En
la última encuesta del CIS ha arrojado un dato verdaderamente alarmante: la
clase política se ha convertido en el tercer problema que preocupa a los
españoles. Más del 22 % de los encuestados sitúa a la clase política como el tercer
quebradero de cabeza tras el paro y la crisis económica, alcanzando un nivel
que no se conocía desde 1995.
A este dato revelador hay que añadir que entre los diez
primeros problemas para los españoles vuelve a aparecer la corrupción lo que
ligado a lo anterior señala un claro suspenso para los responsables políticos
de nuestro país.
El
comportamiento poco edificante y poco ejemplar de una parte de la clase
política, especialmente relevante en momentos de escasez y penuria para el
conjunto de la población, junto con la inmoral e ilegal conducta de unos pocos,
pero significativos miembros de la clase política, ensombrece y mancha la labor
de la inmensa mayoría de los políticos españoles. Es verdad que por los
comportamientos de unos pocos pecadores pagan los justos y ello se debe
fundamentalmente no sólo a la relevancia mediática que las irregularidades
conllevan, sino también a la ausencia de una reacción clara y firme por parte
de quienes no protagonizan esas censurables conductas. Por cada 100 políticos
decentes y honestos es posible que sólo exista uno que no lo es pero, inevitablemente,
no son noticia los 100 primeros, sino este último. Los medios de comunicación
hacen, por regla general, una labor inapreciable denunciando los
comportamientos censurables de quienes se aprovechan de su estatus político o
de su cargo público y su labor sería más eficaz si simultáneamente el resto de
la clase política actuara con firmeza para apartar de su lado a cuantos
incurren en esas prácticas. Sin embargo, muchas veces da la sensación de que
existe cierto corporativismo o cierta timidez a la hora de censurar algunas
prácticas o que se anteponen determinados intereses coyunturales o ciertas
estrategias que modulan mucho esa imprescindible capacidad de reacción. Sea cual
fuere la causa lo cierto es que las conductas de unos pocos enturbian el buen
nombre de todo un colectivo que está o debe estar al servicio de los
ciudadanos.
Es
curioso, por ejemplo, que en el seno del Partido Popular, y en concreto en la
Comunidad Valenciana, se transmita un doble discurso en torno a este tema. Una
y otra vez, el Presidente de la Generalidad Valenciana y del PPCV, Alberto
Fabra, ha censurado los comportamientos sospechosos y ha manifestado que los
cargos públicos del PP imputados en causas judiciales deben dimitir. Y en esta
línea de exigencia ética ha habido dimisiones y ceses. Igualmente, el
Presidente Fabra ha impulsado reformas internas para que los imputados no
puedan ocupar cargos en la organización del Partido Popular y ni siquiera
concurrir como candidatos. Pero paradójicamente nos encontramos con que el
hecho de estar imputado en una causa judicial inhabilita para ejercer cargos
internos o para ser candidato, pero no para seguir ejerciendo cargos públicos.
En estos últimos casos siempre que los dirigentes populares son preguntados
sobre si deberían o no dimitir alcaldes o diputados imputados se limitan a
decir que las actas son personales y que no se les puede obligar a dimitir.
¡Faltaría más! Eso ya lo sabemos todos. Pero no es eso lo que se pregunta, no
se pregunta de quién son las actas de concejales o diputados, sino si
perteneciendo a quien pertenecen dichas actas deberían o no dimitir los
imputados. ¿Tan difícil es contestar sí o no? ¿Por qué los dirigentes populares
no piden públicamente a sus compañeros imputados que renuncien a sus actas? Y
en el caso de que un cargo público elegido bajo las siglas del PP esté imputado
y no quiera presentar su renuncia ¿por qué no lo excluye el propio partido de
su grupo parlamentario o de su grupo municipal? ¿por intereses coyunturales?
Tan
cierto es que un acta es personal, gracias a nuestro ordenamiento jurídico,
como que un imputado es, dígase lo que se diga, inocente y que no será culpable
de delito alguno hasta que no exista condena firme. Cierto es que también, en
los últimos años sobre todo, se ha judicializado en exceso la política y que
ello haya conducido a una relativización de la valoración de las causas
judiciales en curso. Pero no es menos cierto que, hoy en día, en las actuales
circunstancias, es más necesario que nunca establecer una clara línea roja que
permita al conjunto de los ciudadanos recuperar la confianza en la clase
política. El Presidente Fabra la ha situado en el grado de la imputación, pues
bien, cúmplase en el seno del PP para todos y sin distinciones, aunque con ello
se corra el riesgo de perder una alcaldía, por ejemplo. Y para qué mencionar
cuando el nivel procesal se sitúa ya en el procesamiento. Más vale una vez colorado que ciento amarillo.
Hoy
por hoy, muchos votantes del PP en la Comunidad Valenciana, y muchos afiliados,
percibimos demasiada tibieza y poca ejemplaridad en el tratamiento de algunos
casos muy sonoros en nuestro entorno y demandamos no sólo palabras, sino
también gestos que nos permitan creer que las cosas están cambiando. Día tras
día, sentimos cierta desmoralización ante noticias que, sumadas a las derivadas
de la propia situación económica, transmiten una realidad poco alentadora y un
futuro político más que incierto.
Santiago
de Munck Loyola