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sábado, 12 de diciembre de 2020

Podemos y “su” república, no la de todos.


Con toda seguridad a la mayoría de los españoles les preocupa ahora cómo van a poder afrontar el futuro económico, cómo se va a volver a crear empleo, cuándo vamos a salir de esta recesión, cuándo y cómo vamos a poder vacunarnos, con qué seguridad o qué se va a hacer para parar la invasión de inmigrantes ilegales. Muchos estarán muy preocupados por saber cuándo van a cobrar las ayudas o por conocer por qué no les aprueban el ingreso mínimo vital. Incluso los hay cuya preocupación es saber por qué estamos como estamos y quién o quienes son los responsables de este desastre. Pocos o muy pocos andan ahora preocupados por saber dónde va a pasar las Navidades el Rey Emérito cuando ellos mismos no saben ni cómo ni con quién van a poder pasar las suyas.

 

Todavía le esperan en las Residencias de ancianos.

Pero es evidente que la agenda de algunos políticos no pasa por los problemas reales de los ciudadanos a los que se supone deben servir. Erre que erre siguen empeñados en hablar de “su libro”, intentan a toda costa que su hoja de ruta se imponga en el debate público y tratan de hacernos creer, con el eco entusiasta de bastantes medios de comunicación, que ahora lo que toca es promover una República, su República. Ya asomaron la patita en medio de la muerte de miles de compatriotas promoviendo caceroladas contra la Monarquía, cuando lo que tocaba, en primer lugar, era llorar a los muertos, socorrer a las víctimas y fomentar la unidad de la Nación para hacer frente a la pandemia. Pero no, todo eso les importaba un rábano y ellos a lo suyo. 

 


El 19 de septiembre, en plena segunda ola del virus, el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, ante el Consejo Ciudadano Estatal de Podemos señalaba como objetivo prioritario de su formación política en un futuro inmediato “trabajar para avanzar hacia un horizonte republicano que profundice en la democracia española. Trabajar y construir alianzas para avanzar hacia este horizonte republicano tiene que ser una de las tareas políticas fundamentales de Podemos en los próximos tiempos" y para ello acentuar los ataques a la Monarquía en beneficio de la República. Sí, tal cual. Lo de contribuir a la reconstrucción de España, luchar contra la pandemia, contra el desempleo o la recesión que lo hagan otros. Y siguiendo la estela de su jefe, Rafael Mayoral, Portavoz de Unidas Podemos, acaba de declarar lo siguiente: "No queremos legislar sobre la Corona, queremos urnas para que la gente decida sobre la forma de Estado".

 

Salvo que estos comunistas sean unos vulgares golpistas como sus socios y hermanos independentistas y pretendan elevar la presión a base de repetirse hasta la náusea y convocar un referéndum ilegal sobre la Monarquía, saben de sobra que urnas ya las hay para que la gente decida sobra la forma de estado. En vez de cacarear tanto y de hablar de cursis “horizontes republicanos” deberían ponerse manos a la obra y presentar al Parlamento su proyecto de reforma constitucional. Una vez presentada tendrán que conseguir 233 diputados que la voten a favor y 176 senadores. Una vez aprobada su propuesta republicana se deberá proceder a la disolución inmediata de las Cortes. Las nuevas Cámaras elegidas deberán ratificar la decisión y proceder al estudio del nuevo texto constitucional, que deberá ser aprobado esta vez por mayoría de dos tercios del Congreso y del Senado. Y, una vez hecho esto, su propuesta será sometida a referéndum para su ratificación por el pueblo español.

 

El problema es que saben de sobra que nunca van a conseguir 233 diputados dispuestos a dar el sí a su propuesta de república salvo que impulsen una reforma del sistema electoral al estilo venezolano, algo no descartable, y así puedan alcanzar esa cifra, por ello, están dispuestos, de momento, a calentar la calle, a enrarecer el debate político y a acentuar la crispación y la convivencia ciudadana. Y para conseguir “su república” todo les vale porque su modelo republicano hunde sus raíces en un modelo fracasado, fratricida, totalitario, excluyente y violento. Es indudable que el peor enemigo de la causa republicana (la causa de una República democrática, moderna e integradora) es Pablo Iglesias porque él y los suyos representan lo más putrefacto de la política y porque “su” república es otra y la confusión entre los dos modelos republicanos es letal para el segundo. Pero, cuidado, estos tipos no dan puntada sin hilo, así que más vale no perderles de vista, han empezado por comerse al PSOE y terminarán intentando comerse a todos los demás, vivos o muertos.

 

Santiago de Munck Loyola

viernes, 24 de julio de 2020

Don Juan Carlos I, Rey de España.


Al conocer el constante goteo de noticias y comentarios sobre el Rey Juan Carlos I, sus manejos económicos y su amiga Corinna, la falsa princesa y peculiar “empresaria”, surgen inevitablemente sentimientos contradictorios para la mayoría de los españoles. Pocas veces, además, se ha hecho más evidente el viejo dicho de hacer leña del árbol caído, un deporte nacional, y, entiéndase por caído, el hecho de que ya no sea el Jefe del Estado sin entrar en otras cuestiones. La lista de nuevos leñadores es impresionante y se nutre de muchos periodistas cortesanos, comentaristas antes juancarlistas y políticos oportunistas tan escasos de principios como de luces intelectuales. Algunos hasta parecen sorprendidos con el hecho de que el Rey Juan Carlos I tenga una más o menos cuantiosa fortuna o de que reciba o haya recibido regalos de los monarcas árabes cuando lo cierto es que ya en los años 90 algunas informaciones, pocas es cierto, se hacían eco de préstamos o donaciones de Kuwait y de negocios de amigos del Rey en torno a las torres Kio.

Al día de hoy, parece conveniente situar las informaciones en sus justos términos y no sacar conclusiones precipitadas ni dar por cierto todo lo que se lee o escucha. Y ello, porque hay un contexto político evidente. Tenemos un gobierno formado por socialistas y comunistas y una parte de él tiene como objetivo prioritario derribar la monarquía parlamentaria. Y, como es evidente, van a usar todos sus terminales mediáticos para explotar este asunto y erosionar al actual Jefe del Estado, el Rey Felipe VI, cuya conducta constitucional está siendo impecable.
Ayer mismo el vicepresidente segundo del gobierno, el Sr. Iglesias, afirmaba que vamos hacia una “república plurinacional”. En este contexto es dónde hay que analizar cada noticia y cada comentario. 

Hay que destacar que la mayor parte de las informaciones o más bien afirmaciones provienen de grabaciones de la Sra. Corinna quien se dió “a conocer en los salones y eventos de la jet set europea, presentándose como princesa. Alega dedicarse a los negocios y mantiene una intensa vida social.

Es la directora general de Boss & Co. Gunmakers, una armería fundada en Londres en 2000 y es cofundadora de “Auténticos” una fundación dedicada a sensibilizar contra las redes de banqueo de dinero, cárteles de la droga, paramilitares y el trabajo infantil” (no se ría el lector, por favor, la descripción está publicada en Wikipedia). ¿Y a quién le hizo todas esas escandalosas declaraciones la falsa princesa Corinna? Al comisario Villarejo, un policía que está en prisión en espera de juicio, protagonista de varios escándalos de espionaje, amigo del exjuez Baltasar Garzón y la exministra de justicia reprobada por el Congreso y actual Fiscal General del Estado, Mª Dolores Delgado, miembro según Pablo Iglesias de las “cloacas del Estado", en fin, una joyita de mucho cuidado que, cuando la mierda que airea les afecta carece de toda credibilidad para los políticos y periodistas izquierdistas y para quienes se convierte en una fuente fidedigna cuando las heces aireadas atañen a la derecha o, como en este caso, al Rey Juan Carlos I o a la institución monárquica. Por todo ello, cualquier persona con un mínimo de sensatez y objetividad tiene que poner en cuarentena cualquier información.

Y si hay algo que cualquier ciudadano comprometido con los valores y derechos establecidos en nuestra Constitución debe hacer, especialmente si se trata de un político, es respetar la presunción de inocencia que vale para todos los españoles sea cual fuere su posición social. A muchos se les ve el plumero de lejos, sobre todo a los políticos que ya se han apresurado a pedir la retirada del nombre del Rey Juan Carlos I de Avenidas, Calles, parques o de cualquier edificio público. A los pancatalanistas de Compromis les ha faltado tiempo para exigir la retirada de un busto en el Ayuntamiento de Alicante.
Y para qué mencionar a tanto imbécil que en las redes sociales exige que Don Juan Carlos devuelva a los españoles el dinero que dicen ha recibido fuera. ¿A quien tiene que devolver esos supuestos bienes? ¿A los jeques árabes que dicen que se lo regalaron? ¿Cómo es posible que atribuyan los 65 millones de euros de los que se habla a comisiones recibidas por el AVE a la Meca cuando las informaciones sitúan ese regalo 6 años antes de que se formalizara dicho contrato? 

Parece más que evidente que la vida privada del Rey Juan Carlos I no ha sido ejemplar. Y entre otros muchos aspectos el hecho de que pudiera tener dinero en paraísos fiscales no lo es, como no lo eran sus cacerías y su tren de vida en plena crisis económica. Pero no existe ni coherencia ni legitimidad alguna para que esa crítica y ese reproche social lo traten de instrumentalizar quienes han recibido regalos económicos de Irán o de Venezuela utilizando igualmente cuentas en paraísos fiscales.

Pero lo que sí es evidente es que el reinado de D. Juan Carlos I ha sido la mayor etapa de libertad y prosperidad para los españoles de los últimos siglos. Es un hecho que no puede ser borrado que D. Juan Carlos hizo posible una transición pacífica de la dictadura a la democracia admirada y estudiada en innumerables cátedras universitarias de todo el mundo. Es un hecho innegable que en 1981 un golpe de estado no triunfó por su decisiva intervención. Y es un hecho innegable que durante su reinado España ha alcanzado las mayores cotas de bienestar social de su historia. Y es por ello, por todo ello, por lo que se le han rendido honores y reconocimiento público y no por su vida privada, no por ser buen marido, padre, amante o administrador de su patrimonio. Si se demuestra que en el ámbito de su vida privada ha infringido las leyes, deberá responder por ello si nuestra legislación lo permite. Pero de ahí a tratar de borrar su legado político hay un verdadero abismo que, con una nueva memoria histórica ad hoc, parece ser el objetivo de tanto inconsciente, advenedizo y miserable que pulula en los medios de comunicación y en la política.

No se puede borrar el papel histórico y constitucional de D. Juan Carlos y menos aún intentar espuriamente imputar responsabilidades al Rey Felipe VI que, aunque no les guste a los podemitas y a sus conmilitones socialistas, está desarrollando su tarea de forma constitucionalmente impecable. Que la pareja del Sr. Iglesias, la Ministra Montero  vea "muy difícil" separar de la institución monárquica "los casos de corrupción, algunos presuntos y otros contrastados, de la familia Borbón" no deja de ser una generalización y una apelación a la genética impropia de alguien que debería contar con la suficiente formación intelectual para formar parte del gobierno de España. ¿Son ahora los hijos responsables de los errores de los padres? ¿Hablamos entonces de los ancestros del Sr. Iglesias?

La Monarquía española es hoy más que nunca absolutamente necesaria para garantizar los derechos y libertades de los españoles. Y lo es no sólo porque durante los últimos 45 años ha demostrado su valía para construir una sociedad democrática y próspera, sino porque, además, la alternativa encarnada por personajes de la talla moral y política del Sr. Iglesias o del Sr. Sánchez Castejón es realmente pavorosa.

Santiago de Munck Loyola








martes, 3 de junio de 2014

2 de junio de 2014, un día para la historia.


El pasado dos de junio pasará, sin lugar a dudas, como una fecha señalada en los libros de historia por el anuncio oficial de la abdicación del Rey, Juan Carlos I. Un anuncio que nos ha cogido por sorpresa a los ciudadanos españoles enfrascados muchos aún en los análisis y los debates sobre las recientes elecciones europeas y sus consecuencias y desplazando, afortunadamente, de los titulares de los medios de comunicación al líder de “Podemos” cuya saturada presencia mediática empezaba a aburrir hasta a las ovejas.

El anuncio de la abdicación del Rey supone el cierre de una larga e importante etapa de nuestra historia y el inicio de otra nueva llena de incertidumbres. Es muy pronto para realizar un análisis y un balance objetivo del reinado de Juan Carlos I. Será el paso del tiempo el que permita en el futuro tener una mejor perspectiva de estos 39 años de reinado. Pero sí podemos, aunque sea con toda la subjetividad del mundo, plasmar cada cual nuestras opiniones y sensaciones sobre una etapa histórica que es la nuestra y sobre quienes han ostentado las máximas responsabilidades institucionales durante la misma.

A pesar de las explicaciones oficiosas y de los razonables argumentos que muchos comentaristas han expuesto para justificar las razones y el momento elegido para esta abdicación, da la sensación de que algo se oculta, de que algo no se nos cuenta o de que no se dice toda la verdad. ¿Razones exclusivamente políticas? ¿Personales? ¿De salud? ¿La solidez de la Institución monárquica?… No parece que el momento elegido sea, a primera vista, el más oportuno sobre todo desde la perspectiva del interés nacional, que no tiene por qué ser coincidente con el de la Institución Monárquica, ante el desafío de los separatistas que requiere, entre otras cosas, la presencia de un Jefe del Estado firme, pero dialogante, experimentado y moderador.

Como era de esperar la izquierda más radical ha aprovechado este anuncio para iniciar movilizaciones callejeras reivindicando la tercera república y la convocatoria de un referéndum para ello. Una vez más se hace gala de un absoluto desprecio de la legalidad constitucional, de las reglas de juego, que establecen un claro cauce para canalizar esa legítima aspiración. Si se quiere instaurar una república en España hay que hacerlo a través de los mecanismos que la propia Constitución establece y hacerlo, por tanto, a través de una iniciativa en las Cortes, en la sede de la soberanía nacional, y no en la calle ni en los Ayuntamientos. El continuo desprecio que algunos vienen haciendo gala de la Constitución, que es la garante de nuestros derechos y libertades, es una clara expresión y anticipo del riesgo que en sus manos correrían esas mismas libertades públicas. Y hay que subrayar que no promueven la instauración de una república de y para todos, con ha sido y es la actual Monarquía Parlamentaria, sino de una república de izquierdas sectaria y excluyente tal y como lo simbolizan con el uso de la bandera del régimen del año 31. No quieren promover un nuevo proyecto político republicano, sino hacer un paréntesis de 75 años y retrotraernos al pasado republicano lo que, sin duda, espanta a muchos republicanos que encuentran en la Monarquía Parlamentaria un espacio de libertades y convivencia de una calidad y amplitud democrática mucho más amplia que la propuesta por esta izquierda republicana. Y es obvio que la democracia está por encima de la forma de la jefatura del estado.

El Rey deja la corona en el momento de más baja popularidad de la Institución. La memoria colectiva es frágil y en el ánimo ciudadano pesan más los recientes escándalos protagonizados por el propio Monarca y algunos de sus familiares que los años de dedicación, de trabajo eficaz y de arbitraje constitucional. Hoy, para muchos, la Monarquía solo puede tener sentido si es ejemplar porque solo desde la ejemplaridad puede desempeñar, sin la legitimidad periódica de las urnas, las tareas de representación y de arbitraje que la Constitución establece. Y es evidente que muchas informaciones de los últimos tiempos no evidencian esa ejemplaridad en la conducta del propio Monarca que ha incurrido en el tremendo error de mezclar su vida íntima con la pública.

Hoy no parece el momento más adecuado para plantearse si queremos Monarquía o una República. Los ciudadanos tenemos problemas muchos más graves y acuciantes que deben ser atendidos por nuestros representantes políticos y sería una frivolidad y una irresponsabilidad absoluta de la clase política que pasaran a segundo plano. La actual Monarquía Parlamentaria ofrece un espacio de libertades democráticas idóneo para ofrecer entre todos soluciones a los graves problemas que nos aquejan, un espacio que lamentablemente no se vislumbra por ninguna parte en la propuesta tricolor y excluyente de algunos.

Santiago de Munck Loyola


domingo, 14 de abril de 2013

¿Hacia una República excluyente?



El 82 aniversario de la proclamación de la II República se ha celebrado en muchas ciudades españolas con una afluencia de público sensiblemente superior a las conmemoraciones de años anteriores. A ello ha contribuido, sin duda, el mal momento que la Monarquía española está atravesando ante la opinión pública, tal y como señalan las últimas encuestas, como consecuencia del comportamiento poco ejemplar del Rey y de algunos miembros de la familia real. Es evidente que en medio de una crisis como la que venimos padeciendo en la que la sensibilidad social está a flor de piel aquellos que encarnan la Institución Monárquica no han sabido estar a la altura que de ellos cabía esperar.

Sin embargo, la celebración de hoy no puede ser compartida, ni muchos menos, por quienes siendo republicanos no se sienten identificados con un modelo republicano como el del año 31 construido por media España contra la otra mitad y que fue un absoluto fracaso de convivencia. Una buena parte de la izquierda española, sobre todo la más radical, postula el advenimiento o la instauración de una tercera República en España sobre la base y la nostalgia del modelo republicano de 1931, con todo lo que ello conlleva de identificación con los errores y aciertos de mismo. Así, una vez más, se vuelve a cerrar la puerta política a quienes aspiran a la construcción de un modelo republicano desde posiciones de centro, de derechas o de izquierda moderada.

España cuenta hoy con la Constitución más abierta y democrática de su historia. Una Constitución nacida al amparo de la Monarquía, cuya contribución a su nacimiento es innegable, en circunstancias políticas y sociales tremendamente difíciles y que ha permitido a la sociedad española alcanzar niveles de convivencia pacífica y cotas de bienestar social nunca antes logradas. Sin embargo, es muy probable que la Monarquía, en las actuales circunstancias, haya agotado su papel en el desarrollo político de nuestra sociedad. Es evidente que una situación coyuntural no puede servir de argumento para un cambio de modelo tan profundo como podría ser el paso de la Monarquía hacia la República. Las tendencias de opinión fluctúan enormemente en breves espacios de tiempo y más hoy con la influencia de las redes sociales. Pero sí podría ser aconsejable reflexionar serenamente sobre la vigencia del papel de la Monarquía y sobre todo sobre su utilidad a la sociedad española. Lo que no cabe duda es que este debate debería plantearse sobre criterios de objetividad y no sobre criterios emocionales, sobre planteamientos de objetivos de futuro y no sobre nostalgias y planteamientos trasnochados.

Y si algo en las celebraciones del día de hoy podría poner en guardia a cualquier demócrata, sea republicano o monárquico, es el desfile paramilitar que se ha celebrado en Madrid para rememorar la II República. Banderas de la II República (que no republicanas ya que la I República mantuvo la bandera de España) con una estrella roja en el centro eran portadas marcialmente en paralelo con banderas comunistas. Esta identificación entre la II República, y al parecer con la futura III República, y la ideología comunista es todo un síntoma, un peligroso síntoma del triste fin que tendrían las libertades públicas que hoy disfrutamos, esas “libertades burguesas” que según los comunistas sólo son respetables en cuanto transitorias y como mero instrumento para la consecución del poder.

Bandera de España II República.
Bandera de España I República.


La identificación de una futura III República con el comunismo y con lo peor de la II República sólo puede servir para que los republicanos demócratas confíen en que dure mucho la Monarquía y las libertades consagradas en la Constitución de 1978. La legítima aspiración de cambiar la forma del estado español pasando de una Monarquía a una República no puede construirse mirando hacia atrás, sino hacia el futuro, no puede sustentarse sobre modelos excluyentes y sectarios como pocos, sino con una visión integradora de toda la sociedad española, no debe reclamarse adjetivando a la República con términos como popular o socialista, sino con la capacidad de permitir la alternancia política sin más limitación que la que imponga en cada momento el electorado en las urnas. Mal se empieza cuando la reclamación de una nueva República se simboliza tratando de imponer la bandera de un régimen concreto sobre la de la Nación, cuando se trata de identificar al futuro régimen con una ideología partidista y excluyente y cuando se justifica desde la nostalgia de un pasado muchas veces inexistente y no sobre convicciones políticas racionales y de integración nacional

Santiago de Munck Loyola