Políticos de izquierdas, alguno despistado de
derechas, comentaristas políticos y muchos ciudadanos repiten incesantemente
que la solución al problema de los independentistas catalanes pasa por el
diálogo. Parece que lo “progre”, lo molón, es repetir este mantra, el del
diálogo. Y algunos lo matizan además, como el Presidente del Gobierno en
funciones, que se trata de “diálogo dentro de la Constitución”. Una majadería,
por mucho que se repita, no deja de ser lo que es una majadería. ¿Alguien ha
prohibido dialogar en nuestro país? ¿Saben de verdad lo que significa dialogar?
¿Desde cuándo hay que hablar dentro de la Constitución o de las leyes? ¿Y qué
significa eso?
La palabra diálogo no es otra cosa, tal y como lo
define la Real Academia de la Lengua Española, que una “Plática entre dos o más
personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos”. Dicho en román
paladino dialogar es hablar, conversar, platicar, departir y en España se puede
hablar de todo esté dentro o no de la Constitución. Y los políticos además de
poder hacerlo cuando, como y donde quieran tienen a su disposición no sólo un
Parlamento Nacional (de “parlar”, hablar) sino 17 parlamentos regionales. Por
cierto, cuando el demagogo presidente del Parlamento catalán afirma que no va a
consentir que el Tribunal Constitucional impida que se hable de cualquier tema,
incluida la independencia, en su cámara regional, miente como un bellaco. En el
Parlamento catalán se puede hablar de todo de independencia o del racismo del
Sr. Torra (salvo cuando lo prohíbe el Sr. Torrent), pero lo que no se puede hacer es adoptar resoluciones contrarias a
la Ley. Ni en el Parlamento catalán ni en ningún otro.
Por tanto, va siendo hora de desmontar ese discurso
buenista a la vez que torticero. Nadie impide en España que se dialogue sobre
el independentismo o sobre los genes superiores de Torra. El problema de
Cataluña no es que falte diálogo, como tampoco es la solución. Tampoco hacen
falta mesas de diálogo en las que poder hablar de espaldas a los españoles. Las
únicas “mesas” de diálogo, en un estado de derecho, se llaman Parlamento donde
los políticos deben hablar y expresar sus opiniones en representación de los
votantes con luz y taquígrafos.
Pero no contentos con intentar vendernos esta moto
del diálogo, a la misma le añaden el sidecar de la negociación. Diálogo y
negociación para solucionar el problema de los independentistas. El problema es
que los independentistas catalanes, al igual que los, bilduetarras y demás
nacionalistas vascos entienden por negociación la rendición y la cesión de la
otra parte. Llegan a la “mesa” exigiendo o pidiendo lo suyo pero no se plantean
que a lo mejor el de enfrente puede poner encima de la mesa también lo suyo. El
diccionario de la RAE ofrece dos significados sobre la palabra negociar que
pueden tener aplicación en el mundo de la política:
2. intr.
Tratar asuntos públicos o privados procurando su mejor logro. U. t. c. tr.
3. intr.
Tratar por la vía diplomática, de potencia a potencia, un asunto, como un
tratado de alianza, de comercio, etc. U. t. c. tr.
De momento, descartemos la acepción segunda aunque
signifique la fantasía de todo independentista. Nada impide a ningún gobierno,
es más constituye una obligación, tratar asuntos públicos procurando su mejor
logro. Sin embargo, los separatistas catalanes no buscan eso.
Por negociación
entienden que ellos exigen la independencia y el Gobierno de España debe pactar
con ellos cómo y cuándo otorgarla. No le demos más vuelta. No hay más. Los
separatistas solo quieren “negociar” cuán y cómo van a conseguir la
independencia.
Ahora bien, imaginemos por un momento una “negociación”
de verdad. De una parte, tendríamos a los independentistas con su propuesta, la
única, la independencia de Cataluña. De otra, al Gobierno de España pero no
como hasta ahora sin propuesta alguna, sino con la lista de sus pretensiones
que muy bien podrían ser: garantizar a todos los españoles los mismos derechos (fiscales,
sanitarios o asistenciales) y obligaciones en todos los territorios de España,
incluida Cataluña, (algo tan evidente como ejecutar un mandato constitucional,
por cierto), establecer el mismo modelo educativo en todas las autonomías (como
en cualquier país europeo), garantizar la educación en español en cualquier
parte de España (como ocurre en Francia, Alemania o Gran Bretaña), establecer
un mando único nacional sobre todas las Fuerzas y cuerpos de seguridad o
suprimir los organismos autonómicos que duplican competencias estatales. Sería
una lista de pretensiones absolutamente constitucional, incluso más, sería un
simple cumplimiento en la mayor parte de los asuntos de los mandatos
constitucionales ¿No? Y ahora a negociar ¿no?
Pues eso es lo que implica toda negociación,
intentar acercar posturas y transaccionar. Lo que no nos pueden “vender” es su
moto, ni imponer su monotema de la independencia. No, ni los independentistas,
ni los que les compran su mantra de “diálogo y negociación” lo que en realidad
quieren es en primer lugar que se hable solo y exclusivamente de su pretensión
y, en segundo lugar, que la negociación sea una rendición, una claudicación del
Estado ante su exigencia. Los independentistas no quieren negociar, solo imponer
su objetivo. Que no nos vengan más con su cuento. Se han inventado un pasado
inexistente para justificar su objetivo;
ocultan su pasado filonazi de los años
treinta; santifican a asesinos como Companys; se proclaman nación y nos niegan a los demás
el derecho a serlo; se inventan un derecho a la autodeterminación que no existe
en ningún país del mundo; agitan el espantajo de la independencia para tapar
una profunda corrupción que empapa a todo el independentismo catalán y que
durante décadas ha estado robando a manos llenas a los catalanes y, de paso, al
resto de las españoles; se creen superiores genéticamente; postulan la
existencia de dos clases de ciudadanos, de una parte, la clase política y, de
otra, el resto otorgando a la primera la impunidad para vulnerar la ley, para
delinquir, al usar la denominación de “presos políticos” en lugar de la simple
realidad, políticos presos; participan por acción u omisión de la violencia y
no sólo de la física, sino también de la violencia social que llevan décadas
practicando. Su voluntad dialogante y negociadora no es más que una farsa
porque solo quieren imponer su voluntad sin someterse a las reglas establecidas
en la Constitución vigente, porque no creen en la democracia, ni en el estado
de derecho y se pasan la soberanía del pueblo español por el arco del triunfo.
Si quieren negociación, que la tengan, pero que
además de su carta, el Gobierno de España ponga sobre la mesa las suyas y que,
para ello, pregunte al Parlamento español qué propuestas debe trasladar a la
negociación. Mejor aún, que nos pregunte a los españoles. A ver si se atreve.
Santiago de Munck Loyola