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viernes, 9 de enero de 2015

Charlie Hebdo: hay que despertar.


El brutal asesinato de doce personas en París cometido por unos fanáticos islamistas ha conmocionado a toda la opinión pública occidental. Diez empleados de la revista satírica “Charlie Hebdo” y dos agentes de policía fueron asesinados ayer fríamente por dos ciudadanos franceses musulmanes de origen argelino. Las imágenes del atentado en las que se puede apreciar la frialdad y precisión de los terroristas al rematar en el suelo a uno de los policías herido han dado la vuelta al mundo. 


Hoy se han celebrado concentraciones de repulsa en las principales ciudades europeas a las que se han sumado cientos de miles de ciudadanos.

Nuestra querida y vieja Europa está enferma, muy enferma. Nuestra sociedad occidental tan satisfecha de si misma padece un serio proceso degenerativo y las reacciones a este brutal atentado son una buena prueba de ello. No me refiero a las reacciones de gentuza como los filoterroristas de Bildu que hoy han impedido en el Parlamento Vasco la aprobación de una declaración de condena pactada entre todos los demás grupos políticos, ni a la reacción de sujetos tan despreciables como Willi Toledo y otros más siempre dispuestos a buscar explicaciones o justificaciones a lo que solo puede merecer la condena y repulsa de cualquier persona decente. No, no me refiero a esos, sino al conjunto de nuestra sociedad. Una sociedad que de forma prácticamente unánime se solidariza con estas víctimas, con sus familias, sus amigos y compañeros de los medios de comunicación, una sociedad que se moviliza para expresar su condena, su rechazo y su dolor ante la brutal muerte de estas doce personas, una sociedad cuyos gobiernos se movilizan para perseguir a los culpables y para prevenir policialmente nuevas posibles acciones de los terroristas musulmanes. Pero se trata de la misma sociedad que prácticamente no se altera por el brutal genocidio que a estas mismas horas están padeciendo las comunidades cristianas en Siria, Irak o Pakistán. Es la misma sociedad que permanece pasiva ante el diario asesinato de decenas de personas, hombres, mujeres y niños, en estos países, la misma sociedad que permite la difusión de los repugnantes videos de esas ejecuciones que los salvajes asesinos graban para enaltecer sus atrocidades cometidas en nombre del Islam y seguir reclutando más asesinos en nuestros países, en nuestras ciudades, en nuestras calles. Porque los tenemos aquí. Les estamos dando todo para que un día nos arrebaten la libertad o la vida. Nos conmocionamos por “nuestros” muertos, por los atentados en “nuestra” casa y, al mismo tiempo, ignoramos a los de “allí”.

Una parte del Islam nos ha declarado la guerra. Pero nuestra querida y vieja Europa está enferma, débil moralmente, instalada en lo políticamente correcto e incapacitada para reconocer el origen del problema y, por tanto, para adoptar las soluciones necesarias para erradicarlo. Poco a poco hemos ido cediendo nuestras conquistas políticas y morales a la presión de quienes, por convicciones religiosas, son enemigos e incompatibles con las libertades y derechos fundamentales que inspiran nuestras sociedades. Hemos abierto nuestras puertas y ni tan siquiera hemos sido capaces de exigir algo tan básico y justo como el principio de reciprocidad. Los islamistas radicales, los yihadistas, son una expresión concreta del Islam. Son musulmanes extremistas para los que todo lo que sea occidental es intrínsecamente perverso. A los europeos nos ha costado siglos alcanzar unos estados más o menos laicos en los que la religión ha sido reconducida al ámbito de la vida privada. Y esa laicidad es inaceptable para gran parte de los musulmanes. 

Es una auténtica paradoja que en la Francia laica por excelencia se introduzcan las prescripciones religiosas islámicas hasta el punto de habilitar piscinas públicas para el uso exclusivo de mujeres, todo ello en nombre de una supuesta multiculturalidad, una errónea concepción de la tolerancia religiosa y una fraudulenta idea de coexistencia que no es otra cosa que cesión y traición a la proclamada laicidad del estado francés.

El Islam es incompatible con los derechos y libertades fundamentales sobre los que se basan nuestras sociedades occidentales y cuanto antes lo reconozcamos, antes podremos seguir progresando como sociedades de ciudadanos libres. Intentar exportar nuestros derechos y libertades o nuestros sistemas democráticos a los países islámicos es una utopía. Tolerar la expansión de sus normas en nuestras sociedades occidentales, un suicidio. Basta leer libros como “las prohibiciones del Islam” de la profesora francesa Anne-Marie Delcambre o como “la fuerza de la razón” de la fallecida periodista italiana Oriana Fallaci para darnos cuenta de ello.

Nuestra sociedad debe despertar. No basta con que nuestros gobiernos activen todas las capacidades policiales preventivas, es preciso que empiecen a establecer rígidos límites a todos cuantos cuestionan los fundamentos más básicos y elementales que nos han permitido construir tras siglos de sufrimiento un espacio tan preciado de libertades individuales y colectivas y que ninguna fe puede poner en cuestión. Aquí no.

Santiago de Munck Loyola


jueves, 20 de septiembre de 2012

"Nihil novum sub sole".




Nada nuevo bajo el sol. ¡Qué gran verdad! Basta con observar el agitado panorama mundial en torno al video que caricaturiza a Mahoma para comprobar la veracidad de este dicho. De ello puede dar buena cuenta el escritor británico Salman Rhusdie, autor entre otras de la obra Los versos satánicos y condenado a muerte por ello por el Imán Jomeini mediante una fatwa, un edicto religioso. La publicación de Los versos satánicos en 1988, provocó la ira inmediata en el mundo musulmán al entender que se trataba de forma irreverente a la figura del profeta Mahoma. Rápidamente países como la India, Sudáfrica, Pakistán, Arabia Saudita, Egipto, Somalia, Bangladés, Sudán,  Malasia, Indonesia y Catar prohibieron el libro el 5 de octubre, y Sudáfrica el 24 de noviembre. La violencia se desató en algunos países musulmanes y murieron decenas de personas. Editores o traductores fueron agredidos o asesinados en algunos países occidentales a manos de los musulmanes. Los iraníes ofrecieron una recompensa de tres millones de dólares por la cabeza del escritor británico quien durante muchos años ha tenido que vivir bajo protección policial.

En 2005 el periódico con mayor tirada de Dinamarca convocó a los dibujantes daneses a caricaturizar a Mahoma. Se recibieron en el periódico doce caricaturas algunas de las cuales vinculaban al Islam con el terrorismo y se publicaron. Los líderes musulmanes daneses y los embajadores de varios países musulmanes en Dinamarca intentaron, sin éxito, presionar al Primer Ministro danés para que interviniese. Éste se negó a ello alegando que se debía respetar la libertad de prensa y ofreciendo los musulmanes la vía judicial para que defendiesen sus posiciones. Un periódico noruego reprodujo las mismas caricaturas en solidaridad por los ataques a la libertad de expresión de sus colegas daneses. Periódicos franceses y alemanes actuaron igualmente. Y la histeria y la violencia volvieron a extenderse por la mayoría de los países musulmanes. Otra vez manifestaciones, asaltos y pillaje contra embajadas y empresas occidentales, muertos en distintos países,… El mismo y siniestro ritual que con Salman Rhusdie. Esta vez, algunos dirigentes occidentales empezaron a criticar la libertad de expresión y a tachar de imprudentes y de incitadores al odio religioso a los medios de comunicación que habían desencadenado esta espiral de violencia.

Ahora, 24 años después del inicio del calvario del escritor británico la historia se repite. El detonante en esta ocasión es un video de corta duración en que se ridiculiza, al parecer, a Mahoma. El panorama sigue exactamente igual: manifestaciones violentas de protesta en el mundo musulmán, violencia contra los intereses occidentales, asesinatos, etc. La respuesta de los musulmanes que en su inmensa mayoría no habrán podido tener acceso al video que sólo circula por Internet es la misma que en ocasiones anteriores. Y es evidente que esta respuesta obedece a la incitación  de sus líderes religiosos y políticos.

Hace pocas horas el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, ha pedido que no se abuse de la libertad de expresión, ya que es un derecho que no debería servir "para provocar y humillar los valores y las creencias" de otros pueblos. Quizá debería haber sido más preciso y decir en lugar de “otros pueblos”, del pueblo musulmán porque cuando se han hecho públicas obras supuestamente artísticas que ridiculizaban a Jesucristo o a los budistas de la ONU no ha salido el más mínimo comunicado. Por tanto, parece evidente que la reacción de este organismo y de muchos dirigentes occidentales que estos días están criticando con dureza a los autores de estas sátiras no obedece a un sincero convencimiento de la necesidad de defender las creencias religiosas del individuo o de los pueblos, sino al miedo y a la cobardía ante la violencia de los musulmanes.

Desde luego, sería mucho más gratificante para no poca gente escuchar de los líderes mundiales referencias a la carta de Derechos Humanos y en concreto de dos Artículos de la misma. El Artículo 18: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.” Y el Artículo 19: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.”

Santiago de Munck Loyola