Las coincidencias y las
casualidades no suelen existir en política. Y no debe ser una simple casualidad
que importantes políticos de nuestro país, unos en activo y otros en presunto
retiro, unos de izquierdas y otros presuntamente de derechas, coincidan en sus
declaraciones públicas sobre un asunto de la máxima trascendencia. Con pocos
días de diferencia hemos escuchado a diferentes dirigentes políticos hablar
sobre la posibilidad de constituir un gobierno de coalición entre el PP y el
PSOE condicionado, eso sí, a que el interés de España así lo requiera. El
primero en abrir el melón fue el candidato popular al Parlamento europeo,
Miguel Arias Cañete. Después lo hizo el ex presidente del Gobierno, Felipe
González, en una entrevista en la
Secta , perdón La Sexta. Más tarde le tocó el turno al propio
Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que además matizó que sería contando
con el propio Alfredo Pérez Rubalcaba. Y, después, otros políticos como Rita
Barberá, Alcaldesa de Valencia, ha hecho el coro trasladando a los ciudadanos
exactamente el mismo mensaje.
Una gran coalición de este tipo
es bastante normal en una nación como Alemania cuya cultura política está a
años luz de la nuestra y cuya clase política posee un patriotismo y un concepto
muy diferente al de nuestros políticos de lo que es el interés nacional. Pero
no es el caso español. A lo largo de los últimos treinta años, el interés
general de España, el interés nacional ha estado en grave riesgo y un mínimo de
sentido de Estado entre nuestra clase política habría conducido necesariamente
al acuerdo entre los dos grandes partidos e incluso a la constitución de un
gobierno sustentado en una gran coalición. Tras el golpe de estado del 81, tras
la matanza del 11-M o al inicio de la profunda recesión económica que
padecemos, por citar tres ejemplos evidentes, nuestra clase política habría
dado un gran ejemplo y habría mostrado una gran altura de miras y de
patriotismo si hubiese sido capaz de aparcar sus mezquinos intereses
partidistas y de formar una gobierno sustentado por los dos grandes partidos en
beneficio del interés general de España. Pero nunca ha sido así. Ni la sangre
de los centenares de víctimas del terrorismo, ni el ataque a nuestras
libertades, ni las penurias de millones de españoles ocasionadas por la
incapacidad de la propia clase política han sido suficientes para que aflorase
un mínimo de generosidad entre nuestros dirigentes políticos. Por ello, estos
mensajes, estos “globos sonda” son especialmente extraños y encubren
posiblemente una grave situación que nos ocultan.
¿Es necesario un Gobierno PP-PSOE
cuando el actual Gobierno se sustenta en una sólida mayoría absoluta? O ¿acaso
no es tan sólida? ¿Es casual que Felipe González formule también su propuesta
tras haberse reunido con el Rey?
¿A qué obedece, por tanto, esta
repentina coincidencia entre PP y PSOE sobre la posibilidad de constituir un
Gobierno de coalición entre ellos? Puede haber muchas explicaciones para este
repentino cambio de actitud. Dos problemas podrían estar detrás de esta súbita
conversión. El primero de ellos es el desafío independentista catalán. Todo
parece indicar que los independentistas están dispuestos a llevar su amenaza
rupturista hasta el final, confiados, posiblemente, en una actitud meliflua y
débil del actual gobierno que se arrugaría ante hechos consumados. En ese
hipotético contexto, el PP podría estar buscando el respaldo y la
corresponsabilidad de los socialistas para no quedar solo ante el peligro, es
decir, para no asumir en solitario las obligaciones y responsabilidades que los
españoles le hemos otorgado con una mayoría absoluta. Con los precedentes
socialistas en materia territorial (“aprobaré lo que el parlamento catalán
decida”) no sería de extrañar que el PP estuviese intentando ponerse la venda
ante de recibir otra pedrada del PSOE. Claro que esta explicación quiebra
cuando a la idea del gobierno de coalición se suma Felipe González, salvo que
vaya ya por libre, ya que la experiencia histórica demuestra que no hay asunto
por grave que sea que los socialistas no estén dispuestos a usar con tal de
derribar al PP.
El segundo problema que podría
estar aglutinando voluntades de socialistas y populares es el proceso de
descomposición del sistema político que ha empezado a erosionar a ambos
partidos y que está reduciendo notablemente la base electoral de ambos que ha
pasado de un 80 % a poco más del 50 % en conjunto. El distanciamiento de su
tradicional electorado, junto con el clima de rechazo y la desafección hacia
una clase política anclada en sus privilegios y reacia a promover la
regeneración democrática del sistema podrían ser la explicación de este
repentino ataque de amor entre PP y PSOE. Juntos podrían parapetarse en el
corazón de las instituciones y esperar a que amaine una tormenta política que
podría acabar como en Italia, arrasando al sistema tradicional de partidos.
En todo caso sea cual fuere la
causa, casi con seguridad puede establecerse que no se trata del interés
general de España, sino más bien los intereses partidistas que, debidamente
envueltos en la bandera, podrían ser presentados como una justificación de
altos y nobles ideales. Los votantes de centro derecha han podido constatar
como su voto ha sido traicionado estos últimos tres años y como ha sido
utilizado para el desarrollo de políticas impropias de una formación política
de centro derecha. Y todo parece indicar que so pretexto del interés general,
manipulando los sentimientos más sensibles del españolismo, algunos quieren
volver a hacerlo, quieren usar esos votos para formar un gobierno con los
socialistas sin explicar por qué. Con ello intentarán arrinconar a las nuevas
formaciones políticas emergentes que se han levantado para intentar regenerar
nuestro sistema político y para poner por delante los programas y principios
que nunca debieron ser traicionados. Estas curiosas declaraciones, estas
apelaciones a la posibilidad de un gobierno de coalición si es que ponen una
cosa en claro para el votante de centro derecha es que la alternativa para que
no sigan manipulando y traicionando su voto es dárselo a VOX en las próximas
elecciones europeas. No hacerlo podría servir para aplaudir la formación de ese
posible gobierno de coalición.
Santiago de Munck Loyola
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