Un año más se celebra el 8 de
marzo el Día Internacional de la Mujer Trabajadora que así fue
institucionalizado por las Naciones Unidas en 1975, en conmemoración de la
lucha de las mujeres por su participación en la sociedad y en su desarrollo integral
como personas en igualdad de oportunidades con los hombres. Lamentablemente, en
los últimos tiempos, esta celebración es cada vez menos pacífica y se exacerba
la controversia rompiendo progresivamente el consenso básico entorno a la
misma. Hoy, en las sociedades occidentales la igualdad de derechos entre
hombres y mujeres es prácticamente plena desde el punto de vista de sus
ordenamientos jurídicos aunque en la práctica diaria no es posible dejar de
constatar la supervivencia de discriminaciones que quiebran el principio legal
de plena igualdad. No ocurre lo mismo en otras sociedades principalmente las
musulmanas donde la desigualdad entre hombres y mujeres no sólo tiene pleno
amparo legal, sino que forma parte consustancial del conjunto de valores y creencias
sociales.
Resulta paradójico que cuanto más
hemos avanzado en occidente en la plena equiparación legal de derechos entre
hombre y mujeres menos consenso social y más enfrentamiento se está
desarrollando en torno a la celebración del 8 de marzo. Parece que detrás de
esta situación están, de una parte, la monopolización partidista con fines
puramente electorales y los mensajes agresivos y con llamamientos “vengativos”
hacia todos los hombres por el simple hecho de serlo. La llamada ideología de
género visualiza y trata a los seres humanos desde la perspectiva de su género
y no de su concepción como personas con derechos y obligaciones iguales per se.
Se sustenta sobre el principio de la desigualdad en favor de la mujer y ello
provoca lógicamente reacciones puramente defensivas que terminan por producir
rechazo.
El 8 de marzo debería ser una
fiesta para celebrar la igualdad legal de derechos y obligaciones entre las
personas con independencia de su sexo y para denunciar las situaciones de
injusto incumplimiento de ese principio. Y con permiso o sin él de quienes se apropian
en exclusiva el 8 de marzo, quiero rendir homenaje y exponer mi público
reconocimiento a unas trabajadoras infatigables que muy frecuentemente son
ignoradas y olvidadas: las amas de casa, las mujeres que libre y
voluntariamente deciden trabajar en casa y hacerse cargo de la familia.
Son
millones de mujeres en España las que trabajan incansablemente, sin horarios,
sin días libres, sin salario, que hacen de economistas, de enfermeras, de
cocineras, de limpiadoras, de educadoras o de lo que haga falta para que el
hogar funcione. El trabajo de las amas de casa no remunerado constituye uno de
los pilares de la economía española y los expertos calculan que supone más del
25 % del Producto Interior Bruto. Casi nada. Pero desgraciadamente muy pocos se
acuerdan de esto. Se legisla para las mujeres que quieran estar en Consejos de
Administración, en listas electorales o en mil facetas de la vida económica y
social fuera del hogar pero poco o nada para quienes sin cobrar un euro aportan
el 25 % del PIB, para las denostadas, en muchos casos por algunas “progres”,
amas de casa.
A ellas quiero dirigirles mi
humilde reconocimiento y mi profunda gratitud. Son el pilar de nuestra sociedad,
la base de la familia (quizás ahí radique el problema para quienes no creen en
la misma) y merecen todo el aplauso y agradecimiento del conjunto de la
sociedad española.
Santiago de Munck Loyola