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viernes, 27 de agosto de 2010

POLÍTICOS Y PRINCIPIOS.

Hace unas semanas mantenía una conversación con unos amigos de Monforte del Cid. Hablábamos sobre las elecciones y los políticos y mi amiga Inés sostenía que ella no podía confiar, ni votar, a un político cuya vida privada fuera escandalosa y citaba el ejemplo de las “juergas” de Berlusconi en su villa privada captadas por los teleobjetivos de los periodistas. Yo opinaba que del mismo modo que cuando uno se tiene que operar busca al mejor cirujano sin cuestionarse si es o no un mujeriego o si es infiel a su pareja, con los políticos pasaba lo mismo, es decir, que lo importante es que gobernasen bien, con independencia de lo que hagan en su vida privada. Y creo que me equivoqué en gran parte porque al hablar de “gobernar” me estaba quedando en el plano de lo material, de los resultados, de la gestión pura y dura. Gobernar es mucho más que eso.

Por una parte hay que tener en cuenta la sociedad en la que vivimos, sus problemas, necesidades y los valores imperantes. En la sociedad anglosajona en la que prevalece cierto puritanismo derivado del protestantismo, el nivel de exigencia es mucho mayor que en nuestra sociedad y así nos luce el pelo. Allí, mentir a la opinión pública o tener a un empleado sin dar de alta lleva aparejado la dimisión del político que es pillado. Aquí no. Pero es evidente que, sin llegar a los extremos de ese, a veces, exagerado comportamiento no nos vendría nada mal un mayor nivel de exigencia en el comportamiento y en la coherencia de nuestros gobernantes.

Por otra parte hay que valorar qué es realmente un político, un gobernante y qué es lo que se le puede y se le debe exigir. Cuando contratamos los servicios de un profesional, sea un fontanero, un arquitecto o un médico, siempre buscamos la mejor cualificación profesional, no necesitamos saber qué ideas o creencias tiene, ni cómo se comporta en el ámbito de su vida privada. Nos basta con que, establecida la mejor relación calidad precio, sepa hacer bien su trabajo y satisfaga nuestra necesidad. Pero ¿qué ocurre con el político? No hay una titulación profesional de político, ni pruebas objetivas que sirvan para conocer su capacidad y su profesionalidad. Las titulaciones habituales entre los políticos, derecho o economía, ayudan pero no son suficientes para calificar la profesionalidad de un político. El político no puede exhibir ante el elector un título que lo habilite porque no lo hay. Y cuando hablo de político me refiero a cualquier nivel de la política desde la que se desarrolla en el ámbito municipal hasta la nacional.

El político es un ciudadano con vocación transformadora de la sociedad en la que participa de acuerdo a unos principios y con un programa a modo de contrato a suscribir con el resto de los ciudadanos. Desde una determinada creencia en unos ideales, valores y principios, más o menos recogidos en el ideario de un partido político, el político trata de ganar la confianza y el apoyo de los electores a los que ofrece un programa de gobierno. Por tanto, ante el elector el político no comparece exhibiendo una cualificación profesional, sino que lo hace exhibiendo unos valores, unas ideas y un programa. Su credibilidad estriba, fundamentalmente, en su persona, en su palabra y en su coherencia entre lo que dice y lo que hace. El político debe mantener esa coherencia entre el ideario personal y el del partido por el que se presenta, entre los valores que defiende y los que practica en su vida pública y privada y entre el programa que ofrece y el del partido al que pertenece. A mayor coherencia entre esas facetas, mayor solidez del político y mayor credibilidad. Muchas veces el descrédito de la clase política viene precisamente por la falta de coherencia entre lo que dicen y lo que hacen cuando, precisamente, es donde radica la mejor cualificación del político. Cuando un político de un partido que defiende los valores de la familia, del esfuerzo y el mérito personal vive de una forma promiscua y disoluta no tiene credibilidad. Cuando un político milita en un partido cuya bandera es la justicia social y la solidaridad y vive a todo lujo cobrando varios sueldos del Estado tampoco merece crédito alguno. Porque, en el fondo, gobernar no es solo gestionar y obtener buenos resultados económicos. Gobernar es decidir, elegir y eso solo puede hacerlo quien tiene capacidad de liderazgo. Y el liderazgo de un político solo puede provenir de su autoridad política y moral, no de su circunstancial posición de mando. Quien no es coherente con sus ideas y principios no está en condiciones de pedir o realizar exigencias al resto de los ciudadanos. Quien no sigue el camino al que sus supuestos valores e ideales deberían llevarle, en modo alguno está en condiciones de ejercer liderazgo alguno, de indicar cual es el camino a seguir por la sociedad. Asumir que da igual el color del gato con tal de que cace ratones sólo conduce a elevar lo material al pedestal más alto y a ignorar los valores que hacen grande al ser humano, a la persona.

Por eso creo que mi amiga Inés tenía buena parte de razón. El político no es un simple profesional más. El político, por modesto que sea, sólo puede “vender” su profesionalidad a través de su credibilidad y de su liderazgo. Y por sus hechos le conoceremos.

Santiago de Munck Loyola.

1 comentario:

  1. En general estoy totalmente de acuerdo contigo aunque, como no me dedico a la política, yo lo diría de otro modo. La política tiene un componente moral. No es un problema de conocimientos, aunque estos hagan falta, es un problema de coherencia y también de ejemplaridad. Vivimos en sociedades democráticas, en estados de derecho que exigen que la ley se cumpla y los políticos, en tanto que personajes públicos, deben ser los primeros en respetar la legalidad aun en el supuesto de que aspiren a cambiarla. Respetar las reglas del juego es el primer principio que se debe cumplir. Por eso, creo que el ejemplo del cirujano no es bueno. La política no es una simple habilidad técnica, sino una empresa moral.
    Tampoco me parecen oportunos los ejemplos de los países anglosajones por el mismo motivo. Un político que tiene a un trabajador sin dar de alta en la seguridad social, o que amaña un concurso de méritos para darle una contrata a su amigo, está burlando la ley, es decir, es un mal político (corrupto) y un mal ciudadano.
    El caso de Barlusconi es escandaloso porque en sus juergas daba un trato degradante a las mujeres y, según dicen corría el alcohol y las drogas abundantemente. Es decir, se dedicaba a actividades que no aseguran el equilibrio, la serenidad y la racionalidad necesarias para ejercer su responsabilidad con solvencia.
    Otra cosa, y con esto acabo, es la orientación sexual de los políticos, sus avatares sentimentales, etc... Romper un matrimonio o ser homosexual no implica necesariamente llevar una vida licenciosa, al margen de la ley o contraria a ningún principio, salvo que se pertenezca a un partido que esté en contra de estos derechos.

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