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martes, 15 de marzo de 2011

Bélgica.

Hijo de padre belga y madre española, nací en Amberes, Bélgica. A los pocos meses de nacer, mis padres se instalaron en España y a los 13 años cursé un año de Bachillerato allí, en Basse - Wavre. Y, sin embargo, a pesar del poco tiempo que he vivido allí, cada vez que vuelvo no me siento un extraño en aquella tierra. Es una sensación extraña, pero las calles de sus ciudades, los paisajes y sus gentes siempre me despiertan un sentimiento de pertenencia, de familiaridad que, inevitablemente, me asombra y complace.

Hace unos días he tenido que volver y esta vez no por placer, sino para decir el último adiós al hermano mayor de mi padre, mi tío Jean Marie de Munck. No ha sido hasta los últimos años cuando he tenido la oportunidad de conocerle mejor. Casado, padre de cuatro hijos, viajero infatigable con su caravana, jurista, hombre de negocios, político profundamente liberal, con un acusado sentido del humor, profundamente crítico con la sociedad actual y belga hasta la médula. En sus palabras siempre traslucía una gran desconfianza hacia la administración pública y entendía que el crecimiento y desarrollo de políticas proteccionistas del estado de bienestar terminaba por estrangular la responsabilidad del individuo.

Hoy, Bélgica, su querida Bélgica, lleva más de nueves meses sin gobierno tras las elecciones generales de 13 de junio de 2010. Las diferencias territoriales entre flamencos y valones impiden la consecución de acuerdos que permitan la formación de un ejecutivo sólido y estable. Pese a ello, todos los indicadores económicos empiezan a señalar notables mejorías en la economía belga: reactivación del sector inmobiliario, descenso del desempleo, etc. Lo que permite a un cada vez mayor número de ciudadanos plantearse la necesidad o no de mantener a tantos y a tantos políticos. Si el país funciona bien sin gobierno ¿para qué hace falta un gobierno?

Bélgica cuenta hoy con un enrevesado conglomerado de administraciones territoriales con competencias cruzadas fundamentadas en la aplicación de derechos a los territorios, no a las personas. Sorprende sobremanera que esa preeminencia de la atribución de derechos al suelo y no a las personas se lleve al extremo de imposibilitar la existencia de partidos políticos de ámbito nacional y de impedir la libre asignación del voto en los comicios. En algunos municipios, por ejemplo, con una amplia mayoría vecinal francófona pero enclavados en territorio flamenco prima la voluntad de la minoría creándose conflictos de difícil solución sin poner a prueba la innegable capacidad negociadora de los belgas.

Muchas veces parece que en España hemos optado por imitar todo aquello que en otros sitios, como en el caso belga, ha demostrado su inoperancia e ineficacia. Es evidente que muchos se encuentran muy a gusto siendo cabezas de ratón que colas de león. Su particularismo, su provincianismo no es más que un disfraz perfecto para encubrir su verdadera falta de talla. Lo sorprendente es que quienes afirman que la tierra no es de nadie, solo del viento, son los primeros en promover y aplaudir la construcción de vallas y empalizadas para que los mediocres gocen de su pequeño reino.


Santiago de Munck Loyola