En el día de hoy, el Portavoz de
UPyD en el Ayuntamiento de Alicante, Fernando LLopis ha ofrecido una rueda de
prensa en la que ha subrayado el incremento de la mendicidad en las calles de
Alicante y ha sugerido diferentes vías de actuación para atajar algunas de sus
consecuencias. Ha mencionado la necesidad de que los servicios sociales y otras
instituciones apoyen a las personas más necesitadas para que puedan acceder a
recursos básicos de subsistencia y de que se actúe contra las mafias que al
parecer recaudan dinero explotando a algunos mendigos. El activo Portavoz de
UPyD (qué vitalidad política la suya si se compara con la otros grupos
municipales) ha centrado buena parte de su mensaje, o al menos así lo han
destacado algunos medios de comunicación, en la mala imagen que la mendicidad
causa en una ciudad turística como la nuestra y en la necesidad, por tanto, de
que la Policía aplique las normas existentes para erradicarla.
Es cierto que la mendicidad se ha
multiplicado en los últimos años como consecuencia de la profunda crisis que
vivimos, pero la mendicidad no es el problema, sino que es un síntoma y un
reflejo del problema de fondo que no es otro que la enorme extensión de la
pobreza en nuestra ciudad al igual que en tantas ciudades españolas. La crisis
ha hecho mella, ha golpeado muy duramente en nuestra ciudad y se refleja en
muchos otros aspectos, no sólo en la proliferación de la mendicidad.
No hace mucho, en un centro
comercial cercano, una familia, el matrimonio y dos hijos pequeños, entraron
por la mañana. Mientras la madre con los niños se dirigía al interior del
establecimiento, el padre, muy azorado, se acercó a una de las cajeras y le
dijo: “Disculpe señorita, mis hijos ayer no comieron nada, no tengo nada. Vamos
a coger algo para que desayunen y no podemos pagarlo. Si quiere llame a la
Policía”. Duro, pero real. Un reflejo de cómo están las cosas. ¿Qué hacer
entonces?
La realidad de la calle, la que en
muchas ocasiones no se quiere o no se puede ver desde los despachos es mucho
más dura y grave que lo que pueda suponer la imagen de la mendicidad. Para
hacerse una idea del contexto en el que nos movemos, el contexto del que surge
la mendicidad hay que considerar algunos datos. En mayo, el número de parados
en la Provincia de Alicante se situó en 223.591 personas, lo que significa 17.275 personas en desempleo más en
relación al mismo periodo del año anterior. De estos 223.591 desempleados, solo
están cobrando prestaciones 118.367 personas y de ellas más de 70.000 subsisten
con una prestación asistencial que no llega ni a los 500 euros al mes. Los
parados de la ciudad de Alicante superan los 36.000 y casi la mitad de ellos no
percibe ningún subsidio.
Recientemente, el obispo de Orihuela-Alicante,
Rafael Palmero, afirmó que unos 40.000 alicantinos se encontraban en una
situación de extrema pobreza y que 360.000 más se hallaban en el umbral de la
pobreza relativa. Los comedores sociales de la Iglesia están desbordados y la
capacidad asistencial de su voluntariado al límite.
Según
un comunicado de la Cruz Roja de Alicante, esta entidad atendió en el primer
trimestre de 2012 a
1.490 personas sin hogar a través de diferentes proyectos. En la provincia de
Alicante, se han puesto en marcha proyectos como el de Unidades Móviles de
Emergencia Social (UMES) para la asistencia de personas que viven en las
calles.
Café,
comida, abrigo, materiales de aseo e higiene, atención sanitaria y escucha son
algunas de las labores que prestan los voluntarios. En los primeros meses del
año se han atendido a 1.004 personas sin hogar por ola de frío en 17
localidades de la provincia. A lo largo del año pasado casi 5.000 familias
fueron desahuciadas de sus viviendas en la Provincia de Alicante y para este
año esa cifra va a ser ampliamente superada.
Si
estos datos no reflejan por si solos una situación de auténtica emergencia
social que va mucho más allá de los daños que a la imagen de la ciudad la
práctica de la mendicidad puede provocar, es que no es posible sintonizar con
la clase política. Estamos ante una situación social excepcional que exige
medidas excepcionales por parte de todas las administraciones y una auténtica
movilización solidaria de la sociedad.
En
este contexto social sorprende que algunos se irriten (y no se imagina el
lector hasta qué punto) cuando se critica la existencia en el Ayuntamiento de
más asesores y cargos de confianza que de concejales, o se cuestiona que los
ediles cobren hasta 1.500 euros por asistir a Consejos de Administración de las
Empresa Públicas o se dude la necesidad de gastar más de 500 euros diarios en
la reposición de plantas ornamentales, por citar algunos ejemplos. Pero, en
fin, la sensibilidad social es muy variable.
La
mendicidad no es el problema. La mendicidad es un reflejo más, y no el único,
del problema de fondo, la creciente pobreza de miles de familias de nuestro
entorno. Y no deberíamos olvidar que en estas circunstancias no hay diques que
nos mantengan a salvo de esta marea creciente.
Santiago
de Munck Loyola
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