Translate

Mostrando entradas con la etiqueta Partido Popular. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Partido Popular. Mostrar todas las entradas

lunes, 19 de febrero de 2024

Galicia señala el camino.

 

La fakencuesta del CIS.

Mala noche la del 18 de febrero de 2024 para la progresía en general y para los partidos que componen el Gobierno de España, PSOE y Sumar. Y mira que lo han intentado todo, desde resucitar la catástrofe del Prestige hasta manipular, como suele ser habitual, las encuestas del CIS, pasando por promesas de inversiones millonarias o difundiendo el bulo de un posible vuelco electoral en las elecciones gallegas. Nada les ha funcionado, el PP ha mantenido su mayoría absoluta a pesar de perder dos escaños en una competición electoral en la que se había convertido en la pieza a batir por todos, desde VOX hasta Podemos. 

 

Pero como suele ocurrir después de cada cita electoral, parece que a la hora de escuchar las valoraciones nadie ha perdido y, por supuesto, al contrario de lo que suele ocurrir en las democracias europeas, aquí nadie asume responsabilidades, no dimite nadie por malo que haya sido su resultado. Siempre hay una excusa por muy grande que sea el batacazo electoral. Y es que no se puede calificar de otra manera el resultado de los dos partidos que conforman el Gobierno de España, PSOE y Sumar. Los mismos partidos que señalaban las elecciones gallegas como una reválida para cuestionar el liderazgo de Feijóo, dicen ahora, a la vista de sus vergonzosos resultados, que los comicios gallegos no pueden interpretarse en clave nacional, ¡claro! Si el PP hubiese perdido la mayoría absoluta, entonces nos estarían contando justamente lo contrario: que habría perdido la derecha extrema y que habrían triunfado las políticas vergonzantes, las claudicaciones permanentes del Gobierno de España ante los golpistas separatistas y filoetarras.

 

Los partidos del Gobierno, PSOE y Sumar, obtuvieron el pasado mes de julio en Galicia el 41,1 % de los votos. Tras la formación del gobierno y la consumación de la estafa electoral promoviendo un amnistía para los delincuentes independentistas que negaban horas antes de cerrar las urnas, han cosechado en Galicia, tan solo siete meses después, un ridículo 15,9 % de los votos (el PSOE un 14 % y Sumar un 1,9 %). Han pasado de 664.000 votos en julio de 2023, a 235.000 votos el 18 de febrero. Un “hostión” de los que hacen época. Una debacle sin paliativos, por mucho que ahora quieran justificarlo algunos en la falta de tiempo originada por el adelanto electoral provocado por la convocatoria adelantada de estos comicios, como si las elecciones de julio pasado, celebradas además en plenas vacaciones, no se hubiesen debido también a un adelanto electoral. Por mucho que se empeñen, estas elecciones sí que tienen una lectura nacional, por eso el 65% de los votantes del PSOE y Sumar de julio de 2023 no les ha vuelto a votar en estas elecciones y ha transferido su voto al BNG. Y es muy probable que la pérdida de más del 50 % de los votantes de Vox, alineado en el “todos contra el PP”, se deba también a la misma causa.

 

Y si nos centramos en una lectura gallega, es evidente, le pese a quien le pese, que el PP conecta mejor que ningún otro partido con el galleguismo moderado e integrador, con el galleguismo constitucionalista y profundamente español, avalado por una larga trayectoria en el poder sustentada en una gestión bastante eficiente, aunque con un desequilibrio territorial como lo evidencia el crecimiento de Democracia Ourensana, un partido provincial que ha sabido recoger el legítimo deseo de buena parte de los orensanos de mejorar la financiación de la Xunta en su Provincia e influir en favor de una mejor distribución de los recursos públicos.
Igualmente hay que destacar que los gallegos, inmunes a la permanente campaña para promocionar su imagen, conocen mejor que nadie a la líder de Sumar, una consumada chaquetera, hábil en el manejo del puñal e intelectualmente escueta, Yolanda Díaz, lo que justifica sobradamente el vergonzoso resultado de su “chulísimo” partido que, ni sumando los escasos votos obtenidos por los agonizantes podemitas, supera a Vox.

 

Galicia demuestra que solo la concentración del voto liberal conservador en el Partido Popular puede desalojar al PSOE y sus satélites de la Moncloa. Y ello exige una amplitud de miras y una gran generosidad por parte de los dirigentes populares, que hasta ahora no han mostrado, para integrar en su organización a las distintas sensibilidades que componen el centro derecha. No hay otro camino que el de la unidad, pero para lograrla tienen que hacer un gran esfuerzo para adecuar su organización y su programa a una realidad que no es monolítica. Mientras eso llega, solo cabe felicitar al PP por su rotundo triunfo, a los gallegos por su sensata elección y a los demás por la esperanza que todo ello supone.

 

Santiago de Munck Loyola

 

 

jueves, 10 de agosto de 2023

¿Cambio de ciclo?


 

Algo está cambiando en el panorama político partidista y este cambio es más profundo de lo que podría suponerse a la vista de los últimos resultados electorales. Y este cambio afecta, por supuesto, a la gobernabilidad de España que está supeditada a la imposibilidad del centro izquierda y del centro derecha de alcanzar mayorías gubernamentales en solitario. El bipartidismo imperfecto del que se antes se hablaba hace tiempo que dejó de existir.

 

Dos eventos incidieron de forma importante en el nacimiento de un cambio de la estructura partidista, basada en el bipartidismo, en España.  De una parte, el Movimiento del 15 de mayo de 2011, llamado también movimiento de los indignados, nacido con la pretensión de promover una democracia más participativa y la eliminación de la influencia de los poderes económicos. De otra parte, la última victoria con una mayoría absoluta, cuando el 20 de noviembre de 2011 el Partido Popular obtuvo 186 escaños de los 350 que componen el Congreso de los Diputados. Victoria electoral precedida por el Congreso del PP de 2008 en el que se enseñó la puerta de salida a liberales y conservadores, por cierto.

 

Ambos eventos propiciaron el nacimiento y desarrollo de partidos políticos tanto en el campo de la derecha como en el de la izquierda. UPyD, Ciudadanos, Podemos y Vox son fruto de ambos procesos y su evolución desde su nacimiento guarda similitudes.

 

En el campo de la derecha, tanto la invitación a salir del Partido Popular hecha por Rajoy a liberales y conservadores, como el continuo incumplimiento del programa electoral y de los principios básicos del Partido durante la etapa de gobierno con mayoría absoluta propició la salida de mucha gente y el alejamiento de munchos votantes. La excusa de que la acción política debía primar la economía abandonando a su suerte todos los planteamientos de carácter ideológico no convencieron a buena parte de los seguidores del PP, como se puso de manifiesto en las siguientes elecciones. Una parte de la militancia se fue. Otra fue obligada a irse o fue expulsada. En mi caso por intentar promover un cambio de rumbo desde dentro reclamando regeneración y firmeza contra la corrupción. Curiosamente, mi verdugo político, José Juan Zaplana, enemigo acérrimo de la regeneración política y de la democracia interna, sigue disfrutando de un escaño en las Cortes Valencianas, gracias a la ausencia de democracia interna, asignatura pendiente del PP. Vox apareció entonces como una oportunidad para recuperar los principios y valores que el PP había olvidado para centrar su acción de gobierno en la economía. Y además nacía con la apariencia de una organización con la firme voluntad de construirse a través de la participación y la democracia interna. Pero duró poco. Alejo Vidal Cuadras, tras la derrota en las elecciones europeas fue desalojado en 24 horas de su despacho en Diego de León y sustituido, sin que la militancia pudiera pronunciarse. El cesarismo de Santiago Abascal se instauró entonces, asumiendo en solitario la responsabilidad de los éxitos y, aunque lo eluda, de lo fracasos de la organización.

 

Durante estos últimos diez años hemos vivido el nacimiento, crecimiento y muerte, o entrada en coma, de organizaciones políticas como UPyD que desapareció en 2015, Ciudadanos que ha desaparecido en 2023 o Podemos que de los 70 escaños que llegó a alcanzar tiene ahora 5, diluidos en el conglomerado de SUMAR que no ha alcanzado en las recientes elecciones generales los últimos resultados de Podemos y demás satélites. Y en la derecha, Vox ha iniciado su desplome pasando de 52 escaños a 33, una caída de un 35%. Tanto Vox como los otros partidos coinciden en algo que deberían haber tenido en cuenta, su incapacidad para consolidar en su fase de crecimiento electoral una implantación territorial capaz de estructurar de abajo a arriba su configuración. Y las evidencias señalan que, sin base territorial, con direcciones políticas centralizadas, sin democracia interna y con flujos unidireccionales de arriba abajo del discurso político, los partidos no pueden subsistir, tienen un plazo de caducidad imposible de eludir. Y Vox, tras un proceso ideológico de radicalización e involución, ha entrado ahora en descomposición con la fuga de algunos importantes dirigentes. No se puede culpar, como ha hecho Abascal, a los votantes o al PP de los errores propios. Es evidente que Vox, en la medida que el PP vaya recuperando su esencia y los valores que abandonó, se irá convirtiendo en una pieza prescindible en el tablero político y dejará de ser, en el campo de la derecha, un obstáculo para lograr mayorías que garanticen la gobernabilidad.

 

La derecha española, ante una izquierda radical, ante un PSOE sin un proyecto de Estado, entregado a las ultraizquierdas nacionales y separatistas, ante unas derechas separatistas que sacrifican sus principios ideológicos a sus sueños independentistas, no tiene otra opción que comparecer unida en las próximas elecciones generales si quiere beneficiarse de las peculiaridades de la Ley electoral y alcanzar una mayoría suficiente para gobernar. Hay que forzar el cambio de ciclo para lograr una mayoría que garantice la gobernabilidad y que no esté sujeta a los chantajes de pequeños partidos periféricos o nacionales. Hay que volver al bipartidismo si queremos que España siga siendo España. Y la unidad de la derecha se puede buscar de muchas maneras. Por ejemplo, mediante una refundación del espacio político apelando a la unidad de todas las fuerzas políticas del centro derecha en un proyecto común, amplio, flexible y democrático; una fuerza política capaz de dialogar y de plantear acuerdos de estado, desde la fortaleza de la propia unidad, con todos aquellos partidos que, por encima de su sesgo ideológico, compartan la necesidad de reconstruir y mantener un estado fuerte capaz de servir al conjunto de la sociedad española. Y hasta llegar a ese momento, la unidad también se debe buscar estableciendo pactos prelectorales, provincia por provincia, mediante coaliciones u otras fórmulas que permitan no perder ni un solo escaño. Lo que ahora mismo sobra de verdad es el lamentable espectáculo de los pactos poselectorales que trasladan a los ciudadanos, no unos debates sobre principios o programas, sino sobre poltronas. ¡Póngase a trabajar en serio de una vez por todas!

 

Santiago de Munck Loyola

 

  

lunes, 7 de agosto de 2023

PINCELADAS POSELECTORALES.

 

Creo que no me equivoco si afirmo que el resultado de las pasadas elecciones generales ha constituido una sorpresa para casi todo el mundo, fanáticos de uno y otro lado incluidos. Y tampoco creo equivocarme si califico el resultado como desastroso para la gobernabilidad de España que, con un sistema electoral necesitado de una profunda reforma, aboca, necesariamente, a la inestabilidad y a la compra y venta de voluntades para constituir un gobierno.

 

Aunque no lo parezca, a tenor de las celebraciones realizadas desde la misma noche electoral, las elecciones las ha ganado el Partido Popular y el centro derecha que en su conjunto pasa de 147 a 170 escaños y las ha perdido la coalición gubernamental que ha pasado de 155 escaños a 152. Por cierto, las formas son muy importantes, son indicativas del talante de los políticos, y hasta la fecha el Sr. Sánchez Castejón ni felicitó al partido ganador, el PP, en las elecciones autonómicas y municipales de mayo, ni lo hizo en la noche electoral del 28 de julio. Todo un detalle que caracteriza al personaje que, incapaz de realizar la más mínima autocrítica para asumir y explicar su derrota a pesar del uso ilegítimo en la campaña de todos los recursos del estado, se ha lanzado a una carrera para reunir, a cambio de lo que haga falta, cuantos apoyos pueda de separatistas y filoterroristas, ésos a los que les une, según la Ministra de Hacienda y vocera ordinaria, Montero, el amor a España. El personaje carece no solo de convicciones democráticas, sino del más mínimo sentido de estado, el mismo sentido de estado que condujo a Felipe González en 1996 a no intentar siquiera repetir los pactos que mantenía con Convergencia i Unió y PNV para mantenerse en el poder. Había sacado menos escaños (141) que el Partido Popular (156), lo asumió y renunció desde el primer minuto, tras felicitar al ganador, a intentar volver a formar gobierno.

 

Como estamos viendo esta victoria no será suficiente para alcanzar el poder, ni aún sumando el escaño de UPN y, posiblemente, el de Coalición Canaria. Los partidos perdedores de las elecciones harán todo lo posible para amalgamar una mayoría por la mínima para impedir un gobierno, sólo o en compañía, del partido ganador. Ello exige una autocrítica y una corrección de rumbo para, ante todo, aprovechar las características de nuestra denostada Ley Electoral y convertir las debilidades en fortalezas de cara al futuro.

 

Los partidos de centro derecha han cometido errores de bulto antes y durante la campaña electoral siendo corresponsables de esta situación. Llevamos cinco años con un gobierno socialista en coalición con la ultraizquierda. Sí, con la ultraizquierda porque a las cosas hay que llamarlas por su nombre. Si se da por bueno que lo que está a la derecha del PP es la ultraderecha, habrá que concluir que lo que está a la izquierda del PSOE es la ultraizquierda. Sin embargo, pocos comunicadores asumen ese razonamiento y sustituyen el término “ultraizquierda” por “progresista”. Siempre había entendido que ultras eran todas aquellas formaciones políticas que rechazaban el sistema democrático y en su ideario proponían su sustitución por cualquier tipo de sistema autoritario y dictatorial, llámese democracia popular, democracia orgánica, corporativista o bolivariana. Ahora resulta que un partido democrático netamente conservador es calificado de ultra porque cuestiona, por ejemplo, la ideología de género o las teorías del calentamiento global. Y la realidad es que las ideologías no son dogmas que deban ser asumidos obligatoriamente en un sistema plenamente democrático, cuya base es precisamente la libertad de pensamiento y de expresión del mismo, como tampoco deben serlo las simples teorías. Pero como lo ultra suena mal, lo compran y dan por buenas las definiciones que la izquierda, con su habitual pretendida superioridad moral, difunde e imparte. Pero, lo peor es que el PP también compra esta mercancía adulterada. Y el problema de fondo que muchos dirigentes populares parecen ignorar es que Vox, en gran medida, es un hijo suyo. Sus dirigentes y sus votantes provienen de las filas populares expulsados de las mismas por las continuas traiciones en la era Rajoy a sus compromisos electorales. Cuando el PP se comportó como una derecha vergonzante, como una organización endogámica, encubridora de corruptos y escasamente democrática abrió la puerta para la fuga de votantes. Ahora existen dos organizaciones en el centro-derecha y aunque la lógica política sugiere que con el tiempo el pez grande comerá al chico, lo cierto es que no se puede asumir el discurso de la izquierda y tratar permanente de marcar diferencias ofendiendo a quienes antes habitaban en tu casa y a quienes puedes necesitar, en vez de plantar cara de una vez a tanto tópico interesado. Tan legítimo es que se llegue a acuerdos con Vox, como que el PSOE llegue a acuerdos con sus vecinos de SUMAR, antes Podemos. Y el PP no tiene por qué andar poniéndose estupendo, poniendo barreras y objeciones a sus excompañeros de partido cuando, además, los necesita. Las cuitas sobre los pactos en plena campaña, haciéndole el juego a la izquierda, han sido un verdadero desastre. Solo el PP de la Comunidad Valenciana, liderado por Carlos Mazón, ha seguido una estrategia eficaz e inteligente: discreción, seriedad, rapidez y claridad. Un pacto sin trampa ni cartón, un pacto concreto y preciso publicado de forma inmediata que satisface plenamente a los votantes de ambos partidos. ¿Qué no le gusta a la izquierda y a sus palmeros? Pues, evidentemente, mejor. Les faltó tiempo para recordar que el candidato autonómico de Vox, Carlos Flores, había sufrido una condena por malos tratos años atrás, rasgándose hipócritamente las vestiduras las ministras socialistas mientras durante años su partido ha protegido a su presidente en el País Vasco, el Sr. Eguiguren, condenado en 1992 por dar una paliza a su pareja.
A SUMAR se le escapó en su programa que pretendía acabar con la libertad de prensa, pero pasó desapercibido misteriosamente. Mientras la derecha no se sacuda los complejos y dé la batalla dialéctica y cultural marcando la agenda del debate será muy difícil desprenderse del yugo izquierdista.

 

No me resisto de dejar de señalar la falta de madurez política, en plena campaña, de quienes se ofendían y quejaban porque el PP apelase al voto útil, como si su cuota de votantes fuese fija y en propiedad. ¿En serio lo piensan? Los votantes de Vox son un caladero en el que el PP puede y debe intentar pescar, como lo hace Vox en el caladero de votantes populares. Perder un solo minuto en una campaña electoral en denunciar que te quieren quitar votos es de una simpleza y de una inmadurez impropia de un partido político serio. Como lo es quejarse que el PP, el rival, quiera ganar los suficientes escaños para poder gobernar en solitario. Pues claro, a eso es a lo que debe aspirar cualquier partido que se precie de serlo y no a conformarse con gobernar acompañado, a no ser que en el fondo se consideren un partido muleta.

 

Es muy probable, casi seguro y ojalá me equivoque, que el Partido Popular no alcance el gobierno esta vez. Lo habría alcanzado si no se hubiesen dejado enredar con los pactos autonómicos con Vox, si no hubiesen levantado el pie del acelerador confiados con las encuestas, si no hubiesen rehuido los debates tras el espectacular triunfo de Núñez Feijoó sobre un Sánchez descolocado, si hubiesen centrado su estrategia en exigir responsabilidades por la suelta de centenares de violadores durante los últimos meses, sobre la traición a los
saharauis o sobre los ataques del gobierno a las libertades públicas durante la pandemia por ejemplo. ¿Derogar el Sanchismo? ¿En serio?  El sanchismo es algo mucho más complejo que echar a Sánchez algo que probablemente no todos los votantes alcanzan a comprender. Y, por último, en la derecha deberían de una vez aprender a usar la Ley Electoral para maximizar los resultados y ello pasa necesariamente por cerrar acuerdos preelectorales que son mucho más beneficiosos que los poselectorales, además de transparentes para los votantes.

 

Santiago de Munck Loyola

 

 

miércoles, 19 de julio de 2023

VADE RETRO SANCHIDAD.

 

Bueno, ya queda menos, tan solo unos días para poder votar y para, según deseamos muchos, a pesar de lo que diga el CIS, enseñarle la puerta de salida a Pedro Sánchez, a sus socios y demás acompañantes. Pedro Sánchez, Antonio para los amigos, es una mentira andante y voladora. Llegó al poder mediante una moción de censura construida sobre la falsedad de una sentencia y se ha sostenido durante su mandato usando el embuste, el engaño y el fraude de forma permanente. Ni sus compañeros de partido, ni sus votantes, ni sus socios de gobierno se han escapado de sus constantes falsedades. Un lustro negro en el que la verdad ha estado ausente de la política presidencial, el lustro del Pinocho monclovita. Probablemente no se podría esperar otra cosa cuando llega al poder un farsante que nunca ha tenido que trabajar, sin experiencia laboral fuera de la política conocida y con un doctorado tan fraudulento como el comité de expertos del Covid, pero cuesta creer la pasividad y la tolerancia de una sociedad moderna como la nuestra ante un sujeto sin escrúpulos como éste. De la pasividad y tolerancia con este sujeto de los medios de comunicación para qué hablar tras haber sido regados desde el poder con millones de euros. Porque no nos llamemos a engaño, el único valor que puede presentar un político en una democracia ante los votantes es el valor de su palabra, la fidelidad a sus compromisos. Claro que, para ello, antes hay que tener algún principio.

 

Aunque pueda resultar paradójico, durante la campaña electoral lo que más ha repetido el Sr. Sánchez y sus acólitos es que la oposición miente, y lo dice y repite precisamente él, el del comité de expertos inexistente del Covid, el de la tesis doctoral cum fraude, el del intento de pucherazo en la votaciones del comité federal de su partido, el de “y si quiere se lo repito cinco veces, no pactaré con Bildu”, el de Podemos me provoca insomnio, el de “la política sobre el Sáhara no ha cambiado”, el de “la Ley del solo sí es sí” es formidable, el de la economía va como una moto, etc. Ese mismo, la mentira personificada, acusa a los demás de mentir. De psiquiatra.

 

Y en lo que va de campaña electoral merece la pena destacar algunos asuntos. En primer lugar, el debate entre Núñez Feijóo y Sánchez. Reconozco que me sorprendió agradablemente. Vi a un Sánchez nervioso, agresivo, faltón e incapaz de enarbolar ningún logro de su gobierno. Y enfrente a un Feijóo seguro de si mismo, confiable, honesto y transmitiendo una solvencia de gobernante responsable y experimentado. Sánchez, “excusatio non petita, accusatio manifesta”, se ocupó de reivindicar su honradez, su limpieza, su peregrina justificación del abuso del Falcon o de defender a su mujer. Increíble. Y en el culmen del disparate metió en el debate en lema “que te vote Txapote”, por si quedaba algún español que no lo conociera. A pesar de sus cientos de asesores y de los 3 o 4 días que se tomó para preparar el debate, se estrelló.

 

En segundo lugar, el seguidismo de los medios de comunicación a las consignas monclovitas sobre los pactos del PP con Vox y las incomprensibles reacciones de la derecha. Que la izquierda trate de demonizar dichos pactos es normal, pero no que lo secunde los medios de comunicación y, mucho menos, que los populares entren en el juego. No es normal que los pactos del PSOE con la ultraizquierda, antes Podemos, ahora Sumar, con Bildu o con los independentistas golpistas catalanes esté asumido como aceptable y, por el contrario, los pactos del PP con Vox se demonicen. Vox es al PP lo que Sumar o Podemos son al PSOE. Así de claro. Vox es un partido constitucionalista, aunque propugne la reforma de la Constitución, como se supone que lo son Podemos o Sumar. Que se quiere calificarles de “ultras”, pues vale, pero en la misma medida a la izquierda que a la derecha. No hacerlo, es falsear la realidad, es mentir y es manipular.

El ejemplo de Carlos Mazón en la Comunidad Valenciana es el camino a seguir: actuar sin complejos y con sentido común en armonía con lo deseado por la inmensa mayoría de los votantes de derechas. Además, la experiencia histórica en nuestro país enseña que la incorporación a un gobierno de coalición implica a la larga la absorción del partido pequeño por el partido mayoritario.

 

En tercer lugar, la campaña está sirviendo para hacer aún más patente y visible la oquedad intelectual de Yolanda Díaz. Es un producto artificial, su retórica es forzada y antinatural, sus ideas inexistentes o, en el mejor de los casos, simples clichés sin capacidad de desarrollo. Y, paradójicamente, este personaje surgido de la factoría monclovita para cargarse a los podemitas más incómodos cuenta, según las encuestas, con un alto grado de aceptación entre los votantes, lo que, sinceramente, dice muy poco sobre los que aprueban su supuesto liderazgo. ¿Se han parado a analizar sus discursos, sus soflamas, sus ideas? Seguramente no. La Fashionaria no va a obtener un gran resultado a pesar de contar con mucha benevolencia de los medios de comunicación que no han subrayado suficientemente el componente estalinista de una formación que pretendía en su borrador de programa acabar con la libertad de expresión en España. Los comunistas, por mucho que cambien de siglas, no cambian.

 

Por último, parece que la campaña de Vox ha quedado empañada por los ecos producidos por sus negociaciones con el PP en las que se ha puesto de manifiesto más el hambre por ocupar sillones que por acabar con el sanchismo. Sus propuestas, su programa no está llegando a los votantes, pero su estrategia y sus fines lamentablemente sí. Resulta un poco cómico que Abascal se queje o lamente por los esfuerzos del PP por captar votantes de Vox. ¿Y qué esperaba el dirigente de Vox? ¿De dónde se cree que proceden sus propios votantes? Pues del PP, como él mismo. Cualquier partido que aspire a gobernar aspira a conseguirlo obteniendo el mayor número de votos y, en el caso de los populares, es que lógico que intenten ensanchar su base electoral por su izquierda y por su derecha.

 

No parece haber más opción para poner punto final al lustro negro de la mentira que apoyar con el voto al partido con más posibilidades reales de conseguirlo, el Partido Popular. Es relativamente fácil imaginar un gobierno presidido por Feijóo, un gobierno respaldado por el PPE y no por partidos dudosamente europeístas y amigables con Putin, como los que frecuenta el líder de Vox, algo que facilitará la posición de España en la compleja dinámica europea. Nos jugamos mucho el 23 de julio, nos jugamos sobre todo la libertad individual y colectiva que se sustenta sobre el respeto a la Constitución, a la separación de poderes, a la libertad de prensa y al consenso que hizo posible la transición. Para muchos de nosotros los supuestos avances esgrimidos por los sanchistas no son tales: el guerracivilismo no es un avance, la compra de voluntades mediáticas no es un avance, la catástrofe jurídica sobre los delincuentes sexuales no es un avance, el fortalecimiento de los derechos de los okupas no es un avance, la desaparición de la Guardia Civil en determinadas regiones y tareas tampoco, como tampoco son avances los disparates de género, la sumisión a Marruecos, el despilfarro constante con café para todos al renunciar a la progresividad en las ayudas, la colonización de todas las instituciones, etc. Y sí, estos supuestos avances son auténticas lacras que deterioran la calidad democrática de nuestra política y por ello deben ser derogados sin complejos y con la misma rapidez que la usada en el pasado por el PSOE para derogar todo lo que se les puso por delante.

 


A Sánchez, al PSOE, a SUMAR y a la Fashionaria que les voten Txapote, Tito Berni, los violadores y pederastas, los malversadores, los de los EREs, Mohamed, Maduro, los independentistas, Fernando Simón, el director de Correos y los alumnos y clientes de Begoña. Yo lo tengo claro.

 

Santiago de Munck Loyola

 

 

 

lunes, 20 de junio de 2022

El sanchismo: un cadáver andante.


Dígase lo que se diga, lo cierto es que los resultados de las elecciones autonómicas andaluzas del 19 de junio han sido sorprendentes no porque las haya ganado el Partido Popular, algo que vaticinaban todas las encuestas incluida la del CIS, sino por cómo lo ha hecho. La holgada mayoría absoluta que ha logrado el PP de Juan Manuel Moreno Bonilla ha sido sorprendente en el actual contexto electoral. Y es que estamos en un contexto electoral caracterizado por el fraccionamiento partidista tanto por la derecha (Vox, PP y C’s) como por la izquierda (PSOE, Por Andalucía y Adelante Andalucía) algo que dificulta mucho la posibilidad de alcanzar una mayoría absoluta. Y a ello hay que añadir que estamos hablando de la región española que hasta ahora era considerada como el granero de votos socialista lo que, a priori, era un plus de dificultad para que esa mayoría pudiera ser obtenida por el tradicional partido del centro derecha. Por ello, la mayoría absoluta conseguida por el PP de Andalucía tiene el doble mérito de haberla logrado con su espectro electoral fraccionado y en el feudo socialista por antonomasia. 


Lo cierto es que este histórico triunfo tiene interpretaciones y explicaciones para todos los gustos, pero algunos datos electorales tienen poco margen de maniobra para buscar posiciones interesadas. Los números son claros: si analizamos los porcentajes electorales por bloques se observa que un 11 % de los votantes de izquierdas en 2018 han transferido su voto al bloque de la derecha que pasa de un 49,99 % en 2018 a un 60,88 % en 2022. Y este dato es muy importante porque apunta a que el electorado no se ha dejado influir por los mensajes catastrofistas de la izquierda, por los mensajes del miedo y por sus tópicos (que si privatizaciones, que si desmantelamiento del estado de bienestar, etc.), a que el electorado no ha encontrado propuestas constructivas y atractivas en la izquierda y a que tampoco han percibido que los problemas reales (el paro, la inflación desbocada, el precio de la luz, etc.) sean percibidos como tales por una izquierda más implicada en sus políticas de género, en las pseudoclimáticas o en el revisionsimo histórico que en la dura realidad diaria. El Partido Popular ha perdido un 2,5 % de su electorado que se ha ido hacia Vox, pero ha compensado sobradamente esa pérdida porque ha crecido absorbiendo a la mayoría de los votantes de Ciudadanos, un 15 %, y a una porción nada desdeñable de votantes socialistas, en torno a un 9,40 %. Ciudadanos ha desaparecido a pesar de haber formado parte del gobierno andaluz en la última legislatura. Una vez más se repite la historia, el socio minoritario de un gobierno de coalición es absorbido por el mayoritario.


Aunque sea a título simbólico, los resultados del PSOE han sido un auténtico varapalo, en primer lugar, porque ya no es el partido más votado en su propio feudo, mejor dicho, su ex feudo y, en segundo lugar, porque ni contando con el apoyo del Gobierno de España que enseguida hizo uso de la chequera han podido mejorar los resultados de 2018. El PSOE pierde casi un 3 % de los votos y 3 escaños respecto a 2018 y no pierde más porque se ha producido una transferencia de voto de la ultraizquierda hacia el PSOE cercana al 4 %. Y resulta especialmente increíble la incapacidad de los socialistas para hacer autocrítica. Todavía no han pedido perdón por los 630 millones de euros robados según sentencia y, aún más, el inefable Zapatero ensalzó la figura política de Cháves y Griñán en el final de la campaña socialista. ¡Vergonzoso! Resulta ridículo atribuir sus malos resultados a la falta de movilización cuando lo cierto es que la participación ha subido casi dos puntos respecto a 2018. La Sra. Lastra ni se entera. Por cierto ¿alguien sabe si ya se ha movilizado para protestar por los resultados?

 

El tercer Partido de Andalucía es ahora Vox quien desplaza a la ultraizquierda a la última posición de la carrera electoral. Vox crece un 2,5 % respecto a 2018 y pasa de 12 escaños a 14. No llega a cumplir con unas expectativas que, por cierto, llegaron a marcar el rumbo de su campaña con un tono elevado, con un rumbo incierto y con ciertas dosis de prepotencia. Vox ha crecido, pero ha pasado a la irrelevancia política, ha pasado de influir en el gobierno andaluz mediante un acuerdo parlamentario a que Olona se convierta en Vicepresidente, pero no del gobierno, sino de la oposición. Vox ha pecado de prepotencia y de falta de respeto a su militancia. No es posible que un partido serio y democrático no sea capaz de estimular los liderazgos territoriales y siga usando la vieja técnica de los candidatos paracaidistas.

 

Y en último lugar queda la ultraizquierda fraccionada en dos formaciones. El “chulísimo” proyecto de Yoli se estrella estrepitosamente y debería constatar en su proceso de “escucha” qué es lo que los andaluces le han dicho alto y claro. Afortunadamente la ultraizquierda ha sido reducida a una presencia testimonial. Eso sí, el que no se consuela es porque no quiere y de ahí que la Sra. Teresa Rodríguez se ufane de que con sus pésimos resultados han logrado desactivar a Vox.

 

En definitiva, hemos asistido a un resultado histórico que bien administrado puede ser determinante para un próximo cambio político en toda España. Ha quedado demostrado que el centro derecha pueda volver a alcanzar una mayoría absoluta en España porque, además, se quiera o no,  se ha iniciado un nuevo ciclo político que pivota sobre el Partido Popular. Eso sí, hace falta prudencia y es imprescindible que antes el Partido Popular recupere el arraigo en territorios ahora hostiles donde su presencia es testimonial. La soberbia o la prepotencia no son buenos aliados y abrir las puertas del partido, apostar por la democracia interna e integrar son más necesarias que nunca para que el centro derecha pueda consolidarse como una alternativa al sanchismo y a toda la patulea separatista y radical que le acompaña. El sanchismo es ya un cadáver político, aunque aún no se haya dado cuenta de ello y eso lo hace especialmente peligroso para la libertad y el progreso de los españoles.

 

Santiago de Munck Loyola

 

miércoles, 6 de abril de 2022

¿Feijoy?

Tras la enorme decepción producida por Pablo Casado y su entorno no solo ya entre los votantes sino entre la propia militancia popular, este fin de semana los compromisarios del Partido Popular han elegido a Alberto Núñez Feijóo  como nuevo Presidente de dicha formación política casi por aclamación, “Presidente subito”. Todo parece indicar que Núñez Feijóo tiene claro cómo quiere dirigir el PP, cómo tiene qué marcar el territorio electoral de los populares y cuáles son sus prioridades para llegar a la Moncloa.

 

Sin embargo, da la sensación de que quiere hacer tabla rasa con el pasado y que ni tan siquiera se plantea corregir algunos errores de enorme calado. No habría que olvidar que en 2011 Mariano Rajoy logró una amplia mayoría electoral que se tradujo en 186 diputados en el Congreso, es decir, una holgada mayoría absoluta. Sin embargo, el PP pasó en cuatro años de 186 diputados a 123 en la siguiente cita electoral, es decir, que se dejó en el camino 63 escaños, casi un tercio. La era Rajoy fundó la fragmentación del centro derecha español. En 2015, buena parte de los votantes del PP votaron a Ciudadanos y a partir de 2019 la fuga de votantes populares se escindió en dos, hacia Ciudadanos y hacia Vox. En 2011, Rajoy heredó una España arruinada y su prioridad fue la recuperación económica. El Partido Popular centró sus esfuerzos en la economía y dejó a un lado muchos compromisos electorales y demandas políticas de su electorado tales como la regeneración democrática, el Plan Hidrológico Nacional, la derogación de la Ley de Memoria Histórica, de la de la Ley de Violencia de Género y de tantos y tantos asuntos de calado ideológico que imposibilitaban a muchos votantes tradicionales identificarse con la acción de su gobierno. A lo que hay que añadir una incompetente respuesta a la corrupción. Es más, cualquier discrepancia interna respecto a la política de su gobierno fue respondida con una amable invitación a salir del PP. Era como si para el PP existiese una imposibilidad de hacer política y de gestionar la crisis económica a la vez.

 

Los datos electorales están ahí:


ELECCIONES GENERALES.

 

 

2011

2015

2016

2019 Abril

2019 Nov.

PP

44,63 %

28,71 %

33,01 %

16,69 %

20,81 %

C’s

 

12,67 %

13,06 %

15,86 %

6,80 %

Vox

 

0,23 %

 

10,26 %

15,08 %

Total centro derecha

44,63 %

41,61 %

46,07 %

42,81 %

42,70 + 0,41 de NS = 43,10 %

 

En 2011 el PP aglutinaba todo el voto del centro derecha con el 44 % de los votos y en 4 años de gobierno perdió, a pesar de los buenos resultados económicos, un 16 % de los votos que fueron a parar en su mayoría a Ciudadanos, un partido que representaba una voluntad regeneradora y una voluntad clara y decidida de enfrentarse al desafío separatista catalán. En 2016 el centro derecha cosechó los mejores resultados de su historia con un 46 % de los votos y, sin embargo, la división del voto impidió que la suma de PP y C’s alcanzase la sobrada mayoría absoluta que habrían alcanzado de haber concurrido en coalición electoral. Y a partir de 2019 se inicia una nueva etapa con la división del centro derecha en tres opciones obteniendo el PP los peores resultados de su historia. No obstante, el voto del centro derecha sigue oscilando desde 2011 en una horquilla que va desde el 41,61 % al 46,07 %, es decir, que tiene a su alcance la posibilidad de lograr una mayoría suficiente para apartar del poder a la actual, compuesta por socialista, comunistas, separatistas y herederos de la ETA. Y para ello es imprescindible recuperar la unidad de acción electoral, es decir concurrir juntos a las elecciones generales. Esa debería ser la prioridad de los líderes del PP, Vox, y Ciudadanos. Es una cuestión de generosidad y, por supuesto, de patriotismo.

 

Sin embargo, parece que Feijóo está dispuesto a encarar su asalto a La Moncloa con la misma estrategia que Rajoy llevó a cabo con su gobierno: centrarse en la recuperación económica y olvidarse de los que el Congreso recientemente celebrado ha calificado como “política líquida” y “debates vacíos”, es lo que él mismo define como “política para adultos”. Señalan que el Partido Popular no va a perder en tiempo en cuestiones ideológicas de género, tipos de familia, "falso patriotismo" o sobre un modelo de Estado fijado por la Constitución lo que significa que este PP va a dejar ese terreno libre para Vox lo que constituye, a mi entender, un craso error. Un político de raza, un hombre de estado debe ser capaz de conjugar en su acción de gobierno la gestión de la crisis económica con la política ideológica, con la batalla cultural. De lo contrario, el PP no va a ser capaz de despegar electoralmente porque sus antiguos votantes no se van a identificar con un proyecto político carente de principios y valores ideológicos, aunque esté cargado de excelentes gestores. España es mucho más que una maltrecha economía. España es además razón, sentimiento y corazón.

 

Si el PP quiere volver al poder debe asumir que tiene que hacerlo acompañado mientras siga renunciando a hacer política de verdad. Gobernar no es solo gestionar, gobernar es liderar a la sociedad, es hacer política y guiarla hacia objetivos mucho más profundos y duraderos. Asumir la estrategia de Gobierno de Rajoy de 2011 es un tremendo error que solo puede augurar la consolidación de la fragmentación del centro derecha y, por tanto, la permanencia del sanchismo en la Moncloa.

 

Santiago de Munck Loyola

miércoles, 9 de marzo de 2022

Los marcadores de territorio.

 

Muchas especies animales tienen la costumbre arraigada en su instinto de marcar su territorio con sus deposiciones. La finalidad es evidente, avisar a otros competidores de que ese espacio es suyo y de que, por tanto, no son bienvenidos. Pues bien, parece que  hay algunos políticos que son incapaces de sustraerse a ese instinto atávico y en cuanto son objeto de atención de los focos y de los micrófonos intentan marcar su territorio esparciendo declaraciones que son auténticas deposiciones. Mal ha empezado el amigo Esteban González Pons, diputado del PP en el Parlamento Europeo y presidente del comité organizador del PP, porque una de las primeras cosas que ha hecho ha sido intentar marcar territorio y lo ha hecho ocupándose en calificar a Vox como partido de extrema derecha. Tal cual. No es que haya marcado su territorio, el territorio del PP, proclamando lo que es y representa el Partido Popular, sus principios y propuestas, sino lo que es peor, lo ha hecho asumiendo, sin ningún tipo de rigor intelectual y de análisis, los tópicos de la progresía, lo que evidentemente no desvela nada bueno sobre la capacidad intelectual del susodicho, ni aporta nada interesante a su labor como presidente del comité organizador del próximo congreso de los populares. Quizás podría haber calificado de paso a Podemos como lo que es, extrema izquierda, pero ni aún así se entiende el objetivo de este señalamiento. ¿Piensa el Sr. González Pons que los ciudadanos no sabemos lo que la izquierda nos repite machaconamente sobre Vox? 

 

Si el Sr. González Pons cree que constituye una ineludible obligación de su “cargo” proceder a marcar el territorio electoral del Partido Popular no debería hacerlo mediante el uso de etiquetas adjudicadas a sus vecinos ideológicos, sino identificando claramente los principios y las líneas ideológicas de su propio partido para que luego, a la hora de votar, los ciudadanos no se sientan engañados, como ya ha ocurrido el pasado. Estaría muy bien que los populares señalizasen su territorio explicando a los votantes lo que podrán encontrar en el mismo; estaría francamente bien que nos dijesen si en el mismo vamos a encontrar de nuevo su rendición ante la Ley de Memoria Histórica o, por el contrario, su derogación; si su política fiscal va a ser una réplica de la llevada a cabo por el Sr. Rajoy con las mayores subidas de impuestos de la historia o si, por el contrario, van a volver a la desarrollada por los gobiernos de Aznar; si piensan devolver al hombre la presunción de inocencia o van a mantener intacta, como ya hicieron en el pasado reciente, la vigente Ley de Violencia de género; si tienen en mente adoptar alguna medida para garantizar la igualdad de derechos y obligaciones de los españoles en todo el territorio nacional; si van a hacer posible que en todo el territorio español se pueda elegir estudiar en español o si, por el contrario, van a extender el modelo gallego; podría también decirnos si el PP apuesta por homogeneizar los planes de estudio en España o no, o si va a hacer algo para acabar con el despilfarro autonómico y eliminar las duplicidades. En fin, son tantas las señales o mensajes para identificar de una vez clara y nítidamente el territorio electoral del Partido Popular que no se entiende esa obsesión por marcar el territorio con las etiquetas de sus vecinos.

 

Porque, una vez más, se olvida algo fundamental y es que los votantes de Vox lo eran antes del Partido Popular y, digo yo, que algo harían mal en el PP para que más de 4 millones de electores les dieran la espalda. Y cabe poca duda de que esos exvotantes del PP no se sienten de ultraderecha, ni sienten que el partido al que ahora votan, Vox, lo sea. La inmensa mayoría se siente demócrata, defiende la Constitución de 1978 y los valores constitucionales, pero también es verdad que la inmensa mayoría ya no se siente representada por el Partido Popular porque o bien les ha traicionado en cuestiones ideológicas o bien porque se ha plegado a lo políticamente correcto. Y si es así ¿a qué esperan los dirigentes populares para hacer una profunda autocrítica y a enmendar los errores que les han llevado a esta situación? ¿por qué no perfilan de una vez un mensaje claro, nítido y sinceramente comprometido con los valores que siempre han dicho defender?

 

Existe lo que Manuel Fraga denominaba una “mayoría natural” que puede y debe ser articulada bajo una misma oferta electoral porque así lo demanda nuestro sistema electoral si lo que se quiere es llegar al gobierno. Y para lograrlo la estrategia tiene que pasar por resaltar los muchos puntos de unión existentes entre las fuerzas de esa mayoría natural que son muchos más que los puntos de discrepancia. Descalificar a los antiguos votantes o resaltar las diferencias es simplemente suicida, es el mejor favor que se puede hacer a los sanchistas y a sus socios de la ultraizquierda.

 

No estamos ante el crepúsculo de las ideologías, sino ante su sustitución por otras fachadas de las mismas. La izquierda actual, revestida con nuevas banderas está logrando imponer una nueva visión social, utiliza todos los recursos públicos disponibles para ir penetrando poco a poco en todos los niveles sociales para imponer su visión y proyecto social que siempre empieza y termina por cercenar las libertades. Y parece mentira que mientras tanto la derecha liberal no se atreva a levantar sus banderas ideológicas y se dedique a hacer el ridículo una vez tras otra. Así nos va.

 

Fdo. Santiago de Munck Loyola

lunes, 21 de febrero de 2022

Qui cum infantibus pernoctat, excrementatus alboreat.

No resulta fácil comprender los motivos o las claves que puedan explicar algo tan absurdo, tan escandaloso, tan ridículo como es la guerra entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso, entre Génova y Sol, una guerra que, larvada durante meses, y pública ahora está dilapidando la herencia, buena o mala, recibida, el crédito y solvencia política de los protagonistas y la confianza de millones de votantes. La impúdica exhibición pública de las armas de los contendientes refleja sin ninguna duda una falta de empatía con sus propios votantes, con los gravísimos problemas de España y con la construcción de una propuesta del centro derecha alternativa al sanchismo y a la ultraizquierda con sus aliados filo etarras y separatistas.

 

Pablo Casado se hizo con la Presidencia del Partido Popular enarbolando la bandera de la regeneración y de la recuperación de los valores tradicionales del PP, asfixiados y sacrificados en la etapa de Rajoy en el altar de la gestión como si fueran incompatibles. Parecía que podía e iba a conectar con la “España de los balcones”, con los votantes populares de siempre que arrinconados y desencantados se estaban marchando hacia Ciudadanos y hacia Vox. Pero en muy poco tiempo se empezó a desmarcar de sus promesas. Olvidó muy pronto que debía prestar atención a la gran masa de votantes no socialistas que una vez lo fueron del PP. 


Se rodeó de un equipo sin gran experiencia profesional, de “chiquilicuatres” que siempre han abundado en el PP y en su factoría de aduladores y veletas que es las NNGG y se embarcó en un camino que a cada paso le alejaba de sus votantes y le acercaba al Ministerio de la Oposición. Mejor agradar a las terminales mediáticas de la izquierda que su potencial electorado.

 

Las mayorías se alcanzan construyendo una gran coalición, una gran alianza con los electores afines. El proceso consiste en detectar las verdaderas necesidades de los potenciales votantes y ofrecerles soluciones creíbles y establecer con ellos lazos afectivos y, para ello, es imprescindible conocerlos y sintonizar con ellos. Sin embargo, Casado y su equipo parece que desde un principio han olvidado quiénes son sus potenciales votantes y no se han preocupado de atender sus aspiraciones. Da la impresión de que han pensado que los potenciales votantes vendrían a ellos porque sí o que lograrían la mayoría electoral suficiente para gobernar por el simple desgaste del adversario político. Y da la casualidad de que la inmensa mayoría de los votantes de Vox o de Ciudadanos antes lo eran del Partido Popular. No se puede insultar constantemente a los votantes de estas formaciones como se ha venido haciendo, porque la ofensa es un obstáculo para recuperar a los antiguos votantes. Decir que el partido de Ortega Lara se mancha con la sangre de las víctimas de ETA es una grave y gratuita ofensa. Negarse a formar gobiernos autonómicos con Vox cuando sabes que tú solo no puedes gobernar es suicida por mucho que agrade a la izquierda mediática. Es decir, el PP de Casado se ha esforzado mucho más en señalar e incluso inventarse diferencias con Vox en lugar de buscar los puntos de unión que están, sobre todo, en la identidad sociológica de los votantes de ambos partidos. Pero es que, además, la práctica histórica avala la permanencia de una tendencia, cuando se gobierna en coalición el grande termina absorbiendo al chico porque es cuando el elector trata de recurrir al voto útil en la siguiente convocatoria.

 

Esta nefasta estrategia se ha visto rematada con una gestión suicida y absolutamente miserable en torno a la Presidente de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. No hay una explicación lógica para lo ocurrido. Sería muy simple pensar de que se trata de un asunto de celos políticos por parte del entorno de Casado porque de ser así también lo sería de falta de inteligencia. El tirón electoral de Ayuso y su popularidad solo serían una baza a favor para un líder inteligente, sin complejos y seguro de si mismo. En Génova, el Secretario General, con el consentimiento de Casado, organizó una verdadera caza de brujas, mejor dicho, de la “bruja”, usando medios ilegales. Pero lo que es ya el colmo de la ignominia fue enviar mensajes en noviembre a Mas Madrid y al propio Errejón alertando de la existencia de un posible contrato sospechoso, intentar contratar a agencias de detectives o esgrimir públicamente en la COPE datos confidenciales obtenidos ilegalmente en el Ministerio de Hacienda.  

 

Casado y sobre todo su Secretario General son los responsables directos de una estrategia electoral equivocada y además han demostrado su incapacidad política para gestionar debidamente una crisis gravísima que está fracturando al Partido Popular y ayudando a encubrir los continuos errores del Gobierno de España que pagamos todos los ciudadanos cada vez que encendemos la luz, llenamos el depósito del coche o hacemos la compra. Deben pedir perdón a todos los votantes del PP y deben irse a su casa. El PP necesita una gestora solvente que conduzca al Partido hasta el próximo Congreso de julio, porque su actual directiva está moralmente inhabilitada para llegar a un Congreso con un mínimo de garantías de limpieza y de participación de los afiliados.

 

Santiago de Munck Loyola