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lunes, 28 de octubre de 2013

Va siendo hora de decir ¡ya está bien!


Hoy nadie puede negar que el número de ciudadanos que considera a los políticos y a los partidos políticos como un problema sigue creciendo. La desafección ciudadana, la desconfianza hacia la clase política sigue creciendo día a día y lamentablemente se traducirá, lo veremos pronto, en un incremento de la abstención en la próxima convocatoria electoral. La profunda recesión a la que nos ha conducido la clase dirigente española y los numerosos casos de corrupción que inundan los titulares de los medios de comunicación se asocian inevitablemente con los políticos, con los partidos políticos y con las propias instituciones. Y del mismo modo que es peligroso e injusto generalizar estas percepciones y meter a todos en el mismo saco también puede ser muy peligroso ignorar estos síntomas, confiar en que una aún lejana recuperación económica borrará estos recuerdos y no atajar las causas de fondo que originan este malestar ciudadano. Nuestro sistema está enfermo y así lo indica la fiebre, la desafección ciudadana, que poco a poco va aumentando. Si el paciente no obtiene un diagnóstico certero y un tratamiento adecuado es imposible prever hacia donde evolucionará.

Somos los ciudadanos, cada uno de nosotros, los responsables de hacer que las cosas cambien, de que la política recupere el noble sentido y la alta finalidad que le corresponde y de que, en consecuencia, nuestra sociedad recupere el vigor y la energía suficiente para ofrecer un futuro mejor a sus integrantes. Los ciudadanos no podemos quedarnos con la sensación de que todo da igual, de que no hay nada que hacer, de que todos son iguales y de que lo único que sirve es el “sálvese el que pueda”. La resignación, la sensación de impotencia o la indiferencia sólo sirven para que nada cambie, para avalar cualquier desmán, para que sigan los mismos, bajo unas siglas u otras, usurpando el noble concepto de la política y del servicio público como coartada de sus intereses particulares. La desafección y la desconfianza hacia esta clase dirigente política, económica o sindical no deben servir para alejarnos a los ciudadanos del objetivo de trabajar para transformar y mejorar nuestra sociedad, nuestro entorno más próximo. Todo lo contrario, podemos y debemos cambiar las cosas porque siempre hay alternativas, hay muchas y distintas maneras de hacer las cosas. En muchas ocasiones hemos escuchado de uno y otro lado que no había alternativas económicas, que solo había un camino para salir de una u otra crisis y la experiencia nos ha demostrado, una y otra vez, que era falso. Han terminado por convertir a la Política en la esclava de la economía y de tanto señalarnos con el dedo el PIB o la prima de riesgo no vemos la ruina de nuestro vecino o el deterioro de nuestro Centro de Salud. La macroeconomía ha eclipsado a la microeconomía y la contabilidad nacional a las personas.

Va siendo hora de que los ciudadanos, además de indignarnos, además de desconfiar de una clase dirigente que no ha sabido estar a la altura de las circunstancia y que no está dispuesta a perder sus privilegios, digamos ¡ya está bien! y actuemos. No bastan los lamentos, si queremos que las cosas cambien de verdad tenemos que actuar y hacerlo de la única forma posible en democracia, denunciando públicamente las injusticias, los abusos, los incumplimientos electorales y promoviendo y apoyando toda iniciativa encaminada a regenerar un sistema político que paulatinamente se ha ido alejando de los problemas de los ciudadanos y poniéndose al servicio de una casta endogámica que vive instalada en sus privilegios. Los ciudadanos debemos tener un papel protagonista auténtico que suponga algo más que el simple hecho de depositar una papeleta en la urna cada cuatro años y después, si te he visto no me acuerdo. Los ciudadanos debemos estar para algo más que para pagar impuestos sin que nadie responda del buen o mal uso que hagan de nuestro dinero. Los ciudadanos debemos estar para algo más que para tragarnos unas listas electorales cerradas y bloqueadas sin poder apartar de ellas a los enchufados, incompetentes o corruptos. Los ciudadanos debemos estar para algo más que para subvencionar a unos partidos políticos impermeables a la participación ciudadana y al diálogo social.

Hoy más que nunca el ciudadano no está sólo; podemos interactuar en las redes, movilizarnos y exigir y promover la transformación de un sistema que, a todas luces, no está sirviendo para mejorar la vida y solucionar los problemas que se acumulan. Lamentablemente hoy la política, en muchos lugares, está secuestrada por algunos profesionales de la política, que no por políticos profesionales, por vividores sin principios ni ideales que han encontrado en ella un lugar idóneo para sobrevivir pese a su incompetencia. Va siendo hora de decir ¡ya está bien! de recuperar principios, valores e ideales, de situarlos al frente de la actividad pública y de convertirlos en los motores de la transformación social.


Santiago de Munck Loyola.