Translate

Mostrando entradas con la etiqueta Siria. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Siria. Mostrar todas las entradas

lunes, 5 de octubre de 2015

Los refugiados sirios.


A pesar de que la guerra civil en Siria lleva más de cuatro años desarrollándose, a pesar que ha originado más de 220.000 muertos y más de 4.000.000 de refugiados hasta hace poco ha permanecido en un segundo plano entre las prioridades informativas de los medios de comunicación europeos y, por tanto, entre las preocupaciones de los ciudadanos occidentales. Cerca de cuatro millones de refugiados sirios se hacinan en campamentos miserables en los países limítrofes, Turquía, Líbano, Jordania e Irak, y cientos de miles están intentando entrar desesperadamente en Europa.

Las grandes potencias, al contrario de lo que algunos puedan pensar, no han permanecido ajenas a esta guerra civil. Han contribuido a su desarrollo apoyando a las distintas facciones enfrentadas. De una parte Rusia o Irán, por ejemplo, han venido prestando ayuda al régimen de Bashar al-Asad y los Estados Unidos y algunos países occidentales lo han hecho a los grupos armados opositores. Han estado echando leña al fuego durante estos últimos cuatro años pero no han movido un dedo para acabar con el enfrentamiento armado y con el tremendo drama humanitario que éste ha causado entre la población civil siria.

La entrada en el conflicto de los terroristas de ISIS, el llamado Estado Islámico, hace más de un año supuso una alarma para algunos, sobre todo por la impúdica exhibición de sus brutales métodos de exterminio. 

Sin embargo, la difusión de las imágenes en las que decapitaban a rehenes extranjeros, en las que degollaban a decenas de cristianos junto a una playa en el mediterráneo o junto a una cuneta, en las que arrojaban a un joven acusado de ser homosexual desde lo alto de un edificio, en las que degollaban y crucificaban a niños y a sus madres por ser cristianos a duras penas lograron movilizar a las conciencias occidentales ni, por supuesto, a los dirigentes de nuestros países. Y ya había millones de refugiados.

La fotografía de un niño ahogado en la playa, el pequeño Aylán, lo ha cambiado todo. Y no, no es el primer niño que huye del horror o de la miseria que muere ahogado en el Mediterráneo. Decenas o quizás centenares han muerto ahogados durante las últimas décadas al intentar pasar de África a nuestra rica Europa, al intentar de escapar de la miseria, del hambre o de la violencia. Y, sin embargo, pocos son los que se han ocupado de ellos, pocos son los que se han hecho eco en sus portadas de esos dramas. ¿Por qué ahora sí y no hace un año o cinco? No será por falta de imágenes desgarradoras.

Es imposible sustraerse a la sospecha de que este cambio de rumbo informativo y por consiguiente de movilización de las conciencias de los ciudadanos occidentales está orquestado. No parece casual. No parece casual que coincida con la llegada a las fronteras de los países occidentales de cientos de miles de ciudadanos sirios que, pese a cuatro años de conflicto, no habían logrado llegar y ahora sí. ¿Por qué se golpea ahora a las conciencias y a la solidaridad de los europeos y no hace uno o dos años? ¿Por qué se apela a la solidaridad con los refugiados sirios y no se ha hecho lo mismo con los libios, senegaleses o congoleños?

Sean las razones que hubiere detrás de esta “espontánea” movilización de solidaridad con los refugiados sirios es indudable que no es posible ignorar el problema humanitario existente en las propias fronteras de la Unión Europea. Ni por principios ni por tradición cultural o religiosa podemos los europeos cerrar los ojos. Tenemos la obligación de prestar nuestra ayuda ante lo que constituye una emergencia humanitaria, pero también es cierto que debemos hacerlo con coherencia y con prudencia, huyendo de demagogias y actitudes supuestamente “buenistas”. Y no puede ser de otra forma porque sabemos que estamos ante un feroz enemigo cuyos brutales métodos conocemos y que ha anunciado en repetidas ocasiones su intención de utilizar el drama de los refugiados para golpear en el corazón de Europa. Prestar ayuda humanitaria a los refugiados es una obligación moral, pero también lo es adoptar las medidas necesarias para proteger la seguridad e integridad de nuestras sociedades. Hemos visto cientos de imágenes de mujeres y niños intentando llegar a Europa y junto a ellos muchos hombres acompañándoles. Ahora que se empieza a plantear la posibilidad de intervenciones armadas de las potencias occidentales para acabar con la guerra civil en Siria no parece que tenga mucho sentido que puedan morir nuestros jóvenes militares mientras que los sirios que se han refugiado en Europa permanecen aquí como espectadores. Puede que sea políticamente incorrecto plantearlo, pero es lo que dicta el sentido común.

Santiago de Munck Loyola



miércoles, 28 de agosto de 2013

La antigua RAU en ebullición.


Egipto y Siria fueron un mismo estado entre 1958 y 1961, constituyeron entonces la República Árabe Unida al abrigo del prestigio del Presidente egipcio Gamel Abdel Nasser y de su panarabismo. Tras la disolución de aquella efímera república ambas naciones emprendieron caminos distintos. Hoy, las dos se encuentran en el centro de atención de la comunidad internacional. Las consecuencias inmediatas de la llamada primavera árabe de 2011 han sido diferentes para las dos naciones, pero ambas sumidas en la inestabilidad guardan una gran incertidumbre sobre su futuro.

En el caso de Siria las revueltas de 2011 abrieron un proceso electoral, una reforma constitucional bajo el omnipresente partido Baas y sus aliados y la insurrección de parte del ejército y de la mayoría de la oposición que ha terminado por sumir al país en una cruel guerra civil que ya se ha cobrado más de 100.000 víctimas. En Egipto, tras la caída del dictador Mubarak, los integristas ganaron las elecciones presidenciales, iniciaron un proceso de islamización de la sociedad y de limitación de derechos civiles y tras las revueltas y concentraciones en El cairo se produjo un golpe de estado militar que acabó con el poder de los Hermanos Musulmanes. Las movilizaciones de éstos y la dura represión de las nuevas autoridades suponen un alto riesgo de una confrontación civil de incalculables consecuencias.

El golpe de estado en Egipto recibió unas débiles condenas por parte de las naciones occidentales que, en el fondo, se sentían aliviadas de que los integristas musulmanes fueran alejados del poder. Sin embargo, la represión ejercida por los militares ante las movilizaciones promovidas por los seguidores del ex presidente Mursi ha hecho que la comunidad internacional y, en especial, la Unión Europea se esté planteando la adopción de sanciones contra el nuevo régimen egipcio. En el caso de Siria, tras dos años de guerra civil, el posible uso de armas químicas por parte del régimen contra la población civil ha disparado, por fin, las alarmas y en estos día lo que se está planteando es una intervención militar limitada norteamericana con el apoyo de sus aliados contra las fuerzas del régimen sirio.

Siria y Egipto son dos avisperos y su situación plantea toda clase de dilemas y de consideraciones contrapuestas que se reflejan no sólo en las actitudes divergentes y contrapuestas en la comunidad internacional, sino también en nuestras propias sociedades. Egipto ha sido un poderoso aliado de los Estados Unidos y de Occidente, su situación geográfica, controlando el canal de Suez y con ello el tráfico del petróleo de Oriente Medio hacia nuestros países, le sitúa en un plano privilegiado de la atención de nuestros gobiernos. El dictador Mubarak no suponía ninguna amenaza para los intereses occidentales y nuestros gobiernos no se preocupaban de los “asuntos internos” de Egipto. Proporcionaba estabilidad en la zona y los intereses occidentales no peligraban. La llegada al poder de los Hermanos Musulmanes sí hizo saltar las alarmas. No es posible olvidar que la tan saludada por algunos Primavera Árabe abría la puerta a gobiernos abiertamente contrarios a los intereses occidentales y, por supuesto, al desarrollo de los derechos humanos en estos países. Túnez, Libia y Egipto son buena prueba de ello. En todos estos países, con los gobiernos surgidos de la citada primavera, los derechos de la mujer han retrocedido escandalosamente, la libertad de culto está siendo restringida y la oposición perseguida. Las diferentes fuerzas políticas musulmanas de corte integrista han usado las oportunidades democráticas surgidas tras la caída de sus regímenes totalitarios para imponer legislaciones abiertamente contrarias a los cánones occidentales democráticos.

La polémica está servida. ¿Deben los países occidentales permanecer al margen para que se consoliden unos gobiernos islámicos claramente contrarios a los principios democráticos? ¿Deben adoptarse sanciones contra el régimen egipcio reforzando con ello a la oposición integrista de los Hermanos Musulmanes? ¿Deben los países occidentales apoyar en Siria a una alternativa posiblemente más contraria a las posiciones occidentales que la del actual régimen? ¿Se debería haber apoyado en Egipto a un gobierno democráticamente elegido cuya finalidad es acabar con la democracia y con los derechos humanos, tal y como los concebimos los occidentales? No es sencillo ofrecer una respuesta clara y coherente, sobre todo porque depende de la perspectiva de los intereses puestos sobre el debate. Sin embargo, parece que hay una conclusión bastante evidente: la supuesta primavera árabe fue, ante todo, una primavera frustrada cuyas principales consecuencias han sido una profunda inestabilidad política en la zona y la aparición de gobiernos de corte integrista que han ido recortando derechos políticos y sociales de sus ciudadanos, al menos desde nuestra perspectiva occidental. Claro que siempre habrá quien pregunte quiénes somos nosotros para decidir lo que es bueno o no para esos ciudadanos árabes.


Santiago de Munck Loyola