Lo
del Presidente del Consejo General del Poder Judicial canta y mucho. Y además,
por si fuera poco, canta desafinando. Uno no puede terminar de creerse la
versión que da el Sr. Dívar sobre sus gastos y la supuesta escrupulosidad con
que diferencia sus gastos privados de los públicos. En primer lugar resulta
extremadamente raro que deba desplazarse tan a menudo a Marbella por razones
reservadas derivadas del ejercicio de su cargo. Es de suponer que la máxima
autoridad del poder judicial no debería necesitar desplazarse personalmente
para poder mantener entrevistas secretas originadas por asuntos relativos a su
cargo ¿O acaso la máxima autoridad del poder judicial no puede citar en su
despacho para que comparezca en el mismo a su o sus interlocutores cuando se
trata de reuniones de trabajo?
En
segundo lugar llama poderosamente la atención que estas entrevistas de trabajo
con su secreto interlocutor deban incluir forzosamente ágapes costeados por el
bolsillo de los contribuyentes. Es cierto que la práctica de mezclar mantel y
trabajo se encuentra muy extendida en nuestro país, pero lo es más bien en
ámbitos empresariales y, en ocasiones, suele ir seguida, sobre todo cuando se
trata de concertar grandes negocios, de visitas a ciertos lugares poco
recomendables.
En
tercer lugar, resulta cuando menos extraño que algunos de sus desplazamientos
costeados con los fondos públicos, y siempre a Marbella, con ocasión de actos
públicos hayan ido seguidos de tres días de reposo, en días laborables, junto a
las agradables playas marbellíes.
Ciertamente
estos gastos abonados por los contribuyentes cantan y mucho. La desafinada
partitura mezcla asuntos privados con públicos, gastos estrictamente privados
abonados al parecer por el interesado junto con otros pagados por los
contribuyentes, desplazamientos por razón del cargo junto con días de descanso
personal, etc. y como no podía ser de otra forma el resultado final es confuso,
sospechoso y chirriante. Esto terminará seguramente mal y parece poco razonable
impedir que el asunto pueda disponer de luz y taquígrafos en el Congreso de los
Diputados. Se está hablando del uso que un cargo público está haciendo del
dinero de los contribuyentes y tenemos todo el derecho del mundo a que se sepa
qué se hace con nuestro dinero.
Claro
que este asunto debe ser puesto en su verdadero contexto y que no es otro que
el de un abuso permanente del dinero público que nuestra clase política
administra o debería administrar con la diligencia de un “buen padre de
familia”. Sin entrar a valorar si nuestros políticos ganan o no mucho en
relación a lo que ganan en otros países de nuestro entorno y en relación al
contexto económico actual, lo cierto es que la clase política no hace un uso
ejemplar y austero del dinero con que se dota a si misma. Hay que subrayar en
primer lugar que a nadie se le obliga a aceptar un cargo público con un
determinado sueldo. Es voluntario y el que se mete en ello ya sabe a lo que se
somete. En segundo lugar, los sueldos son lo que son y resulta inadmisible de
todo punto que se utilicen toda clase triquiñuelas para engordarlos bajo el
nombre de dietas, complementos, ayudas o cualquier otro subterfugio como son
teléfonos móviles, ordenadores portátiles, viajes gratis, coches oficiales,
etc.
Es
llamativo que, tanto los diputados que piden la investigación sobre el presunto
pago con fondos públicos de viajes privados del Sr. Dívar como los diputados
que se oponen a que se investigue, son los mismos que pagan sus desplazamientos
públicos y privados con cargo a fondos públicos. Durante el año 2011, el
Congreso de los Diputados pagó a dos empresas (Iberia y Renfe) más de 7.200.000
euros por los viajes de sus señorías sin importar ni distinguir si se trataba
de viajes públicos o privados. Parece que sus señorías no tienen bastante con
su sueldo de diputados ni con sus dietas y complementos de diversa índole y los
pobres tienen que viajar gratis total con cargo al bolsillo de los ciudadanos.
Hay que tener mucha cara y muy dura para que ellos se rasguen las vestiduras
sobre quién ha pagado o no los viajes privados del Sr. Dívar. Que nos
indignemos los contribuyentes y que queramos saber quién ha pagado finalmente
esos supuestos viajes es lo normal, pero que
lo hagan unos parlamentarios cuyos viajes privados se pagan con fondos públicos
tiene lo suyo. Como también sería normal que el Congreso
de los Diputados hiciera pública la lista de los diputados que cargan sus viajes
privados a la cuenta del Congreso y la cuantía que ha supuesto esta práctica
legal, pero inmoral, en dicha cuenta. Un servidor, al menos, lo quiere saber
para así evaluar la catadura moral de sus señorías.
Santiago
de Munck Loyola