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lunes, 6 de diciembre de 2021

Madrid deja al aire las vergüenzas del PP.

Una vez más el Partido Popular vuelve a hacerlo: tirar piedras contra su propio tejado. Y no se trata de una afirmación gratuita, sino que las encuestas así lo ponen de manifiesto. La polémica en torno a la candidatura de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, a la Presidencia del PP de la Comunidad de Madrid no es anecdótica, superficial o irrelevante. Todo lo contrario, se trata de una polémica que viene a desmontar todo el discurso supuestamente regeneracionista que Pablo Casado enarboló para alcanzar la Presidencia del Partido Popular. Algo tan básico, tan esencial como es la democracia interna del posiblemente mayor partido de España y único cono capacidad de articular una alternativa al socialismo y demás rémoras está en tela de juicio. 

Sin democracia interna en un partido no existe capacidad de control por parte de sus bases de la acción de sus órganos de dirección y, en su caso, de la acción de gobierno. La falta de democracia interna o su adulteración es la llave de entrada para la corrupción, es la puerta para el nepotismo y el amiguismo, siempre ligados a la corrupción, y la muerte de la meritocracia y el liderazgo genuino.


El principio es extremadamente simple: solo los afiliados de un territorio pueden elegir a su líder. Es fácil de entender, ¿no? En este caso, solo a los afiliados del PP de la Comunidad de Madrid corresponde elegir a su Presidente. Y ello implica que el proceso electoral interno debe ser limpio, abierto a cualquier candidato y libre de interferencias e influencias exteriores. Nada excepto la trayectoria política y las propuestas de cada candidato debe influir en el voto de los afiliados. Sin embargo, cualquier observador imparcial ha tenido la oportunidad de ver como durante los últimos meses distintos dirigentes nacionales del Partido Popular no han escatimado esfuerzos por expresar públicamente sus preferencias de modo que a los militantes les quede claro qué es lo que quieren y a quién prefieren. Pues no, esto no es democracia interna, esto no es regeneración, esto no es un nuevo estilo de hacer política. Esto es más de lo mismo, es seguir con las mismas pautas de conducta interna que durante décadas se han seguido en el Partido Popular y que, como era de esperar, también se siguen en Vox que, de tal palo, tal astilla.

 

El Sr. Casado, el Sr. García Egea o su nuevo mamporrero Fran Hervías podrán tener las preferencias que les plazca, podrá gustarles o no un determinado candidato para presidir el PP madrileño pero deberían “sufrirlo” en silencio porque lo que no pueden, ni deben es presionar o intentar influir en los afiliados madrileños quienes son, en última instancia, los verdaderos protagonistas del proceso de elección de su líder.

 

Es evidente que el lamentable espectáculo que los dirigentes nacionales del PP están ofreciendo en torno a la candidatura de Isabel Díaz Ayuso solo puede estar siendo consentido por el propio Casado quien, con ello, está demostrando la propia debilidad de su liderazgo que parece percibir un peligro personal en el tirón electoral que Ayuso ha demostrado. Y lo que ya empieza a ser imperdonable es que, no sólo no ponga coto a las continuas injerencias del secretario general en el proceso electoral madrileño, sino que además consienta ataques personales filtrados desde Génova contra la Presidenta madrileña. Porque todo ello solo puede llevar al elector a varias conclusiones: 1ª Que en el PP nada ha cambiado salvo las caras. 2ª Que la democracia interna sigue brillando por su ausencia con lo que ello implica y 3ª Que el liderazgo de Pablo Casado es extremadamente débil y que por ello rehúye sustentarlo en liderazgos territoriales demasiado sólidos.


Y todo ello a mayor gloria de Pedro Sánchez que no debe preocuparse por una remontada electoral del PP.

 

Fdo. Santiago de Munck Loyola

martes, 12 de octubre de 2021

9 de octubre, su Fiesta.

Pasados pocos días de la celebración del Día de la Comunidad Valenciana, el 9 de octubre, aún resuenan los ecos de las declaraciones de sus dirigentes políticos al respecto. Hay que resaltar que curiosamente la Fiesta de la Comunidad Valenciana conmemora el aniversario de la entrada en la ciudad de Valencia del rey de Aragón Jaime I El Conquistador en 1238. Sin embargo, la formación del Reino de Valencia no se culminó hasta 1304 y el territorio actual no adquirió la extensión presente hasta 1851 con la incorporación de Requena y Utiel. Por tanto, El 9 de octubre no conmemora un hecho histórico relevante para las tres provincias que integran la actual Comunidad Valenciana. 


Se trata de una fecha significativa para Valencia, como tan significativa es el 4 de diciembre de 1248 para los alicantinos, cuando se finalizó la conquista militar de la ciudad por parte de las tropas del Rey de Castilla Fernando III, dirigidas por su hijo el futuro Alfonso X el Sabio. El 9 de octubre, la Conmemoración de la Conquista de la ciudad de Valencia se convirtió en la Fiesta de toda la Comunidad Valenciana en 1982 cuando así se acordó con la aprobación del Estatuto de Autonomía, tras asumir un acuerdo en este sentido del año 1976 adoptado por la Mesa de Fuerzas Políticas y Sindicales del País Valenciano declarando esa fecha Día Nacional del País Valenciano. Una vez más la memez de la derecha tragando sapos.

 

Esa tendencia centralista de Valencia, esa propensión a uniformar a los demás territorios que integran la Comunidad según los criterios y patrones de Valencia es el principal obstáculo para la cohesión territorial y social de los ciudadanos de la Comunidad Valenciana. Es una tendencia que se ha mantenido constante desde la creación de la Comunidad Autónoma cualquiera que fuese el color político del gobierno regional de turno y que se ha impuesto en el campo lingüístico, el cultural, económico o administrativo. Hoy en día, la diferencia entre la renta media de los alicantinos y de los valencianos es mayor que hace 40 años. Es un dato, un hecho cierto incontestable que pone de relieve el fracaso de una administración autonómica que aleja a sus ciudadanos de la convergencia social y económica.

 

Por ello, llama especialmente la atención el discurso del Presidente de la Generalidad Valenciana, Joaquín Francisco Puig Ferrer con ocasión de la Fiesta del 9 de octubre. Lejos de hacer un análisis de la realidad interna de la Comunidad que preside ha abogado por una revisión del Estado de las autonomías, una “segunda Transición” para encaminar a España hacia el federalismo. Señala que hay hacer reformas para avanzar “hacia una España justa y descentralizada ahora que hay un Gobierno sensible con la diversidad. Hay que asegurar el derecho a la diferencia sin diferencia de derechos”. Según Puig “el Estado de las autonomías ha sido un éxito y ha servido para afianzar el Estado del bienestar, pero hay que revisarlo porque tiene desajustes”, a saber “la falta de cogobernanza” y la “financiación” .

 

Nada hay más peligroso que un político incapaz de reconocer la realidad en la que vive. Reivindicar el federalismo puede ser hasta entretenido desde una perspectiva dialéctica, pero poco más. El federalismo implica por definición la igualdad de competencias entre los entes federados. ¿Es eso lo que de verdad reivindica el Sr. Puig y sus socios pancatalanistas? ¿Cree de verdad que sus amigos independentistas catalanes aceptarían una fórmula federal que acabaría con sus competencias autonómicas privilegiadas? Si lo cree es un descerebrado y si no lo cree, un cínico. Es difícil adivinar a qué reformas se refiere para “avanzar a una España más descentralizada” porque España ya cuenta con el estado más descentralizado del mundo y debería saber que cualquier paso en esa dirección sería la simple y llana disolución del Estado español. ¿Es eso lo que quiere? Tampoco parece muy coherente pedir más descentralización del Estado mientras él mismo practica la política contraria desmantelando servicios básicos en Alicante para trasladarlos a Valencia so pretexto de lograr una mayor eficacia de los mismos. Si busca eficacia en los servicios públicos ¿por qué no devuelve él mismo competencias al Estado?

 

Si algo necesitan hoy los ciudadanos españoles son las políticas y las reformas necesarias para garantizar, no ya derechos o competencias concretas a determinados territorios, sino a los propios ciudadanos de modo que todos tengamos los mismos derechos y las mismas obligaciones en cualquier parte del territorio nacional. Y en ese mismo contexto de igualdad es donde cabe hablar de financiación autonómica porque es evidente que el actual sistema es injusto, pero que el Sr. Puig hable del problema de la infrafinanciación de la Comunidad Valenciana para, de paso, volver a la carga con su obsesión por la baja fiscalidad de la Comunidad de Madrid cuyo gobierno, según parece, gasta menos y mejor que el valenciano, mientras olvida la infrafinanciación de la Provincia de Alicante es, cuando menos, paradójico. El Gobierno del Sr. Puig, (PSOE, Compromís y Unidas Podemos) ha invertido en la provincia de Alicante en obras públicas la mitad de dinero que en la de Valencia desde junio de 2019 hasta septiembre de 2021: De 1.159,02 millones de euros en licitaciones, Alicante ha recibido el 29%, Valencia el 57% y Castellón el 14% restante. Y lo mismo ocurre en las demás áreas del gasto público.

 

En definitiva, el día de la Fiesta de Valencia ahora Fiesta de la Comunidad, los alicantinos no podemos olvidar ni la política centralizadora y uniformadora de la Generalidad Valenciana, ni la permanente discriminación presupuestaria negativa a la que, al parecer, estamos condenados. La Generalidad Valenciana es nuestro gobierno regional pero nos trata desde sus inicios como si fuésemos ciudadanos de segunda y esto tiene que acabar. Alicante no es Valencia, no somos valencianos. Somos Alicantinos, tenemos raíces plurales y plural es nuestra identidad. Nuestro bienestar y progreso dependen de poder decidir aquí nuestro futuro porque mientras lo sigan decidiendo en Valencia seguiremos perdiendo las inmensas oportunidades que nuestra tierra nos brinda.

 

Santiago de Munck Loyola

jueves, 12 de agosto de 2021

No, Sr. Puig, la sanidad no es gratis.

 

Tras trece meses de espera sufriendo cólicos nefríticos diarios y tras haber tenido que acudir al Síndic de Greuges, por fin me han operado en el Hospital de San Juan y me han eliminado un enorme cálculo renal. Parece que ha ido bien, aunque la recuperación de una operación aparentemente sencilla no es tan fácil como cabía suponer. Nada que objetar al trato recibido del personal médico y asistencial del centro. Otro cantar es lo relativo a la gestión de la Generalidad Valenciana en materia de salud. Es cierto que en Alicante estamos acostumbrados a la permanente discriminación presupuestaria y a la tendencia centralista del Gobierno Valenciano y ello se nota especialmente en el ámbito de sanidad en el que los alicantinos contamos con menos profesionales de la salud por cada 100.000 habitantes que los valencianos o en el que contemplamos atónitos como las ambulancias carecen de médicos de urgencias suficientes. Y estamos acostumbrados a ello y, al parecer, también resignados porque, a pesar de que somos conscientes de esa situación, legislatura tras legislatura seguimos votando a los mismos partidos que ignoran la singularidad y la situación de nuestra Provincia. 

 

Pero a lo que iba, lo que me ha indignado realmente es la Nota Informativa que, cortesía de la Generalidad Valenciana, me entregaron junto con los documentos de alta. En esta Nota me informaban de que mi estancia quirúrgica de 24 horas había costado 341 euros y se añadía en la misma el siguiente párrafo: “Esta nota se emite exclusivamente con carácter informativo y por ello no hay que realizar ningún pago (algo obvio pues si hubiera habido que realizar algún pago no se emitiría una Nota Informativa, sino una factura). Esta información tiene como finalidad que sea conocido por usted el coste de la asistencia sanitaria que se le ha prestado de forma gratuita por la sanidad pública valenciana”.

 

Pues no, no es así. La nota informativa es pura basura, una mentira propagandística e incompleta. Sr. Puig y Sra. Barceló ustedes mienten y lo saben. Ni a mí, ni a ningún trabajador que cotiza a la Seguridad Social la sanidad pública valenciana nos presta nada de forma gratuita. No nos regala nada. La asistencia sanitaria la pagamos por anticipado con nuestras cotizaciones e impuestos. Como yo, la mayoría tenemos pagada esta operación y muchas otras desde hace años. Ni su desastroso gobierno taifa, ni la administración pública nos presta nada de forma gratuita. Es falso, rotundamente falso, que “el dinero público no sea de nadie” como decía ese desecho intelectual llamado Carmen Calvo, como también lo es que los contribuyentes recibamos algo gratis por parte de cualquier administración pública. Los contribuyentes ya lo hemos pagado por anticipado y, con toda seguridad, si ustedes no fueran unos simples demagogos, unos derrochadores que tiran nuestro dinero subvencionando a entidades independentistas y pancatalanistas, montando chiringuitos televisivos o despilfarrando los recursos públicos en imponernos una lengua que no es la propia de más de la mitad de la provincia, habría más dinero para tener una sistema sanitario mucho más eficiente y de calidad.

 

Está muy bien saber a cuánto ascienden las prestaciones sanitarias, su coste, pero en su totalidad, porque en la nota supuestamente informativa ustedes solo incluyen la estancia hospitalaria y no el coste real de ser sometido a una intervención quirúrgica. Y está muy bien que ustedes subrayen que se ha prestado de forma gratuita una asistencia sanitaria concreta cuando quien la recibe nunca ha cotizado a la seguridad social, algo muy frecuente con su política de llamada a la inmigración ilegal, pero es un insulto cuando se lo dicen a quien ya lo ha pagado sobradamente con sus impuestos y cotizaciones. ¿Lo entienden?

 

Santiago de Munck Loyola

sábado, 31 de julio de 2021

Ley de memoria democrática: el blanqueamiento de la izquierda totalitaria.

Hace años, en Brujas, el guía que acompañaba al grupo de turistas que habíamos embarcado en la barca para recorrer los canales, al darse cuenta de la presencia de españoles, nos dijo “la historia cambia mucho según el lado del que se cuente, unos mismos hechos se interpretan hasta de maneras opuestas. Los españoles dicen que Bélgica, Flandes, fue suya a partir del Emperador Carlos, pero teniendo en cuenta que Carlos era flamenco, nacido y criado aquí, hay quien puede sostener lo contrario ya que un flamenco heredó la Corona española”. Y no le faltaba parte de razón. La historia estudia hechos y procesos pasados y no sólo los estudia, sino que los interpreta con la mayor objetividad posible. 


Carlos I de España y V de Alemania nació en Gante, ciudad flamenca, en la actual Bélgica. Era hijo de Hijo de Juana I de Castilla y Felipe I el Hermoso, nieto por vía paterna del emperador Maximiliano I de Habsburgo y María de Borgoña y por vía materna de los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. A los 15 años fue proclamado Señor de los Países Bajos y a los 17 proclamado Rey y Señor de las posesiones de sus abuelos maternos. Fue un extranjero que vino a reinar en España sin tan siquiera dominar el idioma. Esos son los hechos históricos. Son indiscutibles, pero aún así, pueden ser interpretados de distinta manera porque la objetividad también es variable en función del contexto de quien hace su interpretación.

 

El Gobierno acaba de aprobar el Anteproyecto de “Ley de Memoria Democrática”. La denominación no es casual. Si ya la historia, el estudio e interpretación de hechos y procesos pasados, está sujeta a grandes dosis de manipulación en función del grado de objetividad aplicado en su interpretación, la memoria aún es más manipulable. La memoria es una función cerebral y, por tanto, individual que permite al organismo del individuo codificar, almacenar y recuperar la información del pasado y esa información, en este caso, es la que proporciona la historia. Hay memoria inmediata, memoria a corto y largo plazo, memoria selectiva, pero ¿memoria democrática? Legislar por un gobierno lo que es y no es memoria supone una selección arbitraria de los hechos pasados objeto de la Ley.

Es elevar a rango de ley una determinada selección de hechos y la interpretación de los mismos para constituirlos en memoria colectiva, es decir, en verdad oficial, anulando y persiguiendo la expresión de las memorias individuales que no coincidan con el relato oficial. Algo así, recuerda mucho a cómo los cerdos manipulaban la historia en la obra “Rebelión en la granja” de George Orwell.

 

A nadie se le puede escapar el tufo totalitario que desprende este anteproyecto de ley. No en balde los únicos partidos políticos participantes en la Guerra Civil que cuentan hoy con representación parlamentaria son el PSOE, el PCE, el PNV y ERC. Y basta con leer la exposición de motivos para confirmarlo. En esta exposición de motivos se habla de “esos periodos democráticos que eran abruptamente interrumpidos” y se señala que “el último de ellos, protagonizado por la Segunda República Española y sus avanzadas reformas políticas y sociales, fue interrumpido por un golpe de Estado y una cruenta guerra”. No se puede mentir más descaradamente. La Segunda República no fue interrumpida por UN golpe de estado, sino por DOS golpes de estado. ¿O acaso el golpe protagonizado por la izquierda en 1934 no fue tal? Sí, en 1934 hubo un golpe de estado organizado y perpetrado por socialistas, comunistas, anarquistas y separatistas que fracasó. Como también fracasó el golpe de estado de 1936 y se desencadenó la guerra civil.

 

Sigue la Exposición de Motivos diciendo que “la ciudadanía tiene actualmente el derecho inalienable al conocimiento de la verdad histórica sobre el proceso de violencia y terror impuesto por el régimen franquista”.Claro que sí, pero ¿sólo la verdad sobre el proceso de violencia y terror impuesto por el régimen franquista? ¿Y qué hay de los procesos de violencia y terror desarrollados a lo largo de la segunda república? ¿Y de los llevados a cabo en el campo republicano del 36 al 39? ¿No hay nada que decir? ¿No existieron? ¿no son condenables?

 

El anteproyecto continúa señalando que “se trata de articular una respuesta del Estado para asumir los hechos del pasado en su integridad, rehabilitando la memoria de las víctimas, reparando los daños causados y evitando la repetición de enfrentamientos y cualquier justificación de regímenes totalitarios”. De acuerdo, perfecto, pero cuando se habla de asumir los hechos del pasado en su integridad significa en su integridad y ello exige reconocer todos los hechos incluyendo la violencia previa al 36 también perpetrada por la izquierda, la violencia y el terror desarrollado en la retaguardia republicana durante la guerra civil y evitar la justificación presente de regímenes totalitarios incluidos, por supuesto, los regímenes comunistas. No cabe ninguna duda de que un Gobierno que al mismo tiempo que impulsa esta ley es incapaz, no ya de condenar, sino de calificar como dictadura al régimen comunista cubano carece de legitimidad para impulsar una Ley tan innecesaria como delicada como ésta.

 

Sí, esta nueva Ley es innecesaria. Hace 46 años que Franco murió y con él su régimen. Hace 82 años que acabó la Guerra Civil. La Constitución del 78, la del consenso y la reconciliación, dio paso a diferentes y sucesivos gobiernos que han ido legislando para reparar los daños morales y políticos causados por la dictadura franquista. Y si algo queda por hacer en este campo puede y debe hacerse sin necesidad de crear una verdad oficial que sirva para blanquear a todos los que desde la izquierda contribuyeron al fracaso del régimen republicano. Porque lo cierto es que la República fue víctima tanto de la derecha reaccionaria como de la izquierda revolucionaria. El dirigente socialista Largo Caballero decía el 20 de enero de 1936 “La case obrera debe adueñarse del poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo y, como el que tiene el poder no ha de entregarlo voluntariamente, por eso hay que ir a la Revolución”. Ni la mayoría de los socialistas ni, por supuesto, los comunistas creían en la democracia tal y como hoy la entendemos.

No lucharon por las libertades que hoy disfrutamos, sino por “las libertades” que imperaban en la Rusia de Stalin. Ya en 1933 Largo Caballero afirmaba “Tenemos que recorrer un periodo de transición hasta el socialismo integral y ese periodo es la dictadura del proletariado, hacia la cual vamos” y en 1934 “No creemos en la democracia como valor absoluto. Tampoco creemos en la libertad”.

 

Son muy numerosos los ejemplos que podrían citarse que demuestran que la nueva verdad oficial que pretende imponer este anteproyecto de Ley no se corresponde con los hechos históricos, que es profundamente sectaria, que busca blanquear a los totalitarios socialistas y comunistas, que ignora la Resolución europea sobre la condena de las ideologías totalitarias (incluyendo la comunista) y tapar sus crímenes.

 

Seguramente, nuestra sociedad necesita hoy, más que una ley para remover un pasado poco edificante, una Ley para defender nuestra democracia frente a las ideologías totalitarias, frente al terrorismo reciente y el olvido de sus victimas blanqueando a sus actuales voceros y frente a los que permanentemente actúan contra la soberanía del pueblo español, negándole su existencia como tal y su derecho a decidir sobre el conjunto de la Nación española.

 

Santiago de Munck Loyola

viernes, 23 de julio de 2021

La irresponsable agenda sanchista.

En períodos de crisis agudos como el que en estos momentos se vive en España constituye un ejercicio de responsabilidad política por parte de quienes dirigen el Estado intentar encontrar puntos de encuentro lo más abiertos e integradores posibles para aunar el máximo de voluntades políticas que puedan contribuir a superar los graves problemas que afectan al conjunto de la sociedad. Es indudable que en estos momentos coinciden a la vez graves problemas económicos, sanitarios, sociales, políticos e institucionales cuya solución podrá ser más o menos rápida en función de la capacidad del Gobierno, de la Oposición y de los agentes sociales para alcanzar acuerdos de estado. Y, para lograrlo, es indudable que quien gobierna debe actuar con cierta grandeza de espíritu abriendo campos para el diálogo y para el acuerdo que cuenten con el mayor respaldo ciudadano posible, es decir, que sumen el mayor respaldo parlamentario. Y, para ello, lo más inteligente y eficaz es acotar la agenda del debate a la solución de los problemas más graves para la inmensa mayoría de los ciudadanos y aparcar temporalmente cualquier cuestión que ideológicamente suponga barreras de difícil superación para los interlocutores. 

 

Es evidente que la gestión de la pandemia habría sido muy diferente si el Gobierno desde el primer día hubiese intentado implicar en las medidas a adoptar y en la gestión sanitaria a todas las fuerzas políticas, si hubiese actuado con absoluta transparencia y si hubiese, por tanto, corresponsabilizado al conjunto de las administraciones y de las fuerzas políticas y sociales en el rumbo a seguir para minimizar el impacto de la misma. Unir a la sociedad para la consecución de grandes objetivos colectivos es un imperativo político de un Gobierno que aspire realmente a ejercer el poder con responsabilidad. Los cambios profundos no se consolidan si vienen respaldados por una mayoría parlamentaria frágil y precaria.

 

Salir más fuertes de la pandemia no se consigue por proclamarlo propagandísticamente. Se consigue abordando cambios profundos que fortalezcan la cohesión social, que consoliden un Estado lo suficientemente fuerte para poder enfrentar cualquier emergencia sanitaria de forma unitaria; se logra removiendo los obstáculos que nos dificultan un mercado interior único incluyendo también una reforma educativa duradera y nacional, una política energética transparente sin concesiones a la demagogia, una política fiscal incentivadora de la creación de empleo, cuya destrucción es ahora más que nunca un auténtico drama, una política exterior alineada, sin concesión alguna al populismo, con los países referentes en progreso y libertad; y se logra reformando aquellos aspectos institucionales que lastran nuestra convivencia democrática como la debilidad de la independencia judicial o la desigualdad de los derechos y obligaciones de los ciudadanos en función del territorio de residencia. Se sale más fuerte abordando de forma conjunta estos asuntos y despejando la agenda del debate político de aquellos otros que ni figuran en las preocupaciones de los ciudadanos, ni facilitan el entendimiento entre los partidos políticos.

 

Y en este sentido, no parece muy razonable, ni muy acuciante para la mayoría de los españoles sacar a la palestra el proyecto de Ley de Memoria Democrática. No sólo no es un tema prioritario, sino que además es un tema que sólo va a servir en estos momentos para reducir el campo de encuentro y de diálogo entre los grandes partidos para abordar en profundidad las reformas que nuestro país necesita para salir lo antes posible de la profunda crisis económica, política y social que atravesamos y para sentar unas bases sólidas de convivencia para las próximas décadas.

 

Los ciudadanos, la inmensa mayoría, queremos que se resuelvan los problemas de desempleo, que el precio de la electricidad sea asequible y que la factura de la luz deje de ser un instrumento de saqueo fiscal, queremos unas fronteras seguras y que nuestro país sea respetado, queremos que nuestros pensionistas reciban unas pensiones dignas y que se aseguren para las próximas décadas, queremos que nuestro sistema sanitario sea reforzado, queremos poder usar nuestro idioma en cualquier territorio español, queremos un pacto educativo y no reformas del modelo cada que hay un cambio de gobierno, queremos que los gobiernos no metan la mano ni en la caja pública, ni en la justicia ni en los medios de comunicación. 

 

Se equivocan y mucho quienes piensan que lo prioritario es imponer ese insulto a la lengua española que es el mal llamado lenguaje inclusivo o la mal llamada memoria democrática. Eso no es abrir ámbitos de diálogo, ni abordar los problemas más graves que a diario sufrimos los ciudadanos. Es simplemente irresponsabilidad ideológica. Es puro sanchismo.

 

Santiago de Munck Loyola