Transcurridos quince días desde
la celebración de las elecciones generales ha pasado suficiente tiempo como
para que los ciudadanos hayamos podido escuchar y asimilar las distintas
valoraciones de los líderes políticos sobre el resultado y, sobre todo, hayamos
podido apreciar la no autocrítica de ninguno de ellos. Y llueve sobre mojado a
pesar de las fechas veraniegas en las que nos encontramos. Se quiera o no, se
haya subido o bajado en escaños, lo cierto es que todos los partidos deberían
realizar una profunda y seria autocrítica porque los resultados finales no
permiten esta vez tampoco vislumbrar un período de estabilidad gubernamental
imprescindible para acometer las profundas reformas políticas que necesita
nuestro sistema, ni las económicas para garantizar un futuro de progreso social
para todos.
El Partido Popular ha vuelto a
ser el partido más votado lo que no significa necesariamente haber ganado las
elecciones, aunque sí a sus rivales, porque no ha llegado a la meta al igual
que todos los demás. El aumento de 14 diputados respecto a diciembre de 2015 no
debería ser motivo de autocomplacencia. Cuando en seis meses se pasa de 187
diputados a 137 sigue siendo imprescindible un profundo ejercicio de
autocrítica y de corrección de todos los factores que han podido influir en
semejante pérdida: incumplimiento del programa electoral, déficit de democracia
interna, represión de las críticas internas, tibieza frente a la corrupción y
pésima política de comunicación pueden ser algunos de ellos. Rajoy y su equipo
son los responsables de la voladura de la unidad del centro derecha por su
incapacidad de adaptación a las exigencias de sus votantes y a las nuevas
formas de hacer política. Ha funcionado el voto del miedo, no del
convencimiento, la estrategia del mal menor. Muchos votantes han apostado por
apuntalar un dique de contención que está muy agrietado frente a la inundación
populista. Y nada más.
El líder socialista, Pedro
Sánchez, está haciendo historia: está hundiendo electoralmente al PSOE. Los 85
diputados obtenidos sitúan al PSOE en una posición de extrema fragilidad que si
ya constituye una lacra para el ejercicio de una oposición parlamentaria más lo
es para articular un gobierno alternativo. En ningún país de nuestro entorno,
un líder democrático que cosechase tan malos resultados seguiría al frente de
su partido por dignidad y ética política. Sin embargo, aquí no ocurre nada
parecido. Pedro Sánchez y su equipo se aferran a sus cargos como lapas, sacan
pecho porque los Podemitas no les han adelantado y, encima, se ofrecen para
intentar formar gobierno si fracasa Rajoy, algo a lo que están dispuestos a
ayudar de forma entusiasta. Eso sí, lo han dejado claro, sus pésimos resultados son culpa de Podemos.
Si repasamos las declaraciones de
los líderes podemitas y comunistas encontramos, poco más o menos, lo mismo. Se
las prometían muy felices y finalmente, la suma de Izquierda Unida y Podemos,
ha perdido más de un millón de votos en seis meses. Han pasado del sorpasso a
la sorpresa y estupor. Izquierda Unida se ha difuminado y Podemos se está
fracturando. ¿Por qué? Pues parece ser que según algunos de los líderes de esta
coalición la culpa ha sido de los votantes que carecen de ética, según el ex
JEMAD Julio Rodríguez, de los votantes cómplices de la corrupción, según la “demócrata”
Mónica Oltra, o de los votantes de la “España profunda”, según el Sr. Julio
Anguita. La culpa de sus resultados, en definitiva, es de cualquier ciudadano
que no les haya votado pero no de ellos. Algún descerebrado militante
comunista-podemita ha llegado a afirmar que habría que acabar “políticamente”
con cualquier votante mayor de 50 años. Tienen muy mal perder estos chicos.
Mejor no imaginar lo que harían si ganasen con los que no nos plegamos a su
demagogia totalitaria.
Y Ciudadanos se ha llevado un
notable revolcón electoral. Esta formación que creció gracias al voto descontento
del PP se queja e indigna porque casi una cuarta parte de sus votantes hayan
preferido volver al redil popular, aunque sea con la nariz tapada, antes que
volverles a dar el voto para que los naranjitos se lo vuelvan a regalar al
PSOE. Llegan incluso a acusar al PP de robarles escaños. ¿No entienden nada?
¿De dónde sacaron ellos sus 40 escaños en diciembre?
Lo dicho, con tan poca
autocrítica, no es de extrañar que se repitan las mismas tácticas y estrategias
a la hora de establecer pactos o alianzas que permitan la formación de un nuevo
gobierno en España. Los diagnósticos electorales erróneos, fabricados a mayor
gloria de los respectivos líderes, terminarán por llevarles a prescribir
recetas equivocadas. Se volverán a equivocar si no ponen los pies en el suelo,
si no anteponen el interés de España a los personales y, sobre todo, si no
entienden que con su actitud pueden terminar achicharrando las urnas.
Santiago de Munck Loyola