La
entrevista que la semana pasada concedió José María Aznar a Antena 3 ha levantado muchas ampollas
y ha obligado a muchos a “retratarse”. La irrupción de Aznar en el debate
público no ha sido, pese a lo que muchos opinan, una novedad. El ex Presidente
del Gobierno y Presidente de Honor del Partido Popular ha entrado en escena en muchas
ocasiones a lo largo de los últimos diez años en el debate político y en la
vida interna del Partido Popular. La novedad ha estado principalmente en el
contendido de su intervención que no ha agradado lo más mínimo ni a la
izquierda recalcitrante, obsesionada de forma enfermiza y patológica con José María Aznar, ni al Gobierno y miembros de la estructura burocrática del Partido
Popular. ¡Curiosa coincidencia!
Al
margen de los “dimes y diretes” o de las variopintas interpretaciones sobre los
motivos de esta entrevista, llama mucho la atención algunos mensajes lanzados
por Aznar así como la reacción de algunos “líderes” del PP. La verdad es que
hablar de “líderes” en el caso de algunos dirigentes populares resulta
irrisorio. Gente que debe su puesto al “dedazo” superior, a sus cualidades
personales genuflexas y a su sumisión absoluta, incapaces de ganarse el puesto
en una competición en las urnas podrá ser todo lo dirigentes que quieran, pero
calificarles de “líderes”, en el amplio sentido de la palabra, resulta
francamente ridículo. Pero, en fin, hecho este paréntesis, lo cierto es que
algunos de estos presuntos líderes han hecho públicas sus sesudas reflexiones
sobre la intervención de Aznar concluyendo, y lo que es peor, manifestando
públicamente que el Sr. Aznar “tiene a los votantes, pero no tiene al partido”.
¿Se puede ser más memo políticamente hablando? ¿No se percatan de que reconocer
que Aznar tiene a los votantes y no al partido significa que el partido ha
abandonado a los votantes? Es más ¿qué es un partido sin votantes?
Aznar
dijo muchas cosas con las que se identifican muchísimos militantes y votantes
del Partido Popular. Eso es una evidencia que sólo pueden negar quienes
permanecen aislados de la realidad social y de las bases del Partido Popular.
Es probable que los cargos políticos institucionales, los que deben su puesto a
la superioridad y no a las bases, crean que Aznar está equivocado o que
compartiendo sus opiniones hagan gala de la tradicional cobardía que asegura su
supervivencia política y por eso se nieguen a admitirlo, pero cualquiera que se
moleste en hablar con los militantes y con muchos cargos públicos en privado
escucharán siempre lo mismo: “no es esto, no es esto”.
Los
políticos valen lo que vale su palabra. Los programas no están para
incumplirlos, como decía el viejo profesor. Muchos, sobre todo los llamados de
la vieja guardia, hemos aprendido y asimilado que un programa es un compromiso
con el elector, un auténtico contrato por el que los políticos ofrecen
propuestas a los votantes a cambio de su voto. Incumplido el programa, se rompe
el contrato y quiebra la legitimidad del gobernante. Y cuando se obtiene una
mayoría electoral tan importante como la que recibió el Partido Popular hace un
año y medio es porque se recibe un mandato claro y expreso para aplicar un
programa determinado con todas sus consecuencias, sin dilaciones y sin excusas.
No es tan difícil entender, como tampoco es tan difícil explicar desde el primer
día las dificultades que puedan ir apareciendo y que no estaban previstas.
Las
declaraciones de Aznar han sido, a muy juicio, muy oportunas porque, además,
han reflejado el sentir de muchos votantes y militantes populares profundamente
desorientados. Se podrá estar o no en desacuerdo con los planteamientos
concretos que se deslizaron en esa entrevista pero es indudable, para muchos,
que España necesita un liderazgo más sólido, un proyecto claro que desde el cumplimiento
del mandato de los votantes responda a los graves desafíos plateados tanto en
el campo económico, como el social, el político y el institucional. Decir las
cosas claras, abrir el debate sobre las políticas emprendidas o sobre su ritmo,
recordar la responsabilidad del Partido Popular con sus votantes o impulsar
reflexiones sobre las respuestas que hay que articular ante los grandes
desafíos de España no puede, ni debe ser interpretado de forma beligerante,
sino que debería llamar sobre todo a la reflexión y al cambio de rumbo y más en
el caso de esos “líderes” que reconocen que se han quedado con las siglas pero
no con el programa, con los principios o con los votantes, únicos destinatarios
de la acción política de un partido político.
Santiago
de Munck Loyola