A punto de iniciarse el Congreso del PSOE en Sevilla, todas las noticias e informaciones de las últimas semanas parecen indicar que poco o nada sustancial va a cambiar en el principal partido de la oposición. Tras dos derrotas electorales consecutivas, fracasos electorales en toda regla, lo lógico habría sido que en el seno del Partido Socialista se hubiese abierto un período de autocrítica y una profunda reflexión para poner en pie un nuevo proyecto político. Pero no ha sido así, el debate interno se ha centrado en el cambio de liderazgo, en la sustitución del Secretario General por otro, dando por buenas las políticas y orientaciones que han conducido al estrepitoso fracaso en las urnas.
El zapaterismo no ha terminado con la retirada de José Luis Rodríguez Zapatero por la sencilla razón de que quienes aspiran a sucederle han sido coautores y partícipes de las líneas políticas que han inspirado el modelo socialista durante los últimos doce años. Tanto Alfredo Pérez Rubalcaba como Carmen Chacón han sido ejecutores e impulsores de las mismas políticas y la ausencia de autocrítica en sus discursos y propuestas desgranadas en las primarias socialistas sólo puede interpretarse como un movimiento continuista, como una prolongación de un programa y un modelo político ampliamente rechazado por la inmensa mayoría de los electores.
El zapaterismo nació por sorpresa tras un duro castigo electoral y lo hizo sin hacer tampoco una autocrítica de la trayectoria del partido, sin cuadros de peso y sin un claro proyecto político. Tanto en la etapa inicial de oposición como en la posterior fase de gobierno, la falta de un proyecto político coherente se tradujo en un alto grado de improvisación, de oportunismo coyuntural sin sustento intelectual y programático que sirvió inicialmente para incrementar la base electoral pero que demostró una manifiesta incapacidad para ofrecer soluciones a los diferentes problemas que iban surgiendo. Mucha pancarta pero pocas soluciones, mucha propaganda pero poco contenido. Notas distintivas y caracterizadoras del zapaterismo han sido el sectarismo y la exclusión política que se pusieron de manifiesto con el famoso pacto del Tinell y el llamado cordón sanitario como fórmulas de marginación del principal partido de la oposición y, por ende, de media España; el espíritu “guerracivilista” como fórmula de aglutinación sentimental para satisfacer antiguas ansias de revanchismo que parecían haber sido superadas con el consenso de la transición y la ausencia de “sentido de estado” abriendo un peligroso campo revisionista del estado autonómico, no en aras de un perfeccionamiento del mismo, sino como tributos territoriales para compensar debilidades parlamentarias. Todo ello acompañado de la sumisión o el doblegamiento, en su caso, de todos los resortes públicos al servicio de un proyecto de partido de corte personalista, intentando penetrar hasta en diferentes esferas de la sociedad civil para controlarlas y someterlas. La cualificación de los altos cargos del Gobierno y de los pertenecientes a la mayoría de las instituciones del estado ha ido en paralelo, salvo honrosas excepciones, a la talla intelectual del propio Presidente del Gobierno que, por razones obvias, no es preciso medir.
La autocomplacencia de los candidatos a dirigir el PSOE con el zapaterismo es lógica y evidente y no presagia nada bueno para el futuro del partido socialista. Si se da por válida la afirmación del Sr. Ibarra de que la candidata Carmen Chacón es “lo mismo que Zapatero, pero con faldas”, no queda más remedio que concluir que el candidato Pérez Rubalcaba es “lo mismo que Zapatero pero calvo y amargado”. La falta de autocrítica socialista no es sólo un problema para los socialistas, es también un problema para todos los españoles que necesitan una alternativa de gobierno seria, sólida y creíble. Y con esas faldas y esos pelos no la van a tener de momento.
Santiago de Munck Loyola
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