El varapalo que los resultados
electorales han supuesto para la clase política española y, en especial, para
los dirigentes de los dos grandes partidos políticos empieza a tener
consecuencias. Los primeros en reaccionar y en asumir las responsabilidades por
los resultados electorales han sido los socialistas cuyo líder, Alfredo Pérez
Rubalcaba, ha convocado un congreso extraordinario de su partido y ha
adelantado el proceso de primarias. Lo ha hecho incluso reconociendo, por
primera vez y en contra del discurso que ha venido manteniendo, que el fracaso
socialista como alternativa es consecuencia en gran parte de los daños
producidos a muchos españoles durante la etapa de gobierno de su partido. Y esta
actitud es, sin lugar a dudas, un buen comienzo para intentar reconstruir una
alternativa política sólida y creíble de cara al futuro.
Muy diferente es, sin embargo, la
actitud del otro gran castigado por los resultados electorales, el Partido
Popular. Da la sensación de que el hecho de haber ganado es más que suficiente
para intentar minimizar la realidad de una victoria que ha supuesto la pérdida
de 8 escaños sobre 24 y la fuga de 2.500.000 votos. Salvo alguna llamada a la
reflexión interna, como si fuese tan difícil entender por qué se ha producido
este fuerte castigo, y salvo alguna autocrítica más seria como la de la Presidenta popular
madrileña, Esperanza Aguirre, que ha estado una vez más absolutamente certera
en su análisis y en sus propuestas para enderezar la situación, lo cierto es
que poco más se ha podido escuchar de interés de los dirigentes populares. Es
más, algunos de ellos parecen empeñados en no querer enterarse de lo que pasa y
de culpar el empedrado. Es el caso, nada menos, de la propia Secretaria
General, Mª Dolores de Cospedal, que su supuesta llamada a la reflexión ante lo
que es mucho más que un simple toque de atención de los votantes se limitaba a
hacer autocrítica sobre la “forma de comunicar” del partido a los ciudadanos
las actuaciones del Gobierno. Es decir, que a su juicio, el principal problema
del PP es que no comunica bien con el ciudadano y que por eso éste no entiende
bien lo que hace el gobierno. ¡Acabáramos! La culpa, en el fondo, es del
votante que no termina de sintonizar. Pues bien, se equivoca una vez más la
Sra. De Cospedal y todos los demás
dirigentes populares que no son capaces de asumir y expresar públicamente lo
que es una realidad incontestable: buena parte de los votantes populares se han
quedado en casa precisamente porque entienden bien, perfectamente bien, lo que
está haciendo el Partido Popular en el gobierno. Se han quedado en casa o han
elegido otras opciones políticas porque entienden que el PP no sólo no está
cumpliendo el programa electoral, que hasta hace muy poco era “vendido” como un
contrato entre el candidato y el votante, sino que, además, está traicionando
los propios principios que siempre han inspirado al Partido Popular. Así de
claro y de sencillo.
Y la misma falta de reacción y de
autocrítica que se aprecia en el PP nacional se observa en la Comunidad Valenciana ,
en el PPCV, donde el varapalo ha sido aún mayor. La desafección ciudadana y en
especial la del votante popular que algunos, por cierto, veníamos anunciando
hace tiempo como consecuencia de la escandalosa tolerancia de los dirigentes
del PPCV ante los innumerables casos de corrupción que le salpican se ha puesto
de manifiesto con especial fuerza en nuestra tierra. Así, mientras el PP ha
perdido una media del 16 % de sus votos en toda España, en la Comunidad Valenciana
esa pérdida de votos se ha elevado hasta el 23 %. Este castigo electoral no es
casual. Su origen está en la política de un PPCV escasamente democrático,
controlado por rancias camarillas, en el que el afiliado no cuenta para nada y
en el que la democracia interna no existe lo que ha producido, como era de
esperar, una delirante política que ha arruinado a la Comunidad Valenciana
y un cúmulo de casos de corrupción a los que nadie ha sido capaz de poner
freno.
Cerca de 500.000 ciudadanos de la Comunidad Valenciana
han decidido no volver a depositar en estas elecciones su confianza en este
PPCV y no vale achacarlo exclusivamente al desgaste provocado por las medidas
del Gobierno de Rajoy porque la pérdida de votos es casi un tercio más a la
media nacional. La fuga de estos 500.000 votantes es mérito también y ganado a
pulso por Alberto Fabra, un líder artificial y sin palabra, por Serafín
Castellano, por Javier Moliner, por Alfonso Rus, la personificación de la
sutileza política y el pluriempleo, por José Ciscar y su acólito, JJ Zaplana,
el dúo protector de imputados, y por la larga ristra, hasta 127, de cargos
públicos populares imputados en diferentes casos de corrupción. Esos son los
responsables del varapalo electoral levantino y, con seguridad, ninguno de
ellos tendrá la decencia de dimitir.
Lo más sorprendente es la capacidad de
resignación y de lealtad hacia unas nobles siglas secuestradas por semejante
tropa que no se merecen los 507.000 votos recibidos. Sin autocrítica, sin
reacción positiva, sin regeneración política terminarán esfumándose estos votos
también. Han dejado el campo del centro derecha alicantino, que es lo que nos
toca más de cerca, hecho unos zorros y todavía no se ha estructurado una nueva
opción política, a la vista de los resultados del pasado domingo, capaz de
resucitar la confianza ciudadana en unos principios e ideales que siguen siendo
sociológicamente mayoritarios en la provincia. Pero pronto van a cambiar las
cosas.
Santiago de Munck Loyola
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