Hoy,
seguramente, ha sido un gran día de alegría para la izquierda española y, en
especial, para la izquierda madrileña. El motivo no puede ser otro que la
inesperada dimisión de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza
Aguirre. Tal y como recuerdan ahora los comentaristas políticos, deja su cargo
quien en diez ocasiones consecutivas y en convocatorias electorales de distinto
tipo ha venido ganando a la izquierda de Madrid. Con cada una de sus victorias
electorales, cada vez más amplias, Esperanza Aguirre acrecentó el odio
exacerbado de sus oponentes políticos. Se marcha la senadora más votada, la
primera Presidenta del Senado y la Primera Presidenta de la Comunidad de
Madrid. Una auténtica avanzada de la presencia de la mujer en primera línea
política, sin cuotas de por medio, sólo con trabajo, con entrega, con
dedicación e inteligencia.
Hay
quien intenta ver tras su dimisión algo más que los motivos personales que ella
ha invocado para justificar su decisión. Se habla de diferencias con el
Gobierno del Presidente Rajoy a propósito del caso Bolinaga o con el Ministro
Montoro sobre la financiación de la Comunidad de Madrid pero no parece que
estas discrepancias puedan ser suficientes para justificar una decisión
personal de la envergadura que Esperanza Aguirre ha tomado. Sólo quien ha
sufrido una enfermedad como la que ha padecido la Presidenta madrileña es capaz
de comprender hasta qué punto su irrupción en la vida de una persona puede
modificar la escala de valores por la que cada uno se rige o cambiar las
prioridades vitales de un ser humano. Alguien como Esperanza Aguirre cuya
trayectoria política se ha caracterizado siempre por la valentía verbal, por
decir en cada momento lo que consideraba oportuno, sin mucho miramiento hacia lo
políticamente correcto, no parece que se plantee abandonar el poder cuando está
además en la cumbre del mismo por desencuentros concretos con sus compañeros de
partido en el Gobierno. Todo lo contrario, parece que hay que conceder toda la
veracidad del mundo a los motivos personales que ella ha esgrimido para
justificar su decisión y uno tiene la sensación de que se trata de una decisión
tomada hace mucho tiempo.
Desde
el año 1991 hasta el año 2003, tuve el privilegio de poder colaborar con ella
en diferentes tareas de partido. Compartimos mesa y mantel en varias ocasiones,
recorrimos mercadillos, verbenas populares, visitamos obras, nos reunimos con
empresarios y, en algunas ocasiones, mantuvimos diferencias sobre algunos
asuntos políticos. Siempre se mostró clara e incluso vehemente a la hora de
exponer sus convicciones pero se mostraba dispuesta a escuchar opiniones
diferentes. Y sobre todo era y es una excelente compañera de partido, dispuesta
a echar una mano cuando era necesario.
Se
va de primera línea política una persona con una capacidad de liderazgo
indiscutible y con unas profundas convicciones liberales, quizás demasiado
liberales para un partido como el Popular que ha aglutinado diferentes
corrientes ideológicas del centro y de la derecha española. Se va una
Presidenta regional cuyo liderazgo ha trascendido el ámbito geográfico de la
Comunidad de Madrid convirtiéndose en un referente ideológico para muchos
votantes del centro derecha español que demandan a los demás líderes populares
la misma claridad y el mismo rumbo que Esperanza Aguirre ha sabido imprimir al
PP de Madrid. Y deja su puesto, sobre todo, una gestora política que deja a la
Comunidad de Madrid con las mejores cifras económicas del conjunto de las
regiones españolas.
Ojala
que su retirada política sea sólo temporal porque el partido Popular no anda
sobrado de líderes valientes, coherentes y convencidos, en cualquier
circunstancia, de los postulados ideológicos que deben regir la actuación
pública de sus cargos. Y si no es temporal, sino definitiva, que le vaya muy
bien en su nueva trayectoria vital con su familia, que se lo ha ganado.
Santiago
de Munck Loyola
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