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martes, 11 de agosto de 2020

El cuarto poder.


 

Hoy en día los ciudadanos tenemos a nuestro alcance medios de sobra para estar bien informados, para contrastar adecuadamente cualquier noticia y podernos formar una opinión sobre cualquier asunto de una manera más o menos objetiva. Cualquier hecho, cualquier noticia la podemos analizar y contrastar, comparar las fuentes, estudiar sus antecedentes y todo ello contribuye a acercarnos a la verdad. Sin embargo, ello exige que mantengamos una actitud activa y crítica ante cualquier información. Hoy tenemos a nuestro alcance multitud de medio de comunicación que nos informan, desinforman o nos “comunican” posiciones ideológicas disfrazándolas de “informaciones”. Entre ellos resulta difícil encontrar informaciones objetivas. Somos receptores pasivos de sus comunicaciones y es frecuente la tendencia a aceptar como verdades hechos debidamente maquillados por los comunicadores.

 

Los medios de comunicación en su gran mayoría tienden a informar resaltando determinados hechos, relegando o incluso ignorando otros y, por si fuera poco, a envolverlos en el papel de los comentaristas “políticos” para que el hecho o la noticia la asimilemos convenientemente. La falta de conciencia del ciudadano medio sobre este papel que juegan los medios de comunicación le impide informarse mejor, contrastar la información y formar su propio criterio. Las grandes empresas de comunicación no desarrollan tareas realmente informativas sino que, además de vender ocio y entretenimiento, conforman la conciencia social y, en gran medida, la anestesian. Y la izquierda es muy consciente de ello, como lo ha sido siempre sobre la importancia de su presencia en el campo de la educación.

 

Por ello resulta hasta paradójico que disponiendo más que nunca de medios en Internet para contrastar y comparar las informaciones prevalezca la actitud pasiva del ciudadano medio y se extienda una conciencia colectiva de conformidad y sumisión social ante determinados hechos que en otras épocas no muy lejanas habrían supuesto verdaderas convulsiones sociales.

 

La izquierda que siempre se ha erigido en defensora de la idea de la libertad hace tiempo que la ha abandonado o, mejor dicho, la ha manipulado a su conveniencia. La libertad del individuo ha sido sustituida por una supuesta libertad colectiva cuando lo cierto es que sin la primera la segunda no pasa de ser una ficción. Hoy las libertades individuales más básicas están en peligro, desde la libertad de expresión pasando por la libertad educativa hasta la religiosa. Se está imponiendo un modelo social a través de los medios de comunicación en el que todo lo que no se adecúe a los cánones de lo política y colectivamente correcto queda proscrito. El lenguaje, la vestimenta, el pensamiento, la familia, la educación, la sexualidad, el medio ambiente, la economía o el patriotismo están siendo sometidos a un proceso de estandarización, de colectivismo excluyente de cualquier interpretación discrepante.

 

Pretender que alguien lleva a sus hijos a la escuela para que básicamente adquieran conocimientos es retrógrado. Se les lleva principalmente para socializarlos y para formarlos en los valores que los políticos decidan y la adquisición de conocimientos es secundaria. Pretender usar el español de acuerdo a las reglas gramaticales es machista y heteropatriarcal. Discrepar de la ideología de género es poco menos que una herejía laica. El llamado pin parental es una fascistada mientras que el lavado cerebral estatal mola mogollón. Reivindicar la prisión permanente revisable para determinados delitos otro tanto de lo mismo. La lista puede ser interminable.

 

No puede haber otra causa que el papel que juegan muchos medios de comunicación para explicar que una sociedad tan sensible como para movilizarse y pedir la dimisión de todo un Gobierno por el sacrificio del perro Excalibur en la crisis del Ébola no responda ahora, con casi 50.000 personas muertas, en la misma proporción al menos, que una sociedad tan exigente con la titulación post universitaria de Casado sea tan indolente con una tesis doctoral fraudulenta, que una sociedad tan escandalizada por la Gürtel no lo esté por el caso de los ERES, los cursos de formación o la fortuna de los Pujol, una sociedad que acepte la desigualdad ante la ley en función del sexo de la víctima o que esa misma sociedad permita que se discrimine a los niños huérfanos otorgando pensiones mayores a aquellos cuya orfandad se deba a la violencia de “género”.

 

Los ciudadanos debemos ser conscientes de que el llamado “cuarto poder”, los medios de comunicación, ha ido cambiando de papel durante las últimas décadas. El cuarto poder ha ido progresivamente transformando sus funciones en la misma medida que su influencia se ha agrandado con las nuevas tecnologías. Ha pasado de ser un agente fiscalizador de la gestión pública,  de ser una correa de transmisión entre los ciudadanos y las clases dirigentes y de ser un instrumento de información a convertirse en un verdadero instrumento de modelaje de la conciencia colectiva, dictando incluso la agenda informativa y formativa social. La información, objetiva y plural, ha desaparecido prácticamente siendo sustituida por la formación de las conciencias. El cuarto poder se ha convertido en el principal poder de nuestra sociedad y solo en la medida en que los ciudadanos seamos plenamente conscientes de ello conservaremos la oportunidad de preservar nuestra libertad de conciencia y de pensamiento, es decir, de ser libres y de actuar, mientras nos dejen, con libertad. Y esta tarea no es nada sencilla.

 

Santiago de Munck Loyola

 

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Sin capacidad de elección no hay libertad.




Según nos cuentan últimamente todos los estudios sociológicos, cada día es mayor el número de ciudadanos que se aleja de la política y de los políticos. El rechazo a la clase política va creciendo y con ello la distancia entre la gente y los políticos. Se está generando un caldo de cultivo cuyo desarrollo está aún por ver pero que, vistas otras experiencias en países similares, puede generar consecuencias negativas impredecibles para nuestro sistema. La clase política y la partitocracia no están a la altura de las circunstancias, ni responden a las expectativas que la mayoría de los ciudadanos ha depositado en ellos. No puede olvidarse que la actual situación de crisis con toda su larga lista de consecuencias negativas para la vida diaria del ciudadano tiene unos claros culpables: la clase dirigente española, la política, la sindical y la empresarial. Unos y otros y cada cual en su ámbito de competencia son los que por acción u omisión nos han llevado donde estamos. Y son precisamente los responsables de este desastre los que ahora tienen que sacarnos del agujero al que nos han conducido. Es normal, por tanto, que confundiéndose culpables con salvadores se extienda cada vez más esa desconfianza. Pero es que, además, en muchos casos la clase dirigente parece vivir una realidad muy distinta a la que diariamente percibimos los ciudadanos y esta afirmación se comprueba cuando vemos las tardías reacciones a la hora de abordar graves problemas como el de los desahucios, por citar sólo uno. Es evidente que existen dos realidades paralelas: la de la clase dirigente y la del ciudadano.

Circulan también algunas encuestas que, en el caso del PP de la Comunidad Valenciana, vaticinan una grave pérdida de confianza electoral, pérdida que curiosamente no es recogida por su rival electoral directo el PSPV, lo que, sin ninguna duda, viene a confirmar ese distanciamiento ciudadano hacia la clase política. Sería suicida para las formaciones políticas y para el propio sistema que, analizada la situación presente, no se abordasen de forma inmediata determinados procesos internos para recuperar valores y posiciones que sintonicen mejor con los problemas y aspiraciones del ciudadano.

En este contexto, un problema que afecta a muchas organizaciones y en especial a los partidos políticos, y más aún cuando sus estructuras internas se institucionalizan, es la tendencia a la entropía, a cerrarse sobre si mismos, sobre sus cuadros y sus discursos internos estrangulando los flujos entre la sociedad y su vida interna. Un claro reflejo de este problema se pone de manifiesto en los procesos de renovación interna. Los poderes territoriales superiores intentan siempre que los inferiores sean “de su cuerda” para lo que no dudan en controlar y, si es preciso, manipular los procesos electorales internos de los órganos inferiores. Se consigue así una organización monocolor, cómoda, dócil y manejable, pero se ahonda en el principal problema, en la desconexión con la realidad social. Son los militantes de estas organizaciones quienes están en la calle, quienes a diario viven y sufren lo mismo que el resto de los ciudadanos y son, por tanto, quienes podrían elegir mejor en sus ámbitos territoriales a las personas idóneas para liderar esa realidad. Pero desgraciadamente no ocurre así.

Un claro ejemplo de ello es el proceso de renovación de las Juntas Locales del PP en la Provincia de Alicante. La primera e incomprensible obsesión del Comité Provincial de Alicante es que en estos procesos electorales internos no haya más de un candidato a Presidente por localidad y entienden, y así se lo trasladan a la prensa, que cuando hay más de uno es que hay conflicto. Pues, no señor, el problema de verdad es cuando no hay más de un candidato, cuando el militante no puede elegir libremente entre varias opciones. Pero ¿por qué esta enfermiza obsesión? ¿Por qué entienden que es malo que haya más de un candidato y que los militantes puedan elegir al que más les convenza? Nada hay más bonito en democracia que poder elegir y la capacidad de elección solamente se realiza plenamente cuando hay más de uno en la competición. Lo contrario no es elegir, es ratificar. No hay democracia sin libertad y la máxima expresión de la libertad es la capacidad de elección. No es tan difícil de entender. 

Decía John Stuart Mill que “el genio sólo puede respirar libremente en una atmósfera de libertad” y es cierto. Por ello, el reino de la mediocridad es lo que han conseguido estos últimos años los partidos políticos y con la mediocridad, la incompetencia, la ineficacia, el despilfarro y la corrupción. Más que nadie, los dirigentes del PP deberían abrir las puertas del partido a los que constituyen la mayor riqueza del mismo, los militantes, y deberían hacerlo sin miedos, con grandeza de miras, con generosidad y absoluta confianza porque son ellos los que mejor pueden elevar a la organización lo que pasa en la calle de verdad y romper así con esa tendencia casi suicida de no saber o no querer reaccionar ante unas perspectivas poco halagüeñas.

Santiago de Munck Loyola

miércoles, 2 de marzo de 2011

RAMALAZOS TOTALITARIOS, PATERNALISMOS INNECESARIOS.

Durante décadas hemos convivido con la idea, hábilmente cultivada, de que la izquierda era prácticamente sinónimo de libertad. Daba igual que medio mundo estuviese oprimido por regímenes comunistas y que fuera evidente que allí dónde triunfaba la izquierda más ortodoxa, los partidos comunistas, se suprimía la democracia parlamentaria y se acababa con las libertades individuales. Cierto es que en la Europa occidental la izquierda, sobre todo después de la segunda guerra mundial, ha ido evolucionando y ha asumido planteamientos liberales en cuanto a la organización y funcionamiento de la sociedad democrática. En España, no fue hasta la transición cuando el PSOE abandonó el marxismo, concepción ideológica incompatible con las libertades individuales, y el PCE asumió la estrategia eurocomunista, un disfraz aparentemente respetuoso con la democracia parlamentaria y las libertades individuales. Sin entrar a fondo en la evolución de la izquierda española, más lenta que la europea, lo cierto es que el mensaje y la imagen que transmitía era y sigue siendo que izquierda y libertades eran prácticamente lo mismo y todo ello ignorando evidencias históricas no muy lejanas que ponían de manifiesto otra cosa muy distinta.


No hace muchos años todavía tuvimos la ocasión de leer, no sin asombro, un manifiesto firmado por ilustres miembros del subvencionado mundo de la farándula en el que se denunciaba al Gobierno de Aznar como un peligro para las libertades. Ni más, ni menos.

Es cierto que la izquierda española ha cambiado, aunque aún no ha abjurado de su pasado y de su trayectoria liberticida. Pero también resulta evidente que sigue padeciendo ciertos ramalazos de autoritarismo y de desconfianza hacia la libertad individual. Son constantes esos “tics” en la acción del gobierno socialista y saltan permanentemente a la vista, aunque guarden silencio los habituales “pancarteros” de hace unos años.

La nueva Ley antitabaco es una buena muestra de esa tendencia liberticida de los socialistas, por más que justifiquen sus medidas con diferentes excusas. La reciente reducción de los límites de velocidad también lo es. Justifican esta decisión diciéndonos que se trata de impulsar el ahorro de los ciudadanos, es decir, de imponer un ahorro de combustible a los particulares. Luego añaden que con esta medida se salvan vidas o que se reduce la contaminación, pero la primera justificación utilizada fue la del ahorro. Recuerda mucho aquel lema del “aunque usted pueda, España no puede”. Y digo yo ¿no sería mejor que se preocuparan nuestros gobernantes de ahorrar en los recursos públicos que administran? ¿No somos ya mayorcitos los ciudadanos para decidir en qué queremos ahorrar y en qué no?

Ayer, el Secretario de Estado de Economía, D. José Manuel Campa dio buena muestra de ese desfasado paternalismo y de esa querencia a reducir el ámbito de la libertad individual. El Sr. Campa piensa que la tasa de ahorro de los españoles, en torno al 18 % de la renta disponible, es excesiva y que si gastásemos dos puntos más y redujéramos así el ahorro mejoraría el PIB. Para colmo, afirma que las familias españolas son ricas porque tienen patrimonio. Es decir que por el hecho de tener vivienda en propiedad, con su inevitable hipoteca, las familias españolas son ricas. Puede que sea así, pero gracias a él y a su gobierno cada vez menos ricas y si no que pregunte a alguna de las 250.000 familias cuya hipoteca ha sido ejecutada en 2010. Bueno, para él lo importante es que los españoles tenemos que gastar más, pero no en gasolina (ahí han decidido que hay que ahorrar), ni en tabaco, ni en hamburguesas, ni en segundas residencias (turismo de sol y playa, nada de nada). Así que lo mejor es esperar a que este benevolente gobierno nos haga la lista de la compra, a que nos diga con más concreción en qué debemos gastar el dinero.

Es evidente que si hay más ahorro es por que hay cada vez más desconfianza y más incertidumbre. No hace ninguna falta que el Gobierno marque el ritmo del consumo y del gasto a los ciudadanos. Con toda seguridad, el día que el Sr. Campa y sus compañeros de Gobierno se marchen cambiarán las cosas. Eso sí, lo que parece que va a tardar mucho en cambiar es esa tendencia de la izquierda española a cercenar la libertad de los ciudadanos. Su falso paternalismo nace de una profunda desconfianza en los valores y las capacidades del individuo. Y eso tiene difícil remedio.

Santiago de Munck Loyola