Aburrido
y decepcionante, así fue el debate sobre el estado de la Nación celebrado la
semana pasada. Los datos publicados sobre el seguimiento que el debate tuvo
entre los ciudadanos ponen de manifiesto que la brecha existente entre los
ciudadanos y sus representantes cada día es más grande. La audiencia, que ya
era baja el año pasado, cayó a la mitad. Muy pocos españoles siguieron el mismo
y llama poderosamente la atención que sea así cuando la mayoría de los
españoles seguimos padeciendo, y lo que nos queda, los desastrosos efectos de
esa recesión en la que unos nos han mentido y otros no terminan de sacarnos.
Era
de esperar que el Presidente del Gobierno se aferrase a los datos
macroeconómicos tímidamente positivos que empiezan a conocerse y que, por
tanto, vendiera a bombo y platillo las supuestas bondades de su gestión que,
dígase lo que se diga, todavía no es perceptible en el bienestar de la
ciudadanía. Cuando sigue habiendo más de cinco millones de desempleados, cuando
la clase media está fiscalmente machacada y cuando los recortes en todos los
campos se hacen notar sobra cualquier autocomplacencia. Los esfuerzos para
salir de esta desastrosa situación los están llevando a cabo los ciudadanos, no
los políticos y entre tanto aplauso en las bancadas del congreso parece que
esto se olvida.
Y
era de esperar, cómo no, que el frágil líder de la oposición, el socialista
Pérez Rubalcaba ofreciese un discurso catastrofista, demagógico y, por
supuesto, exento de cualquier autocrítica o reconocimiento de su
responsabilidad en la grave situación que hoy padecemos. Es evidente que los
socialistas no pueden ofrecer alternativas políticas y económicas para señalar
un camino diferente al del Gobierno para salir cuanto antes de la recesión y de
la crisis. De una parte, no pueden plantear como alternativas las mismas
políticas que siguieron durante sus ocho años de Gobierno porque los resultados
de las mismas a la vista están. De otra, plantear alternativas diferentes a sus
políticas de los últimos ocho años sería tanto como reconocer que no lo
hicieron bien, que se equivocaron y que, por tanto, son los responsables del
desastre, algo que, por otra parte, percibe la inmensa mayoría de los electores
como indican todos los sondeos electorales que sitúan al PSOE en caída libre.
Pero es que, además, el PSOE sigue anclado en un especial síndrome de doble
personalidad, un síndrome disociativo de la personalidad que le impulsa a
mantener un doble discurso y una dualidad del comportamiento. Mientras en
Ferraz se desgañitan proclamando que con Bildu nada de nada, sus
correligionarios navarros beben los vientos por hacerse con el poder con los
votos de los defensores de los terroristas. Mientras que los portavoces
socialistas intentan por todos los medios que la E de sus siglas no se les
caiga y afirman con solemnidad su compromiso con la unidad de España, sus
socios catalanes realizan su doble juego respecto a la ilegal consulta
independentista. Mientras que los voceros socialistas sacan pecho hablando de
primarias y se exhiben como los campeones de la democracia interna, el dedazo
de Rubalcaba, al igual que el de Rajoy en el PP, designa a Elena Valenciano
¡vaya fichaje! como cabeza de lista para las elecciones europeas. Está claro
que por su banda izquierda, Rajoy puede estar tranquilo.
Y
de los demás grupos intervinientes en el debate para qué hablar. Rosa Díez
sigue encantada de haberse conocido. Y los independentistas catalanes y vascos
a lo suyo. Los primeros, erre que erre, insisten en que el Gobierno tiene que
mover ficha (algo que incomprensiblemente también propugnan los socialistas) y
dialogar. Ya se sabe que para los independentistas, aunque se disfracen de
nacionalistas moderados, dialogar o mover ficha es acatar sus propuestas, es
“cepillarse” la soberanía del pueblo español e ignorar la legalidad. Y los
vascos a lo suyo también, a dar carta de naturaleza, a elevar al rango de
tratado de paz la farsa del presunto desarme etarra. ¿Será que también cobran
de la misma fuente que paga a los farsantes de los autodenominados mediadores
internacionales?
Es
más que llamativo y de ahí quizás el desinterés ciudadano por este debate que
una de las mayores preocupaciones de los ciudadanos, los partidos políticos con
su corrupción, apenas ocupase tiempo en los discursos de los intervinientes y
que uno de los mayores problemas que enferma el estado de nuestra Nación, la
inviabilidad e insostenibilidad del estado autonómico, tampoco tuviese un lugar
preferente entre las preocupaciones del Gobierno y de la oposición. Está claro
que nuestro parlamento sigue instalado en su realidad virtual y que los
ciudadanos tenemos que sufrirlo.
Dice
la mayoría de los comentaristas políticos que el debate lo ganó Rajoy y el País
que el ganador por la mínima fue Rubalcaba. Y se centran en discutir quién ganó
o no, como si eso nos importase mucho a los ciudadanos. Pero la verdad es que,
una vez más, el perdedor del debate fue el pueblo español.
Santiago
de Munck Loyola
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