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viernes, 23 de mayo de 2014

Acaba la campaña electoral, gracias a Dios.


Hoy termina la aburrida, zafia e inútil, gracias a la impresentable actitud de la mayoría de los partidos y candidatos que concurren, campaña electoral de las elecciones europeas y mañana se celebrará a llamada jornada de reflexión en la que una gran parte de los electores podrán elucubrar, sobre todo, si ganará el Real o el Atético de Madrid la final lisboeta.

Normalmente, las campañas electorales en nuestro país se vienen caracterizando por un bajo nivel de ideas y de propuestas y se suelen limitar a una competición de descalificaciones y exabruptos entre los distintos candidatos. En muchas ocasiones, y esta no ha sido una excepción, da la sensación de que los diferentes partidos nos consideran a los votantes incapaces de entender cualquier tipo de razonamiento o idea que supere el escalón del chascarrillo o el tópico simplista. Es patente que existe entre buena parte de la clase política un claro desprecio hacia la capacidad de comprensión y razonamiento de los votantes.

¿Y qué ha ocurrido en esta campaña electoral europea? Pues, además de lo anterior y del incidente de Arias Cañete, poco más. De una parte, que la inmensa mayoría de los medios de comunicación se ha conjurado en un pacto de silencio para ocultar a cualquier fuerza política cuya irrupción en el escenario político pudiese suponer un desequilibrio o un riesgo para el sistema bipartidista. Y a ello han contribuido no sólo los medios de comunicación públicos, la voz de su amo, sino también la gran mayoría de los medios de comunicación privados y supuestamente independientes, salvo alguna que otra honrosa excepción. Por otra parte, la mayoría de los partidos políticos han hecho o han intentado hacer una campaña electoral en clave nacional pero adulterada. Unos nos han contado que los socialistas no deben volver como si del resultado de las europeas dependiese la formación de un nuevo gobierno en España y otros que ellos nos van a sacar de la crisis que en su día no supieron o no quisieron ver y que los populares han agravado. Pero, en el fondo y situando el debate en clave nacional, pocos han querido entrar en los problemas que en realidad preocupan a los ciudadanos. Muy poco se ha hablado del paro y de las soluciones que se podrían proponer ante las negras perspectivas de creación de empleo, poco o muy poco se ha hablado de los problemas derivados del desafío independentistas y mucho menos aún de los graves problemas que la corrupción y la falta de regeneración democrática del sistema ocasionan. Es como si los dos grandes partidos, sobre todo, se hubiesen puesto de acuerdo en no tocar la corrupción que tanto les salpica, a pesar de ser una de las grandes preocupaciones de los ciudadanos españoles según todas las encuestas. Por tanto, campaña en clave nacional pero descafeinada.

Con ello y con el hastío y la desafección ciudadana hacia la clase política, la mayoría de los partidos han conseguido que, si para muchos ciudadanos estas elecciones eran intrascendentes, lo sean ahora aún más. Planteando la campaña en una supuesta clave nacional que no ha sido tal, no han hablado de los problemas reales de la gente y aún menos de los problemas que se derivan de nuestra integración en Europa que también nos atañen. Poco o nada nos han hablado sobre la política europea en torno a la inmigración a pesar de los dramas que a diario se viven en nuestras costas y fronteras que también lo son de la Unión Europea, poco o nada nos han hablado sobre el creciente problema de la caída de la natalidad en una Europa cada año más vieja, poco o nada nos han hablado sobre la unión bancaria, sobre la necesaria estabilidad del euro o sobre la integración fiscal como tampoco lo han hecho sobre la política común exterior o de defensa comunitaria cuando al borde mismo de nuestras fronteras se están desarrollando serios conflictos que pueden desembocar en trágicos enfrentamientos civiles como en Ucrania y en los que la influencia de la Unión ha sido parte del detonante de los mismo.

La ausencia de debate público sobre los problemas reales que como miembros de la Unión afectan a la vida diaria de los ciudadanos y la propia incapacidad de las Instituciones europeas a la hora de abordarlos están en el origen del creciente euroescepticismo que se detecta en amplios sectores de la población. Muchos ciudadanos se cuestionan la necesidad de esta Unión si, de una parte no se abordan con eficacia graves problemas diarios, y si, de otra, no se atisba en el discurso político de los candidatos intención alguna de ponerse manos a la obra.

Los europeos tenemos señas de identidad comunes, por cierto eliminadas en las referencias constitutivas de la propia Unión, y problemas comunes algunos muy acuciantes pero la actitud de quienes nos han de representar, salvo algunas excepciones, no permite vislumbrar el nacimiento de proyectos comunes que refuercen esta Unión y que despierten la ilusión ciudadana. Es la clase política, una vez más, la que no sabe estar a la altura de las circunstancias y la que abona día a día  la pérdida de la ilusión por Europa entre los ciudadanos. ¡De pena!

Lo dicho, a reflexionar toca el sábado y a votar el domingo a pesar de todo. Un servidor sabe ya, sin necesidad de jornada de reflexión, a quien no votar: a los que incumplen su programa, a los incompetentes y demagogos ante la crisis, a los enemigos de la regeneración, a los que se complacen revolcándose en la cochiquera de la corrupción, a los separatistas y sus socios, a los colectivistas y enemigos de las libertades o a los populistas televisivos. ¡A votar toca para no otorgar con el silencio!

Santiago de Munck Loyola