Cuando
ya ha transcurrido una semana desde la elección del Papa Francisco se van
calmando las agitadas aguas informativas y la cascada de elogios y críticas que
inundó las redes sociales. La elección del Cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio,
de 77 años, ha sido una sorpresa que ha dejado en evidencia los vaticinios de
los expertos vaticanólogos. Lo cierto es que no ha acertado ninguno. El rápido
resultado del Cónclave ha sorprendido a propios y a extraños y supone el inicio
de un nuevo período en la vida de la Iglesia Católica en el que muchos
depositan grandes esperanzas de cambio y renovación.
El
Papa Francisco es el primer Papa americano de la historia de la Iglesia.
Proviene de un continente (el fin del mundo, como él mismo dijo) en el que
viven casi la mitad de los católicos existentes en el mundo, herencia de la
colonización española y portuguesa fundamentalmente. Desde el primer momento,
parece que el Papa Francisco quiere señalar un camino distinto al de los
últimos años. Ya la elección de su nombre, en recuerdo a San Francisco de Asís,
el santo de los pobres, es una clara referencia de sus prioridades como lo es
también su llamamiento inicial a una Iglesia pobre y para los pobres. Sus
gestos de humildad, de sencillez, de cercanía y de bondad no son simples
escenificaciones del momento, sino que a la luz de su trayectoria se
corresponden perfectamente con lo que ha sido hasta hora su forma de vivir y su
pastoral. Sus inicios en la sede de Pedro son más propios de un Párroco, de un
Obispo consagrado a su diócesis que de un Papa a la antigua usanza, lo que
contrasta bastante con la imagen más fría y distante que se percibía de su
predecesor, el Papa Benedicto XVI. Me recuerda bastante al Papa Juan Pablo I
por su sencillez, su talante y sus primeras preocupaciones sociales expresadas
públicamente.
Este
Papa, al igual que los anteriores, no resulta indiferente a quienes se declaran
ateos y abiertamente enemigos de la Iglesia. Es sorprendente comprobar cuánto
se agitan y cómo se pronuncian sobre lo que los Católicos hacen o dejan de
hacer. Y, en esta ocasión, no han perdido el tiempo en las redes sociales
llevando sus críticas al nivel de calumnias y de disparates. Ya se despacharon
a gusto calificando a Benedicto XVI de nazi obviando el hecho de que el régimen
nazi obligó al ingreso en las juventudes hitlerianas a todos los seminaristas
del país en 1939, cuando Joseph Ratzinger contaba con solo 12 años de edad.
Ahora, a las pocas horas de la elección del Papa Francisco, los de siempre, se
apresuraron a inundar las redes sociales con toda clase de supuestas
informaciones sobre el recién elegido Papa vinculándole directamente con la
criminal dictadura argentina o atribuyéndole frases falsas, tal como se ha
demostrado, sobre la condición femenina. He llegado a ver en Factbook fotos de
un prelado junto al dictador Videla diciendo que era el actual Papa y cuando
alguien se atrevía a escribir que no se parecía a él y que por edad no podía
tratarse de la misma persona, los difusores de tales patrañas se apresuraban a
decir que daba lo mismo, que bien podía haber sido él. Resulta sorprendente la
falta de rigor intelectual, la ausencia de principios éticos y el abuso de la
crítica zafia y facilona con la que los enemigos de la Iglesia se prodigan en
las redes. Una cosa es la crítica y otra muy distinta es la mentira pura y
dura. Es evidente que este Papa tiene un pensamiento conservador en muchos
aspectos, sobre todo los morales, que bien podrían servir de crítica para
quienes postulan unos planteamientos distintos, más progresistas. Crítica que,
por otra parte, estarían más legitimados para ejercer quienes por pertenecer a
la propia Iglesia se podrían ver más afectados por la aplicación de dicho
pensamiento que aquellos a quienes, declarándose ateos o anticlericales, lo que
diga o piense un Papa ni les va, ni les viene. Pero no, no es así, esta
izquierda totalitaria y totalizadora va por el mundo impartiendo carnets de
ciudadanía, diciendo a los católicos lo que tienen o no que hacer, lo que deben
o no pensar y lo que es bueno o malo. Lo hacen siempre en el terreno político,
en el económico, en el social y hasta en el religioso.
Si
algo enseña la vida es que cuanto más se excitan estos materialistas dogmáticos
es que mejor lo está haciendo la Iglesia y, sinceramente, la primera impresión
que uno se lleva tras esta semana es que los electores han acertado con el Papa
Francisco. Ojala sea así. Tiene por delante un difícil camino, una dura tarea
para la que contará, sin duda, con las oraciones de todos los creyentes.
Santiago
de Munck Loyola