La
victoria del candidato republicano a la Presidencia de los Estados
Unidos, Donald Trump, nos ha cogido desprevenidos a la mayoría de
los ciudadanos españoles. Contra todo pronóstico Trump ha barrido a
su oponente, la demócrata Hillary Clinton, y ha levantado toda clase
de alarmas. ¿De dónde venían esos pronósticos? Parece que, al
margen de las encuestas electorales que siempre las carga el diablo,
los pronósticos provenían fundamentalmente de los medios de
información, tanto norteamericanos como europeos, que transmitían
más los deseos de las élites y los grupos de presión que de los
votantes estadounidenses. Hace tiempo que los medios de información
han sobrepasado los márgenes de su opinión antes contenida a la
línea editorial o a los artículos de autor para pasar a convertirse
en medios de deformación u orientación de la opinión pública. El
tiente de las empresas propietarias o de la propia adscripción
ideológica de muchos informadores traspasa todos los límites y la
información como tal es controlada, manipulada u omitida en función
de los intereses ideológicos a los que sirve el medio de
información. La inmensa mayoría informa o comunica desde una
perspectiva cargada de subjetivismo y con una finalidad concreta.
Reconozco
que el Sr. Trump no me gusta, como tampoco la Sra. Clinton, pero
mientras que en el segundo caso poseo elementos de juicio sustentados
en una trayectoria y actuaciones políticas determinadas, reconozco
que en el caso del primero mis prejuicios provienen de una percepción
derivada fundamentalmente de lo que los medios de comunicación han
querido contar u omitir sobre el Presidente electo. Poco más que su
estampa a veces grosera, tosca o chabacana nos han dejado conocer
sobre el Sr. Trump y, por pura lógica, alguna cualidad, algún
mensaje de valor o alguna esperanza sensata ha debido ser capaz de
transmitir el Sr. Trump a los electores para haber ganado las
elecciones presidenciales, a pesar de los obstáculos de la casta
republicana, de la casta demócrata, de la casta periodística y de
los grupos de intereses que están infiltrados en todo el sistema
social norteamericano. A título de ejemplo, basta recordar el empeño
de muchos en subrayar el carácter machista del candidato republicano
sobre la base de unas grabaciones de hace diez años al mismo tiempo
que ensalzaban la figura de la Sra. Clinton como referente de los
derechos de la mujer.
Pero la historia reciente nos recuerda como el
demócrata Clinton usaba su situación de poder presidencial para
desarrollar actividades sexuales que no dignificaban precisamente el
papel de la mujer y sobre las que Sra. Clinton no mantuvo una actitud
condenatoria y combativa como se supone que debería haberlo hecho
una mujer comprometida con la dignidad de la mujer. ¡Ah! Eso no es
censurable porque la Sra. Clinton, como su marido son de izquierdas.
Frente al muro de descrédito institucionalizado por el sistema
político y social, algo positivo han debido percibir los votantes
norteamericanos para finalmente elegir a Trump Presidente.
El
sistema político norteamericano es un sistema sólido y
experimentado que puede sobreponerse con relativa facilidad a la
sorpresa de esta elección e incluso a la actitud antidemocrática
que estos días están exhibiendo en algunas ciudades norteamericanas
algunas decenas de miles de izquierdistas que protestan y no aceptan
la elección del pueblo norteamericano, por cierto, con la
complacencia de algunos medios de desinformación y de políticos
españoles, aún no recuperados del disgusto que les ha provocado
esta elección presidencial, pronto quedará en el recuerdo.
Hay
varias lecciones que podemos extraer de estas elecciones
presidenciales norteamericanas. De una parte que los todopoderosos
medios de comunicación no lo son tanto y que su descarado empeño en
moldear el voto en un determinado sentido puede provocar el efecto
contrario. De otra que las encuestas deben analizar mejor el voto
oculto porque su incidencia es mayor cuanto más maniqueo sea el
contexto electoral provocado por los medios de comunicación. Y, por
último, que la movilización de votantes tradicionalmente no
participativos, hábilmente explotada por el equipo de Trump, puede
hacer cambiar la estructura electoral y política de un país. No hay
partidos inamovibles, no hay candidatos seguros y todo puede ser
puesto “patas arriba” por el simple ejercicio de ir a votar.
Santiago
de Munck Loyola
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