
Una de las características
de nuestra sociedad es la gran velocidad con que se producen cambios en las
corrientes de opinión. La rápida transmisión de noticias y la libre circulación
de opiniones son facilitadas por los medios de comunicación y, en especial, por
las redes sociales. Ello debería obligar a los partidos políticos a permanecer
muy atentos y perfectamente conectados a los movimientos de opinión en la
sociedad, a ser mucho más permeables a los problemas, a las necesidades y a las
posibles soluciones que los ciudadanos demandan. En este sentido, parece que el
Partido Popular quiere, o al menos así lo manifiesta, debatir con los
ciudadanos cuestiones que diariamente están en la agenda de la actualidad social.
El pasado 23 de marzo se celebró en Ciudad Real un primer debate sobre la
situación del desempleo juvenil y sobre las propuestas de futuro que plantea el
Gobierno, con la participación de la Ministra de Empleo, Fátima Báñez, junto
con la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal. El próximo debate
o foro, dedicado a la “ejemplaridad pública” se celebrará en Madrid y es
probable que cuente con la presencia del Ministro de Industria y Turismo, José
Manuel Soria. Siendo loable esta iniciativa y siempre que su formato sea
auténticamente participativo y no se trate de un acto más de propaganda, parece
francamente insuficiente. Un partido político con más de 700.000 afiliados en
toda España, como el Partido Popular, cuenta ya con una estructura social muy
amplia, con una red de personas extendida prácticamente por toda España que,
además, penetra en todas las capas sociales. Su propia estructura territorial y
social permitiría sintonizar mucho mejor con las corrientes sociales si sus
afiliados fuesen tenidos en cuenta y fuesen llamados a participar en estos
mismos debates desarrollándolos en cada sede local. Los afiliados populares no
son personas aisladas de la sociedad y de los problemas que la aquejan, todo lo
contrario. Son ciudadanos comprometidos políticamente que padecen exactamente
lo mismo que la gente de su entorno y, por tanto, podrían, si hubiese voluntad
política para ello, servir como una excelente correa de transmisión entre la
sociedad y el partido.

Dicho lo anterior, la
elección del tema de debate, la ejemplaridad pública, es muy acertada y da para
mucho en estos tiempos tan difíciles y convulsos. Es precisamente la ausencia
de ejemplaridad pública la que condiciona, como se ha visto recientemente en la
última encuesta del CIS, la valoración negativa que los ciudadanos tienen sobre
la clase política, sobre los partidos políticos y la corrupción. Hoy desde la
Casa Real hasta el poder judicial, pasando
por los partidos políticos, la patronal o los sindicatos, casi todas las instituciones u
organizaciones públicas o sociales están tocadas. Es justo en los tiempos de crisis, en los momentos en que los problemas más agobian al ciudadano cuando éste vuelve sus ojos hacia
quienes deberían aportar soluciones a su situación, en muchos casos dramática,
y lo que ve no es que le guste precisamente. En muchos casos, quienes deberían
liderar la sociedad, quienes tendrían que predicar con el ejemplo, quienes
deberían aportar soluciones a los problemas de la sociedad no lo hacen o están
inmersos en escándalos o en actitudes poco edificantes.
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Y la falta de ejemplaridad
no se manifiesta únicamente en la existencia de numerosos casos de corrupción
que a diario llenan las portadas de los periódicos, sino también en un conjunto
de actitudes y comportamientos en el uso de los mecanismos que la Ley otorga y que evidencia la
existencia de dos mundos paralelos, dos realidades muy distintas: la oficial y
la de la calle. No resulta ejemplar que en una época de crisis, de recortes y
sacrificios que se imponen y se exigen a los ciudadanos, no exista un correlato
en el mundo oficial o no, como mínimo, en la misma proporción. No es ejemplar
que mientras suben los impuestos a los ciudadanos, los parlamentarios gocen de
privilegios fiscales, como tampoco lo es que mientras se agravan las condiciones
para la percepción de una pensión los parlamentarios sigan gozando de unos
privilegios para ello fuera de toda lógica. No es ejemplar precisamente nombrar
y mantener como Secretario de Estado de la Seguridad Social a alguien que
durante años ha mentido sobre su curriculum atribuyéndose falsamente la
condición de médico o nombrar y mantener a una Secretaria de Estado de
Investigación a alguien que ha luchado por impedir en las elecciones la victoria
de quien un mes después la nombra. En una sociedad donde millones de ciudadanos
desempleados han agotado ya cualquier ayuda pública y no hay dinero para más, no
sólo no es ejemplar sino profundamente inmoral que se sigan manteniendo
retribuciones públicas en administraciones, empresas públicas o bancos
nacionalizados de 100.000, 500.000 ó 900.000 euros anuales. No es ejemplar ni
edificante que se nombren asesores con fabulosos sueldos a gente sin
experiencia ni formación o que se las promocione a escaños en los parlamentos
autonómicos o en el nacional por el simple hecho de ser parientes de alguien.
Tampoco lo es que las candidaturas se hagan a dedo, sin contar con los
militantes de los partidos, y se usen para colocar a gente que nunca a puesto
un pie, ni lo va a poner, en la Provincia por la que resultan elegidos. No es
algo que mueva a la alabanza el hecho de que los contribuyentes tengamos que
pagar los gastos en viaje oficiales de una amiga del Rey o que le tengamos que
acondicionar una mansión cerca de la Zarzuela. Como tampoco sirve de buen
ejemplo que el máximo representante del poder judicial manifieste que tener que
volar en clase turista supone un descrédito para la institución que preside mientras miles
de españoles pasan hambre. No resulta ejemplar mantener a toda costa un modelo de estado insostenible mientras se recorta en prestaciones sociales esenciales. No constituye un buen ejemplo mantener en las
administraciones públicas muchos más asesores y cargos de confianza que cargos
electos o mantener en sus puestos a diputados que se duermen en las sesiones
parlamentarias, que se dedican a estudiar francés en las mismas, a hacerse la
manicura o jugar con sus iPad mientras que se habla de los problemas de los
ciudadanos.
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Hay, como se puede ver, un
amplio surtido de actitudes y comportamientos que, sin tocar la esfera penal, no
son precisamente ejemplares y cuyo mantenimiento entorpece cada vez más la
relación de confianza que debería existir entre los ciudadanos y sus
representantes, entre gobernantes y gobernados. Las situaciones de crisis
convierten la crítica ciudadana en mayores niveles de exigencia hacia los
gobernantes y ello debería servir para que la clase política, lejos de
esconderse en justificaciones, reflexionase y abandonase muchas prácticas que
la alejan del aprecio y consideración de los ciudadanos. Parece que con un solo
día de debate sobre la ejemplaridad pública no van a tener bastante.
Santiago de Munck Loyola