Si
el votante de centro derecha podía albergar alguna duda sobre la lealtad del
actual Partido Popular con su electorado, la reciente decisión de Mariano Rajoy
de guardar en un cajón la reforma de la actual legislación sobre el aborto la
habrá despejado del todo. Desde la victoria electoral de noviembre de 2011, el
Partido Popular ha venido incumpliendo de forma sistemática, no sólo el
programa electoral con el que concurrió a las elecciones, sino, lo que es más
grave, los propios fundamentos ideológicos sobre los que se supone se asentaba
esta formación política.
Desde
un primer momento, el Gobierno de Mariano Rajoy, centró todos sus esfuerzos
visibles en tratar de enderezar la situación económica heredada del anterior
Gobierno y causada en gran parte por la irresponsable actuación de todas las
administraciones públicas, incluidas las gobernadas por el propio Partido
Popular. No hay más que ver cómo ha sido gestionada y gobernada la Generalidad Valenciana
primero por Francisco Camps y después por Alberto Fabra, por ejemplo. Para
afrontar la delicada y peligrosa situación económica que podía desembocar en la
quiebra de España, el Gobierno del Partido Popular no tuvo problema alguno en
ir en contra de sus promesas electorales sobre política fiscal o sobre la
prestación de servicios públicos, por citar algunos casos, aplicando recetas
que no pocos especialistas calificaron de socialdemócratas y que, desde luego,
no tenían encaje ni en el programa electoral ni, por supuesto, en los pilares
ideológicos propios de un partido de centro-derecha. La Política , pese a la
mayoría absoluta otorgada por los votantes, quedaba marginada por la economía.
Tras
los resultados de las elecciones europeas se encendieron numerosas alarmas en
los despachos de la Calle Génova
y tras consultar a los “gurús” de siempre (¿Para qué escuchar a las bases?)
parece que la estrategia popular pasa por dos ejes diseñados exclusivamente en
función de cálculos y expectativas electorales. Un eje político de bajo perfil
consistente en lavarse la cara ligeramente vendiendo la inexistente intención
de promover la regeneración democrática y en no “molestar” aparcando los
compromisos más ideológicos como en el caso de la reforma de la Ley del aborto. Y un segundo
eje consistente en tratar de beneficiarse de los efectos de la endeble
recuperación económica promoviendo reformas fiscales tanto en el estado como en
las autonomías que al final se traduzcan en algo más de dinero en el bolsillo
de los ciudadanos que tienen la suerte de conservar su empleo.
A
los anuncios fiscales de Cristóbal Montoro ayer se sumó el Presidente Alberto
Fabra comunicando en las Cortes Valencianas una próxima rebaja en el tramo
autonómico del IRPF y nuevos gastos de índole social. Aunque se esté por
principios a favor de aligerar la presión fiscal para incentivar la economía no
queda más remedio que plantearse dudas sobre la coherencia, la oportunidad y la
responsabilidad de estos anuncios cuando se tiene en cuenta el continuo discurso
sobre la infrafinanciación de nuestra Comunidad Autónoma, cuando se constata el
incremento continuo del déficit y la deuda de la misma y cuando a diario
cientos de miles de ciudadanos sufren en sus carnes los recortes sociales y los
efectos de los impagos de la Generalidad
Valenciana.
Un
programa electoral es un contrato entre el gobernante y el votante. Y cuando se
incumple sistemáticamente un programa electoral, primero alegando
circunstancias sobrevenidas o ignoradas previamente, y después, alegando
razones de simple oportunismo político, se está rompiendo dicho contrato y, por
tanto, se está poniendo en cuestión uno de los fundamentos de todo gobierno
democrático que no es otro que la legitimidad de ejercicio del poder. Es
evidente que los dirigentes del Partido Popular han venido traicionando desde
el primer día la confianza de los votantes que dieron su respaldo a un programa
concreto y a un determinado perfil ideológico. No es de recibo que un partido
con mayoría absoluta, tras casi tres años de gobierno, archive una reforma
legislativa prometida en su programa mintiendo además a los ciudadanos al
justificar que esta decisión responde al deseo de encontrar un punto de
consenso con la oposición, algo por otra parte imposible. A los socialistas no
les tembló el pulso en 2004 para derogar en un mes leyes del Partido Popular
como la de Educación o proyectos como el del trasvase del Ebro. El Partido
Popular podía y debía haber derogado en un mes la “Ley Aido” y haber
restablecido la ley del 85, sobre la que existía más consenso social, hasta
haber elaborado una nueva regulación. Pero no lo hicieron. No quisieron porque
les faltó valor y decencia. De los estómagos agradecidos de los cargos públicos
populares no se espera nada. El pesebre es el pesebre. Pero ¿volverán a callar
los cientos de miles de afiliados del PP? Lo más probable es que sí.
Santiago
de Munck Loyola
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