Hoy
nadie puede negar que el número de ciudadanos que considera a los políticos y a
los partidos políticos como un problema sigue creciendo. La desafección
ciudadana, la desconfianza hacia la clase política sigue creciendo día a día y
lamentablemente se traducirá, lo veremos pronto, en un incremento de la
abstención en la próxima convocatoria electoral. La profunda recesión a la que
nos ha conducido la clase dirigente española y los numerosos casos de
corrupción que inundan los titulares de los medios de comunicación se asocian
inevitablemente con los políticos, con los partidos políticos y con las propias
instituciones. Y del mismo modo que es peligroso e injusto generalizar estas
percepciones y meter a todos en el mismo saco también puede ser muy peligroso
ignorar estos síntomas, confiar en que una aún lejana recuperación económica
borrará estos recuerdos y no atajar las causas de fondo que originan este
malestar ciudadano. Nuestro sistema está enfermo y así lo indica la fiebre, la
desafección ciudadana, que poco a poco va aumentando. Si el paciente no obtiene
un diagnóstico certero y un tratamiento adecuado es imposible prever hacia
donde evolucionará.
Somos
los ciudadanos, cada uno de nosotros, los responsables de hacer que las cosas
cambien, de que la política recupere el noble sentido y la alta finalidad que
le corresponde y de que, en consecuencia, nuestra sociedad recupere el vigor y
la energía suficiente para ofrecer un futuro mejor a sus integrantes. Los ciudadanos
no podemos quedarnos con la sensación de que todo da igual, de que no hay nada
que hacer, de que todos son iguales y de que lo único que sirve es el “sálvese
el que pueda”. La resignación, la sensación de impotencia o la indiferencia
sólo sirven para que nada cambie, para avalar cualquier desmán, para que sigan
los mismos, bajo unas siglas u otras, usurpando el noble concepto de la
política y del servicio público como coartada de sus intereses particulares. La
desafección y la desconfianza hacia esta clase dirigente política, económica o
sindical no deben servir para alejarnos a los ciudadanos del objetivo de
trabajar para transformar y mejorar nuestra sociedad, nuestro entorno más
próximo. Todo lo contrario, podemos y debemos cambiar las cosas porque siempre
hay alternativas, hay muchas y distintas maneras de hacer las cosas. En muchas
ocasiones hemos escuchado de uno y otro lado que no había alternativas
económicas, que solo había un camino para salir de una u otra crisis y la
experiencia nos ha demostrado, una y otra vez, que era falso. Han terminado por
convertir a la Política en la esclava de la economía y de tanto señalarnos con
el dedo el PIB o la prima de riesgo no vemos la ruina de nuestro vecino o el
deterioro de nuestro Centro de Salud. La macroeconomía ha eclipsado a la
microeconomía y la contabilidad nacional a las personas.
Va
siendo hora de que los ciudadanos, además de indignarnos, además de desconfiar
de una clase dirigente que no ha sabido estar a la altura de las circunstancia
y que no está dispuesta a perder sus privilegios, digamos ¡ya está bien! y
actuemos. No bastan los lamentos, si queremos que las cosas cambien de verdad
tenemos que actuar y hacerlo de la única forma posible en democracia,
denunciando públicamente las injusticias, los abusos, los incumplimientos
electorales y promoviendo y apoyando toda iniciativa encaminada a regenerar un
sistema político que paulatinamente se ha ido alejando de los problemas de los
ciudadanos y poniéndose al servicio de una casta endogámica que vive instalada
en sus privilegios. Los ciudadanos debemos tener un papel protagonista
auténtico que suponga algo más que el simple hecho de depositar una papeleta en
la urna cada cuatro años y después, si te he visto no me acuerdo. Los
ciudadanos debemos estar para algo más que para pagar impuestos sin que nadie
responda del buen o mal uso que hagan de nuestro dinero. Los ciudadanos debemos
estar para algo más que para tragarnos unas listas electorales cerradas y
bloqueadas sin poder apartar de ellas a los enchufados, incompetentes o
corruptos. Los ciudadanos debemos estar para algo más que para subvencionar a
unos partidos políticos impermeables a la participación ciudadana y al diálogo
social.
Hoy
más que nunca el ciudadano no está sólo; podemos interactuar en las redes,
movilizarnos y exigir y promover la transformación de un sistema que, a todas
luces, no está sirviendo para mejorar la vida y solucionar los problemas que se
acumulan. Lamentablemente hoy la política, en muchos lugares, está secuestrada
por algunos profesionales de la política, que no por políticos profesionales,
por vividores sin principios ni ideales que han encontrado en ella un lugar
idóneo para sobrevivir pese a su incompetencia. Va siendo hora de decir ¡ya
está bien! de recuperar principios, valores e ideales, de situarlos al frente
de la actividad pública y de convertirlos en los motores de la transformación
social.
Santiago
de Munck Loyola.
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