El
pasado dos de junio pasará, sin lugar a dudas, como una fecha señalada en los
libros de historia por el anuncio oficial de la abdicación del Rey, Juan Carlos
I. Un anuncio que nos ha cogido por sorpresa a los ciudadanos españoles
enfrascados muchos aún en los análisis y los debates sobre las recientes
elecciones europeas y sus consecuencias y desplazando, afortunadamente, de los
titulares de los medios de comunicación al líder de “Podemos” cuya saturada presencia
mediática empezaba a aburrir hasta a las ovejas.
El
anuncio de la abdicación del Rey supone el cierre de una larga e importante
etapa de nuestra historia y el inicio de otra nueva llena de incertidumbres. Es
muy pronto para realizar un análisis y un balance objetivo del reinado de Juan
Carlos I. Será el paso del tiempo el que permita en el futuro tener una mejor
perspectiva de estos 39 años de reinado. Pero sí podemos, aunque sea con toda
la subjetividad del mundo, plasmar cada cual nuestras opiniones y sensaciones
sobre una etapa histórica que es la nuestra y sobre quienes han ostentado las
máximas responsabilidades institucionales durante la misma.
A
pesar de las explicaciones oficiosas y de los razonables argumentos que muchos
comentaristas han expuesto para justificar las razones y el momento elegido
para esta abdicación, da la sensación de que algo se oculta, de que algo no se
nos cuenta o de que no se dice toda la verdad. ¿Razones exclusivamente
políticas? ¿Personales? ¿De salud? ¿La solidez de la Institución monárquica?… No
parece que el momento elegido sea, a primera vista, el más oportuno sobre todo
desde la perspectiva del interés nacional, que no tiene por qué ser coincidente
con el de la Institución Monárquica, ante el desafío de los separatistas que
requiere, entre otras cosas, la presencia de un Jefe del Estado firme, pero
dialogante, experimentado y moderador.
Como
era de esperar la izquierda más radical ha aprovechado este anuncio para
iniciar movilizaciones callejeras reivindicando la tercera república y la
convocatoria de un referéndum para ello. Una vez más se hace gala de un
absoluto desprecio de la legalidad constitucional, de las reglas de juego, que
establecen un claro cauce para canalizar esa legítima aspiración. Si se quiere
instaurar una república en España hay que hacerlo a través de los mecanismos
que la propia Constitución establece y hacerlo, por tanto, a través de una
iniciativa en las Cortes, en la sede de la soberanía nacional, y no en la calle
ni en los Ayuntamientos. El continuo desprecio que algunos vienen haciendo gala
de la Constitución, que es la garante de nuestros derechos y libertades, es una
clara expresión y anticipo del riesgo que en sus manos correrían esas mismas
libertades públicas. Y hay que subrayar que no promueven la instauración de una
república de y para todos, con ha sido y es la actual Monarquía Parlamentaria, sino
de una república de izquierdas sectaria y excluyente tal y como lo simbolizan
con el uso de la bandera del régimen del año 31. No quieren promover un nuevo
proyecto político republicano, sino hacer un paréntesis de 75 años y retrotraernos
al pasado republicano lo que, sin duda, espanta a muchos republicanos que
encuentran en la Monarquía Parlamentaria un espacio de libertades y convivencia
de una calidad y amplitud democrática mucho más amplia que la propuesta por esta
izquierda republicana. Y es obvio que la democracia está por encima de la forma
de la jefatura del estado.
El
Rey deja la corona en el momento de más baja popularidad de la Institución. La
memoria colectiva es frágil y en el ánimo ciudadano pesan más los recientes
escándalos protagonizados por el propio Monarca y algunos de sus familiares que
los años de dedicación, de trabajo eficaz y de arbitraje constitucional. Hoy, para
muchos, la Monarquía solo puede tener sentido si es ejemplar porque solo desde
la ejemplaridad puede desempeñar, sin la legitimidad periódica de las urnas,
las tareas de representación y de arbitraje que la Constitución establece. Y es
evidente que muchas informaciones de los últimos tiempos no evidencian esa
ejemplaridad en la conducta del propio Monarca que ha incurrido en el tremendo error
de mezclar su vida íntima con la pública.
Hoy
no parece el momento más adecuado para plantearse si queremos Monarquía o una
República. Los ciudadanos tenemos problemas muchos más graves y acuciantes que
deben ser atendidos por nuestros representantes políticos y sería una
frivolidad y una irresponsabilidad absoluta de la clase política que pasaran a
segundo plano. La actual Monarquía Parlamentaria ofrece un espacio de
libertades democráticas idóneo para ofrecer entre todos soluciones a los graves
problemas que nos aquejan, un espacio que lamentablemente no se vislumbra por
ninguna parte en la propuesta tricolor y excluyente de algunos.
Santiago
de Munck Loyola
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