Cada día que pasa resulta más
difícil comprender por qué el mayor partido de España, el Partido Popular, el
partido que oficialmente cuenta con más de 800.000 afiliados, prescinde de
ellos a la hora de decidir los candidatos que han de representarlos en las
elecciones. Estos días todos los medios de comunicación se hacen eco de las
especulaciones sobre quién será o no el candidato del PP en determinado
Ayuntamiento o Comunidad Autónoma y para ello tratan de interpretar cualquier
signo, declaración o gesto de los máximos líderes populares para adivinar los
nombres de los agraciados con el “dedazo” del “pepeführer” Rajoy.
Es evidente que con una supuesta
base de 800.000 personas un partido con sólidos canales de comunicación
internos con esas mismas bases tendría una enorme ventaja sobre sus rivales la
que le proporcionaría la conexión con una gran parte de la sociedad en la que sus
afiliados se enraízan. Pero, claro, esa comunicación interna debería llevar
aparejada, para que fuese efectiva, la participación y la capacidad de decisión
de las bases, algo que la élite burocrática de la supuesta derecha española no
está dispuesta a tolerar. La alergia popular a la democracia interna “sin
tutelas, ni tutías” que dría D. Manuel, es ya una seña de identidad de este
partido. Con ello, no se hace otra cosa que alentar y dar la razón a cuantos
día a día se van alejando de la política desencantados al comprobar, entre
otras cosas, como una casta burocrática y endogámica maneja a su antojo al
mayor partido de España para ponerlo al servicio de intereses ajenos a los de
sus propios militantes y de los más de 10 millones de españoles que en las
últimas elecciones le otorgaron su voto.
Llaman la atención dos actitudes.
De una parte la de los medios de comunicación que aceptan sin crítica alguna
reseñable el hecho de que la ausencia de democracia interna en el PP se ponga
de manifiesto especialmente a la hora de designar candidatos y que entren en
ese juego de las especulaciones alimentando una condenable estrategia política.
De otra, la sumisión y la aceptación del profundo desprecio con que son
tratados por parte de la cúpula del partido los militantes populares. Nunca en
democracia un partido político ha ninguneado y despreciado tanto a sus propios
afiliados como lo está haciendo el Partido Popular. Sencillamente lo aceptan
dócilmente y punto. ¿Cómo es esto posible en pleno siglo XXI? ¿Por qué tanta
desconfianza hacia tanta y tan buena gente?
Son miles los candidatos a candidatos,
alcaldes y concejales del PP, los que llevan semanas, por no decir meses,
completamente descolocados. A pocas semanas de la convocatoria de las
elecciones municipales no saben si repetirán o no en las listas porque a algún
cerebro se le ha ocurrido que el todopoderoso Rajoy maneja astutamente los
tiempos mientras que sus posibles candidatos se pasean con cara de póker por
las calles de los pueblos de España mientras sus adversarios ya tienen todo
listo para la campaña. ¡Allá ellos! Tienen el hiperliderazgo que se merecen y
el que calla, como ellos, otorga.
Definitivamente el Partido
Popular ha renunciado a cualquier atisbo de regeneración democrática porque la
regeneración sin democracia interna no es tal. Y con ello se aleja, día a día, de
un electorado al que ha engañado especialmente en esta legislatura aunque ahora
trate de recuperarlo con algunos caramelitos fiscales tras haber castigado a la
clase media española con el mayor aumento de la presión fiscal y los peores recortes
sociales de la historia. Hoy hemos conocido además que el “Pepeführer” Rajoy ha
agraciado con su “dedazo” para la candidatura a la Alcaldía de Alicante a
Asunción Sánchez Zaplana y a Alberto Fabra para la Generalitat lo que viene a
ratificar dos cosas: que para el PP la opinión de los afiliados alicantinos vale exactamente lo mismo que la de los afiliados socialistas, por poner un ejemplo, y que el PP pasa de
nuestra tierra, que la da por perdida.
Santiago de Munck Loyola
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