Translate

lunes, 23 de marzo de 2020

Primera semana de confinamiento.



Termina la primera semana de confinamiento domiciliario decretado por el Gobierno con la declaración del estado de Alarma. Hoy, domingo, tal y como era de esperar, el Gobierno ha anunciado que el estado de Alarma y, por tanto, el confinamiento se prolongará por lo menos quince días más. Es decir, tenemos por delante un mínimo de tres semanas de confinamiento y mucho me temo que serán bastantes más. Nuestra vida ha cambiado de repente de forma radical y la incertidumbre y el miedo se han apoderado de nuestras vidas. Los medios de comunicación nos informan, y a veces nos desinforman, desde el primer día de cuanto rodea a la grave crisis generada por la expansión del virus en España y en el resto del mundo. Y nunca las redes sociales han estado más activas, son nuestra ventana al exterior y se han convertido en muchos casos en el altavoz de la indignación y la frustración de no pocos ciudadanos.

Estamos inmersos en una crisis humanitaria sin precedentes en nuestro país. Y es precisamente en situaciones como éstas donde florece lo mejor y lo peor de cada persona, tanto en el ámbito privado como en el público. Tenemos un país lleno de héroes anónimos que trabajan día a día para que todos podamos sobrevivir de la mejor manera posible, desde los sanitarios, pasando por los miembros de las fuerzas de seguridad, los transportistas, los operarios de los servicios esenciales o los repartidores. Todos siguen cumpliendo sus tareas exponiéndose a contraer el virus y, en ocasiones, haciendo más de lo que su deber les impone. 

Pero también tenemos, los menos, ciudadanos irresponsables y egoístas que incumplen las restricciones de movimiento o acaparan productos compulsivamente. Tenemos voluntarios que cosen mascarillas desinteresadamente y empresarios que donan millones para ayudar a combatir la pandemia. Pero también tenemos personalidades que no predican precisamente con el ejemplo y que abusan de los privilegios que su posición social o política les confieren.   

Tenemos ciudadanos tan anclados en el odio partidista que desean en las redes sociales que el coronavirus gane la batalla a Ortega Smith o a Irene Montero según sea el caso sin darse cuenta de que al hacerlo están haciendo pública su indigencia moral. La crítica política en una situación como ésta no puede ni debe desaparecer como pretenden los partidarios del Gobierno, pero debe ser usada con moderación y dentro de los límites de la racionalidad, no de la visceralidad. Es cierto que los mismos que hoy piden silenciar las críticas y exigen el respaldo al gobierno son los mismos que cuando el ébola provocó una muerte en España en 2014 querían la cabeza de Rajoy, pero no hay que ser como ellos.

Cada día que pasa aparecen nuevas informaciones que ponen de relieve muchos errores cometidos por el gobierno que ponen de manifiesto una gran irresponsabilidad que ha propiciado una expansión desbocada del virus en nuestro país. Sabemos ahora que 6 días antes de la manifestación del 8 M las autoridades sanitarias europeas desaconsejaron la celebración de eventos multitudinarios y, sin embargo, el gobierno, los partidos que lo componen y toda una serie de comunicadores televisivos animaron a la gente a acudir a la manifestación. Pudo más el interés partidista que el interés por la salud de la ciudadanía. 

Es cierto que ahora las feminazis que entonces proclamaban que el machismo mataba más que el coronavirus se desgañitan ahora en las redes sociales, para eludir así su propia responsabilidad,  señalando a los supuestos recortes sanitarios del pasado como los culpables de que precisamente en Madrid se haya disparado exponencialmente la pandemia.  Son muchos, políticos, periodistas, comentaristas, agitadores sociales, los que deberían estar pidiendo perdón a la sociedad por el mal que han hecho.

“En tiempos de tribulación no hacer mudanza” aconsejaba San Ignacio de Loyola. No es el momento de pedir o promover un cambio de gobierno. Es fundamental que todas las administraciones públicas colaboren y cooperen con el Gobierno de España en unos momentos tan graves como los actuales. Ya habrá tiempo para exigir responsabilidades o para aplaudir los aciertos. Todas las Instituciones del Estado deben cerrar filas, eludir polémicas estériles y trabajar en una misma dirección para acabar cuanto antes con esta pesadilla. 

No podemos caer en estrategias tan burdas y desleales como las diseñadas por una parte misma del gobierno, la de Podemos e Izquierda Unida, que aprovechando la especial sensibilidad social que genera la tragedia de la pandemia promueve caceroladas contra la Jefatura del Estado. Su indecencia ética y política no debe ser secundada. Mejor harían en intentar reparar el daño que han ocasionado habiendo abandonado a su suerte a los ancianos en las Residencias. 

Nos queda mucho por ver durante las próximas semanas o seguramente meses. No nos queda otra que obedecer las normas, observar, analizar y tomar buena nota de todo porque cuando esto pase habrá que pedir más de una explicación.

Fdo. Santiago de Munck Loyola
https://santiagodemunck.blogspot.com

martes, 3 de marzo de 2020

¿Vale algo la palabra de Pablo Iglesias?


Un político vale lo que vale su palabra. No puede ser de otra forma en un sistema democrático en el que el político se presenta ante los electores y les ofrece compromisos, promesas a cambio de que éstos le presten su voto. Es la esencia del contrato electoral entre candidato y votante. Pero, a diferencia de los demás tipos de contratos, no hay manera de resolverlo en caso de incumplimiento por parte del político hasta las siguientes elecciones en las que el votante podrá castigarle retirándole su apoyo, su voto, o perdonarle y volver a votar confiando en que en lo sucesivo cumpla con su palabra.

En los últimos meses todos los ciudadanos sin excepción, salvo los acríticos, hemos podido comprobar cómo en un tiempo récord los compromisos adquiridos ante los electores en la campaña electoral se han esfumado sin explicación alguna. Es tal el grado de falsedad y de mentira alcanzado por el Presidente Pedro Sánchez que difícilmente alguien podría imaginar que pudiera ser superado. Pues bien, no ha hecho falta esperar mucho porque el Vicepresidente Pablo Iglesias está dando estos días un claro ejemplo de que la falsedad, la ausencia de ética y de estética y la indignidad política no son patrimonio exclusivo del Sr. Sánchez. Pablo Iglesias está demostrando que si la palabra de Pedro Sánchez vale una mierda, y perdón por la expresión, la suya vale dos mierdas. Pedro y Pablo no sólo están unidos por el santoral y por el pacto de gobierno, están unidos también por una concepción espuria de la política.

Todos tenemos presente en la memoria la multitud de intervenciones televisivas y de discursos de Iglesias aleccionando a todo el mundo, criticando todos los supuestos vicios de eso que calificaba como la “casta”, presentándose como el hijo del pueblo, la semilla de la calle dispuesto a sacrificar su futuro trabajando hasta la extenuación y renunciando a cualquier privilegio en favor de los más desfavorecidos. Representaba a la perfección el papel de salvador moralista y desarrapado, vestido en Carrefour, presto al sacrificio y a los mandatos del pueblo, orgulloso de su vecindad vallecana a la que en la vida abandonaría. En fin, que tanta exhibición de bondad revolucionaria no es posible olvidar en tan poco espacio de tiempo.

Puso a caer de un burro a los socialistas negándoles el voto en la investidura fallida apelando a la cal viva como obstáculo insalvable que, visto lo visto, debía ser simple aguaplast. Se mofó públicamente de la Alcaldesa de Madrid despreciándola como mujer con suficientes méritos propios para ostentar el cargo público que ostentaba al afirmar que sólo estaba ahí por ser la mujer de quien era, algo que no debe ocurrir con su compañera sentimental Irene Montero que ha llegado a Ministra no por esa circunstancia personal, sino por un brillantísimo curriculum que nadie conoce; que compartan casa e hijos es pura coincidencia. Peroraba poéticamente sobre las excelencias que suponía su compromiso de no dejar nunca su barrio de Vallecas en el caso de alcanzar algún cargo público para poder así seguir saludando todas las mañanas al kiosquero de toda la vida, pero le faltó tiempo para adquirir un chaletazo a las afueras de Madrid porque, según él, tenía que construir su proyecto vital y familiar en otro entorno más favorable que el que le ofrecía su amado barrio de Vallecas. Puso verde la exministro Ignacio Wert porque había adquirido una vivienda a su juicio excesivamente cara, pero él no tuvo inconveniente alguno en adquirir para su proyecto vital, inconcebible en Vallecas, el llamado “casoplón” de Galapagar por más de 600.000 €, eso sí mediante un préstamo suscrito con la mediación del tesorero de su partido y a tipos de interés inalcanzables para el resto de los mortales. Y, por último, la guinda. Años afeando a todos los políticos de España por sus retribuciones, según él y sus conmilitones podemitas escandalosas, por lo que establecieron una norma supuestamente ejemplarizante y así poder restregársela a todo el mundo: los podemitas nunca cobrarían sueldos públicos que fueran superiores a tres veces el salario mínimo. Cojonudo. Pero, he te aquí que una vez en el Congreso y en el Gobierno de España la cosa cambia. Ahora hay que olvidarse de esa norma tan restrictiva y empezar a cobrar sueldos en función de la responsabilidad que se asuma en un cargo público. ¡Coño, como la casta! Pues sí.

Por la boca muere el pez. Es indudable que Pablo Iglesias es ante todo un bocazas. Y un auténtico jeta. Se ha dedicado a repartir estopa durante años predicando una moralina de saldillo y prometiendo solo lo que su público quería oír. Pero, no sólo ha estado predicando y criticando urbi et orbe, sino que ha ido comprometiendo su palabra, a cambio de votos, con promesas que ni ha cumplido, ni está dispuesto a cumplir. Este demócrata que mantiene a la mitad de las organizaciones territoriales de su partido con gestoras, porque el que se mueve no sale en la foto, podrá ahora realizar mil juegos dialécticos para justificar lo injustificable, pero lo cierto es que su palabra vale dos veces lo que vale la de Pedro Sánchez. O más.

Santiago de Munck Loyola