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lunes, 6 de febrero de 2012

¿Recortes? Depende…

Recortar es el verbo que está de moda. No todos nuestros políticos lo usan, más bien lo evitan y usan eufemismos para decir lo mismo. Nos hablan de ajustes presupuestarios, de reducciones en el gasto o de ahorro. Es como si sintieran cierto pudor, el que no tuvieron a la hora de gastar a lo loco, para decir lo que todos sabemos que están haciendo: sencillamente recortar. No hay dinero, no entra el suficiente dinero en las arcas públicas y, por tanto, no se puede hacer frente ni a lo que se debe de los años de “fiesta”, ni a los gastos ordinarios más básicos.

No se trata ahora de buscar responsabilidades porque parece evidente que están muy repartidas entre toda la clase política, entre todos los colores, aunque unos carguen con más culpa que otros. Unos porque en su ineptitud no veían la crisis que se acercaba o no querían verla y llamaban antipatriotas a quienes se atrevían a vaticinarla. Y han pasado ya más de cuatro años de aquello. Otros porque aún viéndola y avisando de su proximidad en las más altas instancias del estado, simultáneamente, en sus virreinatos seguían gastando a mansalva. Venga fiesta por aquí y por allí: que si fórmulas 1, que si obras faraónicas, que si aeropuertos inútiles,… Y mientras que en Madrid denunciaban los efectos perniciosos de medidas gubernamentales como los Planes E, por los virreinatos los copiaban con toda “confianza” dejando obras que, al día de hoy, no ha sido pagadas y han llevando a la ruina a centenares de empresas.

Pero dejando al margen el tema de las responsabilidades, resulta llamativo el criterio que la clase política suele utilizar a la hora de “recortar”, de ajustar sus lindos presupuestos. Parece que las prioridades de los políticos no son en modo alguno las mismas que las de la gente. Es como si existieran dos clases de sentido común, el de la clase política y el de los ciudadanos.

Es evidente que, si no hay dinero suficiente para atender el funcionamiento de las administraciones públicas o lo que es lo mismo para atender a los servicios públicos, hay dos posibilidades de actuación: aumentar los ingresos y/o reducir los gastos. Aumentar los ingresos se puede hacer subiendo los impuestos lo que lleva inevitablemente a que a partir de determinado nivel los ciudadanos reduzcamos nuestro consumo y, por tanto, generemos más paro o bien persiguiendo de forma más efectiva el fraude fiscal para que todo el mundo contribuya. La reducción de gastos es la segunda posibilidad de actuación ante la falta de dinero, igual que hacemos en nuestras casas los ciudadanos.

El sentido común, nos lleva a los ciudadanos a reducir o eliminar los gastos superfluos cuando nuestros ingresos no alcanzan a cubrir nuestros gastos. Y, sin embargo, la clase política tiene un concepto “sui generis” de lo que es superfluo, como puede apreciarse al observar los recortes que se han venido adoptando en los últimos meses.

El sentido común dice que los ciudadanos no veríamos resentida nuestra calidad de vida si se eliminan de un plumazo las seudo embajadas autonómicas y sí si se recorta el dinero destinado a los profesionales sanitarios, o al mantenimiento de los hospitales o a los medicamentos. El sentido común señala que no nos pasaría nada a los contribuyentes si se cierra sin más un canal autonómico tremendamente deficitario, pero que sí nos perjudica seriamente que se recorte el dinero destinado al mantenimiento de centros escolares o al pago de la dependencia. De sentido común es que en nada afecte a la calidad de vida de los ciudadanos que se supriman las subvenciones a los partidos políticos, sindicatos y organizaciones empresariales, pero que se recorte el gasto destinado a la seguridad ciudadana sí que puede perjudicar al conjunto de los contribuyentes.

De sentido común sería eliminar las pensiones privilegiadas de los políticos y de banqueros que se nutren de fondos públicos al no haber gestionado bien sus bancos o hacer que los parlamentarios tributasen como usted o yo y no nos pasaría nada. Como no pasaría nada por suprimir nuestras misiones militares en el exterior que cuestan miles de millones de euros que podrían destinarse a ayudar algo al millón y medio de hogares españoles que no cuentan con ingreso alguno. La lista de casos en los que se podría aplicar el sentido común de la calle y no el de la clase política es interminable.

Hay mucho campo en el que, con sentido común, se puede recortar y se debería hacer sin tocar lo más mínimo tres pilares básicos: la sanidad, la educación y la solidaridad. Se puede vivir perfectamente sin un canal de televisión, sin un estupendo AVE o sin cientos de asesores políticos, pero sin un moderno y eficiente hospital no.

Santiago de Munck Loyola