El octavo aniversario de la masacre del 11 M ha sido una conmemoración doblemente triste. A la tristeza por el recuerdo y la añoranza de los fallecidos y por la angustia y el dolor de los heridos, se ha unido la tristeza por el espectáculo de una clase política y sindical incapaz de aparcar sus diferencias tan sólo un día al año para honrar y recordar a las víctimas con la unidad, el respeto y la dignidad que, con toda seguridad, se merecían.
Las víctimas de aquel terrible acto terrorista, al igual que todas las demás víctimas del terrorismo, se merecían y se merecerán siempre que toda la sociedad española, personificada en sus representantes políticos, sindicales y sociales, les dedicasen y les dediquen en el futuro un gesto, un día de recuerdo, en exclusiva. Un día sin pancartas, silbatos y panderetas. Un día sin manifiestos, proclamas y discursos ajenos al dolor, al recuerdo y al homenaje de los ausentes y de los supervivientes. Un día sin más convocatoria que la del tributo al sacrificio de los inocentes y de repulsa a los violentos, a sus cómplices y beneficiarios. Pero, lamentablemente, no ha sido así para vergüenza de quienes no han querido que así sea, ni de quienes les apoyan y para vergüenza de toda una sociedad que lo consiente.
Hay 365 días al año para discrepar, para discutir, para reivindicar, para protestar o para captar el protagonismo de los medios de comunicación. Hay 365 días al año para todo eso y para mucho más. Pero sólo hay un día al año, el 11 M , para rendir el homenaje exclusivo que se merecen las víctimas del terrorismo. Esas víctimas que un 11 de marzo de 2004 fueron protagonistas sin quererlo, sin buscarlo y sin merecerlo, al igual que todas las demás víctimas del terrorismo. ¿Tan difícil era dejar a un lado cualquier cosa que no fuera el recuerdo a las víctimas? ¿Tan difícil era que toda la clase política, la sindical y la social compareciesen juntos para recordar, honrar y llorar a las víctimas del terrorismo? ¿Es posible que quienes deben liderar y dar ejemplo al conjunto de la sociedad sean tan miserables, tan mezquinos, tan ruines y tan insensibles? Pues parece que sí. Parece que quienes, desde los distintos ámbitos, lideran nuestra sociedad son todo eso y capaces de mayores bajezas si cabe.
Qué pena, qué tristeza y qué asco. Ni las víctimas, ni el resto de los españoles nos merecemos unos dirigentes así.
Santiago de Munck Loyola
No hay comentarios:
Publicar un comentario