Hoy
el Tribunal Constitucional, con el voto de los Magistrados Pascual Sala, Eugeni
Gay, Pablo Pérez Tremps, Adela Asúa, Luis Ortega y la ponente, Elisa Pérez Vera,
ha decidido legalizar al brazo político de ETA, Sortu, y enmendar la plana, una
vez más, al Tribunal Supremo (a lo mejor habría que eliminar lo de “Supremo”,
visto lo visto). Parece que lo políticamente correcto en estos casos es decir
que se “respeta la decisión, aunque se discrepe”. Pues bien, como uno no está
obligado a decir lo que no siente, un servidor ni respeta la decisión, ni
respeta a los mal llamados magistrados que han decidido por seis votos contra
cinco que Sortu es un partido político tan respetable como lo puedan ser el
PSOE, el PP o el PNV.
Prefiero
estar al lado de las víctimas del terrorismo que del lado del Tribunal
Constitucional y los de Sortu. Prefiero estar del lado de las Fuerzas de
Seguridad del estado, que por activa y pasiva han demostrado que ETA y Sortu
son lo mismo, que del lado de los Magistrados del Constitucional que han
favorecido al brazo político de ETA. Prefiero estar del lado del Tribunal de
Derechos Humanos de Estrasburgo que consideró a Sortu “testaferro de ETA”.
Prefiero estar del lado del Tribunal Supremo que ilegalizó a Sortu que del lado
de un Tribunal Constitucional que, deliberadamente o no, sigue casualmente
cierta “hoja de ruta” denunciada mil veces por las víctimas de ETA. Prefiero
estar del lado de quienes se oponen a la presencia de terroristas o de
jaleadores de los mismos en las instituciones que de un Tribunal Constitucional
más político que jurídico. Vamos, que el Tribunal Constitucional se pasa por el
arco del triunfo todos los informes de las Fuerzas de Seguridad del Estado que
confirman que Sortu es Batasuna y que Batasuna es ETA y se pasa por el miso
arco la Sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo que considera
a Sortu un simple instrumento político de ETA y las mismas sentencias del
Tribunal Supremo. O sea que todo el mundo está en un error menos los ilustres
seis magistrados del Constitucional. Claro que para formar parte de este alto
tribunal no hace falta ser juez o magistrado, sino que basta con ser “jurista”
y contar con el apoyo de los partidos políticos.

Parece
que para los magistrados avalistas de Sortu la simple declaración contraria a
la violencia terrorista que se hace en los estatutos de Sortu es decisiva para
determinar que se trata de una organización perfectamente democrática y que,
por tanto, ha de ser legalizada con su inscripción en el Registro de Partidos
Políticos del Ministerio de Interior. ¡Faltaría más! ¿Puede alguien con un
mínimo de rigor intelectual plantearse la posibilidad de que Sortu hubiese
expresado en sus estatutos su simpatía o comprensión hacia la violencia
terrorista? Son terroristas pero no tontos de remate. Sabían perfectamente qué
debía figurar en sus estatutos para poder colarse en las instituciones que
pretenden derribar sea con las urnas o con la violencia cuando les conviene. Es
puro sentido común, pura estrategia que, misteriosamente, no ha sido percibida
por los seis ilustres juristas del Constitucional. Los estatutos del partido
nazi en la República de Weimar o los de los Partidos Comunistas en la posguerra
mundial eran todos formalmente respetuosos con la legalidad vigente de sus
respectivos países, pero una vez en el poder liquidaron las instituciones
democráticas. Por tanto, el argumento esgrimido para legalizar a Sortu centrado
en el contenido de sus estatutos es un argumento falaz, injustificable e
interesado.
Esta
vergonzosa e inaceptable sentencia del Tribunal Constitucional no es fruto de
la casualidad. Responde a todo un proceso político generado por el anterior
Gobierno con su correspondiente reflejo en la propia composición del Tribunal
Constitucional. Pero, si existe en este desenlace una evidente y gran
responsabilidad del anterior Gobierno, no es menos cierto que el actual
Gobierno también tiene una parte de responsabilidad en que el resultado final
haya sido el que es porque no hay que olvidar que la renovación del Tribunal,
pendiente desde hace mucho, no se ha producido tras seis meses de Gobierno del
Partido Popular. No parece muy coherente que el Gobierno venga ahora con
lamentos sobre el resultado de esta sentencia cuando pudiendo y debiendo actuar
antes dejó pasar el tiempo.

Lo
cierto, al día de hoy, es que la interpretación de nuestra Constitución permite
que quienes apuestan por la violencia o la justifican como medio de acción
política y quienes pretenden derribar el propio edificio constitucional que les
da cobijo puedan actuar libremente en el juego democrático. Un Estado
democrático puede y debe articular los medios legales necesarios para
defenderse. Un Estado democrático, y ahí tenemos la experiencia de lo que
ocurrió en la Alemania de los años 30, puede y debe excluir del juego político
a cualquier fuerza política que no sea democrática o cuyos fines atenten contra
la propia supervivencia de las garantías constitucionales que no son otras que
los derechos fundamentales de todos los ciudadanos españoles. Y si esta
Constitución no es capaz de hacerlo con la interpretación que de la misma hacen
estos “juristas” de medio pelo, habrá que ir pensando en reformarla.
La
lección que deberíamos extraer de este penoso episodio es que hay que
movilizarse a favor de quienes apuesten de verdad por la defensa de los
derechos fundamentales de todos los ciudadanos y que esa defensa pasa por dos
propuestas esenciales: la primera, modificar la Constitución para garantizar la
exclusión de la vida política de los violentos, de sus cómplices y de todas las
fuerzas políticas cuyos fines no encajen con los valores democráticos; la
segunda, que es preciso poner orden en el edificio jurisdiccional español y que
el Tribunal Supremo sea de verdad la cúspide de este edificio. No puede haber,
en el ámbito interno, dos cúspides coronando el edificio. La implantación del
sistema de garantías constitucionales a través de un órgano específico como el
Tribunal Constitucional, ajeno al poder judicial y completamente politizado, se
ha demostrado un error. Con una nueva sala de Garantías Constitucionales en el
Tribunal Supremo sería más que suficiente y se acabaría con este dislate
jurídico aunque sea en detrimento de la permanente interferencia de los
Partidos Políticos en el mundo de la Justicia.
Santiago
de Munck Loyola