Por si no tuviésemos bastante con
los problemas sociales, políticos y económicos que recorren nuestro país, la
Monarquía española también da que hablar lo suyo. A las andanzas del Sr.
Urdangarin, a las salidas de tono de D. ª Letizia, a las torpezas cinegéticas
de su Majestad hay que añadir ahora sus andanzas extraconyugales aireadas por
los medios de comunicación. Ayer mismo, un importante diario nacional,
publicaba en su suplemento dominical un detallado relato sobre las infidelidades
de D. Juan Carlos a lo largo de los 50 años de matrimonio con D.ª Sofía. Y
junto a este escabroso relato la opinión e 25 personajes de toda clase y
condición sobre los 50 años de matrimonio de la pareja regia. Algunas de estas
opiniones son de un tono tan babosamente cortesano que no merecen ni siquiera
el más mínimo comentario.
Ya con ocasión del accidente del
Rey en su cacería de elefantes africanos, algún que otro comentarista
radiofónico calificaba de “desagradecidos” a cuantos tuviesen la osadía de criticar
la actitud y las actividades privadas del Rey. Decía que los españoles
olvidábamos muy pronto todo lo que le debíamos a D. Juan Carlos por su actitud
en la noche del 23 de febrero de 1981. Y sobre esa noche y sobre la actitud del
Rey o de los propios golpistas quizás habría mucho que hablar pues muchas incógnitas
aún no han sido despejadas. Pero, en todo caso, aquella noche el Rey no hizo
otra cosa que cumplir con su obligación, con su deber, aunque tardase más de lo
esperado en comparecer ante las cámaras de Televisión. Cumplió con su
obligación, es decir, defender la Constitución y ordenar a las FFAA su
acatamiento.
Constitución que, por cierto, si no recuerdo mal, no ha sido
jurada por el Rey. Está fuera de lugar reclamar a los españoles una actitud de
agradecimiento permanente hacia el Jefe del Estado por cumplir con su trabajo,
trabajo por el que, además, está bastante bien pagado. El recuerdo
distorsionado de la noche del 23
F no puede ser un aval para todo lo que haga o deje de
hacer el Rey.
Ahora sabemos lo que antes no
pasaba de simples rumores: que la conducta privada del Jefe del Estado no es
ejemplar. El asunto no pasaría del ámbito estrictamente privado sino fuera por
dos circunstancias especiales. En primer lugar, porque el Jefe del estado es un
Monarca, porque estamos hablando de una Monarquía y una de las principales
cualidades que se supone debe encarnar la Monarquía es la ejemplaridad y aquí
no se da, se mire por donde se mire. Si se tratase de un Presidente de la
República cuya vida privada tampoco fuera ejemplar los ciudadanos que no
aprobasen ese tipo de conductas lo tendrían fácil, la reprobarían mediante el
voto en las siguientes elecciones. Aquí no se da el caso. En segundo lugar,
porque los devaneos sexuales del Monarca se han elevado a la categoría de sus
actividades oficiales. Es público y notorio que en tres viajes oficiales, al
menos, la amante del Rey le ha acompañado y es de suponer que a costa del
erario público.
Si la Monarquía no es ejemplar,
no vale en este momento histórico. Si al Rey no le importa dejar en evidencia a
la madre del futuro Rey que siempre ha sabido estar a la altura de las
circunstancias a muchos ciudadanos sí que les importa.
La opción de la República parece
hoy más ajustada a las características y exigencias de nuestra sociedad. Sin
embargo, la pretensión de muchos de vincular la alternativa republicana al
recuerdo y a la herencia de la Segunda República puede suponer un serio
obstáculo para que pueda ser aceptada por quienes la identifican con un modelo
cuyo desarrollo y resultado no presentó un saldo muy positivo.
Difícil panorama el que tiene por
delante la institución monárquica, sobre todo si pretende seguir asentándose
sobre privilegios históricos, asimilando los derechos de los ciudadanos corrientes
y renunciando simultáneamente a las tradicionales obligaciones de la
Institución. Cierto Ministro de Franco, cada vez que era nombrado un gobernador
civil, llamaba al interesado y le decía: “sea usted casto y, si no pudiere, al
menos sea cauto”. Nuestro Rey, a lo que se ve, ni lo uno, ni lo otro.
Santiago de Munck Loyola
Iba a poner que la actitud del rey dejaba a la reina en muy mal lugar, pero no. Quién queda en muy mal lugar es él. Ella (aparte de los cotilleos que algunos lanzan, que no sé si son ciertos o no) hasta el momento ha demostrado ser una señora y una buena profesional.
ResponderEliminarLo del yerno y los correos... menuda piedra en el zapato. A ver en que termina, a ver si es cierto que la justicia es igual para todos.
Para mi la Reina lo es con mayúsculas y una Señora de los pies a la cabeza.
ResponderEliminarPensamos igual.
EliminarSaludos.