El presunto Master de Cristina de
Cristina Cifuentes y el escándalo mediático perfectamente orquestado en torno
al mismo están sirviendo para destapar, aunque sea con desigual intensidad,
otros asuntos aún más escandalosos. No es santo de mi devoción Cristina
Cifuentes y si ha mentido en torno a las condiciones en que obtuvo el master de
marras debe dimitir porque el político no solo ha de contar con la legitimidad
de origen que otorgan las urnas, sino también con la legitimidad de ejercicio
que se mantiene, entre otras cosas, con el valor de su palabra, el principal
referente ético en la política democrática. Pero dicho esto, es evidente que el
tratamiento mediático aplicado a Cristina Cifuentes y las repercusiones
políticas partidistas son absolutamente desproporcionadas si se comparan con
las que se aplican en los casos de muchos otros políticos.

Son depredadores, parásitos del presupuesto público que para
acceder el mismo necesitan mimetizarse con el entorno, disfrazarse con títulos
o méritos inexistentes que les faciliten el acceso a la casta y, en
consecuencia, al botín. Se empieza mintiendo con la titulación, diciendo que
eres por ejemplo ingeniero industrial y se termina por robar la hucha de los
huérfanos de la Guardia Civil.
Políticos de todos los colores han vestido su
desnudez curricular con falsos méritos: Carlos Puigdemont, Pilar Rahola, Ada Colau,
Joana Ortega, Guerrero, Oriol Junqueras, Leyre Pajín, Gregorio Rojo, Celestino
Corbacho, José Montilla, Elena Valenciano, Paxti López, Trinidad Jiménez,
Bernat Soria, Pepe Blanco, José Luis Corcuera, Javier Rojo, José Manuel Franco
(y éste encima firma la moción de censura contra Cifuentes), Toni Cantó, Juan
Merlo de Podemos, Javier Viondi de IU, Arsenio Fernández de Mesa, Tomás Burgos,
Juan Manuel Moreno, Joaquín Ramírez, ex presidente del PP de Málaga, Gema Igual,
alcaldesa de Santander y así una interminable lista.
Parece que en unas
estructuras partidistas como las que padecemos la capacidad y el mérito solo se
miden por la apariencia, por la “titulitis” y no por una acreditada trayectoria
de trabajo, de dedicación, de despliegue vital de principios éticos y
políticos. Las cúpulas de la casta olvidan que los conocimientos no se
acreditan sólo por titulaciones específicas y que la experiencia vital no se
puede sustituir por la capacidad genuflexa de los individuos.
El caso Cifuentes ha puesto de
manifiesto no sólo la proclividad de una gran parte de los dirigentes políticos
de nuestro país a mentir sin rubor alguno dado que les sale gratis, no solo la
doble vara de medir, la hipocresía, el sectarismo y la manipulación de muchos
medios de comunicación dispuestos a linchar solo y exclusivamente a quienes no
se sitúan en su órbita ideológica, sino también de los partidos políticos
dispuestos a mociones de censura como en este caso mientras sostienen a
gobiernos y partidos responsables de tramas corruptas como las desarrolladas en
Andalucía donde se ha llevado a cabo el
mayor caso de latrocinio de dinero público.
Por último y no menos importante,
el caso Cifuentes ha destapado un auténtico chiringuito universitario, y no es
el único existente, en una universidad pública. No es de extrañar que ninguna
universidad española se encuentre entre las 200 mejores del mundo. Padecemos un
sistema público universitario en el que al amparo de una supuesta autonomía
universitaria y de una consentida promoción endogámica han florecido toda clase
de cutres negocios, tráficos de influencias y politiqueos partidistas,
relegando a un segundo plano la excelencia, el saber y la investigación en
claro perjuicio de los alumnos.
Cifuentes debería dimitir si se
confirma que ha mentido a los ciudadanos sobre cómo obtuvo su master, pero con
ella deberían dimitir todos los políticos que han igualmente mentido en el
curriculum vitae. Son inadmisibles esas falsedades, sobre todo, porque ponen de
manifiesto que todo les vale con tal de tener acceso al dinero público.
Santiago de Munck Loyola