Tres meses se cumplieron ayer
desde que se celebraron las últimas elecciones generales. Tres meses sin que se
haya podido elegir un Presidente de Gobierno. Tres meses prolijos en
interpretaciones de lo más variopintas sobre el mandato otorgado por los
españoles en las urnas, sobre lo que dijo o dejó de decir el pueblo español cuando
votó el pasado 28 de abril: que si el mandato era que hubiera un gobierno de
izquierdas, que si sólo Sánchez debía ser el Presidente del Gobierno, que si la
voluntad popular era que se dialogase, etc. Con tanto intérprete del mandato
popular lo cierto es que el resultado no puede ser más desastroso: España sin
gobierno, al menos, durante seis meses y, en consecuencia, la economía dando
señales de alarma.
Estos últimos tres meses han
servido, al menos, para dejar constancia de algunos hechos y actitudes entre la
clase política que pueden servir para extraer conclusiones prácticas de cara a
futuras convocatorias electorales.
El 28 de abril, el PSOE obtuvo
123 escaños, exactamente los mismos que obtuvo el PP en diciembre de 2015. En
aquel entonces, el hoy candidato a la Presidencia; Pedro Sánchez, se negó en
redondo a facilitar mediante la abstención de su grupo la investidura del Sr.
Rajoy y hubo que repetir las elecciones. Hoy el Sr. Sánchez exige a PP y C’s la
abstención para que le faciliten su investidura. El “no es que no” de 2015 y
2016 sólo vale cuando lo dice el Sr. Sánchez y tras el fracaso en su
investidura, el Sr. Sánchez y su partido tratan de corresponsabilizar a PP y C’s
del mismo.
PP y C’s se niegan en redondo a
facilitar la investidura del Sr. Sánchez mediante la abstención y son culpados
de que el Sr. Sánchez tenga que “echarse en brazos” de los separatistas y
filoetarras para lograrlo. Pero lo cierto es que el PSOE no ha ofrecido a
ninguno de los dos partidos ninguna contrapartida para lograr su abstención; el
Sr. Sánchez la quiere “por su cara bonita”, gratis total y cierto es también
que el Sr. Sánchez y su partido ya se echaron en brazos de los separatistas y filoetarras
para acceder al gobierno de España mediante la moción de censura, como también
lo es que pactan con ellos sin ningún tipo de rubor en Ayuntamientos, en
Diputaciones o en la Comunidad Navarra. La cabra socialista siempre termina por
tirar al monte.
El socio preferente de PSOE, al
menos teóricamente, es Unidas Podemos, es decir, la ultraizquierda, al menos
así lo manifestaban tanto el candidato a la Presidencia como los portavoces
socialistas. Sin embargo, esta supuesta preferencia no ha tenido un fiel
reflejo en el sainete de negociaciones entre ambas formaciones políticas. Del
acuerdo parlamentario ofrecido inicialmente por el PSOE, pasamos al Gobierno de
Cooperación que todavía nadie ha sabido explicar bien en qué consiste, después
al Gobierno con técnicos próximos a Podemos, luego al gobierno de coalición sin
Iglesias dentro y finalmente a la nada absoluta. Pero ambos partidos han sido
incapaces de empezar por lo básico: por acordar un programa de gobierno común. Y,
claro, sin un programa de gobierno común es normal que los podemitas exigiesen
carteras concretas para desarrollar su propio programa y pretendiesen así crear
un mini gobierno dentro del gobierno. Bochornoso y patético el espectáculo que
ambas formaciones han ofrecido a los ciudadanos.
Pero en el fondo es lógico que
los socialistas quisieran reducir a la mínima expresión la presencia de la
ultraizquierda en el Consejo de Ministros porque más allá de la retórica
progre, lo cierto es que a más de uno dentro del PSOE y, por supuesto, fuera de
él se le estaban poniendo los pelos de punta ante la perspectiva de un Consejo
de Ministros con políticos que reniegan de la Constitución del 78, que hablan
de “presos políticos”, que condenan la aplicación del Artículo 155, que
postulan la ruptura de la soberanía nacional con un referéndum para Cataluña o
que hablaban de no pagar los intereses de la deuda española. Esa siniestra
perspectiva ha debido activar muchos mecanismos de presión tanto dentro como
fuera de España.
Y ante esta perspectiva, la de un
gobierno débil, fragmentado ideológicamente y sin un programa concreto no es de
extrañar el entusiasmo de los separatistas, tanto de izquierdas como de la más
rancia derecha del PNV, en promoverlo y apoyarlo. Un hipotético gobierno
PSOE-Unidas Podemos era la mejor garantía para seguir avanzando en sus
propósitos independentistas. En el debate de investidura resultaba hasta
enternecedor escuchar los paternalistas consejos de los enemigos de España para
que finalmente socialistas y ultraizquierdistas dijesen el “sí quiero”.
Las espadas siguen en alto y
parece difícil que durante las próximas semanas vaya a producirse un cambio
significativo en las posiciones de unos y otros. Tras el indecente pacto en
Navarra que apartará a los ganadores de las elecciones autonómicas del acceso a
la Presidencia de la Comunidad Foral en favor de la candidata socialista
apoyada por los nacionalistas vascos, los podemitas y Bildu, es impensable una
abstención de PP o de C’s. Esa posibilidad se ha encargado el propio Pedro
Sánchez de anularla. Sin embargo, aunque Unidas Podemos siga dispuesta a
cualquier nueva humillación con tal de entrar en el gobierno y hacer
vicepresidente del mismo a la compañera del Sr. Iglesias, no parece que el PSOE
esté por la labor. Así es que, si no se produce algún milagro, estamos abocados
a nuevas elecciones generales en noviembre. Y no pasa nada. Solo debemos tomar buena
nota de lo sucedido para que no vuelva a producirse.
Santiago de Munck Loyola
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