Tras
unas semanas de polémicas e intensos debates públicos desencadenados por el
anuncio de abdicación del Rey Juan Carlos I, hoy se han cumplido las
previsiones constitucionales y D. Felipe de Borbón y Grecia ha prestado
juramento ante las Cortes Generales y ha sido proclamado Rey de España. Durante
estos últimos días se han cruzado toda clase de argumentos tanto en el Parlamento
como en los medios de comunicación entre los partidarios del cumplimiento de la
Constitución y de los favorables a su quebrantamiento para promover un cambio
de régimen, entre los defensores de la Monarquía y los republicanos. Hoy, sin
embargo, todo ese ruido político ha quedado eclipsado, pese a los intentos de
la izquierda radical, por la ceremonia de juramento y proclamación de Felipe
VI.
Había
mucha expectación entre los comentaristas políticos por el contenido del
mensaje que iba a pronunciar en las Cortes el nuevo Rey y es evidente que, a la
luz de algunas reacciones, el primer discurso de Felipe VI ha sido, ante todo,
impecablemente constitucional. Se equivocan quienes esperaban un discurso
cargado de novedades políticas que pudieran suponer un cambio de rumbo en la
política española porque el Rey, con la Constitución, en la mano no puede
anunciar en público lo que políticamente no le compete. La Constitución define
perfectamente cuales son las tareas y el papel que el Rey como Jefe del Estado
tiene y Felipe VI, como no podía ser de otra forma, se ha atenido a ello. Las
supuestas decepciones que las palabras del nuevo Rey han provocado en algunos
periodistas e incluso entre algunos políticos solo denotan su ignorancia sobre
el papel constitucional de la Corona y de quien la encarna.
Felipe
VI ha iniciado su reinado con un discurso constitucional en el que ha querido
transmitir y recordar algunas ideas. De una parte ha hecho algo más que un
protocolario agradecimiento y reconocimiento a la labor de su padre, su
predecesor en la Corona, de quien ha subrayado que bajo su liderazgo fue posible
la construcción de un modelo de convivencia para todos y un largo período de
progreso, al ampliar este agradecimiento de forma emocionada al papel jugado
por su madre, la Reina Sofía, cuyo prestigio entre los ciudadanos españoles,
por cierto, está a la cabeza de la institución monárquica.
De otra parte, ha
recordado el papel que en nuestra Constitución se otorga a la Corona, sus
funciones y las ventajas que su independencia partidista puede otorgar a la
hora de desempeñar las labores de mediación y arbitraje entre los poderes del
estado y las fuerzas parlamentarias. En este campo, además, ha hecho mención al
sentido y a la orientación que quiere imprimir al estilo de su reinado apelando
acertadamente a la transparencia de la institución y a la ejemplaridad que debe
presidir la actuación de la Corona. Ha sido un acierto que hable de
ejemplaridad, no sólo como referencia al descrédito generalizado de la
política, sino especialmente como contrapunto de algunas actuaciones de su
propio padre y de otros miembros de la Familia Real que han provocado la
indignación de buena parte de la ciudadanía y una considerable pérdida de apoyo
a la Institución.
El nuevo Rey ha dejado claras dos cosas: que sabe que sin
ejemplaridad la Monarquía pierde buena parte de su razón de ser y que sabe que
tiene que ganarse día a día el puesto que la sangre y la legitimidad
constitucional le han entregado. Felipe VI sabe que a la legitimidad histórica
y a la legitimidad constitucional debe sumar la legitimidad de ejercicio. Por
último, en su discurso el Rey no ha querido dejar de mencionar los problemas
más candentes de nuestra sociedad: el desempleo, especialmente el de los
jóvenes, la crisis y sus consecuencias, la necesidad de promover la
investigación, el papel de la mujer en nuestra sociedad o las tensiones que
sobre la unidad de España estamos viviendo, aunque lo haya hecho de una forma
quizás excesivamente velada. Y, en este repaso a la actualidad general,
posiblemente ha sido un olvido no mencionar a un importante sector de nuestra
sociedad, los nueve millones de jubilados que tras una larga y muchas veces dura
vida, están siendo imprescindibles para que muchas familias puedan sobrevivir
en esta dura crisis.
Hoy
a diferencia de lo que ocurrió hace 39 años no se abre una nueva etapa desde la
ilusión y la esperanza colectiva, sino desde la desconfianza y el escepticismo
de millones de ciudadanos a los que el sistema ha defraudado profundamente.
Ojalá que la sucesión en la Corona sea sinónimo de regeneración de la misma y que
su ejemplo sirva de impulso para promover también la regeneración en los demás ámbitos
de las instituciones y en el propio sistema político. Ojalá Felipe VI acierte
porque el éxito de su reinado supondrá un éxito colectivo.
Santiago
de Munck Loyola
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