Según nos cuentan últimamente todos los
estudios sociológicos, cada día es mayor el número de ciudadanos que se aleja
de la política y de los políticos. El rechazo a la clase política va creciendo
y con ello la distancia entre la gente y los políticos. Se está generando un
caldo de cultivo cuyo desarrollo está aún por ver pero que, vistas otras
experiencias en países similares, puede generar consecuencias negativas
impredecibles para nuestro sistema. La clase política y la partitocracia no
están a la altura de las circunstancias, ni responden a las expectativas que la
mayoría de los ciudadanos ha depositado en ellos. No puede olvidarse que la
actual situación de crisis con toda su larga lista de consecuencias negativas
para la vida diaria del ciudadano tiene unos claros culpables: la clase
dirigente española, la política, la sindical y la empresarial. Unos y otros y
cada cual en su ámbito de competencia son los que por acción u omisión nos han
llevado donde estamos. Y son precisamente los responsables de este desastre los
que ahora tienen que sacarnos del agujero al que nos han conducido. Es normal,
por tanto, que confundiéndose culpables con salvadores se extienda cada vez más
esa desconfianza. Pero es que, además, en muchos casos la clase dirigente
parece vivir una realidad muy distinta a la que diariamente percibimos los
ciudadanos y esta afirmación se comprueba cuando vemos las tardías reacciones a
la hora de abordar graves problemas como el de los desahucios, por citar sólo
uno. Es evidente que existen dos realidades paralelas: la de la clase dirigente
y la del ciudadano.
Circulan también algunas encuestas que, en el
caso del PP de la Comunidad Valenciana, vaticinan una grave pérdida de
confianza electoral, pérdida que curiosamente no es recogida por su rival
electoral directo el PSPV, lo que, sin ninguna duda, viene a confirmar ese
distanciamiento ciudadano hacia la clase política. Sería suicida para las
formaciones políticas y para el propio sistema que, analizada la situación
presente, no se abordasen de forma inmediata determinados procesos internos
para recuperar valores y posiciones que sintonicen mejor con los problemas y
aspiraciones del ciudadano.
En este contexto, un problema que afecta a
muchas organizaciones y en especial a los partidos políticos, y más aún cuando
sus estructuras internas se institucionalizan, es la tendencia a la entropía, a
cerrarse sobre si mismos, sobre sus cuadros y sus discursos internos
estrangulando los flujos entre la sociedad y su vida interna. Un claro reflejo
de este problema se pone de manifiesto en los procesos de renovación interna.
Los poderes territoriales superiores intentan siempre que los inferiores sean
“de su cuerda” para lo que no dudan en controlar y, si es preciso, manipular
los procesos electorales internos de los órganos inferiores. Se consigue así
una organización monocolor, cómoda, dócil y manejable, pero se ahonda en el
principal problema, en la desconexión con la realidad social. Son los
militantes de estas organizaciones quienes están en la calle, quienes a diario
viven y sufren lo mismo que el resto de los ciudadanos y son, por tanto,
quienes podrían elegir mejor en sus ámbitos territoriales a las personas
idóneas para liderar esa realidad. Pero desgraciadamente no ocurre así.
Un claro ejemplo de ello es el proceso de
renovación de las Juntas Locales del PP en la Provincia de Alicante. La primera
e incomprensible obsesión del Comité Provincial de Alicante es que en estos
procesos electorales internos no haya más de un candidato a Presidente por
localidad y entienden, y así se lo trasladan a la prensa, que cuando hay más de
uno es que hay conflicto. Pues, no señor, el problema de verdad es cuando no
hay más de un candidato, cuando el militante no puede elegir libremente entre
varias opciones. Pero ¿por qué esta enfermiza obsesión? ¿Por qué entienden que
es malo que haya más de un candidato y que los militantes puedan elegir al que
más les convenza? Nada hay más bonito en democracia que poder elegir y la capacidad
de elección solamente se realiza plenamente cuando hay más de uno en la
competición. Lo contrario no es elegir, es ratificar. No hay democracia sin
libertad y la máxima expresión de la libertad es la capacidad de elección. No
es tan difícil de entender.
Decía John Stuart Mill que “el genio sólo puede respirar libremente en una atmósfera de libertad”
y es cierto. Por ello, el reino de la mediocridad es lo que han conseguido
estos últimos años los partidos políticos y con la mediocridad, la
incompetencia, la ineficacia, el despilfarro y la corrupción. Más que nadie,
los dirigentes del PP deberían abrir las puertas del partido a los que
constituyen la mayor riqueza del mismo, los militantes, y deberían hacerlo sin
miedos, con grandeza de miras, con generosidad y absoluta confianza porque son
ellos los que mejor pueden elevar a la organización lo que pasa en la calle de
verdad y romper así con esa tendencia casi suicida de no saber o no querer
reaccionar ante unas perspectivas poco halagüeñas.
Santiago de Munck Loyola