forma u otra, se han mezclado y confundido conceptos como islamofobia, xenofobia o racismo.
Según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua por racismo se entiende la exacerbación del sentido racial de un grupo étnico, especialmente cuando convive con otro u otros y, en segundo lugar, la doctrina antropológica o política basada en este sentimiento y que en ocasiones ha motivado la persecución de un grupo étnico considerado como inferior. Por xenofobia el odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros. La palabra islamofobia no está aún incluida en el diccionario pero de su composición podemos deducir que su significado más preciso es el de horror o temor al Islam, a la religión musulmana. Sin embargo, en Wikipedia encontramos la siguiente explicación: Islamofobia (neologismo del inglés Islamophobia, compuesto por las raíces del árabe islām y del griego φόβος, phobos, miedo o temor) es un término controvertido con el que sus proponentes hacen referencia a los sentimientos de hostilidad hacia el Islam y, por extensión, hacia los musulmanes. Según esta enciclopedia, el término "islamofobia" se utiliza también en los siguientes contextos:
• Actos ofensivos y sentimientos negativos hacia exclusivamente la confesión islámica.
• En países occidentales, la actitud xenófoba hacia los musulmanes en general y en particular, hacia los ciudadanos de origen árabe o magrebí.
En 2005 aparece otra definición de islamofobia muy utilizada, formulada por el Consejo de Europa en su publicación Islamophobia and its Consequences on Young People. Aquí, la islamofobia es considerada como el temor o los prejuicios hacia el Islam, los musulmanes y todo lo relacionado con ellos. Ya tome la forma de manifestaciones cotidianas de racismo y discriminación u otras formas más violentas, la islamofobia constituye una violación de derechos humanos y una amenaza para la cohesión social.
Como puede verse en estas definiciones se confunden conceptos distintos, el temor o miedo al Islam con el temor o miedo a lo extranjero y ambos con la hostilidad hacia grupos étnicos. Por tanto, es evidente que estamos ante tres conceptos muy diferentes entre si, aunque hay una gran tendencia en los medios de comunicación y en la opinión pública a confundirlos.
No soy racista, como tampoco soy xenófobo y, sin embargo, me da miedo el Islam. Me dan miedo conceptos, costumbre y actitudes propias del Islam con independencia de que quien las practique sea español, belga o iraní y con independencia de que sea blanco, negro u oriental. Dicen que no se puede generalizar y que hay un Islam moderado. Es posible que sea así. Es verdad también que no en todos los países islámicos se aplican las mismas costumbres ni las mismas leyes, pero hay notas distintivas del Islam que no sé cómo se pueden moderar.
Me da miedo la posición de sumisión que tiene la mujer, me da miedo la penalización del adulterio o de la homosexualidad, los castigos corporales (mutilaciones, latigazos o amputaciones), me dan miedo las lapidaciones de presuntas adúlteras o los linchamientos de adolescentes considerados homosexuales, me dan miedo las condenas a muerte por delitos de expresión o de fe religiosa, etc. Y eso es la islamofobia, el miedo o el terror a esas disposiciones.
Es el caso de la posición de la mujer considerada inferior al hombre. Un ejemplo lo encontramos en la azora, IV de El Corán, versículo 38, en el que se puede leer: Los hombres están por encima de las mujeres porque Dios ha favorecido a unos respecto de otros, y porque ellos gastan parte de sus riquezas en favor de las mujeres. Las mujeres piadosas son sumisas a las disposiciones de Dios; son reservadas en ausencia de sus maridos en lo que Dios mandó ser reservado. A aquellas mujeres de quien temáis la desobediencia, amonestadlas, confinadlas en sus habitaciones, golpeadlas. En la azora II, versículo 228, se dice: Los hombres tienen sobre ellas preeminencia. En el Islam el hombre puede tener al mismo tiempo cuatro mujeres. La mujer sólo puede casarse con un varón. El testimonio de una mujer vale judicialmente la mitad que el de un hombre. En la azora II, versículo 223 de El Corán, se afirma: Vuestras mujeres son vuestra campiña. Id a vuestra campiña como queráis, pero haceos preceder. ¿Cómo se desarrollan de forma moderada estos preceptos? ¿Cómo pueden compatibilizarse con la absoluta igualdad jurídica entre sexos consagrada en nuestra ley civil?

El Corán es el texto sagrado del Islam. Es el libro que contiene la palabra eterna de Alá y, en consecuencia, única norma de conducta en esta vida. El Corán es infalible, inmutable, eterno y aplicable, como norma de vida, en cualquier época, lugar o circunstancia. Poner en cuestión alguna de las suras, o azoras, del Corán es herético y lleva aparejada la condena a muerte en la inmensa mayoría de los países musulmanes.

En los países occidentales, dos períodos han sido decisivos en la evolución del pensamiento: el renacimiento con el paso de una visión teocéntrica a otra humanista y la ilustración. Ningún período similar se ha dado en el mundo islámico por lo que religión y política, ley religiosa y ley civil se confunden íntimamente eliminando las libertades individuales y colectivas. En las sociedades occidentales la libertad de conciencia y la libertad religiosa son, junto a otra serie de derechos humanos, derechos básicos e irrenunciables, pero tienen un límite: la supremacía de la ley civil. ¿Es compatible el Islam con nuestras leyes? ¿Es compatible con todos y cada uno de los derechos consagrados y protegidos por nuestra Constitución? Sinceramente, creo que no.