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martes, 21 de febrero de 2012

Carrillo y los tiempos del miedo.

Ayer publicó el Diario El País un artículo de Santiago Carrillo titulado ¿Volvemos a los tiempos del miedo? que no tiene desperdicio. Podría pensarse al leer el título que el Sr. Carrillo se estaba refiriendo a los tiempos en los que él era Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid, cuando fueron torturados y asesinados cerca de 5.000 ciudadanos, o a los tiempos de la dictadura franquista cuando las libertades públicas brillaban por su ausencia. Aquellos sí que eran tiempos de miedo, de represión y muerte. Pero no, el Sr. Carrillo que tanto sabe de tiempos de miedo y terror no se estaba refiriendo a esas épocas. Ni mucho menos. Aunque parezca mentira, su artículo se refiere a los días presentes, a estos días en los que las libertades públicas son una realidad palpable.

Trata su artículo sobre las reacciones que la condena por prevaricación del ex juez Garzón ha suscitado en diferentes sectores de la sociedad española y expone sus sentimientos y su versión sobre los mismos. Se pregunta el Sr. Carrillo si los ciudadanos no tenemos derecho a criticar la sentencia de un tribunal o cualquiera de las decisiones de uno de los poderes del Estado a la vista de la defensa que el poder judicial ha realizado sobre la sentencia condenatoria del tribunal Supremo, adoptada por unanimidad, por cierto. Se trata sin duda de una pregunta retórica y con trampa cuya respuesta es evidente: claro que los ciudadanos tenemos derecho a criticar las decisiones judiciales o las económicas o las políticas. Ahora sí podemos hacerlo. En el 36 o en el 75 evidentemente no. Y el mismo derecho que nos asiste conlleva el derecho de las instituciones del Estado a ofrecer su respuesta y su propia crítica a quienes cuestionan las decisiones tomadas al amparo de la Ley.

Continua el Sr. Carrillo afirmando que “de repente se intenta cerrar la boca a los que consideran injusta la condena del juez Garzón”. ¿Si? ¿Qué entiende el Sr. Carrillo por cerrar la boca en la España de las libertades constitucionales? ¿Es cerrar la boca a alguien responderle con argumentos a favor de la sentencia condenatoria? ¿Es cerrar la boca a alguien pedirle, sin amenazas, sin checas ni coacciones que no insulte a los magistrados que con la Ley en la mano han dictado una sentencia? Es evidente que D. Santiago confunde los tiempos y los métodos y que en su afán adorador del ex juez cae en hipérboles impropias de alguien con tanta experiencia, aunque parte de la misma no sea muy edificante. Si el ex juez Garzón se negó en su día a que prosperase una querella contra Carrillo por la matanza de Paracuellos, no hizo más que cumplir la Ley. No necesita el Sr. Carrillo agradecérselo tanto.

Pero donde ya pone la guinda el Sr. Carrillo es en su afirmación de que la corrupción de la política por negociantes como los de la trama Gürtel ha hecho más daño al sistema democrático en España que el lacerante terrorismo de ETA. Semejante afirmación es perfectamente ilustrativa del valor que el Sr. Carrillo otorga a la vida humana y a las libertades públicas. La corrupción de los Gürtel, los Filesas, los ERES, los Roldanes o los Urdangarines por citar sólo algunos ejemplos y de variado pelaje político ha hecho y hace daño al crédito de la clase política, pero no es comparable al irreparable daño ocasionado por ETA. Las vidas segadas nunca se recuperarán, Sr. Carrillo. Comparar la corrupción de ciertos “chorizos” con la ETA es una indignidad y un menosprecio a los 1000 asesinados por la banda etarra. Esta comparación desafortunada evidencia que usar lo que sea con tal de cargarse de razón no vale.

Finaliza el Sr. Carrillo su artículo llamando a la ciudadanía para que se ponga en guardia. Y dice para terminar que hay que impedir que vuelvan los tiempos del miedo y ahí no queda más remedio que darle razón, hay que impedir que vuelvan los tiempos que él mismo representa, tiempos de miedo, de terror y de odio.

Santiago de Munck Loyola


domingo, 19 de septiembre de 2010

EL LIBRO NEGRO DE CARRILLO DE JOSÉ JAVIER ESPARZA.





Uno de los libros que he tenido ocasión de leer este verano es “El libro negro de Carrillo” de José Javier Esparza, de la editorial Libroslibres. Se trata de un relato de 300 páginas en el que se hace un repaso de la trayectoria política de Santiago Carrillo. El libro está escrito con una soltura y fluidez que hacen amena su lectura. La verdad es que si uno está interesado por la política y por nuestro pasado reciente se lee de un tirón.

José Javier Esparza hace un repaso de la biografía de Santiago Carrillo encuadrándola perfectamente en los sucesos políticos que marcaron la reciente historia de España y muy especialmente la historia del PCE. Para ello sustenta su relato en numerosos testimonios y fuentes que acreditan la veracidad del mismo y que nos ofrecen una perspectiva muy amplia de las características y mentalidad de Santiago Carrillo. Luis Gómez Llorente, Largo Caballero, Indalecio Prieto, el propio Santiago Carrillo, Simeón Vidarte, Mundo Obrero, Ricardo de la Cierva, El Socialista, Líster, Fernando Claudín o Semprún, por citar solo a unos pocos, sirven de fuentes para alimentar este relato vital que contiene pasajes verdaderamente estremecedores y que ponen de relieve la frialdad y la determinación del protagonista.

Pero, si hay algo que me ha llamado la atención del personaje es el valor que siempre ha atribuido a la vida humana ante la consecución de un determinado fin político. Siempre se ha asociado a Santiago Carrillo con las matanzas de Paracuellos del Jarama. Se ha discutido hasta la saciedad sobre su responsabilidad directa en el cruel asesinato de casi 5000 personas inocentes en su mayoría de cualquier otra falta que no fuese la de profesar una determinada creencia. El propio Carrillo, en un Pleno del PCE celebrado en Valencia en 1937, afirma que la aniquilación de traidores en la retaguardia “no es un crimen, no es una maniobra sino un deber exigir una tal depuración”. Pero, en todo caso, los hechos de Paracuellos siendo injustificables están enmarcados en la extrema violencia de una guerra civil.

Lo que es menos conocido por la mayoría de los ciudadanos es la forma en que Santiago Carrillo se hace con el control y el poder de PCE. Un partido que nunca defendió la democracia parlamentaria ni las libertades, sino que perseguía como fiel partido estalinista la implantación de la dictadura del proletariado aplicando los métodos típicos del estalinismo, entre ellos, la aniquilación física del adversario. Santiago Carrillo fue y se declaró un estalinista convencido y fue, por tanto, consecuente con ello a la hora de afianzar su poder en el PCE. Cientos de militantes comunistas, luchadores en la España ya franquista, guerrilleros miembros del maquis y cualquier comunista que pudiera estorbarle fueron denunciados a la policía franquista o purgados en el exilio (algunos incluso acabaron en hospitales psiquiátricos soviéticos) o simplemente fueron asesinados por orden de Santiago Carrillo. Cualquier excusa era válida: por ser troskistas, revisionistas, monzonistas o fraccionistas. Cuando un comunista era etiquetado con cualquier calificativo ajeno a la ortodoxia estalinista podía darse por perdido.

Santiago Carrillo es producto de una época concreta y la historia, fría y objetiva, le juzgará con justicia. Pero me pasa lo que al autor del libro. Me sorprende que el protagonista de hechos tan negros como los que carga en su cuenta cautive aún a una buena parte de la progresía española hasta el punto de tributarle homenajes. “Los buenos” como decía Peces Barba alaban y homenajean a un político responsable de muchos crímenes de sangre cometidos incluso contra sus propios correligionarios, a un político para quien la sagrada vida humana no ha tenido valor alguno, tan sólo el de un mero instrumento desechable para la consecución de fines muy mezquinos.

Santiago de Munck Loyola.